Sentado en uno de los bancos de la plaza, don
Carlos observa a un grupo de niños que
desesperados hurgan en uno de los botes de basura. Intrigado se acerca a ellos
y con voz fuerte pregunta: -¿Qué buscan ustedes allí muchachos?- Por unos
momentos los niños detienen la acción y uno de ellos le responde:
-¡Buscamos comida señor, tenemos hambre!-
Don Carlos se pasa la mano por los espesos bigotes
como acariciándolos, luego saca la cartera y mirando a los niños fijamente les
dice: ¡Así es la cosa, tienen hambre, bueno vengan conmigo vamos a comernos
unos tacos! Los cinco niños mal vestidos y sucios siguen en silencio al anciano
hacia uno de los puestos de ventas de tacos del lugar.
Por otra parte, Maritza se ha levantado temprano y
como de costumbre atiende el negocio de ventas de tacos y empanadas, la
numerosa clientela acude todos los días a desayunar y ella los atiende con
esmero y rapidez. Al llegar don Carlos saluda a Maritza y hace sentar a los
niños en uno de los bancos, luego se acerca al mostrador y con voz firme le
dice a la popular morena:
¡Hoy te traje unos clientes muy especiales, por favor prepárame muchos tacos
bien rellenos! Maritza abre los ojos desmesuradamente y con una sonrisa de
oreja a oreja responde:
-¡Cómo usted ordene don Carlos, pero le aseguro una
cosa, si me trae todos los días una clientela como esa, le confirmo que en
menos de un mes me voy a hacer rica!- Todos los clientes sueltan la risa al
escuchar las palabras de la morena. después de lavarse muy bien las manos, los
niños se sientan nuevamente en el banco de madera y ante la mirada atenta de
don Carlos se comen los tacos. luego de pagar la cuenta, don Carlos se aleja
con ellos hacia la plaza, sentados en la grama tienen una larga conversación,
en donde el anciano se entera de la situación particular de cada uno de ellos,
casi todos han sido abandonados por sus padres, viven y duermen en las calles y
plazas del lugar, no estudian ni hacen otra actividad más que recorrer las
calles en busca de comida en los cestos de basura y en las noches, antes de
irse a dormir se bañan en las fuentes de agua de las plazas, además de hacer
sus necesidades en cualquier lugar o rincón, ante la mirada incrédula de las
personas.
Es una triste realidad y nadie se ocupa de ellos,
pareciera que no hicistieran para el resto de la sociedad. Escuchando con
atención el relato de los niños, don Carlos no puede evitar que sus ojos se
llenen de lágrimas, luego mira fijamente el agua que corre por la fuente y en
ese momento una
idea viene a su cabeza, recuerda que su hermano Pedro tiene una librería a
pocas cuadras del lugar. Levantándose de la grama le dice a los niños:
-¡Oigan muchachos no se muevan de aquí, ya regreso,
les voy a traer una sorpresa!- A paso rápido don Carlos camina por la calle
rumbo al negocio de su hermano. Al verlo llegar, Pedro Alcántara se sorprende y
a pesar de estar atendiendo a unos clientes, se acerca a él y le pregunta:
-¿Qué pasa Carlos, donde estabas que no habías
vuelto por acá?- Don Carlos abraza a su hermano y le responde: -¡Disculpa
Pedro, no tuve tiempo de avisarte, viajé a la ciudad a arreglar unos papeles,
llegué anoche muy tarde, después te explico, mira tienes por allí papel
lustrillo, necesito que me vendas varios pliegues de diferentes colores, un
frasco de pegamento y unas tijeras! Sorprendido por el pedido de su hermano,
don Pedro se dirige al fondo del negocio.
Pasados unos minutos don Carlos regresa a la plaza
trayendo en sus manos una bolsa repleta de artículos. Al verlo llegar los niños
se alegran y corren a su encuentro, nuevamente el anciano se sienta con ellos
en la grama y sacando los artículos de la bolsa les dice:
-¡Presten mucha atención para que aprendan, les voy
a enseñar a construir unos lindos barcos de papel, para que luego jueguen con
ellos en la fuente!- Olvidando por unos momentos la triste realidad en la cual
viven, los niños se alegran y una sonrisa brota de sus labios al observar el
trabajo del anciano, quien tijera en mano va cortando con precisión el papel
lustrillo, dando forma a los pequeños barcos. Los minutos transcurren
lentamente, mientras don Carlos trabaja con esmero y como guiado por una mano
invisible ha logrado por fin construir cinco hermosos barcos de papel con
mástil y velas incluidos.
La ansiedad de los niños aumenta y todos exclaman
con impaciencia: -¡Por favor don Carlos, vamos ya a jugar en la fuente!-
Entregando un barco de papel a cada niño, el noble anciano se dirige con ellos
a la fuente, las personas que transitan por el lugar, se detienen por unos
momentos y observan como aquel anciano junto a los niños lanzan contentos los
barcos de papel al agua de la fuente.
Un sol radiante ilumina el lugar y ante la alegría desbordada
de aquellos niños cuya imaginación no tiene limites, parece por unos momentos
transformar a aquellos pequeños barcos de papel, en enormes naves, que
majestuosas surcan las aguas navegando por un mar infinito. Luego de
transcurridos unos minutos, don Carlos se aparta de la fuente y en completo
silencio se aleja del lugar, una lagrima rueda por su arrugada mejilla, al
sentir la satisfacción, de que al menos hoy, por unos momentos ha logrado sacar
una sonrisa a aquellos niños cuyos inocentes rostros son el reflejo de una
cruel y triste realidad.
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