Aquella mujer, anciana de cabello
largos y blancos, semblante dorado, ojos color miel, caminaba lentamente por la
playa en un bellísimo atardecer de verano. Al andar, el viento suave flameaba
su túnica amarilla acariciando su cuerpo.
Por un instante detuvo su marcha
frente al mar, alzó su mirada al horizonte, en una suerte de complicidad con la
bravura y serenidad del mar. Sus ojos eran olas de mar…
Sus manos y brazos se extendieron
hacia el cielo, con su mirada se encontró con el sol radiante y abrió aún más
sus ojos. Inspiro profundamente, fijando su vista al inmenso horizonte
pincelado de amarillos y naranjas, fusionados con celeste, azul y blanco del
mar; bajó lentamente sus brazos y se sentó a la orilla de la playa, con sus
piernas estiradas, que acariciaban las pequeñas olas que iban y volvían como
los tic-tac de un reloj, aquel que marca el sin fin de los tiempos de relax y
reflexión, tiempos que la vida regala de múltiples modos.
Aquella anciana repetía suavemente:-
Sushine…Sushine…alimentaba su ser con la luz del sol, irradiaba brillo en sus
ojos y todo su semblante resplandecía. Algo maravilloso sucedía…
Caminaba, andaba y no lograba
encontrar nada que se pudiera comparar a ese resplandor mágico, restaurador y
maravilloso que irradiaba en su ser. Me preguntaba ¿Qué magia poseía? Pues era
fascinante y hasta las puntas de sus cabellos irradiaban luminosidad.
La ley del Sol sellada en las almas
que deciden poseer ese brillo, sin restricciones, en cualquier lugar, levantar
el rostro y sentir su calor inmenso, ver con el corazón, el alma.
El deseo es real cuando lo decides con
ansias y firmeza. Toda realidad cambia desde ti, deléitate en él y algo
increíble sucederá…
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