Siempre que había tormenta, los animales del Bosque
Encantado corrían asustados a esconderse, temerosos de los brillantes rayos y
los aterradores truenos.
Sin embargo, un día la tormenta apareció tan rápido, que
a casi ninguno le dio tiempo a llegar a su escondite, y cuando más asustados
estaban, algunos vieron aparecer de entre los árboles una pequeña lucecita
donde poco antes había caído un rayo. La pequeña lucecita saltaba y gritaba
llena de alegría y emoción, y todos corrieron a ver quién podía ser el loco que
se alegraba en medio de una tormenta.
Así conocieron al primero de los magos chispitas, que
eran unos seres diminutos que brillaban intensamente por todas partas, como si
se hubieran tragado una estrella.
Tin, que así se llamaba aquel mago chispita, resultó ser
muy simpático y alegre, y cuando todos le preguntaron cómo podía estar tan
alegre un día de tan feroz tormenta, respondió sorprendido:
-¿Pero cómo no voy a estar alegre, si acabo de escaparme
después de dos mil años?-
Entonces contó a todos cómo el brujo Negrón había
secuestrado a todos los magos chispitas hacía miles de años, y los había
encerrado en unas grandes y negras nubes, donde les obligaba a trabajar como
sus esclavos. Era casi imposible escapar de aquella prisión, pero de vez en cuando,
algunas nubes chocaban, y con el golpe se rompían pedacitos de nube por los que
un mago chispita podía escapar.
Cada vez que uno escapaba, lo hacía tan rápido que su
estela de luz se convertía en un rayo que iluminaba el cielo, y poco después el
brujo Negrón, cuando descubría la huida, gritaba furioso y golpeaba las nubes.
Sus gritos tenían muchísima rabia, y por eso los truenos retumbaban tan fuerte
en el cielo.
Emocionados con la historia de Tin, aquellos animales
nunca más volvieron a tener miedo de las tormentas y los truenos.
En su lugar, cuando el cielo comenzaba a cubrirse de
nubes negras, todos se reunían en la gran roca, para desde allí observar mejor
la tormenta, y poder aplaudir y vitorear cada vez que un pequeño mago chispita
conseguía escapar de las garras de Negrón, y burlarse y abuchear al brujo con
cada uno de sus rabiosos truenos de protesta.
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