-¡Ana, a comer! Gritó la madre con
desesperación y un punto de irritación. ¡Ana, ven aquí inmediatamente!
Una chiquilla pecosa corría sin parar,
yendo de aquí para allá, cazando animales salvajes que se escondían tras las
piedras en el jardín. Tenía una estrategia que no le fallaba casi nunca: se
acercaba silenciosamente, cual felino acechando su presa. No quería asustar a
los monstruos malignos, quería cazarlos in fraganti. Iba acercándose poco a
poco, poco a poco, en un movimiento apenas perceptible. A veces tenía que
atravesar ríos caudalosos que se interponían a su paso; sin embargo, nada
detenía a esta intrépida aventurera. No importa los medios que tuviera que
utilizar para conseguir su propósito: palos que se convertían inmediatamente en
canoas, piedrecitas que servían para crear puentes y comunicar así las dos
orillas del territorio salvaje...
-¡A comer!, gritó la madre de nuevo.
¿Vienes o voy a por ti?
¡La niña aventurera había
descubierto la guarida de los animales salvajes! Ni el ejército de soldados, ni
la guardia personal de la reina habían conseguido detenerla. Allí estaba, toda
poderosa: las hormigas intentaban huir despavoridas en todas direcciones.
Algunas abandonaban sus preciados tesoros, aquellos que habían llevado hasta
las puertas del hormiguero con gran esfuerzo.
Ana dio un grito de satisfacción: ¡Aquí
estáis bestias salvajes! ¿Pensabais que podíais escapar de mí...? Pero bueno,
no temáis. Os voy a dar una prueba de mi poder y mi bondad. Trabajaréis para mí
y juntos salvaremos el mundo de los malvados. Embarcaréis en grandes
barcos y surcaréis los ríos hasta alcanzar el mar...
-¡Ana! ¡Deja de jugar en los charcos y
ven a comer inmediatamente!
-¡Ya voy mamá!
Ana se levantó y salió corriendo hacia
la casa. Su madre la esperaba en la puerta con las manos apoyadas en la cintura
y la niña sabía que esa era la señal de alarma.
-¿Cuántas veces tengo que llamarte para
que vengas?. Ya sabes que no me gusta que juegues en los charcos, te pones
perdida. Siempre pasa lo mismo cuando llueve. ¡Mira cómo vienes!. Lávate las manos
inmediatamente.
- Si mamá... Pequeñas bestias
salvajes, no cantéis victoria. ¡Volveré con provisiones, conquistaremos nuevos
horizontes y acabaremos con los malvados! Pensaba Ana mientras entraba en la
casa presta a cumplir las órdenes del general al mando, su madre...
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