El
oso blanco que capturó Arturo, el cazador, era tan grande, tan manso y tan
hermoso, que decidió regalárselo al Rey de Dinamarca por Navidad. Camino del
palacio real se encontraban en la ladera de una montaña cuando de pronto se
hizo de noche.
-“Alejémonos del frío”- dijo Arturo al oso. –“Mira, ahí hay una
cabaña”-
Llamó a la puerta y una
voz desde dentro respondió.
-“¿Por qué llamáis? Nunca
os habéis tomado antes esa molestia”-
Al insistir Arturo, el
granjero abrió la puerta.
-“Oh, lo siento. Pensé que
serían esos terribles gnomos”-
-“¿Gnomos?”- dijo Arturo. –“Mi
amigo el oso y yo sólo buscábamos un lugar donde guarecernos esta noche”-
-“Estarían mejor en las cuevas,
amigo”- dijo la mujer del granjero. –“Allí vamos nosotros ahora. Es la noche de
Navidad, ya sabes, y todas las noches de Navidad un grupo de asquerosos gnomos
baja de las montañas y hacen lo que quieren en nuestra pequeña cabaña. Comen
hasta las migajas de la comida y beben nuestra cerveza. Rompen los muebles y
hacen añicos lo platos. Después, se meten en nuestras camas a dormir y ni se
quitan las botas”-
-“Hemos llegado en el
momento oportuno”- dijo Arturo. –“Dejadnos pasar esta noche aquí y verán cómo
ustedes y su familia no tendrán que volver a pasar las Navidades en las cuevas”-
El cazador se acostó
frente al fogón de la cocina con su oso hecho un ovillo bajo la mesa, y el
granjero y su mujer se fueron a dormir.
Al filo de la media noche,
se oyeron grandes risotadas y espantosos aullidos en torno a la cabaña.
Entonces, los gnomos
gritaron:
-“¡Granjero Palomares!
Hemos venido a tu cena de Navidad ¿no oyes? ¿Qué nos has preparado este año?
¡Mejor que sea buena, porque si no...!”-
Forzaron la ventana y
saltaron dentro. Eran las criaturas más espantosas que Arturo había visto
jamás.
Abrieron los armarios y
los cajones y empezaron a devorar toda la comida que encontraban: huevos con
cáscara incluida, carne cruda, tarta con sus bandejas y todos los dulces del
árbol de Navidad. Después bebieron cerveza hasta que acabaron rodando por el
suelo y cantando con voces agudísimas.
-“¡Oh, miren!”- dijo un
gnomo borracho. -“Aquí hay un gatito”-
El oso abrió un ojo.
-“¡Toma una salchicha,
gatito!”-
-susurró otro gnomo y
empujó una salchicha caliente hasta la nariz del oso.
-“¡RRRAAAAUUUUUUUUGGGÜ!”-
El oso blanco salió furioso de debajo de la mesa, agarró al gnomo y lo lanzó
por la puerta abierta a la nieve.
No se puede describir la mirada de los gnomos cuando vieron lo
grande que era realmente "el gatito". Saltaron por las ventanas,
treparon por las paredes y salieron por la chimenea. El oso los persiguió fuera
de la cabaña y a través de la nieve hasta las montañas.
El silencio se extendió por toda la casa. El granjero Palomares y
su mujer corrieron a felicitar a Arturo.
-“Creo que ya no tendrán
más problemas con esos gnomos”- se rió Arturo.
La señora Palomares, agradecida, le dio la comida que se había salvado del
ataque de los gnomos. Al día siguiente, temprano, Arturo se marchó con su
regalo para el Rey.
La noticia de lo ocurrido
se extendió a todos los gnomos del país, que se decían:
-“No vayan a la granja de
Palomares para conseguir la cena de Navidad. ¡Tienen el gato más grande que
hayan visto jamás!”-
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