Se dice, entre lo que se dice, que en
una ciudad había tres hermanas, hijas del mismo padre, pero no de la misma
madre, que vivían juntas hilando lino para ganarse la vida. Y las tres eran
como lunas; pero la más pequeña era la más hermosa y la más dulce y la más
encantadora y la más diestra de manos, pues ella sola hilaba más que sus dos
hermanas reunidas, y lo que hilaba estaba mejor y sin defecto por lo general.
Lo cual daba envidia a sus dos hermanas, que no eran de la misma madre.
Un día fue ella al zoco, y con el
dinero que había ahorrado de la venta de su lino se compró un búcaro pequeño de
alabastro, que era de su gusto, a fin de tenerlo delante con una flor dentro
cuando hilara el lino. Pero no bien regresó a casa con su búcaro en la mano,
sus dos hermanas se burlaron de ella y de su compra, tildándola de derrochadora
y de extravagante. Y muy conmovida y muy avergonzada, no supo ella qué decir, y
para consolarse cogió una rosa y la puso en el búcaro. Y se sentó ante su
búcaro y ante su rosa y se puso a hilar su lino.
Y he aquí que el
búcaro de alabastro que había comprado la joven hilandera era un búcaro mágico.
Y cuando su dueña quería comer, él le proporcionaba manjares deliciosos, y
cuando ella quería vestirse, él la satisfacía. Pero la joven, temerosa de que le
tuviesen más envidia todavía sus hermanas, que no eran de la misma madre, se
guardó bien de revelarles las virtudes de su búcaro de alabastro. Y en
presencia de ellas aparentaba que vivía como ellas y vestía como ellas, y aún
más modestamente. Pero cuando salían sus hermanas se encerraba completamente
sola en su cuarto, ponía delante de ella su búcaro de alabastro, lo acariciaba
dulcemente, y le decía: "¡Oh bucarito mío! ¡Oh bucarito mío! ¡Hoy quiero
tal y cuál cosa!" Y al punto el búcaro de alabastro le proporcionaba
cuantas ropas hermosas y golosinas había pedido ella. Y a solas consigo misma,
la joven se vestía con trajes de seda y oro, se adornaba con alhajas, se ponía
sortijas en todos los dedos, pulseras en las muñecas y en los tobillos y comía
golosinas deliciosas. Tras de lo cual el búcaro de alabastro hacía desaparecer
todo. Y la joven lo cogía de nuevo, e iba a hilar su lino en presencia de sus
hermanas, poniéndose delante el búcaro con su rosa. Y de tal suerte vivió
cierto espacio de tiempo, pobre ante sus envidiosas hermanas y rica ante sí
misma.
Un día, entre
los días, el rey de la ciudad, con motivo de su cumpleaños, dió en su palacio
grandes festejos, a los cuales fueron invitados todos los habitantes. Y las
tres jóvenes también fueron invitadas. Y las dos hermanas mayores se ataviaron
con lo mejor que tenían y dijeron a su hermana pequeña: "Tú te quedarás
para guardar la casa". Pero, en cuanto se marcharon ellas, la joven fue a
su cuarto, y dijo a su búcaro de alabastro: "¡Oh bucarito mío! esta noche
quiero de ti un traje de seda verde, una veste de seda roja y un manto de seda
blanca, todo de lo más rico y más bonito que tengas, y hermosas sortijas para
mis dedos, y pulseras de turquesas para mis muñecas, y pulseras de diamantes
para mis tobillos. Y dame también todo lo preciso para que yo sea la más bella
en palacio esta tarde". Y tuvo cuanto había pedido. Y se atavió, y se
presentó en el palacio del rey, y entró en el harén, donde había festejos
aparte reservados para las mujeres. Y apareció como la luna en medio de las
estrellas. Y no la reconoció radie, ni siquiera sus hermanas, de tanto como
realzaba su belleza natural el esplendor de su indumentaria. Y todas las
mujeres iban a extasiarse ante ella, y la miraban con ojos húmedos. Y ella
recibía sus homenajes como una reina, con dulzura y amabilidad, de modo que
conquistó todos los corazones y dejó entusiasmadas a todas las mujeres.
Pero cuando la
fiesta tocaba a su fin, la joven, sin querer que sus hermanas regresasen a casa
antes que ella, aprovechó el momento en que atraían toda la atención las
cantarinas, para deslizarse fuera del harén y salir del palacio. Mas, en su
precipitación por huir, dejó caer, al correr, una de las pulseras de diamantes
de sus tobillos en la pila a ras de tierra que servía de abrevadero a los
caballos del rey. Y no advirtió la pérdida de su pulsera de tobillo, y volvió a
casa, donde llegó antes que sus hermanas.
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