A un pavo real la graja vio desplegar
su rueda; dijo con gran envidia: "Haré
cuanto hacer pueda para ser tan hermosa". Con la idea se enreda; la
negra, por ser blanca contra sí se denueda.
Peló todo su cuerpo, y su cara y su
ceja; con las plumas de un pavo vistió nueva pelleja, hermosa por lo ajeno,
se fue para la iglesia. Algunas hacen eso que hizo la corneja.
La graja empavonada, de pavo real
vestida, viéndose bien pintada, estaba enloquecida; a quien vale más que ella
fue desagradecida, con los paveznos anda la muy desconocida.
El pavo, de tal hijo espantado se
hizo, comprendió el mal engaño y su color postizo, arrancole las plumas,
arrojola al carrizo;
¡más negra parecía la graja que un erizo! |
jueves, 9 de junio de 2016
EL PAVÓN Y LA CORNEJA
miércoles, 8 de junio de 2016
LA CORNEJA SEDIENTA
Atormentada de sed
Hallábase una Corneja,
Y viendo un cubo con agua,
se bajó a beber de ella.
Hallábase una Corneja,
Y viendo un cubo con agua,
se bajó a beber de ella.
Por desgracia era aquel cubo
Largo y hondo en gran manera,
Y estaba el agua allá abajo,
Y no era fácil bebería.
Largo y hondo en gran manera,
Y estaba el agua allá abajo,
Y no era fácil bebería.
La Corneja alargó el cuello
Cuatro o seis veces diversas;
Mas no alcanzó con su pico
Al agua en el fondo puesta.
Cuatro o seis veces diversas;
Mas no alcanzó con su pico
Al agua en el fondo puesta.
Visto aquello, procuró
Con porfiada insistencia
Volcar el cubo: mas fue
Inútil también su empresa.
Con porfiada insistencia
Volcar el cubo: mas fue
Inútil también su empresa.
En tal apuro le ocurre
Una magnífica idea,
Y es echar dentro del cubo
Piedras y piedras y piedras.
Una magnífica idea,
Y es echar dentro del cubo
Piedras y piedras y piedras.
Con esto sube hasta arriba
El agua que tanto anhela,
Y bebe lo que se llama
Hasta quedar satisfecha.
El agua que tanto anhela,
Y bebe lo que se llama
Hasta quedar satisfecha.
martes, 7 de junio de 2016
EL PELOTAZO
A un Chiquillo un Chicazo
Le encajó tan tremendo pelotazo,
Que le hizo un gran chichón en el cogote
Mas la pelota, al bote
Volviendo atrás con ímpetu no flojo,
Tornó por donde vino;
Y encontrándose un ojo en el camino,
Al autor del chichón dejó sin ojo.
Le encajó tan tremendo pelotazo,
Que le hizo un gran chichón en el cogote
Mas la pelota, al bote
Volviendo atrás con ímpetu no flojo,
Tornó por donde vino;
Y encontrándose un ojo en el camino,
Al autor del chichón dejó sin ojo.
lunes, 6 de junio de 2016
EL CAMPESINO, EL OSO Y LA ZORRA
Un día un campesino estaba labrando su
campo, cuando se acercó a él un Oso y le gritó:
-¡Campesino, te voy a matar!
-¡No me mates! -suplicó éste-. Yo
sembraré los nabos y luego los repartiremos entre los dos; yo me quedaré con
las raíces y te daré a ti las hojas.
Consintió el Oso y se marchó al bosque.
Llegó el tiempo de la recolección. El
campesino empezó a escarbar la tierra y a sacar los nabos, y el Oso salió del
bosque para recibir su parte.
-¡Hola, campesino! Ha llegado el tiempo
de recoger la cosecha y cumplir tu promesa -le dijo el Oso.
-Con mucho gusto, amigo. Si quieres, yo
mismo te llevaré tu parte -le contestó el campesino.
Y después de haber recogido todo, le
llevó al bosque un carro cargado de hojas de nabo. El Oso quedó muy satisfecho
de lo que él creía un honrado reparto.
Un día el aldeano cargó su carro con
los nabos y se dirigió a la ciudad para venderlos; pero en el camino tropezó
con el Oso, que le dijo:
-¡Hola, campesino! ¿Adónde vas?
-Pues, amigo -le contestó el aldeano-,
voy a la ciudad a vender las raíces de los nabos.
-Muy bien, pero déjame probar qué tal
saben.
No hubo más remedio que darle un nabo
para que lo probase. Apenas el Oso acabó de comerlo, rugió furioso:
-¡Ah, miserable! ¡Cómo me has engañado!
¡Las raíces saben mucho mejor que las hojas! Cuando siembres otra vez, me darás
las raíces y tú te quedarás con las hojas.
-Bien -contestó el campesino, y en vez
de sembrar nabos sembró trigo.
Llegó el tiempo de la recolección y
tomó para sí las espigas, las desgranó, las molió y de la harina amasó y coció
ricos panes, mientras que al Oso le dio las raíces del trigo.
Viendo el Oso que otra vez el campesino
se había burlado de él, rugió:
-¡Campesino! ¡Estoy muy enfadado
contigo! ¡No te atrevas a ir al bosque por leña, porque te mataré en cuanto te
vea!
El campesino volvió a su casa, y a
pesar de que la leña le hacía mucha falta, no se atrevió a ir al bosque por ella;
consumió la madera de los bancos y de todos sus toneles; pero al fin no tuvo
más remedio que ir al bosque.
Entró sigilosamente en él y salió a su
encuentro una Zorra.
-¿Qué te pasa? -le preguntó ésta-. ¿Por
qué andas tan despacito?
-Tengo miedo de encontrar al Oso, que
se ha enfadado conmigo, amenazándome con matarme si me atrevo a entrar en el
bosque.
-No te apures, yo te salvaré; pero dime
lo que me darás en cambio.
El campesino hizo una reverencia a la
Zorra y le dijo:
-No seré avaro: si me ayudas, te daré
una docena de gallinas.
-Conforme. No temas al Oso; corta la
leña que quieras y entretanto yo daré gritos fingiendo que han venido
cazadores. Si el Oso te pregunta qué significa ese ruido dile que corren los
cazadores por el bosque persiguiendo a los lobos y a los osos.
El campesino se puso a cortar leña y
pronto llegó el Oso corriendo a todo correr.
-¡Eh, viejo amigo! ¿Qué significan esos
gritos? -le preguntó el Oso.
-Son los cazadores que persiguen a los
lobos y a los osos.
-¡Oh, amigo! ¡No me denuncies a ellos!
Protégeme y escóndeme debajo de tu carro -le suplicó el Oso, todo asustado.
Entretanto la Zorra, que gritaba
escondiéndose detrás de los zarzales, preguntó:
-¡Hola, campesino! ¿Has visto por aquí
a algún oso?
-No he visto nada -dijo el campesino.
-¿Qué es lo que tienes debajo del
carro?
-Es un tronco de árbol.
-Si fuese un tronco no estaría debajo
del carro, sino en él y atado con una cuerda.
Entonces el Oso dijo en voz baja al
campesino:
-Ponme lo más pronto posible en el
carro y átame con una cuerda.
El campesino no se lo hizo repetir.
Puso al Oso en el carro, lo ató con una cuerda y empezó a darle golpes en la
cabeza con el hacha hasta que lo mató.
Pronto acudió la Zorra y dijo al
campesino:
-¿Dónde está el Oso?
-Ya está muerto.
-Está bien. Ahora, amigo mío, tienes
que cumplir lo que me prometiste.
-Con mucho gusto, amiguita; vamos a mi
casa y allí te daré las gallinas.
El campesino se sentó en el carro y se
dirigió a su casa, y la Zorra iba corriendo delante.
Al acercarse a su cabaña, el campesino
silbó a sus perros azuzándolos para que cogiesen a la Zorra. Ésta echó a correr
hacia el bosque, y una vez allí se escondió en su cueva. Después de tomar
aliento empezó a preguntar:
-¡Hola, mis ojos! ¿Qué han hecho
mientras yo corría?
-¡Hemos mirado el camino para que no
dieses un tropezón!
-¿Y ustedes, mis oídos?
-¡Hemos escuchado si los perros se iban
acercando!
-¿Y ustedes, mis pies?
-¡Hemos corrido a todo correr para que
no te alcanzaran los perros!
-Y tú, rabo, ¿qué has hecho?
-Yo -dijo el rabo- me metía entre tus
piernas para que tropezases conmigo, te cayeses y los perros te mordiesen con
sus dientes.
-¡Ah, canalla! -gritó la Zorra-. ¡Pues
recibirás lo que mereces! -y sacando el rabo fuera de la cueva, exclamó-:
¡Cómanselo, perros!
Éstos cogieron con sus dientes el rabo,
tiraron, sacaron a la Zorra de su cueva y la hicieron pedazos.
viernes, 3 de junio de 2016
LA PULSERA EN EL TOBILLO
Se dice, entre lo que se dice, que en
una ciudad había tres hermanas, hijas del mismo padre, pero no de la misma
madre, que vivían juntas hilando lino para ganarse la vida. Y las tres eran
como lunas; pero la más pequeña era la más hermosa y la más dulce y la más
encantadora y la más diestra de manos, pues ella sola hilaba más que sus dos
hermanas reunidas, y lo que hilaba estaba mejor y sin defecto por lo general.
Lo cual daba envidia a sus dos hermanas, que no eran de la misma madre.
Un día fue ella al zoco, y con el
dinero que había ahorrado de la venta de su lino se compró un búcaro pequeño de
alabastro, que era de su gusto, a fin de tenerlo delante con una flor dentro
cuando hilara el lino. Pero no bien regresó a casa con su búcaro en la mano,
sus dos hermanas se burlaron de ella y de su compra, tildándola de derrochadora
y de extravagante. Y muy conmovida y muy avergonzada, no supo ella qué decir, y
para consolarse cogió una rosa y la puso en el búcaro. Y se sentó ante su
búcaro y ante su rosa y se puso a hilar su lino.
Y he aquí que el
búcaro de alabastro que había comprado la joven hilandera era un búcaro mágico.
Y cuando su dueña quería comer, él le proporcionaba manjares deliciosos, y
cuando ella quería vestirse, él la satisfacía. Pero la joven, temerosa de que le
tuviesen más envidia todavía sus hermanas, que no eran de la misma madre, se
guardó bien de revelarles las virtudes de su búcaro de alabastro. Y en
presencia de ellas aparentaba que vivía como ellas y vestía como ellas, y aún
más modestamente. Pero cuando salían sus hermanas se encerraba completamente
sola en su cuarto, ponía delante de ella su búcaro de alabastro, lo acariciaba
dulcemente, y le decía: "¡Oh bucarito mío! ¡Oh bucarito mío! ¡Hoy quiero
tal y cuál cosa!" Y al punto el búcaro de alabastro le proporcionaba
cuantas ropas hermosas y golosinas había pedido ella. Y a solas consigo misma,
la joven se vestía con trajes de seda y oro, se adornaba con alhajas, se ponía
sortijas en todos los dedos, pulseras en las muñecas y en los tobillos y comía
golosinas deliciosas. Tras de lo cual el búcaro de alabastro hacía desaparecer
todo. Y la joven lo cogía de nuevo, e iba a hilar su lino en presencia de sus
hermanas, poniéndose delante el búcaro con su rosa. Y de tal suerte vivió
cierto espacio de tiempo, pobre ante sus envidiosas hermanas y rica ante sí
misma.
Un día, entre
los días, el rey de la ciudad, con motivo de su cumpleaños, dió en su palacio
grandes festejos, a los cuales fueron invitados todos los habitantes. Y las
tres jóvenes también fueron invitadas. Y las dos hermanas mayores se ataviaron
con lo mejor que tenían y dijeron a su hermana pequeña: "Tú te quedarás
para guardar la casa". Pero, en cuanto se marcharon ellas, la joven fue a
su cuarto, y dijo a su búcaro de alabastro: "¡Oh bucarito mío! esta noche
quiero de ti un traje de seda verde, una veste de seda roja y un manto de seda
blanca, todo de lo más rico y más bonito que tengas, y hermosas sortijas para
mis dedos, y pulseras de turquesas para mis muñecas, y pulseras de diamantes
para mis tobillos. Y dame también todo lo preciso para que yo sea la más bella
en palacio esta tarde". Y tuvo cuanto había pedido. Y se atavió, y se
presentó en el palacio del rey, y entró en el harén, donde había festejos
aparte reservados para las mujeres. Y apareció como la luna en medio de las
estrellas. Y no la reconoció radie, ni siquiera sus hermanas, de tanto como
realzaba su belleza natural el esplendor de su indumentaria. Y todas las
mujeres iban a extasiarse ante ella, y la miraban con ojos húmedos. Y ella
recibía sus homenajes como una reina, con dulzura y amabilidad, de modo que
conquistó todos los corazones y dejó entusiasmadas a todas las mujeres.
Pero cuando la
fiesta tocaba a su fin, la joven, sin querer que sus hermanas regresasen a casa
antes que ella, aprovechó el momento en que atraían toda la atención las
cantarinas, para deslizarse fuera del harén y salir del palacio. Mas, en su
precipitación por huir, dejó caer, al correr, una de las pulseras de diamantes
de sus tobillos en la pila a ras de tierra que servía de abrevadero a los
caballos del rey. Y no advirtió la pérdida de su pulsera de tobillo, y volvió a
casa, donde llegó antes que sus hermanas.
jueves, 2 de junio de 2016
EL SAPO Y EL URUBÚ
¿Saben, niños, por qué el sapo tiene
manchas y protuberancias en el lomo? Pues porque se golpeó.
Antes de tal accidente mostraba, sin
duda, una espalda pulida y lustrosa, de la cual se enorgullecería ante los
otros animales acuáticos, pues ya sabemos que el sapo anda siempre hinchado de
vanidad.
Sucedió que el sapo y el urubú, o sea,
el buitre, fueron invitados a una fiesta que se iba a realizar en el cielo de
los animales.
El urubú, después de hacer sus
preparativos, fue donde el sapo con el fin de burlarse de él. Lo encontró entre
los juncos de un charco, croando de la manera más melodiosa que le era posible.
Es que estaba adiestrando la voz.
—Compadre —le dijo el urubú—, me han
contado que irás a la fiesta del cielo.
—Desde luego —contestó el sapo, muy
satisfecho—, saldré mañana temprano hacia allá. Me invitan debido a mi gran
habilidad de cantante…
—Yo también iré —afirmó el urubú, para
que el sapo se dejara de jactancias ante un testigo que lo iba a sorprender
mintiendo.
—¡Magnífico! —exclamó el sapo—, y
espero que estarás ensayando tu instrumento.
Se refería a la guitarra, a la que era
muy aficionado el urubú.
Como éste lo mirara un tanto asombrado,
pues no esperaba tales alardes, el sapo agregó, dándose importancia:
—Sí, compadre, iré. Una ascensión me
será bastante útil para el vigor del cuerpo y el esparcimiento del espíritu,
pues la vida rutinaria me disgusta…
En seguida volvió las espaldas al urubú
y siguió croando a voz en cuello. Al oírlo se estremecían hasta los juncos.
El urubú se quedó convencido de que el
sapo era un gran farsante.
Al otro día, muy de mañana, el urubú
estaba posado en la rama de un arbusto y se alisaba las negras plumas,
preparándose para el viaje, cuando se le presentó el sapo. La guitarra se
encontraba en el suelo, ya lista, pues el urubú la estuvo templando durante la
noche.
—Buenos días —saludó el sapo.
—Buenos días —le contestó el urubú, con
cierto tono de burla.
—Como yo avanzo con mucha lentitud
—exclamó el sapo—, he resuelto irme primero. Así es que ya nos veremos. Hasta
luego…
—Hasta luego —respondió el urubú, sin
mirar al sapo, y pensando que salía con esa propuesta para escabullirse por
allí y no quedar en vergüenza.
Pero lo que hizo el sapo fue meterse, a
escondidas, en la guitarra.
El urubú se pasó el pico por las plumas
hasta que quedaron relucientes y, en seguida, cogió su instrumento y levantó el
vuelo.
Entusiasmado como iba con la
perspectiva de la fiesta, no advirtió que su guitarra tenía más peso que el de
costumbre. Volaba impetuosamente, y pronto dejó tras sí las nubes y luego la
luna y las estrellas.
Al llegar al cielo, que, como ya hemos
dicho, era el cielo de los animales, le preguntaron por el sapo.
—¿Creen que va a venir? —contestó el
urubú—. Veo que ustedes se han olvidado del sapo. Si en la tierra apenas marcha
a saltos, ¿piensan que puede remontarse hasta esta altura? Es seguro que no
vendrá…
—¿Por qué no lo trajiste? —demandó el
pato, que tenía cierta simpatía por el sapo debido a su común afición al agua.
—Porque no acostumbro cargar piedras
—respondió el urubú. Dicho esto, dejó a un lado su guitarra y, esperando que
llegara el momento de la música, se puso a conversar con el loro.
Entonces el sapo salió de su escondite
y apareció de improviso ante la concurrencia, más hinchado y orgulloso que de
costumbre. Como es natural, lo recibieron con gran asombro, en medio de
aplausos y felicitaciones. Al mismo tiempo, se reían del urubú. Alguien contó,
por lo bajo, la forma en que viajó el sapo, y el urubú, al notar que rezongaban
de él, se sentía muy incómodo.
Después comenzó la fiesta.
Repetimos que ése era el cielo de los
animales. Todos estaban allí felices y contentos.
El burro ya no sufría los palos del amo
ni el caballo los espolazos, pudiendo ambos estar quietos o galopando según su
gusto.
El león conversaba tranquilamente con
la oveja, que disfrutaba de un verde prado.
Del mismo modo, el puma se entendía
bien con el venado, y el ñandú corría solamente cuando se le antojaba, pues no
había allí gauchos que lo persiguieran con boleadoras.
Los monos tenían árboles cuajados de
frutos, que compartían con pájaros felices, pues nadie les robaba sus nidos.
En fin, no había animal que se
encontrara triste, por falta de alimentos o por la persecución de otro animal o
del hombre.
Las palomas revoloteaban sobre ese
cuadro de felicidad, llevando en el pico la rama del olivo de la paz con más
éxito que en la tierra.
Para mejor, todos se dedicaban a
cultivar el canto, el baile o el instrumento de su preferencia. Y era
precisamente para lucir sus habilidades que se realizaba la fiesta.
Llegado el momento, el elefante soplaba
el clarinete, los pájaros hacían sonar las flautas, la serpiente de cascabel
agitaba uno muy grande, la jirafa se entendía con el saxófono, el grillo tocaba
su violincito de una sola cuerda y la tortuga golpeaba el bombo con mucha
compostura.
En cuanto a canto, el león rugía una
melodía severa y profunda, el caballo relinchaba un aria, el gato maullaba una
patética serenata, y el gallo, de todos modos, lo hacía mejor que cuando quiso
actuar en Bremen.
No nos hemos olvidado del burro, que
tiene también potente voz, pero haciendo honor a su nombre, no había logrado
perfeccionarse, por lo cual los demás animales le pidieron que no desafinara.
Estaba por allí tocando, discretamente, el triángulo.
La música celestial contaba también con
el silbo, a cargo de la vizcacha, que lo hacía tan bien como el mirlo.
Quien bailaba era el oso, bamboleándose
muy gustosamente, sin tener que obedecer ya el látigo del gitano.
También hacían piruetas los monos, a
quienes fue imposible sujetar, y ni qué decir que las ardillas se movían más
que nunca.
Desde luego que el buitre, invitado
para refuerzo de la orquesta, rasgueaba su guitarra con gran entusiasmo, y el
sapo, que era partidario de formar un orfeón, daba unos “do de pecho” con una
voz de tenor bastante apreciable.
A todo esto, el loro hablaba y lanzaba
vivas en todos los idiomas.
El sapo no las tenía todas consigo
pensando en la vuelta y por eso, aprovechando un momento en que eran mayores la
alegría y el alboroto, se metió de nuevo en la caja de la guitarra.
Terminada la fiesta, nadie notó su
ausencia a la hora de despedirse. Nadie, salvo el urubú, que le guardaba rencor
por haberlo puesto en ridículo.
Éste echó a volar al fin hacia la
tierra y, como ya estaba receloso, advirtió el mayor peso de su instrumento.
Como no residía de firme en el cielo,
tenía aún malos sentimientos, y se propuso vengarse del sapo que, por la misma
razón de no vivir allí, se encontraba aún a merced de las trapacerías de sus
enemigos.
El urubú voló sin hacer ninguna
investigación hasta que le fue posible distinguir el suelo. En ese momento
estaba también bajo la luna y, dando inclinación a la guitarra para que la luz
entrara en la caja, distinguió al pobre sapo acurrucado en el fondo de ella.
—Sal de ahí —gritó el urubú.
—Por favor, no me eches —rogó el sapo,
angustiosamente.
—¿No eres capaz de volar hasta el
cielo? Sal, sal pronto —insistió el urubú.
—No, no puedo salir, porque tú me
arrojarás… —se lamentaba el sapo.
El urubú continuó exigiéndole que
saliera, cosa que no pudo conseguir, pues el sapo, de ningún modo quería
exponerse a caer. Por último, el urubú volteó y agitó la guitarra hasta que
consiguió disparar por los aires al clandestino ocupante.
El sapo movía las patas, cayendo
vertiginosamente.
Por mucha que fuera la velocidad, la
distancia era también muy grande, y el choque demoraba. El pobre sapo tuvo
entonces tiempo para pensar y lamentarse:
—Ojalá no caiga en rocas ni piedras
—decía—. Ojalá caiga en una laguna…, o en arena…, o en blanda yerba…
El urubú, entretanto, le gritaba:
—¡Qué rápido vuelas!... ¡Sin duda fue
un águila tu madre!...
El pobre sapo ni le oía.
En cierto momento le pareció que caería
en una laguna, pero un ventarrón lo alejó, haciéndole perder esa esperanza.
Luego creyó que se precipitaba sobre un
prado, y, por último, sobre un frondoso ombú; mas siguió apartándose de la
dirección de estos lugares.
Ahí estaban unos largos y duros
caminos. Ahí, unos roquedales. Ahí, el patio de una casa.
Descendía dando volteretas, pues el
viento arreció. Por último, cerró los ojos, prefiriendo no ver el sitio en el
cual iba a estrellarse.
Al fin llegó. Se dio contra el suelo,
de espaldas, en un lugar lleno de piedras.
Quedóse sin sentido y, cuando despertó,
andaba rengueando más que nunca, y pasaron muchos días antes que se repusiera
completamente.
Pero el golpe había sido tan fuerte que
la espalda le quedó para siempre manchada y llena de protuberancias.
He ahí, pues, la razón por la cual el
pobre sapo tiene tan fea presencia. También dicen que debido al golpe se le
malogró la voz, pero esto no se puede asegurar.
miércoles, 1 de junio de 2016
CÓMO REPARTIÓ EL DIABLO LOS MALES POR EL MUNDO
Voy a contarles, y no lo olviden,
porque es cosa que un cristiano debe tener bien presente, esta historia que
nosotros no olvidaremos jamás y que diremos a nuestros hijos con el encargo de
que la repitan a los suyos, y así continúe trasmitiéndose, y nunca se pierda.
Esto ocurrió en un tiempo en que el
Diablo salió para vender males por la tierra. El hombre ya había pecado y
estaba condenado, pero no había variedad de males. Entonces el Diablo, con su
costal al hombro, iba por todos los caminos de la tierra vendiendo los males
que llevaba empaquetados en su costal, pues los había hecho polvo. Había polvos
de todos los colores que eran los males: ahí estaban la miseria y la
enfermedad, la avaricia y el odio, y la opulencia que también es mal y la
ambición, que es un mal también cuando no es la debida, y he aquí que no había
mal que faltara… Y entre esos paquetes había uno chiquito y con polvito blanco,
que era el desaliento…
Y así es que la gente iba para
comprarle y todita compraba enfermedad, miseria, avaricia y los que pensaban
más compraban opulencia y también ambición… Y todo era para hacerse mal entre
los mismos cristianos.
El Diablo les vendía cobrándoles buen
precio, pero a aquel paquetito con polvito blanco lo miraban, mas nadie le
hacía caso…
“¿Qué es, pues, eso?”, preguntaban por
mera curiosidad. Y el Diablo se enojaba, pues la gente le parecía demasiado
cerrada de ideas. Y cuando de casualidad o por mero capricho alguno lo quería comprar,
preguntaba: “¿Cuánto?”, y el Diablo respondía: “Tanto”. Y era pues un precio
muy caro, más precio que el de toditos los paquetes, y he aquí que la gente se
reía diciendo que por ese paquetito tan chico y que no era tan gran mal no
estaba bien que cobrara tanto, insultando también al Diablo diciéndole que era
muy Diablo por quererlos engañar así… Y el Diablo tenía cólera y también se
reía viendo como no pensaba la gente…
Y es así que vendió todos los males,
pero nadie le quiso comprar aquel paquetito, porque era chiquitito y el
desaliento no era gran mal. Y el Diablo decía: “Con éste, todos; sin éste, ni
uno”. Y la gente más se reía, pensando que el Diablo se había vuelto zonzo. Y
he aquí que sólo quedó aquel paquetito, por el que no daban ni un cobre…
Entonces el Diablo, con más cólera todavía y riéndose con la misma de un
Diablo, dijo: “Esta es la mía”, y echó al viento aquel polvo para que se fuera
por todo el mundo.
Desde entonces, todos los males fueron
peores, por ese mal que voló por los aires y enfermó a todos los hombres. Sólo,
pues, hay que reparar, nada más, para darse cuenta… Si es afortunado y
poderoso, pero cae desalentado por la vida, nada le vale y el vicio lo empuña…
Si es humilde y pobre, entonces el desaliento lo pierde más rápido todavía… Así
fue como el Diablo hizo mal a toda la tierra, pues sin el desaliento ningún mal
podría pescar a un hombre…
Es así como está en el mundo, donde
algunos más, donde otros menos; siempre nos llega y nadie puede ser bueno de
verdad, pues no puede resistir, como es debido, la lucha fuerte del alma y el
cuerpo que es la vida…
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