sábado, 21 de febrero de 2015

EL MONSTRUO DEL LAGO



Érase una vez la hija de un poderoso rey. Se llamaba Untombina y era muy valiente. En el país en que ella habitaba existía un lago encantado al que ningún ser humano se acercaba. 

En el lago vivía un Monstruo que, sin compasión ni piedad, se llevaba al fondo a cuantos se extraviaban por aquella región y a los que equivocadamente intentaban bañarse en las claras aguas del lago.


Untombina había oído hablar con frecuencia del Monstruo y también sabía dónde estaba el lago que aquél habitaba.

Sucediéronse lluvias torrenciales y muy continuas en todo el país, y las tierras quedaron inundadas; entonces Untombina dijo a sus padres:

–Yo quiero ir a ver al Monstruo del lago para preguntarle si podría hacer cesar esta lluvia pertinaz-

Pero su padre, el Rey, se lo prohibió, y su madre derramó abundantes lágrimas a la sola idea de lo que pudiese suceder, ya que era terca Untombina, y lo más fácil de suponer era que el Monstruo la devorase.

En consecuencia, la muchacha permaneció en casa, más que por la prohibición paterna y los llantos de la madre, porque, estando el país inundado, se hacían los caminos intransitables.

Pero, al año siguiente, empezó a llover de nuevo y las aguas llegaron hasta lo más alto de los más altos muros que rodeaban el poblado, y Untombina no pudo contenerse por más tiempo. Quiso ir a toda costa al lago encantado y fue imposible disuadirla; ya ni escuchó la voz autorizada del padre, ni las lágrimas de desconsuelo de la madre la cambiaron de propósito.

Convocó a todas las muchachas del pueblo y eligió, de entre todas, a doscientas para que la acompañasen en el viaje. Se vistió como una novia. Siguiendo su ejemplo, las muchachas ataviáronse con sus mejores galas y sus más preciadas joyas.


Salieron juntas por las puertas del poblado. Untombina en medio y cien muchachas a cada lado del camino, formando como una Corte de honor. Riendo y cantando caminaban las jóvenes, como si llevaran a la novia al novio, y cuando encontraban por el camino a los mercaderes que, en grandes carretas tiradas por bueyes, recorrían el país, los llamaban con voces joviales y gozosas y les preguntaban cuál, de entre todas, era la más bella.

Los hombres se acercaban y contestaban que ellos encontraban a todas muy lindas, pero ninguna comparable con Untombina.

– Pues – decían los mercaderes – la hija de vuestro rey es esbelta como el árbol de la altura y tan lozana coma la fresca hierba que brota después de las lluvias fecundas

Cuando las otras jóvenes oían estas palabras se enfadaban tanto que maltrataban a los mercaderes y los llenaban de improperios. Luego proseguían su camino. Era un alegre, espectáculo ver a aquellas encantadoras jóvenes caminando jovialmente, ataviadas con primor y luciendo sus mejores joyas, refulgentes al sol, y sus collares y brazaletes de ricas perlas.

Declinaba el día cuando las bellas muchachas llegaron al encantado lago. Y, al llegar, se despojaron de todas sus galas y saltaron al agua fresca y cristalina para bañarse a los últimos rayos del sol.

¡Qué alegres estaban las lindas negritas! Chapoteaban,  se tiraban unas a otras agua del lago, brincaban, saltaban y nadaban alborozadas.

Desapareció el sol y tuvieron que buscar un sitio donde pudieran dormir. Realmente ya era hora de abandonar el placer del lago. Así lo hicieron, pero podéis imaginaros su espanto cuando advirtieron la falta de sus lindas sayas y vestidos, de los aros de los tobillos, collares y brazaletes.

– ¡Oh, oh, oh!– gritaron a una ­ -¡Mira, Untombina, el Monstruo del lago nos ha robado todas nuestras prendas y joyas! ¿Qué hacemos ahora?… Oh, Untombina, ¿qué hacemos ahora?-

Gritaban tan fuerte como podían; tan sólo Untombina permanecía indiferente y altiva, contemplando a las muchachas asustadas.

Al fin la más atrevida de todas dijo gritando:

–¡La culpa es tuya, Untombina; sólo tú nos has traído esta desgracia!-
Otra, muy piadosa por cierto, propuso que todas se arrodillaran y suplicaran al Monstruo que les devolviera lo que les había robado.

Pero Untombina rehusó, altiva, la proposición.

–Yo soy la hija del rey– dijo –y no pienso humillarme ante el Monstruo.
Y diciendo esto se apartó de las otras muchachas que, entre lágrimas y sollozos, suplicaban al Monstruo les devolviese sus tesoros.

-¡Oh, señor de este lago– clamaron –devuélvenos nuestras preciosas joyas y ricos vestidos! No quisimos hacerte ofensa ni daño. Fue Untombina, la hija de nuestro rey, la que aquí nos trajo. Solamente ella tiene toda la culpa.

Y entonces, de repente, vestido tras vestido, aro tras aro, collar tras collar, brazalete tras brazalete, empezaron a caer como llovidos del cielo sobre la orilla del lago. Y, al cabo de un corto espacio de tiempo, las doscientas muchachas, que habían acompañado, a Untombina estaban vestidas y dispuestas a regresar al poblado.

Tan sólo Untombina no se había vestido. Altiva, permanecía erguida con los brazos cruzados sobre su pecho y, cuando las muchachas le rogaban que pidiera al Monstruo que le devolviese sus vestidos y sus joyas, ninguna palabra salió de sus labios.

–Oh, Untombina, hazlo, por favor. Pídeselos, Untombina– le suplicaban las muchachas. Pero Untombina irguióse más altiva y más orgullosa aún, tanto que a los ojos de sus compañeras no parecía tan linda, y contestó:

–Jamás. Yo soy la hija de un rey y no suplico a nadie-

Cuando el Monstruo del lago oyó estas palabras, salió a flor de agua, se apoderó de la orgullosa muchacha y se la tragó.

Lanzando gritos de terror las muchachas huyeron como galgos y al llegar al poblado contaron lo que le había ocurrido a la hija del rey.

–¡Oh!– sollozó el desventurado padre; –yo se lo había advertido innumerables veces, pero ella no quiso escucharme. Pero aguardad, muy pronto, la libertaremos de las garras del Monstruo. Y ordenó:

–¡Mis guerreros, armaos de vuestros escudos, lanzas, hondas, arcos y agudas flechas! ¡Vamos a libertar a mi hija!

Pronto todo un ejército de guerreros negros se puso en marcha hacia el lago encantado.


El Monstruo asomó la cabeza fuera del agua, y al ver a tantos guerreros, abrió su descomunal y gigantesca boca y se tragó a un sinfín de ellos con la facilidad con que antes se tragara a Untombina.

Su enorme cuerpo parecía que iba agrandándose por momentos, y era verdaderamente espantoso ver cómo perseguía a los que intentaban salvarse; y así fue la persecución hasta las mismas puertas del poblado.

Pero junto a la puerta estaba el rey con la más aguda de las lanzas que poseía y se enfrentó con el Monstruo, cuyo cuerpo se extendía por casi sobre una legua de distancia, ¡tan enormes eran sus proporciones!

El viejo rey era un valiente guerrero muy diestro en el arte de batallar, y supo al instante dónde tenía que atacar a su enemigo. Primero le hundió la lanza en la garganta y luego le hizo un agujero en un costado. Por este costado empezaron a salir todos sus guerreros y finalmente la valerosa Untombina, más altiva que nunca.


El rey la tomó de la mano y la acompañó en triunfo hasta su madre, que tanto había llorado por ella.

Afortunadamente el Monstruo fue muerto, y el lago donde habitaba quedó, desde aquel instante, desencantado.

miércoles, 18 de febrero de 2015

EL DIABLO Y SUS TRAVESURAS



Cierto día un duende malo, el peor de todos, puesto que era el diablo, estaba muy contento porque había preparado un espejo que tenía la propiedad de que todo lo bueno, bonito y noble que en él se reflejaba desaparecía, y todo lo malo, feo e innoble aumentaba y se distinguía mejor que antes.

¡Qué diablura malvada! Los paisajes más hermosos, al reflejarse en el espejo, parecían espinacas hervidas y las personas más buenas tomaban el aspecto de monstruos o se veían cabeza abajo; las caras se retorcían de tal forma que no era posible reconocerlas, y si alguna tenía una peca, ésta crecía hasta cubrirle la boca, la nariz y la frente.

-¡Vengan diablitos, miren que divertido!- decía el diablo.

Había algo peor todavía. Si uno tenía buenos pensamientos, aparecía en el espejo con una sonrisa diabólica, y el peor de todos los duendes se reía satisfecho de su astuta invención. Los alumnos de su escuela, pues tenía una porque era profesor, decían que el espejo era milagroso, porque en él se podía ver, afirmaban, cómo eran en realidad el mundo y los hombres.

Lo llevaron por todos los países y no quedó ningún hombre que no se hubiese visto completamente desfigurado. Pero los diablos no estaban satisfechos.

-¡Quisiéramos llevarlo al Cielo para burlarnos de los ángeles! -dijeron sus alumnos.

Así lo hicieron, pero cuanto más subían, más muecas hacía el espejo y más se movía, y casi no lo podían sostener. Subieron y subieron con su carga, acercándose a Dios y a los ángeles. El espejo seguía moviéndose; se agitaba con tanta fuerza que se les escapó de las manos y cayó a tierra y se rompió en más de cien millones de pedazos.

Pero entonces la cosa fue peor todavía, porque había partículas que eran del tamaño de un granito de arena y se esparcieron por todo el mundo, y si caían en el ojo de alguien, se incrustaban en él y los hombres lo veían todo deformado y sólo distinguían lo malo, porque el más pequeño trozo conservaba el poder de todo el espejo.

Lo terrible era cuando una partícula se incrustaba en el corazón de una persona, porque se convertía en un pedazo de hielo. Algunos hicieron cristales de gafas con los trozos que se encontraron pero fue espantoso. El que se ponía las gafas veía todas las cosas transformadas en cosas tristes y desagradables y ya no podía ser feliz.

El diablo se desternillaba de risa vendo lo que habían hecho sus discípulos. Se reía tan a gusto que su gordo vientre se agitaba y se cansaba de felicitar a sus alumnos.

martes, 10 de febrero de 2015

LA DONCELLA SIN MANOS



A un molinero le iban mal las cosas, y cada día era más pobre; al fin, ya no le quedaban sino el molino y un gran manzano que había detrás. Un día se marchó al bosque a buscar leña, y he aquí que le salió al encuentro un hombre ya viejo, a quien jamás había visto, y le dijo:
-¿Por qué fatigarse partiendo leña? Yo te haré rico sólo con que me prometas lo que está detrás del molino-
«¿Qué otra cosa puede ser sino el manzano?», pensó el molinero, y aceptó la condición del desconocido. Éste le respondió con una risa burlona:
-Dentro de tres años volveré a buscar lo que es mío- y se marchó.
Al llegar el molinero a su casa, salió a recibirlo su mujer.
-Dime, ¿cómo es que tan de pronto nos hemos vuelto ricos? En un abrir y cerrar de ojos se han llenado todas las arcas y cajones, no sé cómo y sin que haya entrado nadie-
Respondió el molinero:
-He encontrado a un desconocido en el bosque, y me ha prometido grandes tesoros. En cambio, yo le he prometido lo que hay detrás del molino. ¡El manzano bien vale todo eso!-
-¿Qué has hecho, marido?- exclamó la mujer horrorizada. Era el diablo, y no se refería al manzano, sino a nuestra hija, que estaba detrás del molino barriendo la era.
La hija del molinero era una muchacha muy linda y piadosa; durante aquellos tres años siguió viviendo en el temor de Dios y libre de pecado. Transcurrido que hubo el plazo y llegado el día en que el maligno debía llevársela, se lavó con todo cuidado, y trazó con tiza un círculo a su alrededor. Se presentó el diablo de madrugada, pero no pudo acercársele y dijo muy colérico al molinero:
-Quita toda el agua, para que no pueda lavarse, pues de otro modo no tengo poder sobre ella-
El molinero, asustado, hizo lo que se le mandaba. A la mañana siguiente volvió el diablo, pero la muchacha había estado llorando con las manos en los ojos, por lo que estaban limpísimas. Así tampoco pudo acercársele el demonio, que dijo furioso al molinero:
-Córtale las manos, pues de otro modo no puedo llevármela-
-¡Cómo puedo cortar las manos a mi propia hija!- contestó el hombre horrorizado. Pero el otro le dijo con tono amenazador:
-Si no lo haces, eres mío, y me llevaré a ti-
El padre, espantado, prometió obedecer y dijo a su hija: -Hija mía, si no te corto las dos manos, se me llevará el demonio, así se lo he prometido en mi desesperación. Ayúdame en mi desgracia, y perdóname el mal que te hago-
-Padre mío- respondió ella -haz conmigo lo que te plazca; soy tu hija-
Y, tendiendo las manos, se las dejó cortar. Vino el diablo por tercera vez, pero la doncella había estado llorando tantas horas con los muñones apretados contra los ojos, que los tenía limpísimos. Entonces el diablo tuvo que renunciar; había perdido todos sus derechos sobre ella.
Dijo el molinero a la muchacha:
-Por tu causa he recibido grandes beneficios; mientras viva, todos mis cuidados serán para ti-
Pero ella le respondió:
-No puedo seguir aquí; voy a marcharme. Personas compasivas habrá que me den lo que necesite-
Se hizo atar a la espalda los brazos amputados, y, al salir el sol, se puso en camino. Anduvo todo el día, hasta que cerró la noche. Llegó entonces frente al jardín del Rey, y, a la luz de la luna, vio que sus árboles estaban llenos de hermosísimos frutos; pero no podía alcanzarlos, pues el jardín estaba rodeado de agua. Como no había cesado de caminar en todo el día, sin comer ni un solo bocado, sufría mucho de hambre y pensó: «¡Ojalá pudiera entrar a comer algunos de esos frutos! Si no, me moriré de hambre». Se arrodilló e invocó a Dios, y he aquí que de pronto apareció un ángel. Éste cerró una esclusa, de manera que el foso quedó seco, y ella pudo cruzarlo a pie enjuto. Entró entonces la muchacha en el jardín, y el ángel con ella. Vio un peral cargado de hermosas peras, todas las cuales estaban contadas. Se acercó y comió una, cogiéndola del árbol directamente con la boca, para acallar el hambre, pero no más. El jardinero la estuvo observando; pero como el ángel seguía a su lado, no se atrevió a intervenir, pensando que la muchacha era un espíritu; y así se quedó callado, sin llamar ni dirigirle la palabra. Comido que hubo la pera, la muchacha, sintiendo el hambre satisfecha, fue a ocultarse entre la maleza.
El Rey, a quien pertenecía el jardín, se presentó a la mañana siguiente, y, al contar las peras y notar que faltaba una, preguntó al jardinero qué se había hecho de ella. Y respondió el jardinero:
-Anoche entró un espíritu, que no tenía manos, y se comió una directamente con la boca-
-¿Y cómo pudo el espíritu atravesar el agua?- dijo el Rey. -¿Y adónde fue, después de comerse la pera?-
-Bajó del cielo una figura, con un vestido blanco como la nieve, que cerró la esclusa y detuvo el agua, para que el espíritu pudiese cruzar el foso. Y como no podía ser sino un ángel, no me atreví a llamar ni a preguntar nada. Después de comerse la pera, el espíritu se retiró-
-Si las cosas han ocurrido como dices- declaró el Rey, -esta noche velaré contigo-
Cuando ya oscurecía, el Rey se dirigió al jardín, acompañado de un sacerdote, para que hablara al espíritu. Se sentaron los tres debajo del árbol, atentos a lo que ocurriera. A medianoche se presentó la doncella, viniendo del boscaje, y, acercándose al peral, se comió otra pera, alcanzándola directamente con la boca; a su lado se hallaba el ángel vestido de blanco. Salió entonces el sacerdote y preguntó:
-¿Vienes del mundo o vienes de Dios? ¿Eres espíritu o un ser humano?-
A lo que respondió la muchacha:
-No soy espíritu, sino una criatura humana, abandonada de todos menos de Dios-
Dijo entonces el Rey:
-Si te ha abandonado el mundo, yo no te dejaré-
Y se la llevó a su palacio, y, como la viera tan hermosa y piadosa, se enamoró de ella, mandó hacerle unas manos de plata y la tomó por esposa.
Al cabo de un año, el Rey tuvo que partir para la guerra, y encomendó a su madre la joven reina, diciéndole:
-Cuando sea la hora de dar a luz, atiéndela y cuídala bien, y envíame en seguida una carta-
Sucedió que la Reina tuvo un hijo, y la abuela se apresuró a comunicar al Rey la buena noticia. Pero el mensajero se detuvo a descansar en el camino, junto a un arroyo, y, extenuado de su larga marcha, se durmió. Acudió entonces el diablo, siempre dispuesto a dañar a la virtuosa Reina, y trocó la carta por otra, en la que ponía que la Reina había traído al mundo un monstruo. Cuando el Rey leyó la carta, se espantó y se entristeció sobremanera; pero escribió en contestación que cuidasen de la Reina hasta su regreso.
Se volvió el mensajero con la respuesta, y se quedó a descansar en el mismo lugar, durmiéndose también como a la ida. Vino el diablo nuevamente, y otra vez le cambió la carta del bolsillo, sustituyéndola por otra que contenía la orden de matar a la Reina y a su hijo. La abuela se horrorizó al recibir aquella misiva, y, no pudiendo prestar crédito a lo que leía, volvió a escribir al Rey; pero recibió una respuesta idéntica, ya que todas las veces el diablo cambió la carta que llevaba el mensajero. En la última le ordenaba incluso que, en testimonio de que había cumplido el mandato, guardase la lengua y los ojos de la Reina.
Pero la anciana madre, desolada de que hubiese de ser vertida una sangre tan inocente, mandó que por la noche trajesen un ciervo, al que sacó los ojos y cortó la lengua. Luego dijo a la Reina:
-No puedo resignarme a matarte, como ordena el Rey; pero no puedes seguir aquí. Márchate con tu hijo por el mundo, y no vuelvas jamás-
Le ató el niño a la espalda, y la desgraciada mujer se marchó con los ojos anegados en lágrimas.
Llegado que hubo a un bosque muy grande y salvaje, se hincó de rodillas e invocó a Dios. Se le apareció el ángel del Señor y la condujo a una casita, en la que podía leerse en un letrerito: «Aquí todo el mundo vive de balde». Salió de la casa una doncella, blanca como la nieve, que le dijo: «Bienvenida, Señora Reina», y la acompañó al interior.
Desatándole de la espalda a su hijito, se lo puso al pecho para que pudiese darle de mamar, y después lo tendió en una camita bien mullida. Le preguntó entonces la pobre madre:
-¿Cómo sabes que soy reina?-
Y la blanca doncella, le respondió:
-Soy un ángel que Dios ha enviado a la tierra para que cuide de ti y de tu hijo-
La joven vivió en aquella casa por espacio de siete años, bien cuidada y atendida, y su piedad era tanta, que Dios, compadecido, hizo que volviesen a crecerle las manos.
Finalmente, el Rey, terminada la campaña, regresó a palacio, y su primer deseo fue ver a su esposa e hijo. Entonces la anciana reina prorrumpió a llorar, exclamando:
-¡Hombre malvado! ¿No me enviaste la orden de matar a aquellas dos almas inocentes?- y le mostró las dos cartas falsificadas por el diablo, añadiendo: -Hice lo que me mandaste ­y le enseñó la lengua y los ojos-
El Rey prorrumpió a llorar con gran amargura y desconsuelo, por el triste fin de su infeliz esposa y de su hijo, hasta que la abuela, apiadada, le dijo:
-Consuélate, que aún viven. De escondidas hice matar una cierva, y guardé estas partes como testimonio. En cuanto a tu esposa, le até el niño a la espalda y la envié a vagar por el mundo, haciéndole prometer que jamás volvería aquí, ya que tan enojado estabas con ella- Dijo entonces el Rey.
-No cesaré de caminar mientras vea cielo sobre mi cabeza, sin comer ni beber, hasta que haya encontrado a mi esposa y a mi hijo, si es que no han muerto de hambre o de frío-
Estuvo el Rey vagando durante todos aquellos siete años, buscando en todos los riscos y grutas, sin encontrarla en ninguna parte, y ya pensaba que habría muerto de hambre. En todo aquel tiempo no comió ni bebió, pero Dios lo sostuvo. Por fin llegó a un gran bosque, y en él descubrió la casita con el letrerito: «Aquí todo el mundo vive de balde». Salió la blanca doncella y, cogiéndolo de la mano, lo llevó al interior y le dijo:
-Bienvenido, Señor Rey- y le preguntó luego de dónde venía.
-Pronto hará siete años- respondió él -que ando errante en busca de mi esposa y de mi hijo; pero no los encuentro en parte alguna-
El ángel le ofreció comida y bebida, pero él las rehusó, pidiendo sólo que lo dejasen descansar un poco. Se tendió a dormir y se cubrió la cara con un pañuelo.
Entonces el ángel entró en el aposento en que se hallaba la Reina con su hijito, al que solía llamar Dolorido, y le dijo:
-Sal ahí fuera con el niño, que ha llegado tu esposo-
Salió ella a la habitación en que el Rey descansaba, y el pañuelo se le cayó de la cara, por lo que dijo la Reina:
-Dolorido, recoge aquel pañuelo de tu padre y vuelve a cubrirle el rostro-
Obedeció el niño y le puso el lienzo sobre la cara; pero el Rey, que lo había oído en sueños, volvió a dejarlo caer adrede. El niño, impacientándose, exclamó:
-Madrecita. ¿Cómo puedo tapar el rostro de mi padre, si no tengo padre ninguno en el mundo? En la oración he aprendido a decir: Padre nuestro que estás en los Cielos; y tú me has dicho que mi padre estaba en el cielo, y era Dios Nuestro Señor. ¿Cómo quieres que conozca a este hombre tan salvaje? ¡No es mi padre-
Al oír el Rey estas palabras, se incorporó y le preguntó quién era. Le respondió ella entonces:
-Soy tu esposa, y éste es Dolorido, tu hijo-
Pero al ver el Rey sus manos de carne, replicó: -Mi esposa tenía las manos de plata-
-Dios misericordioso me devolvió las mías naturales- dijo ella; y el ángel salió fuera y volvió en seguida con las manos de plata. Entonces tuvo el Rey la certeza de que se hallaba ante su esposa y su hijo, y, besándolos a los dos, dijo, fuera de sí de alegría.
-¡Qué terrible peso se me ha caído del corazón!-
El ángel del Señor les dio de comer por última vez a todos juntos, y luego los tres emprendieron el camino de palacio, para reunirse con la abuela. Hubo grandes fiestas y regocijos, y el Rey y la Reina celebraron una segunda boda y vivieron felices hasta el fin.

martes, 3 de febrero de 2015

EL NIÑO QUE QUERÍA VOLAR



Sentado sobre una piedra, Pedrito se pasaba el rato contemplando el volar de las águilas, y eso le había costado más de una bronca, por parte de su madre. Este vivía a unos tres kilómetros del pueblo y solía ir al colegio andando. Su mayor ilusión de siempre era volar algún día como los pájaros. 

—Pero Pedro ¿como llegas tan tarde, si hace más de dos horas que terminó el colegio? 

—He estado contemplando las águilas, me encantaría volar como ellas. 

—Pero hijo, tú eres un ser humano, no un águila ¿además no tienes plumas? 

—Ya lo se mamá, pero es superior a mi. 

—Anda y coge la merienda Pedro, que se te va juntar con la cena y déjate ya de volar, que tienes muchos pájaros en la cabeza.

Al día siguiente estando sentado en su piedra y como siempre contemplando a las águilas, se le acercó una joven muy guapa y le dijo — ¿te gustaría algún día, volar como ellas?

Pedro que estaba mirando el volar de las águilas, no se había dado cuentas y se sobresalto un poco. 

— No te asustes Pedro¬ —le dijo la joven, con una voz muy dulce. 

—Esa sería mí mayor ilusión señorita, pero nunca podré hacerlo— decía Pedrito, bastante desanimado.

—Por que dices eso, de que nunca podrás hacerlo – le preguntaba la joven. 

—Señorita, yo no tengo alas ni plumas y si no tengo esas dos cosas, nunca podré hacerlo aunque me guste mucho. 

—No tienes alas, pero tienes otros valores muy importantes. 

—De que valores me habla usted. 

—Desde ahora en adelante podrás volar y para hacerlo, solo tendrás que cerrar los ojos y pensar en volar. 

—Señorita, muchas veces los he cerrado y hasta el momento nunca he volado. 

—Ciérralos ahora y veras como podrás hacerlo. 

Pedro cerró los ojos y como un águila fue volando y por primera vez, desde las alturas pudo ver su casa, el río, los animales y sentir la fresca brisa refrescando sus mejillas.
Cuando Pedro abrió los ojos, la joven ya se había marchado. Esta le había dejado un mensaje escrito en el suelo, el cual decía “sigue siempre así y cuando quieras volar, solo tendrás que cerrar los ojos”.

Desde entonces Pedro se sentía muy afortunado, había conseguido lo que tanto deseaba.
En uno de sus muchos vuelos, vio a un amigo caerse en un pozo ciego y su rápida actuación salvo su vida. 

Pedro estaba muy contento, por que además de hacer lo que tanto deseaba que no todos lo consiguen, se dio cuentas que podía ayudar a la gente y eso le hacía la persona más feliz del mundo.