lunes, 26 de mayo de 2014

LAS MANOS DE MI PADRE Y LOS LABIOS DE MI MADRE




En mi casa, la religión no revestía  de ninguna solemnidad. Se reducía a rezar por la noche todos juntos.

Mi hermana mayor, Alejandra, era la que dirigía la oración. Para que los más pequeños no nos aburriéramos aceleraba a veces el ritmo, al grado que maltrataba o se comía algunas palabras.

Entonces intervenía mi padre y le ordenaba severamente:

-Comienza de nuevo- así aprendí que a Dios hay que hablarle co respeto.

*   *   *
Mi padre, al rezar, se arrodillaba en el piso, apoyaba sus codos en una silla, y se cubría el rostro con las manos. No se movía, ni nos miraba, entonces yo pensaba:

“Debe ser muy grande Dios, si mi padre cuando le habla se pone de rodillas. Dios debe de ser también muy bueno, si mi padre le habla sin quitarse su ropa de trabajo”

*   *   *
Por las noches mi madre rezaba, pero no arrodillada, estaba tan cansada. Ella tomaba asiento entre nosotros, teniendo entre sus brazos a mi hermano, el más pequeño.

A la hora de rezar, mi madre se ponía un delantal negro, que le cubría hasta los pies y dejaba su cabello suelto sobre sus hombros. Mi madre rezaba todas las oraciones sin perderse una sílaba, pero siempre en voz baja. Al mismo tiempo no dejaba de mirar a todos, sobretodo a los más pequeños.

Nos miraba, pero no nos decía nada, ni siquiera cuando los más pequeños la molestaban, o cuando afuera había tormenta, o cuando el gato cometía alguna travesura.

Yo pensaba: “Debe de ser muy sencillo Dios, si mi madre puede hablarle cubierta con ese delantal y teniendo un niño entre sus brazos”

Y también pensaba: “Dios debe de ser un personaje muy importante, si mi madre cuando le habla, ya no le hace caso ni al gato, ni a la tormenta.

Las manos de mi padre y los labios de mi madre me enseñaron mucho más que el mejor libro de catecismo.


martes, 20 de mayo de 2014

CUANDO LLEGO SU HERMANITO



Había una vez en un país muy tranquilo una bella casa, con sus alrededores floridos y una playa preciosa y un mar tan azul como el cielo. En su interior vivía una bonita familia, había un niño llamado Niki el cual era muy inteligente, y lo tenía todo: amor, atenciones, juguetes; pero a pesar de tenerlo todo no era completamente feliz, pues deseaba tener un hermanito y cada navidad le pedía a Dios que se lo trajera, mama y papá le preguntaron que tu quisieras para esta Navidad y el niño respondió:

Tengo todo pero lo que en realidad deseo con mi corazoncito es un compañerito y papá le dijo: Tu mamita también y sabes parece que Dios te ha escuchado y pronto llegara, ¿verdad mamita? Y ella respondiendo le dijo si, y pasaron los meses y llego el gran momento y una bonita mañana Niki despertó cuando escucho llorar a alguien, y fue corriendo a ver a su mamita y cual grande fue su sorpresa: sus ojos se llenaron de lagrimas al ver de lado de su mamita a la personita que tanto le había pedido a Dios.

Lo besaba y besaba lo abrazaba y le daba las gracias a su mami por pedir el mismo deseo, entonces su papito lo abrazo muy fuerte, y le dijo ahora tendrás una compañía a quien tendrás que enseñarle todas las cosas bonitas que tu ya sabes, pero prométenos a mamita y a papito las tres palabras, mas importantes que te hemos enseñado:

El Amor, El Perdón y la fe porque sin ellas el mundo no tendría sentido, pero recuerda la más importante de las tres es el Amor porque sin él no tendría sentido la vida, porque las tres siempre van de la mano, viste tuviste fe y Dios te concedió este deseo.

El amor que desde hoy une más nuestra familia y el perdón por los malos tiempos que tuviésemos algún día. Niki todos los hombres aprenderemos a perdonar, y dar el amor por medio de la fe y nos conozcamos del modo que Dios nos conoce a nosotros, y recuerda Niki dar y recibir. Y así termina esta historia llena de amor y felicidad familiar.

lunes, 19 de mayo de 2014

¿QUIEN MANDA EN ESTA CASA?



Estando de visita en la casa de unos amigos le pregunté a una niña:

-Dime, ¿Quien manda en esta casa?- la niña me miró y guardó silencio.

-Dime por favor: ¿Quien manda en esta casa? ¿El papá o la mamá?

La niña me miró y guardó silencio.

-Así que no quieres decirme quien manda... ¿Quien es el dueño aquí?-

La niña sigue mirándome pensativa

-¿No sabes niña, que quiere decir mandar?-

ella me dice: -Si, si lo se muy bien-

-¿No sabes niña que quiere decir quien es el dueño?-

ella me vuelve a decir: -Si, si lo se muy bien-

-Contéstame pues, ¿Quie es que manda en esta casa?-

Estoy a punto de perder la paciencia, porque la niña permanece callada.

De pronto corre hasta el fondo del jardín, se para, se voltea, me saca la lengua y me dice en un grito:

-En esta casa no manda nadie, porque aquí todos nos queremos mucho-


viernes, 16 de mayo de 2014

¿PORQUÉ SE MUDARON LAS ALONDRAS?



Las alondras jóvenes dijeron, presas de la mayor excitación, a su madre, cuando ésta llegó al nido, con un largo gusano en el pico:

-¡Madre! ¡Madre! Hemos oído decir al granjero que mandará por sus amigos para segar el cereal. ¡Encontrará nuestro nido! ¡Tenemos que mudarnos!

Porque papá alondra y mamá alondra habían hecho su nido en un campo, bien oculto por las altas espigas de trigo.

-¡Bah! -dijo mamá alondra, mientras cortaba el gusano en partes iguales para la cena de sus crías-. No hay por qué temer que los vecinos hagan semejante cosa para él.

-¡Madre! ¡Madre! -gritaron las pequeñas al día siguiente, cuando ella les trajo una tentadora larva-. ¡Hoy, el labrador dijo que mandaría por sus tíos, sus sobrinos y sus primos, a fin de que segaran la cosecha!

Pero mamá alondra replicó, tranquilamente:

-¡Bah! ¡Sus parientes! ¡No lo ayudarán a salir de apuros! Y acostó a sus pequeñuelos.

-¿Habéis oído alguna otra cosa? ?preguntó al tercer día, cuando les trajo un gordo escarabajo.

-¡Sí, madre! ¡Sí! -exclamaron sus vástagos, con trémula voz-. Hoy, le hemos oído decir que el cereal está tan maduro ahora que tendrá que segarlo él mismo.

-¡Oh Dios mío! -exclamó mamá alondra, con angustia-. Si el labrador habla de hacerlo él mismo es porque se propone hacerlo. ¡Tenemos que mudarnos inmediatamente!

De manera que la familia recogió en el acto sus enseres y salió en seguida en busca de un nuevo hogar, en el bosque. Y lo hizo a tiempo, porque, al cabo de un rato, llegó el labrador, descargando vigorosos golpes con su reluciente guadaña.

-Adiviné que eso sucedería -declaró mamá alondra, con aire de satisfacción- apenas el labrador decidió hacerlo él mismo, en vez de confiar en amigos y parientes.

jueves, 15 de mayo de 2014

EL ERROR DE LA ARAÑA



Desde la altura de un árbol una pequeña araña se dejó caer, segura, gracias al hilo que brotaba de sus propias entrañas, hasta posarse en el cercado de espinos.

Allí sería muy fácil tejer una hermosa telaraña.

El insecto comenzó por colgar todo su trabajo del mismo hilo por el que había bajado. La telaraña resultó magnífica; siendo casi invisible y se prestaba muy bien para atrapar moscas, mosquitos, zancudos y otros sabrosos manjares.

Era además una telaraña grande, ya que el hilo sostenedor era robusto.

Cuando, por la mañana la telaraña se llenaba de rocío, parecía un encaje de perlas.

La araña estaba feliz, ya nada le iba a faltar…

*   *   *
Un día la araña, al inspeccionar su obra, razonó de esta manera:

-Aquí todo está muy bien; pero este hilo, que se pierde entre las nubes ¿De qué sirve? No sirve para nada; además estorba, pues las moscas al verlo, se desvían y no caen en mi telaraña. Haya que quitar este hilo inútil-

Y con sus poderosos colmillos la araña trozó de un solo golpe el hilo.

Y sucedió el desastre:

Toda aquella telaraña grande y hermosa se desmoronó. La araña se encontró enredada debajo de los escombros de su telaraña, al grado que no pudo liberarse.

Al día siguiente, la araña estaba muerta.

miércoles, 14 de mayo de 2014

EL BURRO QUE QUISO CANTAR



Bajo el temprano sol matinal, la hierba, impregnada de rocío, brillaba como quebradizo cristal. El burro se frotó repetidas veces el hocico en el rocío. Las gotitas de agua se adhirieron por un momento a sus correosas y negras fosas nasales y luego resbalaron como relucientes abalorios. Sus flacas patas apenas lograban sostenerlo. Se balanceó varias veces, mareado, y poco le faltó para caer.

Tal fue el lamentable estado en que el granjero lo encontró, lamiendo aún el rocío de la hierba. Era evidente que el pobre animal estaba enfermo o hambriento. Pero no prestaba la menor atención a los tiernos brotes de los abrojos que tanto le gustaban.

-Todo fue por culpa de la música -explicó melancólicamente el asno, cuando el granjero le preguntó cuál era la causa de su enfermedad-. ¡Todo fue por la música!

-¿La música? -exclamó el granjero, asombrado-. ¿Qué tiene que ver la música con eso?

-Pues verás- replicó el asno. -Oí que las cigarras modulaban tan bellas canciones, que quise cantar de manera igualmente hermosa. Pensé que sería magnífico deleitar a un gran público. Cuando les pregunté cómo lo hacían, me dijeron que sólo vivían del rocío de la hierba. Hace una semana que sólo como rocío. ¡Y, sin embargo, lo único que hago es rebuznar!-

-¡Estúpido asno!- exclamó el granjero, riendo. Y luego, alcanzándole un puñado de abrojos, agregó: -¿Crees, pobre tonto, que si yo tratara de comer solamente abrojos, aprendería a rebuznar?-

martes, 13 de mayo de 2014

LA ARDILLA Y EL LEÓN



Durante toda la mañana la ardillita había andado por las copas de los árboles, saltando de rama en rama y sacudiéndolas para apoderarse de las nueces. En la rama más alta de un olmo se detuvo para dar un gran salto y luego, con repentino impulso, surco los aires. Pero, por desgracia, erro la puntería y cayo a tierra, dando vueltas en el aire, como un trompo.

A la sombra del olmo, dormía su siesta el león, cómodamente estirado. Roncaba a sus anchas. De pronto, sintió que algo lo golpeaba. El aturdido animal se levanto de un salto y de un zarpazo sujetó a la ardilla, atrapando la peluda cola del animalito.

Este se estremeció de terror, sospechando su fin.

-¡Oh rey León!- dijo, sollozando. -No me mates. Fue un accidente-

-¡Bueno, esta bien!- gruñó el león que, en realidad, no se proponía hacerle daño.

-Estoy dispuesto a soltarte. Pero antes debes decirme por que eres siempre tan feliz. Yo soy el Señor de la selva, pero debo confesarte que nunca estoy alegre y de buen humor-

-¡Oh gran señor!- canturreo la ardillita, mientras trepaba hacia lo alto del olmo-. La razón es que tengo la conciencia limpia. Recojo nueces para mí y para mi familia y jamás hago mal a nadie. Pero tu vagas por el bosque, al acecho, buscando solamente la oportunidad de devorar y destruir. Tú odias, y yo amo. Por eso eres desdichado, y yo soy feliz.

Y meneando su linda cola, la ardilla desapareció entre las ramas.

jueves, 8 de mayo de 2014

EL NIÑO QUE QUERÍA VOLAR



Sentado sobre una piedra, Pedrito se pasaba el rato contemplando el volar de las águilas, y eso le había costado más de una bronca, por parte de su madre. Este vivía a unos tres kilómetros del pueblo y solía ir al colegio andando. Su mayor ilusión de siempre era volar algún día como los pájaros. 

—Pero Pedro ¿como llegas tan tarde, si hace más de dos horas que terminó el colegio?

—He estado contemplando las águilas, me encantaría volar como ellas.

—Pero hijo, tú eres un ser humano, no un águila ¿además no tienes plumas? 

—Ya lo se mamá, pero es superior a mi. 

—Anda y coge la merienda Pedro, que se te va juntar con la cena y déjate ya de volar, que tienes muchos pájaros en la cabeza.

Al día siguiente estando sentado en su piedra y como siempre contemplando a las águilas, se le acercó una joven muy guapa y le dijo — ¿te gustaría algún día, volar como ellas?

Pedro que estaba mirando el volar de las águilas, no se había dado cuentas y se sobresalto un poco. 

— No te asustes Pedro —le dijo la joven, con una voz muy dulce— 

—Esa sería mí mayor ilusión señorita, pero nunca podré hacerlo— decía Pedrito, bastante desanimado— 

—Por que dices eso, de que nunca podrás hacerlo – le preguntaba la joven — 

—Señorita, yo no tengo alas ni plumas y si no tengo esas dos cosas, nunca podré hacerlo aunque me guste mucho. 

—No tienes alas, pero tienes otros valores muy importantes. 

—De que valores me habla usted. 

—Desde ahora en adelante podrás volar y para hacerlo, solo tendrás que cerrar los ojos y pensar en volar. 

—Señorita, muchas veces los he cerrado y hasta el momento nunca he volado. 

—Ciérralos ahora y veras como podrás hacerlo. 

Pedro cerró los ojos y como un águila fue volando y por primera vez, desde las alturas pudo ver su casa, el río, los animales y sentir la fresca brisa refrescando sus mejillas.

Cuando Pedro abrió los ojos, la joven ya se había marchado. Esta le había dejado un mensaje escrito en el suelo, el cual decía “Sigue siempre así y cuando quieras volar, solo tendrás que cerrar los ojos”.

Desde entonces Pedro se sentía muy afortunado, había conseguido lo que tanto deseaba.

En uno de sus muchos vuelos, vio a un amigo caerse en un pozo ciego y su rápida actuación salvo su vida. 

Pedro estaba muy contento, por que además de hacer lo que tanto deseaba que no todos lo consiguen, se dio cuentas que podía ayudar a la gente y eso le hacía la persona más feliz del mundo.

EL SER MÁS PODEROSO DEL MUNDO



Paseaba cierto día un nigromante indio por la orilla del Ganges, cuando acertó a volar sobre su cabeza un búho que llevaba un ratoncito en su corvo y agudo pico.

Asustada el ave, soltó la presa, y el nigromante, que era hombre de delicados sentimientos, tomó el magullado ratoncito, y después de curarlo lo transformó en una encantadora joven.

—Ahora, amiga mía, se trata de buscaros un esposo. ¿A quién le placería dar vuestra mano? Sabed que yo soy un gran mago y poseo el don de ejecutar los mayores portentos y satisfacer todos vuestros deseos.

Mirábale la hija adoptiva contenta, y sus ojos brillaban de alegría.

—Pues bien: me gustaría ser la esposa del ser más poderoso del universo— le respondió.

—Nada hay en el mundo más grande y excelso que el sol— le replicó el encantador. Así, pues, os casaré con él.

Y el mago suplicó al sol aceptase la mano de su protegida

—Yo no soy el ser más poderoso, respondió el sol. Mirad si no cómo basta una nube para cubrirme y velar mi luz. Ella es más fuerte y su poder sobrepuja al mío.

Acudió el hechicero a la nube y le ofreció la mano de la joven.

—Hay una cosa más fuerte que yo— le respondió la nube. El viento me arrastra donde le place.

Pero luego vio el mago que la montaña era más poderosa que el viento, pues elevándose altiva entre las nubes detenía los más fieros vendavales.

—Alguien es más fuerte que yo, dijo la montaña. Mira aquel ratoncillo que me horada y vive en mi seno contra mi voluntad. Mi poder, que divide las tormentas, no basta para infundir respeto a esa bestezuela.

Quedó el mago entristecido por el fracaso de sus tentativas, pensando que su protegida no consentiría descender a ser la esposa de un ratón. No obstante acababa de aprender que el ratón era el ser más poderoso del mundo. La convirtió, pues, de nuevo en una ratita y la casó con el ratón de la montaña, que la hizo feliz, viviendo ambos dichosos largos años.

Por mucho que alteremos nuestra, apariencia, en el fondo siempre seremos los mismos.

miércoles, 7 de mayo de 2014

EL DELFÍN QUE ENCONTRÓ A SU8 MAMÁ



Un día estaba el delfincito nadando un poco triste por la superficie del mar, había perdido a su mamá, estaba buscándola por todos lados sin poderla encontrar. Por su lado pasó un pez muy largo, serio y con cara de buenazo, al verlo tan triste le preguntó qué le ocurría. El delfincito bebé le contó su pena y el pez Sabio le dijo que debía ir a buscar dónde terminaba el arco iris, que allí donde los colores se derritieran encontraría a su mamá.

Para allí empezó a nadar el delfincito bebé, mirando al cielo a ver si encontraba por algún lado una nubecita que le regalara una lluvia y un poco de sol para que se dibujara el arco iris que le devolviera a su mamá. Muy lejos descubrió una nubecita chiquitiiiiita, nadó, saltó, se sumergió, fue a toda velocidad. Cuando llegó, se encontró con una sola y triste nube que no tenía pensado llover ni llamar a sus otras amigas para hacerlo. En el acto se le acercó un pez gordo y con cara de oler algo sucio, y el delfincito le dijo:

-Antes que me preguntes que me pasa, te lo cuento: he perdido a mi mamááá...- dijo muy triste el bebé. El pez le dio unas palmitas en la espalda, diciéndole cómo podía encontrar el arco iris más rápidamente y así a su mamá. Debía seguir siempre las crestas de las olas. Así lo hizo el pequeñín, tanto rato que ya no daba más.

Cansado y decepcionado como estaba se dejó caer hasta el fondo del mar, recostándose en una cama de algas marinas de todos los colores, mirando sin ningún interés las preciosas plantas que adornaban aquel rincón del mar, todo era tan lindo allí que hasta parecía una selva acuática multicolor, solo quería descansar un poquito y hallar consuelo para su corazoncito.

Un cardumen de pececitos rayados negro y amarillo se acercaron a alegrarlo un poco, pero el se dio vuelta para no verlos, éstos llamaron a otros de muchos colores distintos, de todos los tamaños, formas, y grosores. El delfincito no pudo ahora negarse a mirarlos aunque fuera de reojo, pero enseguida recordó a su mamá y se tapó los ojitos para no ver mas nada.

Un pulpo muy señorial llegó moviendo sus tentáculos con un ritmo de baile antiguo, cuando descubrió al pequeño tan triste, le hizo cosquillas con un tentáculo, después con otro, al no ver ningún resultado, atacó de cosquillas con todos sus tentáculos, hasta que las risitas se oían bien lejos.

El pulpo escuchó seriamente toda la historia del arco iris, de las crestas de las olas, y le confesó al bebito que en realidad, el "Pez con Cara de Oler a algo Sucio", era el pez bromista, que los grandes ya saben que no hay que hacerle caso. El señor pulpo le aconsejó buscar las nubes bien grises y oscuras, oler el aire y no parar hasta encontrar a su mamá, que un día la encontrará.

Así hizo el delfincito, nadó por muchos mares, vio montones de peces distintos, peces que parecían tener una espada, o que parecían gallos, también vio caballitos de mar, de lejos vio pingüinos y una ballena. Tanto nadó, tantos mares recorrió, que ya no quedaba casi mas nada del delfincito bebé, se había convertido en un delfín grande y bello.

Una ostra grandiosa, cuando lo sintió a su lado le dijo que escuchara un secreto que tenía para el, era un secreto que se lo habían dicho hace mucho tiempo, que solo a un delfín bello como el podría contárselo. La ostra se abrió un poquitín para que la pudiera escuchar y el delfín puso su orejita.

Una sonrisa dibujó la cara del buscador de su mamá y salió a la superficie, con tanta alegría que dio un salto como de tres metros e hizo dos volteretas, en la bajada vislumbró una delfina algo más allá. Al salir a la superficie nadaron juntos un ratito, haciendo círculos, saltando uno por encima del otro, jugando a las escondidas, y todas esas cosas que hacen los delfines cuando están felices. Tan felices estaban que se enamoraron, y al cabo de un tiempo la delfina tenía una panza gordota con un delfincito en ella.

Una tarde, se había nublado todo el cielo, y empezó a llover, salió el sol un ratito y claro, se hizo un arco iris delante mismo del delfín, estaba tan sorprendido que le dijo a su delfina que iba a bucear allí abajo. El pobre delfín no sabía que iba a pasar, ¿estaría su mamá?, ¿se acordaría de el?, ¿cómo estaría? Todo esto se preguntaba mientras iba cautelosamente hacia las profundidades del mar. Desde donde estaba logró ver una delfina viejita y bastante arrugada.

-¡Siiiii, es ella!- gritó corriendo a su encuentro.

Se dieron muchísimos besitos, y mimos, y la mamá le dijo que había crecido mucho, que ya era un delfín muy grande y bello.

-Mamá, tengo que contarte que vas a ser abuelita dentro de muy poquito, sube que te voy a mostrar a mi delfincito- le dijo muy feliz el delfín.

La delfina abuelita estaba muy contenta también, después de todos los besitos, de ver la pancita gordota, decidieron irse los tres a buscar un lugar donde pudieran vivir alegremente y hacer un lugar maravilloso para el futuro delfincito bebé. 


martes, 6 de mayo de 2014

EL ZORRO QUE PERDIÓ LA COLA



En las últimas horas de la tarde, un joven zorro paseaba irreflexivamente por los bosques cuando, ¡zas!, pisó una trampa de acero y quedó atrapada en él su peluda cola. Hizo todo lo posible por zafarse, pero cuanto más tiraba, con mayor fuerza lo retenía el cepo.

Oscurecía, y un par de veces creyó oir ladrar a los perros. Luego, de pronto, tuvo la seguridad de que los oía… y adivinó que llegaba el cazador para ver qué había atrapado su trampa.

El infortunado zorro pensó con rapidez. No cabía duda. Debía perder la vida ?o su hermosa cola. Sólo disponía de unos pocos minutos para huir. Acaso no podría zafarse. Tiró con todas sus fuerzas, se revolcó por el suelo y se retorció hasta que, con un tirón final, quedó libre, dejando su preciosa cola en la trampa. En el preciso instante en que se acercaba, a la carrera, el primero de los salvajes perros, el zorro se internó en el bosque, tambaleándose penosamente. Cruzó un río, para hacer perder el rastro a sus perseguidores y se encaminó hacia su guarida.

El zorro estaba tan contento de estar vivo que, durante algún tiempo, no se preocupó mucho por la pérdida de su cola. Pero al día siguiente, cuando se inclinó sobre el arroyo para beber, miró el agua y vio la terrible verdad. Su hermosa cola había desaparecido. ¡Qué raro y feo estaba! Meneó la cabeza tristemente, y al imaginar cómo se burlarían de él los demás animales, sobre todo los zorros, se internó en el solitario bosque y se ocultó entre la espesa arboleda.

Pero, como todos los zorros, era taimado y, después de trazar varios planes y de urdir diversas tretas, se le ocurrió una idea brillantísima. Estaba seguro de ello.

Apenas amaneció el día siguiente, se unió audazmente a un grupo de hermanos y primos suyos y, antes de que pudieran decir una sola palabra sobre su desaparecida cola, empezó a pronunciar un elocuente discurso.

-No se imaginan qué agradable, cómodo y práctico es estar sin cola -dijo, con aire importante-. No sé cómo he podido soportarla durante tantos años. ¡Me siento tan ligero y ágil sin ella! Es una sensación maravillosa.

-Pero… ¿qué fue de tu cola? -preguntó uno de los zorros, sorprendido.

-¿Qué fue, dices? -repitió el joven zorro-. Pues que me la corté, naturalmente. Era demasiado larga y pesada y se arrastraba siempre por el suelo, recogiendo basura. Ahora me siento cómodo, por primera vez en mi vida, y os aconsejo a todos que os desembaracéis de vuestras estúpidas e inútiles colas inmediatamente.

-¿Y supones que vamos a creer que te la cortaste? -preguntó tranquilamente un viejo zorro.

-¿Por qué no? -replicó el zorro joven, con un poco más de aspereza que la natural-. Mi fastidiosa cola se me enredaba a cada momento en esto y lo otro y…

Al oírlo, una vieja abuela contrajo sus zorrunos ojos y se echó a reír. Al cabo de un momento, todos los presentes reían… con mayor fuerza cada vez. Esto resultó insoportable al joven zorro, y si hubiese tenido una cola que meter entre las patas, por cierto que lo habría hecho, cuando se fue, enojado, a refugiar en el bosque.

-Al dolor le gusta la compañía -dijo la vieja y sabia zorra.

Pero los demás reían aún Y probablemente no la oyeron.