Nadie sabe exactamente como, ni cuando. Lo que si se sabe
con certeza, es que un día todos los relojes del mundo dejaron de funcionar, y
el tiempo dejó de ser tiempo.
Se dijeron muchas cosas. Que era un complot organizado por los mismos relojes
(vaya uno a saber porqué), que el fin del mundo se estaba acercando y ya no
importaba la hora pues el final estaba muy cerca. Que era brujería, magia,
vudú… No había pila ni batería que los hiciera funcionar. Por más cuerda que se
le diera, seguían totalmente reacios a dar la hora. Se intento con los relojes
de arena, pero al darlos vuelta para que la arena empiece a caer, esta se
quedaba petrificada en la parte de arriba desafiando a las leyes de la
gravedad, como si alguna fuerza sobrenatural se lo impidiera, y hasta se
intentó con los relojes de sol, pero estos ya no producían sombra.
Era un problema sin solución, pero la raza humana (aunque le tome su tiempo) se
adapta a cualquier tipo de cambio. Y decidimos vivir sin relojes, sin hora, con
el tiempo fluyendo a sus anchas, sin preocuparnos tanto por la puntualidad y
olvidándonos de las fastidiosas horas pico.
Pero cuando ya nos habíamos acostumbrados a la nueva vida (mucho más relajada
que la anterior, por cierto), nos dimos cuenta de las graves consecuencias de
la ausencia de los relojes. Horrorizados observábamos como los bebes nacía
tresmesinos, o en algunos casos pasaban mas de 10 meses dentro de la panza de
su madre, y debían sacarlos muertos. Los niños despertaban siendo viejos de un
día para otro, los ancianos ya no envejecían, la comida se ponía rancia
repentinamente, los frutos maduraban y al siguiente instante se pudrían, y por
la mañana era primavera, por la tarde el invierno más frío, y cuando anochecía
(si teníamos suerte) nos visitaba un verano muy cálido. Habíamos descubierto
que el tiempo solo es tiempo, porque lo dictan los relojes. Sin ellos, que son
los que lo adecuan, ajustan, amoldan, y le dan un sentido para que nos sea
útil, el tiempo deja de ser tiempo, y se transforma en una serie de eventos
momentos y situaciones sin sentido, desacomodados, deformados...
Ignorábamos porque motivo cada raza o civilización de la que tenemos
conocimiento, desde la más antigua nacida en el alba de los tiempos, hasta la
nuestra, tenía su propio medidor (acomodador o amoldador sería más adecuado) de
tiempo. No ha existido raza, pueblo o civilización que no lo haya tenido.
Cuando el fin de la raza humana estaba llegando a su punto culminante, cuando
ya quedaban muy pocos sobrevivientes a la revolución temporal, repentinamente,
los relojes comenzaron a funcionar… La arena caía marcando un nuevo inicio del
tiempo, los segunderos corrían como quien comienza su labor después de mucho
tiempo de descanso, y los relojes de sol proyectaban su sombra más nítida que
nunca.
La raza humana sobrevivió. Con el tiempo y la ayuda de los relojes (benditos
sean), pudimos reorganizar nuestras vidas hasta ser normales. Eso sí,
aprendimos una lección muy importante. Y ahora cada ser humano lleva consigo un
reloj, o dos como para no perder nunca el sagrado don de saber la hora, y cada
pueblo, civilización y raza adora como a un dios a los relojes, reuniéndose
frente a grandes monumentos o capillas en honor a ellos, y rezando para que
nunca más nos castiguen, para que nunca más nos falten.
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