En
un pequeño jardín de una casa en el campo había muchas plantas,
flores y hortalizas.
Este
jardín estaba dividido por unas cercas de madera. En uno de los lugares
estaban las flores y las plantas y en el otro extremo había una huerta en la
cual Don Jacinto,
el dueño del jardín, plantaba verduras y hortalizas.
En el rincón de las plantas y flores
había una pequeña semilla. Era la más pequeña de todas y
sólo tenía el brote de una diminuta hojita. A su alrededor crecían una
infinidad de flores: rosas, lirios, calas, violetas, tulipanes y margaritas.
El
problema era que la pequeña semilla no crecía, a diferencia de las plantas y
flores que la rodeaban.
Las plantas observaban día a día a la
pequeña semilla y le decían:
-“Eres muy simple y fea, nunca crecerás!”-
Mientras que las flores se burlaban y
reían a carcajadas y le decían:
-“Mírate en los charcos de agua, no tienes coloridos pétalos como
nosotras, solo tienes una simple y fea hoja que se asoma desde tu brote”-
La pequeña semilla lloraba
desconsoladamente y se lamentaba: -“¿Por qué no crezco?… ¿por qué solo tengo una hoja mientras que las
demás tienen hermosos colores y largas hojas?”-
En el jardín de Don Jacinto las flores y las plantas cantaban dulces
melodías. Estaban muy felices porque faltaban pocos días para que el invierno
terminara. Pero la voz de la pequeña semilla no se podía oír, ya que tenía un
tono muy bajo que apenas se escuchaba con tantos cánticos.
La pequeña semilla se sentía muy
triste, todas las demás flores y plantas eran muy amigas y a ella la ignoraban.
Un día Don Jacinto se acercó al jardín
con sus herramientas de jardinería y en una de sus manos un macetero con una
planta de arvejas. La planta tenía un reluciente color verde en sus hojas. Don
Jacinto la tomó y la trasladó, ubicándola al lado de la pequeña semilla.
La pequeña semilla la miraba con gran
asombro al ver su tamaño. Tímidamente se decidió a hablarle y con su suave voz
murmuró: -“¡Que grande y hermosa eres!”-
La planta verde observó a su alrededor
y se dio cuenta que la dulce voz provenía desde abajo. La miró y le dijo:
-“Oh, pero que pequeña eres. Apuesto que cuando llegue la primavera tú
serás una hermosa y alta flor, solo tienes que esperar que el tibio calor de
los rayos del sol te iluminen y que Don Jacinto te riegue con un poco de agua”-
Era el último día de invierno y unas
nubes grises cubrían el cielo. De repente comenzó a llover con tanta fuerza,
como si Don Jacinto arrogara abundante agua desde el cielo.
Las
flores y las plantas estaban asustadas pues el viento soplaba con tantas ganas
que sus pétalos y hojas comenzaban a desprenderse de ellas.
Afortunadamente,
la pequeña semilla estaba protegida por su nueva amiga. La planta verde cubría
a la semilla con sus largas hojas y le dijo:
-“Pequeña semilla, la lluvia ya terminará, no temas, yo te protegeré”-
Al día siguiente, la planta verde
despertaba rápidamente, pues los rayos del sol iluminaban sus hojas.
-“Despierta querida amiguita”- Gritó la planta a la semilla.
Ésta ya no era una simple y pequeña
semilla, ¡Había crecido más de diez centímetros y ahora le habían brotado
varias hojas!
Al
mirarse en los charcos de agua se preguntaba
-“¿Qué seré? ¿Una planta o una flor?”-
Pasaron los días y en el jardín de Don
Jacinto comenzaba a recibir unos pequeños visitantes. Las abejas vestidas con su
amarillas y rayados uniformes viajaban de un lado para otro, las mariposas
volaban con sus coloridas alitas y las chinitas recorrían las hojas del jardín
con sus rojos vestidos.
¡El jardín le daba la bienvenida a la primavera!
La
llegada de los insectos dio origen a nuevas flores y las plantas comenzaron a
crecer.
La pequeña semilla creció y creció
hasta sobre pasar a la mayoría de las flores. Al paso del tiempo comenzaron a
aparecerle unos dorados pétalos desde su cabeza y al mirar su reflejo en una de
las ventanas de la casa y exclamó con mucha felicidad:
-“¡Que grande y hermosa soy, ahora soy un girasol!”-
Las flores y plantas comenzaban a
murmurar sobre los cambios de la semilla y estaban muy arrepentidas por sus
burlas anteriores, así que decidieron pedirle perdón.
El girasol sin rencor las perdonó y
desde entonces se hicieron muy amigas, prometiendo que nunca más se burlarían
de ninguna semilla, planta o flor por más pequeña o simple que fuera.
Y al final gracias a los muchos viajes
de los amigos insectos, nacieron más semillas de las cuales brotaron y se
convirtieron en otros girasoles.
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