Desde la altura de un árbol
una pequeña araña se dejó caer, segura, gracias al hilo que brotaba de sus
propias entrañas, hasta posarse en el cercado de espinos.
Allí sería muy fácil tejer
una hermosa telaraña.
El insecto comenzó por
colgar todo su trabajo del mismo hilo por el que había bajado. La telaraña
resultó magnífica; siendo casi invisible y se prestaba muy bien para atrapar
moscas, mosquitos, zancudos y otros sabrosos manjares.
Era además una telaraña
grande, ya que el hilo sostenedor era robusto.
Cuando, por la mañana la
telaraña se llenaba de rocío, parecía un encaje de perlas.
La araña estaba feliz, ya
nada le iba a faltar…
* * *
Un día la araña, al
inspeccionar su obra, razonó de esta manera:
-Aquí todo está muy bien;
pero este hilo, que se pierde entre las nubes ¿De qué sirve? No sirve para
nada; además estorba, pues las moscas al verlo, se desvían y no caen en mi
telaraña. Haya que quitar este hilo inútil-
Y con sus poderosos
colmillos la araña trozó de un solo golpe el hilo.
Y sucedió el desastre:
Toda aquella telaraña grande
y hermosa se desmoronó. La araña se encontró enredada debajo de los escombros
de su telaraña, al grado que no pudo liberarse.
Al día siguiente, la araña
estaba muerta.
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