miércoles, 30 de diciembre de 2015

LAS PALABRAS VIAJERAS



La primera palabra que existió no sabía viajar. La pobre vivía sola, encerrada en una cabecita. Aparecieron más palabras, y tampoco sabían viajar. Hasta que un día conocieron una boca y le pidieron ayuda. La boca escogió a una y sopló con gran fuerza. Y aquel fue el primer viaje de una palabra, y la elegida fue “mamá”.
Muchas otras palabras aprendieron a viajar así. Saltaban felices de las bocas a las orejas volando a través del aire. Pero pronto se dieron cuenta de que nunca llegaban muy lejos. Como mucho, con el mayor de los gritos y el viento a favor, algunos cientos de metros ¿Cómo iban a conocer así el mundo con lo grande que es?
Pasaron años y años antes de que conocieran a unas chicas increíbles. Eran 27 amigas que se hacían llamar Letras, y se ofrecieron a vestir a cada palabra de forma distinta, para que al viajar se las reconociera fácilmente. Ellas no sabían volar por el aire, pero conocían al señor Lápiz, capaz de pintar cualquier cosa en cualquier sitio. Sin embargo, Lápiz nunca encontraba buenos lugares para que las palabras viajaran, y a menudo escribía sobre rocas y árboles que nadie podía mover, dejando a las palabras allí atrapadas para siempre.
Y entonces, cuando las palabras estaban a punto de rendirse y aceptar que nunca podrían viajar lejos, conocieron al señor Papel. Era ligero y se movía rápido, pero aguantaba firme mucho más que el aire. Era la forma perfecta de viajar.
Y así en el papel el lápiz escribió letras, que formaron palabras, que pudieron viajar al otro lado del mundo sin perderse. Y lo que en un principio solo había en la cabeza de unas personas pudo llegar a muchas otras a las que ni siquiera conocían, inventando una maravillosa forma de hacer viajar las palabras que cambiaría el mundo para siempre: la lectura.

martes, 29 de diciembre de 2015

CUANDO PLATICAN LOS ÁNGELES



Dicen que cuando se acerca fin de año los ángeles curiosos se sientan al borde de las nubes a escuchar los pedidos que llegan desde la tierra.
- ¿Qué hay de nuevo? -pregunta un ángel pelirrojo, recién llegado.
Lo de siempre: amor, paz, salud, felicidad…- contesta el ángel más viejo.
Y bueno, todas esas son cosas muy importantes.
Lo que pasa es que hace siglos que estoy escuchando los mismos pedidos y aunque el tiempo pasa los hombres no parecen comprender que esas cosas nunca van a llegar desde el cielo, como un regalo.
¿Y qué podríamos hacer para ayudarlos? – Dice el más joven y entusiasta de los ángeles.
¿Te animarías a bajar con un mensaje y susurrarlo al oído de los que quieran escucharlo? – pregunta el anciano.
Tras una larga conversación se pusieron de acuerdo y el ángel pelirrojo se deslizó a la tierra convertido en susurro y trabajó duramente mañana, tarde y noche, hasta los últimos minutos del último día del año.
Ya casi se escuchaban las doce campanadas y el ángel viejo esperaba ansioso la llegada de una plegaria renovada. Entonces, luminosa y clara, pudo oír la palabra de un hombre que decía:
“Un nuevo año comienza. Entonces, en este mismo instante, empecemos a recrear un mundo distinto, un mundo mejor: sin violencia, sin armas, sin fronteras, con amor, con dignidad; con menos policías y más maestros, con menos cárceles y más escuelas, con menos ricos y menos pobres.
Unamos nuestras manos y formemos una cadena humana de niños, jóvenes y viejos, hasta sentir que un calor va pasando de un cuerpo a otro, el calor del amor, el calor que tanta falta nos hace.
Si queremos, podemos conseguirlo, y si no lo hacemos estamos perdidos, porque nadie más que nosotros podrá construir nuestra propia felicidad”.
Desde el borde de una nube, allá en el cielo, dos ángeles cómplices sonreían satisfechos.

viernes, 18 de diciembre de 2015

EL PASTORCILLO Y LA SERPIENTE



Un pastorcillo sacaba todos los días su pequeño rebaño de ovejas y cabras a pastar por los campos. Tendría unos ocho años de edad y su mayor ilusión era ir a la escuela para aprender cosas. Eran cinco hermanos y en horas del colegio, él siempre tenía que estar con su pequeño rebaño en el campo.

Un día le dijo a su madre, que quería ir a la escuela para aprender cosas y la madre con mucha pena le contestó —hijo mío, que más quisiera yo, pero eres el mayor de tus hermanos y como bien sabes, tu padre está muy enfermo y no puede trabajar cuando papá se ponga bien podrás ir a la escuela, de momento y aunque me duele mucho decírtelo, no puedes? Hay que sacar el rebaño para que pueda pastar y con la leche que sacamos, podemos comer tus hermanos, tú y nosotros.

Guillermo, que era como se llamaba el pastorcillo, ese día se fue a dormir triste por que de momento no podía ir a la escuela y a la vez muy contento, por que gracia a él, su familia no pasaría hambre.

Al día siguiente y como siempre, Guillermo sacaba su rebaño a pastar y para llegar a los tiernos pastos, tenía que pasar por delante de la escuela, donde los niños más afortunados estudiaban.

Aunque algunos niños que estaban en la escuela por lo visto no la aprovechaban mucho), solían decirle en tono burlesco —Guillermo, si no estudias, serás un analfabeto, un burro y se burlaban de el.

Sobre las doce de ese mismo día, estando sentado y repostado sobre el tronco de una vieja higuera, le entró un sueño muy dulce y se quedó dormido y una vez dormido, tuvo un extraño sueño.

Su sueño: Tú lo que tienes que hacer, es llevar el rebaño a donde no haya comida, o perder alguna oveja y cuando lo hayas hecho varias veces, veras como tus padres no te manda más con el rebaño y entonces, veras como si que podrás ir al colegio.

Cuando se despertó de aquel extraño sueño, se juntó con un amigo, que como él, tenía que cuidar un rebaño y le pasaba lo mismo, no podía ir al colegio.

— ¿Que llevas en el sombrero de paja?—le preguntó Bernardo, que era como se llamaba el amigo—.

Guillermo se quitó el sombrero y pudo comprobar con asombro, la camisa de una serpiente enroscada en la copa de su sombrero.

Bernardo al verlo tan sorprendido, le preguntó— No me digas, que no te habías dado cuenta.

—No, la verdad es que no, lo que si he tenido un sueño muy extraño.

—¿Es que te has quedado dormido?

—Si, me entró de repente un sueño muy dulce y ha sido cuando he tenido el sueño.

—¿Y que sueño ha sido ese?

—Como tú sabes, yo tengo muchas ganas de ir a la escuela.

—Si, eso ya lo , me lo dices todos los días.

En el sueño una voz me decía— si llevaras el rebaño, a donde no hubiera comida, o perdieras alguna que otra oveja, tus padres no te mandarían más con el rebaño y si que podría ir a la escuela—.

—Oye, no es mala idea.

—Que me dices, tú estas loco, si yo no diera de comer a mi rebaño, para que produzca leche, no tendríamos en casa para comer. Además mí papá está muy enfermo y yo soy el mayor de mis hermanos y tengo que cuidar el rebaño, para que ellos no pasen hambre.

Ese día cuando volvió a su casa, le contó a su madre, lo que le había pasado.

—Mamá: hoy me ha pasado una cosa muy extraña, me he quedado dormido en el campo y he tenido un sueño muy raro. Además, una serpiente me ha dejado su camisa enroscada en mi sombrero.

— ¿Que sueño ha sido, hijo, que me estás asustando?— le preguntó su madre, con preocupación— 

—Una voz muy persistente, me decía que llevara el rebaño a donde no hubieran pastos, o que perdiera alguna oveja y que si lo hiciera muchas veces, seguro que conseguiría ir a la escuela, porque para ustedes, no serviría como pastor y entonces me enviarías a la escuela.

— ¿Hijo y tú que piensas de todo esto? 

—Que no estoy de acuerdo mamá, que si para que yo aprenda cosas en la escuela, tienen que pasar hambre, mi familia y mis ovejas, con lo que se, ya tengo bastante.

Su madre lo abrasó y dándole un dulce beso, le dijo —Hoy soy la mujer más feliz
del mundo—.

— ¿Por que mamá? 

—Hoy ha venido un joven sediento a pedirme agua y cuando estaba bebiendo, ha sentido a tu padre toser. Al sentirlo, me ha preguntado si había algún enfermo en la casa, le dije que mi marido. Entonces me dijo que él, era médico y que si no tenía inconveniente, podría visitarlo. Yo le contesté que si y le acompañe a donde estaba tu padre y cuando estábamos junto a él, me dijo que le llevara una palangana con agua. 

Cuando volví, me dio la mayor de las alegrías, diciéndome, que tu padre estaba prácticamente curado y que muy pronto podría trabajar y también, por tener un hijo tan maravilloso como tú. Además no me ha querido cobrar nada, me ha dicho que ya había cobrado —dijo la madre y se abrasó de nuevo a su hijo—.



jueves, 17 de diciembre de 2015

ALFEGE, EL MONO VERDE



En un tiempo pasado, muchos años atrás, un Rey enviudó de la peor manera posible: su Reina falleció durante el nacimiento de su primogénito. Abrumado por la pena, el Rey decidió superarla jurándose proteger y hacer todo cuanto estuviese en sus manos en pos de su heredero. Para su bautizo, el Rey escogió como madrina a una princesa de un reino vecino, célebre por su sabiduría y bondad. Tanto así era que se le reconocía como “La Reina Amable”.

Ésta bautizó al recién nacido como Alfege, y desde aquel momento juró llevarlo en su corazón Aunque de vez en cuando la pena seguía atormentando al Rey, lo cierto es que el tiempo acaba borrándolas, o al menos difuminándolas. De esta forma, volvió a contraer matrimonio, tras dos o tres años, con una princesa de belleza incuestionable, pero de dudosa amabilidad… Con ella, el Rey tuvo un segundo hijo, y la nueva Reina fue carcomida por los celos al saber que su hijo no sería el heredero. Mucho controló su rabia, hasta que no pudo más, y envió a un siervo a negociar con su antigua amiga, el Hada de la Montaña, con tal de que ésta ideara un plan para deshacerse del heredero, primer hijo del Rey e hijastro de la nueva Reina.

El Hada, sincera ante la Reina, le contó que, aunque sus deseos eran de ayudarla, esto le era imposible, puesto que un poder superior estaba protegiendo al príncipe ¿Cómo era posible? Con claridad, la Reina supo que quien se interponía en sus planes era “La Reina Amable”, quien protegía a su ahijado desde un país lejano con un rubí que le servía de talismán y escudo. Ésta última además sabía de buena guisa las intenciones de la malvada Reina, y advirtió al príncipe que el talismán sólo sería útil mientras permaneciese en su Reino. Esta condición llegó a la Reina mezquina, y ésta concentró sus esfuerzos en sacar al príncipe del reino.

Lo que ella no consiguió lo hizo un accidente. El Rey tenía una hermana con la que conservaba una estrecha relación y con quien se enviaba correspondencia a menudo, pues vivía en un reino lejano. La hermana del Rey, quien no conocía todavía a su maravilloso sobrino, se empeñó en acogerlo como invitado. El Rey, que tenía algunas dudas al respecto, accedió tras consultarlo con su esposa.

Estamos hablando de un momento en el que el Príncipe Alfege contaba ya con catorce años de edad, y ostentaba una belleza y una vigorosidad sin parangón. A lo largo de la infancia había sido criado por una de las grandes Damas de la Corte, quien primero fue su enfermera y posteriormente su institutriz. El cargo pasó tras ello a manos de su marido, que ejerció como su tutor y gobernador. Como el roce hace el cariño, es de imaginar el tremendo afecto que esta familia le profesaba a Alfege, y cómo éste lo devolvía a cambio. De hecho, la hija de ambos, Zaida, era como una hermana para Alfege.

Cuando el Príncipe comenzó a viajar de aquí para allá, era normal que esta pareja, y una larga comitiva, lo acompañasen. Dentro de los dominios de su padre todo era sencillo y agradable, pero los problemas arreciaban al propasar las fronteras. Una vez, se enfrentaron a un desierto plano sobre el que pendía constantemente un sol abrasador. Aunque refugiados bajo un grupo de árboles, la sed arreciaba y hacía daño. Tuvieron la suerte de toparse con un pequeño arroyo, el cual el Príncipe tastó por necesidad el primero. Tan pronto lo hizo, ¡de un chasquido desapareció! Ninguno de los allí presentes se explicaban lo sucedido ni lo encontraron… Mientras el gentío buscaba y gritaba a través de los árboles, un mono negro apareció sobre un saliente de roca y, arrogantemente, les espetó: “Pobre y entristecido gentío, regresad a vuestro reino, pues buscáis en vano a vuestro príncipe. Y sabed que él no volverá hasta que no hayáis errado en reconocerlo durante un tiempo”. Dichas las palabras, el mono desapareció, dejando a la plebe perpleja. Viendo que sus esfuerzos no sirvieron para nada, regresaron al reino. Una vez comunicada la triste noticia de la desaparición, el Rey se apenó hasta tal punto que cayó enfermo y falleció no mucho tiempo después.

La ambición de la Reina se desbocó, pues con el fallecimiento del monarca y la desaparición del heredero, vio a su hijo coronado y a ella misma con un poder casi ilimitado. Pero la Reina no era querida en su reino, pues los lugareños amaban a su Rey y su príncipe verdadero, y todos creían que la mezquindad de la nueva Reina Madre había obrado en su favor. De tan impopular que era, una revolución se erigió en pos de una nueva causa.

Entre tanto, la institutriz del Príncipe Alfege perdió a su amado marido, y hubo de seguir adelante con el cariño de su hija Zaida, quien se había convertido en una chica maravillosa y adorable. Ambas lloraban juntas las tremendas pérdidas sufridas recientemente.

El nuevo y joven Rey, hijo de la malvada Reina, tenía pasión por la caza, y a menudo salía como pasatiempo junto a los más nobles jóvenes del reino. Fue precisamente una larga mañana de cacería cuando un giro se produjo en la historia. Durante el descanso del almuerzo, junto a un arroyo y dentro de una tienda montada para la ocasión, el rey avistó en una rama un mono de un color verde brillante, el cual le miraba tiernamente. El Rey prohibió a sus cortesanos hacerle ningún mal y el mono, vista la confianza depositada en él, fue aproximándose lentamente. Al final, se recostó en el regazo del Rey, y tastó comida. El Rey quedó tan prendado que lo tomó como mascota, y de vuelta al castillo le profirió él mismo los mejores cuidados, sin dejar a nadie que interfiriese.

En la Corte muy pronto se habló del precioso mono verde.

Por otro lado, mientras una mañana la institutriz de Alfege y Zaida estaban solas en casa, el mono, quien se había escapado del palacio, entró por su ventana. El mono se comportaba de forma tan agradable y delicada que, pasado el susto, madre e hija se apegaron a su sorprendente invitado. Se había ganado sus corazones. Pero no hubo de pasar tanto tiempo hasta que el Rey descubrió dónde se había escapado su mascota, y mandó apresarlo de nuevo.

Cuando fue a por él, siempre con buenos modales pues lo quería mucho, el mono se quejó tan lastimosamente que el Rey accedió a dejarlo un tiempo más con las dos mujeres.

Así fue como, una tarde, mientras estaban sentadas en el jardín junto a la fuente, el mono fijó su mirada en Zaida, con una mezcla de tristeza y amor tan profunda que madre e hija quedaron conmovidas. La emotividad se hizo más intensa cuando unos lagrimones empezaron a rodar por las mejillas del mono. En un tiempo pasado, muchos años atrás, un Rey enviudó de la peor manera posible: su Reina falleció durante el nacimiento de su primogénito. Abrumado por la pena, el Rey decidió superarla jurándose proteger y hacer todo cuanto estuviese en sus manos en pos de su heredero. Para su bautizo, el Rey escogió como madrina a una princesa de un reino vecino, célebre por su sabiduría y bondad. Tanto así era que se le reconocía como “La Reina Amable”.

Ésta bautizó al recién nacido como Alfege, y desde aquel momento juró llevarlo en su corazón Aunque de vez en cuando la pena seguía atormentando al Rey, lo cierto es que el tiempo acaba borrándolas, o al menos difuminándolas. De esta forma, volvió a contraer matrimonio, tras dos o tres años, con una princesa de belleza incuestionable, pero de dudosa amabilidad… Con ella, el Rey tuvo un segundo hijo, y la nueva Reina fue carcomida por los celos al saber que su hijo no sería el heredero. Mucho controló su rabia, hasta que no pudo más, y envió a un siervo a negociar con su antigua amiga, el Hada de la Montaña, con tal de que ésta ideara un plan para deshacerse del heredero, primer hijo del Rey e hijastro de la nueva Reina.

El Hada, sincera ante la Reina, le contó que, aunque sus deseos eran de ayudarla, esto le era imposible, puesto que un poder superior estaba protegiendo al príncipe ¿Cómo era posible? Con claridad, la Reina supo que quien se interponía en sus planes era “La Reina Amable”, quien protegía a su ahijado desde un país lejano con un rubí que le servía de talismán y escudo. Ésta última además sabía de buena guisa las intenciones de la malvada Reina, y advirtió al príncipe que el talismán sólo sería útil mientras permaneciese en su Reino. Esta condición llegó a la Reina mezquina, y ésta concentró sus esfuerzos en sacar al príncipe del reino.

Lo que ella no consiguió lo hizo un accidente. El Rey tenía una hermana con la que conservaba una estrecha relación y con quien se enviaba correspondencia a menudo, pues vivía en un reino lejano. La hermana del Rey, quien no conocía todavía a su maravilloso sobrino, se empeñó en acogerlo como invitado. El Rey, que tenía algunas dudas al respecto, accedió tras consultarlo con su esposa.

Estamos hablando de un momento en el que el Príncipe Alfege contaba ya con catorce años de edad, y ostentaba una belleza y una vigorosidad sin parangón. A lo largo de la infancia había sido criado por una de las grandes Damas de la Corte, quien primero fue su enfermera y posteriormente su institutriz. El cargo pasó tras ello a manos de su marido, que ejerció como su tutor y gobernador. Como el roce hace el cariño, es de imaginar el tremendo afecto que esta familia le profesaba a Alfege, y cómo éste lo devolvía a cambio. De hecho, la hija de ambos, Zaida, era como una hermana para Alfege.

Cuando el Príncipe comenzó a viajar de aquí para allá, era normal que esta pareja, y una larga comitiva, lo acompañas en. Dentro de los dominios de su padre todo era sencillo y agradable, pero los problemas arreciaban al propasar las fronteras. Una vez, se enfrentaron a un desierto plano sobre el que pendía constantemente un sol abrasador. Aunque refugiados bajo un grupo de árboles, la sed arreciaba y hacía daño. Tuvieron la suerte de toparse con un pequeño arroyo, el cual el Príncipe tastó por necesidad el primero. Tan pronto lo hizo, ¡de un chasquido desapareció! Ninguno de los allí presentes se explicaban lo sucedido ni lo encontraron… Mientras el gentío buscaba y gritaba a través de los árboles, un mono negro apareció sobre un saliente de roca y, arrogantemente, les espetó: “Pobre y entristecido gentío, regresad a vuestro reino, pues buscáis en vano a vuestro príncipe. Y sabed que él no volverá hasta que no hayáis errado en reconocerlo durante un tiempo”. Dichas las palabras, el mono desapareció, dejando a la plebe perpleja. Viendo que sus esfuerzos no sirvieron para nada, regresaron al reino. Una vez comunicada la triste noticia de la desaparición, el Rey se apenó hasta tal punto que cayó enfermo y falleció no mucho tiempo después.

La ambición de la Reina se desbocó, pues con el fallecimiento del monarca y la desaparición del heredero, vio a su hijo coronado y a ella misma con un poder casi ilimitado. Pero la Reina no era querida en su reino, pues los lugareños amaban a su Rey y su príncipe verdadero, y todos creían que la mezquindad de la nueva Reina Madre había obrado en su favor. De tan impopular que era, una revolución se erigió en pos de una nueva causa.

Entre tanto, la institutriz del Príncipe Alfege perdió a su amado marido, y hubo de seguir adelante con el cariño de su hija Zaida, quien se había convertido en una chica maravillosa y adorable. Ambas lloraban juntas las tremendas pérdidas sufridas recientemente.

El nuevo y joven Rey, hijo de la malvada Reina, tenía pasión por la caza, y a menudo salía como pasatiempo junto a los más nobles jóvenes del reino. Fue precisamente una larga mañana de cacería cuando un giro se produjo en la historia. Durante el descanso del almuerzo, junto a un arroyo y dentro de una tienda montada para la ocasión, el rey avistó en una rama un mono de un color verde brillante, el cual le miraba tiernamente. El Rey prohibió a sus cortesanos hacerle ningún mal y el mono, vista la confianza depositada en él, fue aproximándose lentamente. Al final, se recostó en el regazo del Rey, y tastó comida. El Rey quedó tan prendado que lo tomó como mascota, y de vuelta al castillo le profirió él mismo los mejores cuidados, sin dejar a nadie que interfiriese.

En la Corte muy pronto se habló del precioso mono verde.

Por otro lado, mientras una mañana la institutriz de Alfege y Zaida estaban solas en casa, el mono, quien se había escapado del palacio, entró por su ventana. El mono se comportaba de forma tan agradable y delicada que, pasado el susto, madre e hija se apegaron a su sorprendente invitado. Se había ganado sus corazones. Pero no hubo de pasar tanto tiempo hasta que el Rey descubrió dónde se había escapado su mascota, y mandó apresarlo de nuevo.

Cuando fue a por él, siempre con buenos modales pues lo quería mucho, el mono se quejó tan lastimosamente que el Rey accedió a dejarlo un tiempo más con las dos mujeres.

Así fue como, una tarde, mientras estaban sentadas en el jardín junto a la fuente, el mono fijó su mirada en Zaida, con una mezcla de tristeza y amor tan profunda que madre e hija quedaron conmovidas. La emotividad se hizo más intensa cuando unos lagrimones empezaron a rodar por las mejillas del mono.

Al día siguiente, estando ambas sentadas junto a los jazmines del jardín, comenzaron a hablar sobre el mono verde, mientras éste las observaba desde arriba, en una rama. La madre, que le había dado vueltas a un pensamiento, le dijo a su hija que estaba convencida que el mono no era otro que el Príncipe Alfege. Los gestos airados y el llanto del mono arriba parecían confirmar sus palabras.

Al caer la noche, mientras la señora institutriz dormía, un sueño premonitorio le arrancó de la cama. En él, la Reina Amable le instaba a levantar la losa de mármol emplazada en su jardín junto al mirto, bajo la cual encontraría una jarra de cristal con un líquido verde y brillante.

Dicho fluido debía ser usado para lavar a aquello que la mujer tuviese más en mente en ese momento, acompañado de un baño de rosas. La institutriz no paraba de darle vueltas al sueño, así que, en vela, se levantó y corrió hacia el jardín, donde encontró todo tal y como la Reina Amable le había comunicado en la epifanía. Se apresuró a despertar a Zaida y juntas, sin que nadie más lo supiese, dispusieron un baño de rosas en una gran tina de jaspe, y lavaron al mono con el líquido verde.

El suspense no se mantuvo largo rato, pues casi de inmediato la piel del mono se desprendió y el Príncipe Alfege hizo acto de aparición, conservando cada ápice de belleza y encanto que tenía. El regocijo del reencuentro se escapa a cualquier descripción con palabras, momento tras el cual el Príncipe pasó a relatar sus aventuras y sufrimientos por el desierto. También confesó que la Reina Amable le había ayudado a facilitar un encuentro con su medio hermano, quien ahora era el Rey. Para ponerse al corriente, Alfege, Zaida y su madre necesitaron conversar durante días. En todo ese tiempo, la institutriz no dejó de pensar en cómo aupar a Alfege al trono, el cual le pertenecía por derecho.

La Reina, malvada, por otro lado, sentía creciente una ansiedad, pues había reconocido desde el primer instante a Alfege en el mono que su hijo había tomado como mascota. Sospechas que habían sido confirmadas por el Hada de la Montaña. Buscaba pues el mezquino monarca la forma de deshacerse del mono. Con su falsedad, acudió a su hijo, el Rey, y lloró al tiempo que le contó que le habían llegado noticias de que había gente que conspiraba para destronarlo. El Rey prometió aniquilar a todo aquel que se interpusiese en su camino, y para ello mandó a exploradores y espías. Obviamente, no se le pasaba por la mente que una viuda y su tranquila hija podrían acometer una revolución, pese a las advertencias de su madre… Pero el Rey era precavido, y decidió acudir a comprobarlo por sí mismo, con poca gente de confianza, y sin avisar a su madre. Fue en plena noche, y cuando tocó a la puerta sorprendió a las dos mujeres en plena conversación con el Príncipe Alfege, quien rápidamente se escondió.

Sin andarse con rodeos, el Rey les dijo a la madre y la hija que era consciente del complot contra su persona, y merecía unas explicaciones al respecto. Antes de que ninguna de ellas respondiese, Alfege entró en escena valientemente, reclamando la atención y reconociendo su responsabilidad. Su forma de hablar era tan digna, entusiasta y con gracia, que todos los presentes lo escucharon absortos.

El Rey acabó reconociendo en él a su medio hermano, quien había desaparecido hace años y había sido dado por muerto. En todo momento, como hemos podido contemplar, el Rey había mostrado un talante elegante y justo, no se había dejado persuadir por las malévolas pretensiones de su madre, y no iba a ser menos en ese instante. Con una honradez inusitada, reconoció el derecho al trono de Alfege, y abdicó en su favor allí mismo, frente a la mirada atónita de todos, al tiempo que le besaba la mano en señal de respeto.

Alfege se arrojó a los brazos de su hermano y, juntos, abrazados, acudieron al palacio real. En presencia de toda la corte el Príncipe Alfege se convirtió en Rey, y su hermano portó el honor de colocarle la corona. Para disipar cualquier sombra de duda sobre su identidad, pues nadie daba crédito a la reaparición del joven apuesto, el Rey Alfege mostró el rubí que la Reina Amable le había regalado en su infancia para protegerse. Mientras todos clavaban la mirada en el sello, éste estalló con un ruido estruendoso, y súbitamente la Reina Malvada expiró.

El Rey Alfege no tardó en contraer matrimonio con la persona que realmente amaba: Zaida. El gozo se completó cuando a la boda acudió la Reina Amable. Ésta se aseguró que el Hada de la Montaña, única persona que podía obrar en contra de Alfege, perdía todo el poder sobre el nuevo Rey. Para ello, la obligó a pasar un tiempo con los recién casados, agasajándolos con costosos regalos, y finalmente se retiró para siempre a su lejano país.

El corazón de Alfege, amable, reconoció una deuda con su hermano, y le ofreció compartir el trono. Ambos reinaron, en una historia hasta entonces nunca vista, durante muchos años y en buena salud. Y, como la bondad siempre impera, fueron amados y admirados allá donde fueron. Y pronto, en todo reino y en cada rincón, fueron conocidos en buena fama.

miércoles, 9 de diciembre de 2015

LOS TRES CERDITOS



Al lado de sus padres, tres cerditos habían crecido alegres en una cabaña del bosque. Y como ya eran mayores, sus papás decidieron que era hora de que construyeran, cada uno, su propia casa. Los tres cerditos se despidieron de sus papás, y fueron a ver como era el mundo.

El primer cerdito, el perezoso de la familia, decidió hacer una casa de paja. En un minuto la choza estaba ya hecha. Y entonces se fue a dormir.

El segundo cerdito, un glotón, prefirió hacer la cabaña de madera. No tardo mucho en construirla. Y luego se fue a comer manzanas.

El tercer cerdito, muy trabajador, optó por construirse una casa de ladrillos y cemento. Tardaría más en construirla pero estaría más protegido. Después de un día de mucho trabajo, la casa quedó preciosa. Pero ya se empezaba a oír los aullidos del lobo en el bosque.

No tardó mucho para que el lobo se acercara a las casas de los tres cerditos. Hambriento, el lobo se dirigió a la primera casa y dijo: – ¡Ábreme la puerta! ¡Ábreme la puerta o soplare y tu casa tiraré! Como el cerdito no la abrió, el lobo soplo con fuerza, y derrumbó la casa de paja.

El cerdito, temblando de miedo, salió corriendo y entró en la casa de madera de su hermano. El lobo le siguió. Y delante de la segunda casa, llamó a la puerta, y dijo:

– ¡Ábreme la puerta! ¡Ábreme la puerta o soplare y tu casa tiraré! Pero el segundo cerdito no la abrió y el lobo soplo y soplo, y la cabaña se fue por los aires.

Asustados, los dos cerditos corrieron y entraron en la casa de ladrillos de su otro hermano. Pero, como el lobo estaba decidido a comérselos, llamó a la puerta y grito: – ¡Ábreme la puerta! ¡Ábreme la puerta o soplare y tu casa tiraré! Y el cerdito trabajador le dijo: – ¡Soplas lo que quieras, pero no la abriré!

Entonces el lobo soplo y soplo. Sopló con todas sus fuerzas, pero la casa ni se movió. La casa era muy fuerte y resistente. El lobo se quedó casi sin aire. Pero aunque el lobo estaba muy cansado, no desistía. Trajo una escalera, subió al tejado de la casa y se deslizó por el pasaje de la chimenea. Estaba empeñado en entrar en la casa y comer a los tres cerditos como fuera. Pero lo que el no sabía es que los cerditos pusieron al final de la chimenea, un caldero con agua hirviendo. Y el lobo, al caerse por la chimenea acabó quemándose con el agua caliente. Dio un enorme grito y salió corriendo y nunca más volvió. Así los cerditos pudieron vivir tranquilamente. Y tanto el perezoso como el glotón aprendieron que solo con el trabajo se consigue las cosas.

martes, 8 de diciembre de 2015

EL CERDO Y LOS CARNEROS



Se metió un cerdo dentro de un rebaño de carneros, y pacía con ellos. Pero un día lo capturó el pastor y el cerdo se puso a gruñir y forcejar.
Los carneros lo regañaban por gritón diciéndole:
— A nosotros también nos echa mano constantemente y nunca nos quejamos.
— Ah sí — replicó el cerdo –, pero no es con el mismo fin. A ustedes les echan mano por la lana, pero a mí es por mi carne.

lunes, 7 de diciembre de 2015

BLANCANIEVES



En un país muy lejano vivía una bella princesita llamada Blancanieves, que tenía una madrastra, la reina, muy vanidosa.

La madrastra preguntaba a su espejo mágico y éste respondía:

- Tú eres, oh reina, la más hermosa de todas las mujeres.

Y fueron pasando los años. Un día la reina preguntó como siempre a su espejo mágico:

- ¿Quién es la más bella?

Pero esta vez el espejo contestó:

- La más bella es Blancanieves.

Entonces la reina, llena de ira y de envidia, ordenó a un cazador:

- Llévate a Blancanieves al bosque, mátala y como prueba de haber realizado mi encargo, tráeme en este cofre su corazón.

Pero cuando llegaron al bosque el cazador sintió lástima de la inocente joven y dejó que huyera, sustituyendo su corazón por el de un jabalí.

Blancanieves, al verse sola, sintió miedo y lloró. Llorando y andando pasó la noche, hasta que, al amanecer llegó a un claro en el bosque y descubrió allí una preciosa casita.

Entró sin dudarlo. Los muebles eran pequeñísimos y, sobre la mesa, había siete platitos y siete cubiertos diminutos. Subió a la alcoba, que estaba ocupada por siete camitas. La pobre Blancanieves, agotada tras caminar toda la noche por el bosque, juntó todas las camitas y al momento se quedó dormida.

Por la tarde llegaron los dueños de la casa: siete enanitos que trabajaban en unas minas y se admiraron al descubrir a Blancanieves.

Entonces ella les contó su triste historia. Los enanitos suplicaron a la niña que se quedase con ellos y Blancanieves aceptó, se quedó a vivir con ellos y todos estaban felices.

Mientras tanto, en el palacio, la reina volvió a preguntar al espejo:

- ¿Quién es ahora la más bella?

- Sigue siendo Blancanieves, que ahora vive en el bosque en la casa de los enanitos...

Furiosa y vengativa como era, la cruel madrastra se disfrazó de inocente viejecita y partió hacia la casita del bosque.

Blancanieves estaba sola, pues los enanitos estaban trabajando en la mina. La malvada reina ofreció a la niña una manzana envenenada y cuando Blancanieves dio el primer bocado, cayó desmayada.

Al volver, ya de noche, los enanitos a la casa, encontraron a Blancanieves tendida en el suelo, pálida y quieta, creyeron que había muerto y le construyeron una urna de cristal para que todos los animalitos del bosque pudieran despedirse de ella.

En ese momento apareció un príncipe a lomos de un brioso corcel y nada más contemplar a Blancanieves quedó prendado de ella. Quiso despedirse besándola y de repente, Blancanieves volvió a la vida, pues el beso de amor que le había dado el príncipe rompió el hechizo de la malvada reina.

Blancanieves se casó con el príncipe y expulsaron a la cruel reina y desde entonces todos vivieron felices.


sábado, 5 de diciembre de 2015

PINOCHO



Hace mucho tiempo, un carpintero llamado Gepeto, como se sentía muy solo, cogió de su taller un trozo de madera y construyó un muñeco llamado Pinocho.

–¡Qué bien me ha quedado! –exclamó–. Lástima que no tenga vida. Cómo me gustaría que mi Pinocho fuese un niño de verdad. Tanto lo deseaba que un hada fue hasta allí y con su varita dio vida al muñeco.

–¡Hola, padre! –saludó Pinocho.

–¡Eh! ¿Quién habla? –gritó Gepeto mirando a todas partes.

–Soy yo, Pinocho. ¿Es que ya no me conoces?

–¡Parece que estoy soñando! ¡Por fin tengo un hijo!

Gepeto pensó que aunque su hijo era de madera tenía que ir al colegio. Pero no tenía dinero, así que decidió vender su abrigo para comprar los libros.

Salía Pinocho con los libros en la mano para ir al colegio y pensaba:

–Ya sé, estudiaré mucho para tener un buen trabajo y ganar dinero, y con ese dinero compraré un buen abrigo a Gepeto.

De camino, pasó por la plaza del pueblo y oyó:

–¡Entren, señores y señoras! ¡Vean nuestro teatro de títeres!

Era un teatro de muñecos como él y se puso tan contento que bailó con ellos. Sin embargo, pronto se dio cuenta de que no tenían vida y bailaban movidos por unos hilos que llevaban atados a las manos y los pies.

–¡Bravo, bravo! –gritaba la gente al ver a Pinocho bailar sin hilos.

–¿Quieres formar parte de nuestro teatro? –le dijo el dueño del teatro al acabar la función.

–No porque tengo que ir al colegio.

–Pues entonces, toma estas monedas por lo bien que has bailado –le dijo un señor.

Pinocho siguió muy contento hacia el cole, cuando de pronto:

–¡Vaya, vaya! ¿Dónde vas tan deprisa, jovencito? –dijo un gato muy mentiroso que se encontró en el camino.
–Voy a comprar un abrigo a mi padre con este dinero.

–¡Oh, vamos! –exclamó el zorro que iba con el gato–. Eso es poco dinero para un buen abrigo. ¿No te gustaría tener más?

–Sí, pero ¿cómo? –contestó Pinocho.

–Es fácil –dijo el gato–. Si entierras tus monedas en el Campo de los Milagros crecerá una planta que te dará dinero.

–¿Y dónde está ese campo?

–Nosotros te llevaremos –dijo el zorro.

Así, con mentiras, los bandidos llevaron a Pinocho a un lugar lejos de la ciudad, le robaron las monedas y le ataron a un árbol.

Gritó y gritó pero nadie le oyó, tan sólo el Hada Azul.

–¿Dónde perdiste las monedas?

–Al cruzar el río –dijo Pinocho mientras le crecía la nariz.

Se dio cuenta de que había mentido y, al ver su nariz, se puso a llorar.

–Esta vez tu nariz volverá a ser como antes, pero te crecerá si vuelves a mentir –dijo el Hada Azul.

Así, Pinocho se fue a la ciudad y se encontró con unos niños que reían y saltaban muy contentos.

–¿Qué es lo que pasa? –preguntó.

–Nos vamos de viaje a la Isla de la Diversión, donde todos los días son fiesta y no hay colegios ni profesores. ¿Te quieres venir?

–¡Venga, vamos!

Entonces, apareció el Hada Azul.

–¿No me prometiste ir al colegio? –preguntó.

–Sí –mintió Pinocho–, ya he estado allí.

Y, de repente, empezaron a crecerle unas orejas de burro. Pinocho se dio cuenta de que le habían crecido por mentir y se arrepintió de verdad. Se fue al colegio y luego a casa, pero Gepeto había ido a buscarle a la playa con tan mala suerte que, al meterse en el agua, se lo había tragado una ballena.

–¡Iré a salvarle! –exclamó Pinocho.

Se fue a la playa y esperó a que se lo tragara la ballena. Dentro vio a Gepeto, que le abrazó muy fuerte.

–Tendremos que salir de aquí, así que encenderemos un fuego para que la ballena abra la boca.

Así lo hicieron y salieron nadando muy deprisa hacia la orilla. El papá del muñeco no paraba de abrazarle. De repente, apareció el Hada Azul, que convirtió el sueño de Gepeto en realidad, ya que tocó a Pinocho y lo convirtió en un niño de verdad.