Un pastorcillo sacaba todos los días su pequeño
rebaño de ovejas y cabras a pastar por los campos. Tendría unos ocho años de
edad y su mayor ilusión era ir a la escuela para aprender cosas. Eran cinco
hermanos y en horas del colegio, él siempre tenía que estar con su pequeño
rebaño en el campo.
Un día le dijo a su madre, que quería ir a la
escuela para aprender cosas y la madre con mucha pena le contestó —hijo mío,
que más quisiera yo, pero eres el mayor de tus hermanos y como bien sabes, tu
padre está muy enfermo y no puede trabajar cuando papá se ponga bien podrás ir
a la escuela, de momento y aunque me duele mucho decírtelo, no puedes? Hay que
sacar el rebaño para que pueda pastar y con la leche que sacamos, podemos comer
tus hermanos, tú y nosotros.
Guillermo, que era como se llamaba el pastorcillo,
ese día se fue a dormir triste por que de momento no podía ir a la escuela y a
la vez muy contento, por que gracia a él, su familia no pasaría hambre.
Al día siguiente y como siempre, Guillermo sacaba
su rebaño a pastar y para llegar a los tiernos pastos, tenía que pasar por
delante de la escuela, donde los niños más afortunados estudiaban.
Aunque algunos niños que estaban en la escuela por
lo visto no la aprovechaban mucho, solían decirle en tono burlesco “Guillermo,
si no estudias, serás un analfabeto, un burro y se burlaban de él”
Sobre las doce de ese mismo día estando sentado y
repostado sobre el tronco de una vieja higuera, le entró un sueño muy dulce y
se quedó dormido y una vez dormido, tuvo un extraño sueño.
Su sueño: Tú lo que tienes que hacer, es llevar el
rebaño a donde no haya comida, o perder alguna oveja y cuando lo hayas hecho
varias veces, veras como tus padres no te manda más con el rebaño y entonces,
veras como si que podrás ir al colegio.
Cuando se despertó de aquel extraño sueño, se juntó
con un amigo, que como él, tenía que cuidar un rebaño y le pasaba lo mismo, no
podía ir al colegio.
—¿Que llevas en el sombrero de paja?— le preguntó
Bernardo, que era como se llamaba el amigo—.
Guillermo se quitó el sombrero y pudo comprobar con
asombro, la camisa de una serpiente enroscada en la copa de su sombrero.
Bernardo al verlo tan sorprendido, le preguntó— No
me digas, que no te habías dado cuenta.
—No, la verdad es que no, lo que si he tenido un
sueño muy extraño.
—¿Es que te has quedado dormido?—
-Si, me entró de repente un sueño muy dulce y ha
sido cuando he tenido el sueño-
—¿Y que sueño ha sido ese?—
-Como tú sabes, yo tengo muchas ganas de ir a la
escuela-
—Si, eso ya lo se, me lo dices todos los días.
En el sueño una voz me decía —Si llevaras el
rebaño, a donde no hubiera comida, o perdieras alguna que otra oveja, tus
padres no te mandarían más con el rebaño y si que podría ir a la escuela—
—Oye, no es mala idea—
Que me dices, tú estas loco, si yo no diera de
comer a mi rebaño, para que produzca leche, no tendríamos en casa para comer.
Además mí papá está muy enfermo y yo soy el mayor de mis hermanos y tengo que
cuidar el rebaño, para que ellos no pasen hambre.
Ese día cuando volvió a su casa, le contó a su
madre, lo que le había pasado.
—Mamá: hoy me ha pasado una cosa muy extraña, me he
quedado dormido en el campo y he tenido un sueño muy raro. Además, una
serpiente me ha dejado su camisa enroscada en mi sombrero.
— ¿Que sueño ha sido, hijo, que me estás
asustando?— le preguntó su madre, con preocupación—.
—Una voz muy persistente, me decía que llevara el
rebaño a donde no hubieran pastos, o que perdiera alguna oveja y que si lo
hiciera muchas veces, seguro que conseguiría ir a la escuela, por que para
ustedes, no serviría como pastor y entonces me enviaríais a la escuela.
— ¿Hijo y tú que piensas de todo esto?
—Que no estoy de acuerdo mamá, que si para que yo
aprenda cosas en la escuela, tienen que pasar hambre, mi familia y mis ovejas,
con lo que se, ya tengo bastante.
Su madre lo abrasó y dándole un dulce beso, le dijo
—Hoy soy la mujer más feliz del mundo—
— ¿Por que mamá? —
Hoy ha venido un joven sediento a pedirme agua y
cuando estaba bebiendo, ha sentido a tu padre toser. Al sentirlo, me ha preguntado
si había algún enfermo en la casa, le dije que mi marido. Entonces me dijo que
él, era médico y que si no tenía inconveniente, podría visitarlo. Yo le
contesté que si y le acompañe a donde estaba tu padre y cuando estábamos junto
a él, me dijo que le llevara una palangana con agua.
Cuando volví, me dio la mayor de las alegrías, diciéndome, que tu padre estaba prácticamente curado y que muy pronto podría trabajar y también, por tener un hijo tan maravilloso como tú. Además no me ha querido cobrar nada, me ha dicho que ya había cobrado —dijo la madre y se abrasó de nuevo a su hijo—.
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