Había
una vez, en un tiempo y lugar lejanos, un hombre que contaba con tres vástagos:
Pedro, Pablo y Juan. Éste último, el menor de todos, se le conocía como
“Botas”. La familia era pobre, y es por ello que el padre había animado a todos
sus hijos que se buscasen el pan en otra tierra más próspera y esperanzadora.
No muy lejos de su hogar se hallaba el Palacio Real, y quien allí reinaba tenía
unos problemas que resolver. En primer lugar, un gigantesco roble había crecido
afuera del palacio, cubriendo de oscuridad todas las estancias, pues no había
ventana que el roble no tapase. Asimismo, el Rey no disponía de agua, ya que
había prometido un tiempo atrás construir un pozo que finalmente no pudo
erigir. Cuanto más se talaba el roble, más fuerte crecía. Cuanto más se afanaba
en excavar el pozo, antes se encontraba con la roca viva. La recompensa que el
Rey había ofrecido, a la princesa y medio reino, era cuanto menos suculenta.
Como
no, los tres humildes hermanos se lanzaron a intentar cumplir los designios del
Rey, allí donde tantos hombres del reino habían fracasado. El padre de ellos
estaba encantando, pues aunque sabía que la tarea sería harto complicada, al
menos conocerían mundo y podrían acabar en manos de un buen maestro. No se
habían alejado mucho de su hogar, cuando oyeron ruidos de hachazo y talla,
colina arriba cerca de un abeto. Juan “Botas”, el menor y más inquieto de
todos, prestó atención.
-“Ahora
me pregunto qué es aquello que se está tallando allá arriba”- dijo Juan.
-“Vaya,
siempre tienes que ser el más listo”- dijeron Pedro y Pablo a la vez -“¿Qué de
raro hay en escuchar a un leñador trabajando en una colina?”-
-“Ya.
Aun así, quisiera echar un vistazo”- espetó Juan antes de marcharse.
-“Ve,
hermanito. Todavía te queda mucho por aprender. Eres tan inocente…”- comentaron
sus hermanos.
Juan,
que hacía caso omiso a ese tipo de comentarios, subió y subió por la ladera,
guiado por el ruido. Y… ¡¿a que no sabéis qué descubrió?! Un hacha que por sí
sola estaba talando el tronco de un abeto.
-“¡Buenos
días!”- saludó Juan –“¿Está usted sola aquí talando?”-
-“Efectivamente.
Aquí me detuve a talar y dar hachazos. Estaba esperándote”- le respondió el
hacha.
-“Vaya,
vaya. Pues aquí me tiene”- dijo Juan, inmediatamente antes de agarrarla por el
mango y guardar el hacha en su fardo”.
Así
fue como, de vuelta con sus hermanos mayores, éstos se burlaron y rieron de
“Botas”.
-“Venga,
hermanito, ¿qué viste tan interesante en lo alto de la colina?”-
-“Bah,
una simple hacha”- respondió Juan.
Los
tres hermanos prosiguieron su camino. Más adelante, tras arribar a unas
estribaciones de roca un tanto escarpada, se detuvieron al sonido de algo que
cavaba y hacía pala.
-“Ahora
me pregunto”- dijo, como no, Juan “Botas –“¿qué será aquél ruido de excavación
que se escucha encima de aquellas rocas?”-
-“¡Qué
raro! ¡Juan “Botas” maravillado por algo!”- se mofaron sus hermanos. Como si
nunca hubieses escuchado el taladrar de un pájaro carpintero.
-“Bueno,
bueno, no creo que pierda nada por echar un vistazo, y así me quedaré contento”-
Juan
inició una escalada por la roca, al tiempo que sus hermanos mayores reían y
hacían bromas de su pobre hermanito. Subió y subió, hasta alcanzar la cima. Y,
¿qué creéis que vio allá en lo alto?
-“¡Buenos
días!”- saludó Juan muy amablemente –“Así que está usted sola, aquí, cavando y
haciendo hoyo”-
-“Así
es –respondió la pala –“Y no llevó poco tiempo, pues te estaba esperando
haciendo lo que mejor sé”-
-“Aquí
me tiene”- dijo Juan, justo al tiempo que agarraba a la pala por el mango y la
guardaba en su fardo.
De
vuelta con sus hermanos, éstos no reprimieron preguntarle qué había visto. Juan
comentó que tan sólo era una pala lo que habían escuchado. Más tranquilos,
siguieron sus andanzas los hermanos, hasta llegar a las proximidades de un
arroyo. Sedientos, decidieron detenerse para echarse un trago.
Juan
dijo: -“Me pregunto, por esta vez, de dónde aparece toda esta agua”-
-¡Cómo
no! Juan “Botas” preguntándose algo – rieron sus hermanos – Pues nosotros nos
preguntamos si hay algo de razón en tu cabeza, o estás completamente loco.
Hermanito, ¿es que todavía no sabes cómo brota el agua de un manantial a la
tierra?
-“Por
supuesto. Pero me causa curiosidad conocer el origen de este arroyo en
particular”-
Juan
se lanzó a la aventura ignorando los gritos de sus hermanos. Ascendió y
ascendió, siguiendo el curso del arroyo, observando cómo éste se hacía cada vez
más pequeño, hasta convertirse en un hilillo y, ¿de dónde imagináis que
brotaba? Pues, ni más ni menos, de una nuez grande.
-“¡Buenos
días!”- saludó Juan, con la alegría que lo caracterizaba –“¿Así que usted yace
aquí y se lanza hacia abajo sola?”-
-“Así
es”- contestó la nuez –“y mucho ha fluido mientras te esperaba”-
-“Aquí
estoy, pues”- comentó Juan, mientras bloqueaba el manantial sobre la nuez con
un parche de musgo, para evitar que el agua se agotase. Al tiempo, agarró la
nuez y la incorporó a su fardo.
Regresando
con sus hermanos, éstos dudaron de lo que Juan hubiese visto, hasta el punto de
hacer nuevas chanzas al respecto. Poco le importaba a Juan “Botas”, pues al fin
y al cabo había visto satisfecha su inquietud.
Continuando
su camino, en poco tiempo alcanzaron el Palacio Real. Como por todo el reino se
había extendido el rumor de la recompensa, muchos eran los que lo habían
intentado en vano. Además, por culpa de ello, el roble había vuelto a crecer
más fuerte y vigoroso que nunca, y la oscuridad se cernía más inmensa. El Rey,
consciente de todo esto, había impuesto un castigo a quien lo probase sin
conseguirlo: arrancarle ambas orejas y enviarlo a una isla desierta.
Pedro
y Pablo, los hermanos mayores, arrogantes, muy seguros estaban de poder
conseguir tal hazaña. Así fue como Pedro probó el primero, por ser el mayor. Al
igual que había sucedido con todos los aspirantes anteriores, por cada esquirla
retirada, dos nuevas crecían. De esta manera Pedro no pudo evitar el horroroso
castigo…
Llegado
el turno de Pablo, más de lo mismo volvió a ocurrir. Por consiguiente, no pudo
escapar de las garras de los Guardias Reales, quienes dieron buena cuenta de su
intento fallido deportándolo a la isla. Con más saña recortaron, de hecho, las
orejas de Pablo, pues el Rey sabía que debía haber aprendido la lección de su
propio hermano mayor.
Casi
sin pretenderlo, el turno de Juan había llegado. El Rey, consciente de que era
el menor de los hermanos, le espetó:
-“¿De
verdad osa intentarlo, después de ver lo que le ha ocurrido a sus hermanos
mayores? No le quepa duda que la sanción será la más dura de todas si usted
erra”-
-“Lo
sé. Pero prefiero probar primero”- dijo Juan decididamente, mientras sacaba su
hacha del fardo y la empuñaba con osadía. –“¡A talar!”- le dijo “Botas” a ésta. Y el hacha taló sin
detenerse y con agresividad, haciendo saltar por los aires astillas y restos,
hasta que el roble cayó redondo.
Era
el turno de la pala, la cual Juan empuñó desde el fardo y sacó a relucir.
-“¡A
cavar se ha dicho!”- Y la pala comenzó a cavar más y más, como si el mundo
fuese a acabarse, retirando tierra y roca allá por donde pasaba, hasta que un
pozo hermoso e inmenso surgió del suelo.
Juan
pulió su gran obra a su gusto y semejanza, y fue entonces cuando llegó el
momento de hacer uso de la nuez. Colocó a ésta en una esquina del pozo creado y
retiró el parche de musgo que en su momento puso.
-“¡A
fluir!”- gritó Juan, y en menos de un instante el agua empezó a correr del
agujero al pozo, en forma de arroyo, con tal velocidad y caudal que en muy poco
tiempo estaba rebosante.
Todo
quedaba hecho y solucionado para el Rey, pues la luz retornó al castillo y
disponía de un pozo de agua infinita. Extasiado de felicidad el monarca,
recompensó a Juan con la mitad de su reino y con la princesa, tal y como había
prometido.
Y
suerte que Pedro y Pablo, los hermanos mayores, habían perdido sus orejas,
pues, de lo contrario, habrían tenido que escuchar con dolor cómo su hermano
menor, Juan “Botas”, se había convertido en el mayor héroe del reino. Al fin y
al cabo, no estaba tan loco como ellos pensaban, y su forma de maravillarse por
todo había servido de algo…
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