Tunka era un viejo brujo a quien nadie visitaba.
Un día, invitó a su pequeño laboratorio en la montaña a
Luis, el hombre más rico del pueblo.
Cuando llegó, le habló de su gran descubrimiento. Se
trataba de un polvo mágico que duplicaba lo que quisiera. Ya había preparado
diez de ellos. Luis le pidió que probara lo que decía y le dio una moneda de
oro. Para su asombro, unos instantes después de echarle el polvo, las monedas
eran dos.
Una vez que se pusieron de acuerdo en el pago, Tunka le
entregó un sobre. No llegó a explicarle de qué se trataba, ya que cayó muerto
tras un fuerte golpe en la cabeza. Luis no iba a permitir que otros accedieran
a la sustancia mágica, y con lo que tenía, era suficiente.
Dejó el sobre, tomó la caja con los polvos, y se fue.
Luego de vender todos los bienes, juntó sus monedas de oro. Les echaba el
preparado y se duplicaban. Muy inteligente, cuando le quedaban sólo dos
porciones, se dio cuenta de que duplicando el mágico elemento, su fortuna sería
interminable y sería dueño del mundo entero. Pero, cuando los juntó, no sólo se
esfumaron, sino que desapareció hasta la última moneda de oro que había.
Después de esperar horas sin novedades, se dirigió al laboratorio del brujo.
Maldiciendo
porque lo había engañado, abrió la puerta. Cuando vio el sobre, pensó que ahí
encontraría la solución.
Pero el
escrito decía: “Nunca juntes dos polvos mágicos. Si lo haces desaparecerán,
junto a los metales que se encuentren alrededor”
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