martes, 13 de mayo de 2014

LA ARDILLA Y EL LEÓN



Durante toda la mañana la ardillita había andado por las copas de los árboles, saltando de rama en rama y sacudiéndolas para apoderarse de las nueces. En la rama más alta de un olmo se detuvo para dar un gran salto y luego, con repentino impulso, surco los aires. Pero, por desgracia, erro la puntería y cayo a tierra, dando vueltas en el aire, como un trompo.

A la sombra del olmo, dormía su siesta el león, cómodamente estirado. Roncaba a sus anchas. De pronto, sintió que algo lo golpeaba. El aturdido animal se levanto de un salto y de un zarpazo sujetó a la ardilla, atrapando la peluda cola del animalito.

Este se estremeció de terror, sospechando su fin.

-¡Oh rey León!- dijo, sollozando. -No me mates. Fue un accidente-

-¡Bueno, esta bien!- gruñó el león que, en realidad, no se proponía hacerle daño.

-Estoy dispuesto a soltarte. Pero antes debes decirme por que eres siempre tan feliz. Yo soy el Señor de la selva, pero debo confesarte que nunca estoy alegre y de buen humor-

-¡Oh gran señor!- canturreo la ardillita, mientras trepaba hacia lo alto del olmo-. La razón es que tengo la conciencia limpia. Recojo nueces para mí y para mi familia y jamás hago mal a nadie. Pero tu vagas por el bosque, al acecho, buscando solamente la oportunidad de devorar y destruir. Tú odias, y yo amo. Por eso eres desdichado, y yo soy feliz.

Y meneando su linda cola, la ardilla desapareció entre las ramas.

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