No obstante, su vida era difícil y ajetreada. Nunca le alcanzaba el tiempo para algo más que trabajar.
Aunque
siempre era la misma rutina, al final del día el tiempo simplemente se le
escurría como los días calurosos de verano al entrar el otoño seguido por el
invierno.
Todas las
semanas eran lo mismo, de su casa al trabajo, del trabajo al café de la esquina,
del café de la esquina al trabajo y del trabajo, finalmente, a su casa.
Eran los
fines de semana cuando podía tomar una siesta de dos horas para respirar
tranquilamente y relajarse antes de comenzar el papeleo que tenía que revisar y
tener listo para el lunes.
Un día,
mientras iba de regreso a su casa, desde la oscuridad de la noche se le cruzó
por el camino una Niña que llevaba un osito de peluche apretado en su bracito
junto al corazón.
La
pequeña no llevaba zapatos y su vestidito, ya gastado, tenia hoyitos en las
bolsitas que lo decoraban.
El joven
hombre, sorprendido por la casualidad, no supo qué hacer ante la presencia de
la niña. Jamás había visto a alguien caminar las calles a altas horas de la
noche.
Calladamente
la observó, sin hacer el más mínimo ruido para no asustarla, mientras mil cosas
pasaban por su mente pero ni una que lo dejara conforme ante la presencia.
-¿Una
Niña? ¿A esta hora de la noche? ¿Quizá esté perdida o fue abandonada?
No,
nada tenía sentido. Nada. Nada. Quiso hablarle pero su boca era muda, ni una
media palabra pudo pronunciar.
Siguió
mirándola fijamente pero la pequeñita parecía ignorar la presencia del joven.
Sin decir nada, la Niña siguió caminando aun con su osito en su brazo.
Cuando el
joven giró para ver a donde se dirigía la Niñita, y para su sorpresa, la
pequeña ya se había esfumado entre la noche.
Ni un
ruido ni una sombra, simplemente la pequeña se había esfumado como el humo.
Perplejo, perdido y paralizado quedó el joven ante lo ocurrido. Ni un ruido, ni
una sombra. Nada.
Se iba
adentrando más la noche y él seguía parado en el mismo lugar. El miedo empezó a
apoderarse de todo su cuerpo; el sudor frio le corría por la espalda y su
respiración era cada vez más rápida. Sus manos empezaron a sudar
incontrolablemente y su boca era un desierto.
Duró un
momento en el mismo lugar tratando de recuperar la calma. Consiguió parpadear
varias veces y finalmente dar unos cuantos pasos. Respiró profundamente y cerró
sus ojos.
Poco a
poco fue recuperándose del congelamiento. Dio unos cuantos pasos más. Aun
sentía miedo, pero se reafirmó y caminó hacia la oscuridad de la noche donde
pensó que la Niña podría haber ido.
Las
calles se hacían más y más oscuras. Había un silencio panti onezco que volvería
loco a cualquiera, pero no al joven. El seguía caminando, con miedo pero firme
en su decisión de seguir los pasos de la Niña.
-Pero, si
aquí no hay nadie.- pensó.
Se detuvo
y miró hacia los lados. Nada. No había nada por ningún lugar.
-¿Y si
fue una alucinación mía?- se pregunto.
En ese momento,
entre las sombras, una figura pequeña hacía su presencia. El joven dio unos
pasos hacia atrás, tratando de mantener su balance. La figura se detuvo a una
corta distancia de él y lentamente iba levantando su cabecita volviéndose hacia
donde el joven estaba parado.
Era ella,
La Niñita, y aun mantenía su osito apretado en su brazo.
Él
respiró profundamente dejando salir un sonido ahogado. Su corazón empezó a
latir más fuerte, interrumpiendo la música del silencio muerto. BOOM, BOOM,
BOOM, BOOM… La pequeña se percató del sonido que se estrellaba en el pecho del
joven.
-¿Por qué
tienes miedo?- le pregunto la pequeña.
Con una
voz temblorosa que apenas se podía escuchar le contestó, -yo… yo… yo no
te…tengo mi…miedo.- Trató de controlarse lográndolo poco a poco, y de la nada
la luz de la calle se prendió.
La Niña
lo veía sin parpadear. Sus ojos eran profundos, profundos como el mar. Había un
brillo muy peculiar en ellos.
Un brillo
que no reflejaba felicidad sino una profunda tristeza que ni el mismo joven podía
descifrar. La Niña bajó la mirada lentamente.
-¿Escuchas
eso?-
Él la
miró abrumado por la pregunta. La noche era una tumba, pues no había ruido
alguno que el joven pudiera percatar.
-Vienen
por mí. ¿Escuchas los pasos? Ya vienen por mí.-
El joven
no sabía que responder. Aun no lograba escuchar lo que la Niña sí.
-Ya están
a punto de llegar. ¿Quieres conocerlos? Son mi familia.-
-¿Tu
familia?- pregunto dudoso.
-Sí, mi
familia ya viene. Por fin nos vamos de aquí.-
-¿Y… y a
dónde se van?-
-A un
lugar donde tú no puedes venir… aun.-
-Pero, si
yo no me quiero ir. Yo vivo aquí y aquí tengo mi casa y mi trabajo. No necesito
de ir a ningún otro lugar.-
-Sabes,
algún día te iras de aquí dejando todo: tú casa, tú trabajo, todo…-
-¿Cómo lo
sabes?-
-Sólo te
puedo decir que lo sé… mira, ya llegaron por mí.-
El joven
giró, y, ahí estaban, dos figuras pequeñas igual que la niña. Se acercaban poco
a poco hacia la Niña con una sonría.
El brillo
de triste que antes gobernaba en los ojos de la pequeña se borró completamente
de su mirada profunda como el mar.
-¡Por fin
llegaron! Los estaba esperando. Es hora de irnos.-
-¿Pero, a
donde van? Son muy pequeños para andar solos por las calles. ¿Y sus papas?-
-Ellos
nos esperan allá a donde vamos.- respondió uno de los niños.
El joven
estaba completamente perdido. No lograba entender nada de lo que había sucedido
esa noche. Todo era confuso.
Cerró los
ojos para ver si podía, de esa forma, concentrarse mejor. Nada.
Abrió los
ojos y para su sorpresa ya no había nada ni nadie. La luz de la calle se había
apagado y sólo quedaba la luz de la luna. Los tres niños se habían marchado
entre las sombras de la noche. Ni un rastro de ellos. Nada. Sólo quedo, ahí,
tirado en el suelo
el osito que la Niña apretaba en su brazo.
El joven
se acercó y lo recogió lentamente. Lo miro por varios minutos y lo guardó en su
saco. Cerró sus ojos nuevamente y respiro profundo, más profundo de lo normal.
Abrió sus
ojos y vio una claridad. Asustado, se levantó de un brinco. Estaba en su casa
tomando su siesta de dos horas las cuales se habían alargado a tres.
-Pero…
como es que… pero… yo… es domingo.-
Caminó
hacia la ventana. El sol ya iba bajando para dejar que la luna se encargara de
la noche.
-Ya veo,
todo fue un sueño.-
Se dio la
vuelta dirigiéndose hacia su portafolio que había dejado en el sillón. Antes de
tomarlo, se percato de que había algo detrás.
Lo
levantó lentamente y en ese mismo instante lo dejo caer haciendo retumbar el
piso. Su corazón empezó a latir con fuerza. BOOM, BOOM, BOOM…
Y con una
sonrisa, de oreja a oreja, se encontraba el osito sentado en el sillón.
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