Yo siempre ví a mi abuelita, sentada en la primera banca de la iglesia de Lerdo mi pueblo haciendo oraciones a Dios.
Ahí se pasaba horas enteras en profunda oración. Algunas veces leía en su libro de oraciones, ya muy viejo y desgastado, y al dejar de leer volteba a ver a Cristo.
Algunas veces yo la bromeaba diciéndole: -"Abuelita, Jesús ya se sabe tus oraciones de memoria"-
Ella solo me contestaba con una sonrisa.
Un día con cariño y respeto le pregunte: -"Abuelita, ¿De dónde scas todas esas cosas que le dices al Señor?-
Ella me miró con sus ojos llenos de ternura y me contestó: -"Yo no tengo nada que decirle a Dios; es Él quien siempre me dice un montón de cosas hermosisimas"-
Y siguió dialogando con Dios.
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