Eulogio era un campesino muy pobre. Tenía a su esposa y a su hija y para
mantenerlas cultivaba una pequeña parcela con trigo.
Aquel año, los saltamontes devoraban las cosechas y
Eulogio vio con terror como la plaga amenazaba también su parcela.
Entonces fue a su parroquia y ante el Cristo del
Trigal, de rodillas ante esta imagen, suplicó muchas veces, que los saltamontes
no entraran en su parcela.
El Señor no atendió a las súplicas de Eulogio y la
cosecha se perdió y llego el hambre. El campesino le rogaba al Señor:
-Mi Señor, tu nos has dado salud y trabajo, protege
mi cosecha- Pero la parcela murió bajo los embates de la plaga.
* * *
Al poco tiempo cayó enferma la esposa de Eulogio y
se puso muy grave.
El campesino corrió de nuevo al templo y ante el
Cristo del trigal decía sollozando: -Salva su vida Señor, devuélvele la salud a
mi esposa... que mi hija no se quede sin madre-
Tampoco esta vez el Cristo del trigal escuchó las
súplicas del campesino y a los pocos días la esposa de Eulogio murió, dejando
solo al esposo y huérfana a la niña.
* * *
A las pocas semanas la niña manifestó la misma
enfermedad que la madre. Eulogio más angustiado que nunca corrió de nuevo a la
parroquia y a los pies del Cristo del Cristo del trigal decía: -Señor ¡Salva a
mi hija! soy anciano y ya estoy solo. Señor, que voy a hacer sin mi hija-
Eulogio volvió a su casa y acercándose a la cama,
vio que la niña estaba inmovil. Le tocó la frente y estaba fría. Le tocó
suavemente su pecho y el corazón ya no latía.
El campesino hizo con las tablas de su cama un
ataúd y el mismo enterró a su hija junto a la madre.
Volviendo a su choza iba pensando: "He perdido
mi cosecha, perdí a mi esposa y mi niña murió y veo que el Señor no quiere que
yo le pida nada... y nada le pediré"
* * *
Todos los días después de sus labores, Eulogio iba
al santuario y se hincaba a los pies del Cristo del trigal, Bajaba la cabeza y
con lágrimas en los ojos le decía al Cristo. -Igual como dijiste Tú: "Que
no se haga lo que quiera yo, sino lo que quieras Tú"- Y sin pedir nada
solo repetía:
-Señor... aquí está Eulogio-
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