San Vicente dirijía espirituálmente a un joven de gran inteligencia y fe.
Con el pasar de los años y el despertar de los instintos, el joven se fue alejando de Dios y se entregó al libertinaje.
Todo consejo y represión resultaban inútiles.
Un día San Vicente le dijo al joven: -En vista de la gran amistad que hemos tenido, quiero pedirte un favor-
-Dígame, padre, con toda confianza-
-Llévate esta estampa, y cada noche, antes de acostarte, mírala durante unos minutos-
El joven aceptó gustosamente complacer a San Vicente, en un asunto tan raro y simple.
Aquella primera noche miró pensativo la estampa, la cual representaba el rostro dew Cristo crucificado.
La noche siguiente, al mirar la estampa, sintió pena y pesar...
A la semana el joven estaba tan emocionado, que buscó a San Vicente para agradecerle el regalo y le suplicó que volviera a ayudarlo, como antes, en su busqueda de Dios y de la felicidad.
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