Pancho había conocido a su amigo Zero-Zero en un chat
interplanetario, y en cuanto pudo, compró un billete espacial para ir a visitarlo. Pero
mientras Zero-Zero le mostraba las maravillas de su planeta Pancho tropezó, y
fue a dar un tremendo cabezazo contra una esfera que había junto al camino. Con
el golpe, la esfera se abrió, y de ella surgió un pequeño hombrecillo. Tenía un enorme
chichón el cabeza, y un enfado aún más grande.
Zero-Zero se puso muy nervioso, tanto que apenas podía hablar. Y antes de que Pancho
pudiera pedir disculpas, aparecieron dos enormes robots con uniforme. Sacaron
unos pequeños aparatos y rastrearon toda la zona. Al terminar, del aparato surgió una pequeña tarjeta metálica que uno de los robots
entregó al accidentado. Y sin decir nada más, agarraron a
Pancho y al hombrecillo y se los llevaron de allí a toda velocidad.
Cuando Pancho quiso darse cuenta, estaba encerrado en una
gran esfera con el hombrecillo y otro robot de aspecto muy serio vestido con
una toga negra. Antes de saber lo que pasaba, escuchó al robot decir:
“adelante”. Y sin más, el hombre le dio un buen golpe en
la cabeza. Tras el golpe, el robot sacó uno de esos aparatos,
revisó la dolorida cabeza de Pancho, y terminó entregándole una tarjetita
metálica.
-“Demasiado fuerte. Es su turno. No se exceda de lo marcado en la tarjeta”-
Pancho no entendía nada. Miró a su alrededor. A través de
las paredes pudo ver numerosas esferas, cada una con su robot y su toga, y
gente dentro dándose golpes y empujones, todos con sus tarjetitas metálicas. El hombrecillo,
enfrente de él, le miraba con miedo, y el robot seguía expectante a su lado.
-“Puede golpear. Recuerde, no más de lo que marca la
tarjeta”- insistió el robot.
Pancho no se decidía. El robot de la toga le explicó
impaciente:
-“Este es un proceso de justicia exacta. No debe
preocuparse de nada. Ambos recibirán exactamente el mismo daño. Si uno se
excede, se le entregará una tarjeta con el valor exacto para que todo quede
nivelado”-
¿Justicia exacta? Aquello sonaba muy bien. Nadie podía salir más perjudicado que el otro y todos recibían lo mismo
que habían provocado. Pancho estaba sorprendido de lo avanzados
que estaban en aquel planeta. Tenía tantas ganas de comentarlo con Zero-Zero,
que corrió hacia la puerta.
-“No puede
irse”- dijo el robot impidiéndole el paso. –“Debe completar el
proceso, debe acabar los puntos de su tarjeta”-
Pancho quedó pensativo. No le apetecía golpear otra vez a
aquel pobre hombre, aunque la verdad es que él se la había devuelto bien
fuerte...
-“Está bien. Le perdono”- dijo finalmente.
-“No”- volvió a decir el robot. –“Debe terminar los puntos de la tarjeta. Esto es un proceso
de justicia exacta”-
¡Qué pesado! ¿Cómo no iba a ser posible perdonar a
alguien? Pancho empezó a sentirse molesto con aquel robot tan estirado, así que
tomó su tarjeta, la partió por la mitad, y dijo.
-“¡Mira! Ya no quedan puntos”-
El robot pareció descomponerse. Empezó a emitir pitidos, se le encendieron mil luces y
perdió el control de sus movimientos. Y cuando parecía que iba a explotar, todo
volvió a la normalidad y dijo tranquilamente:
-“Es correcto. Ahora pueden irse. Gracias por utilizar el sistema de justicia exacta”-
La puerta se abrió, pero antes de poder saludar al
asustado Zero-Zero, Pancho tuvo que quitarse de
encima al hombrecillo, que no hacía otra cosa que abrazarlo y
darle las gracias como si le hubiera salvado la vida.
Al salir de la esfera, Pancho empezó a comprender. Aquí y
allá podían verse usuarios del sistema de justicia exacta retirados en
camillas, o extremadamente agotados y
cansados.
Zero-Zero le explicó mientras volvían que el único
problema de la justicia exacta era que resultaba casi imposible devolver el
daño exacto, y los juicios e intercambios de golpes llegaban a durar días y
días. Tal miedo tenían todos de tener algún juicio, que muchos vivían aislados en pequeñas esferas de cristal,
como el hombrecillo de su accidente.
Pancho se fue a los pocos días, pero su nombre no se
olvidó nunca en aquel planeta. Nadie antes había perdonado nada, y gracias a él
habían descubierto que el perdón es una parte necesaria de la justicia.
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