Un día los santos del cielo, indignados de que los hombres en la tierra siguieran siendo ateos y viciosos, celebraron una reunión, para decidir de que manera deberían arreglegar este asunto.
Al cabo de fuertes discusiones acordaron que, como no había sido suficiente que el Hijo de Dios muriera en la cruz, ellos, los santos debería de lanzarse a la conquista de la humanidad para obligar a los hombres a convertirse.
El gran ejército de los santos bajó a la tierra y rápidamente la conquistaron.
Le encargaron al gobierno a los escasos justos que encontraron
Luego concentraron a los pecadores empedernidos en un gran valle y prepararon montones de leña para quemarlos; así lo pecadores, no seguirían contaminando más al mundo y deshonrando la tierra.
Todo estaba listo para ejecutar a los malvados, cuando ellos vieron que entre los pecadores iba un hombre que arrastraba una cruz y pedía que lo clavaran en la misma.
A los santos no les pareció correcto que un pecador cualquiera pretendiese morir como había muerto el Salvador.
Lo detuvieron, lo encadenaron y se lo llevaron a San Pedro.
Este se sorprendió al descubrir que aquel hombre era ni más ni menos que el propio Jesús.
¿Como era posible que Jesús se encontrara ahí, mezclado con los pecadores?
Jesús le dijo a Pedro: -Haz memoria Pedro, cuántas veces te dije que yo no busco a los santos ni a los sanitos, sino a los pecadores. Y ahora que decido otra vez morir por ellos, pues era la única forma de salvar a todos los pecadores de la muerte eterna, que ustedes los santos quieren darles.
Mortificados los santos dejaron de perseguir a los pecadores. Tomaron entre todos ellos a Jesús y lo llevaron nuevamente al cielo. Allí lo tienen atado y bien custodiado, no sea que se le ocurra volver a la tierra y morir otra vez por los pecadores.
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