Un rey había
perdido su castillo, y su amigo el Comandante Capitán piloto aviador le estaba
ayudando a encontrarlo....
El pobre Rey
cerró los ojos y se agarró fuerte. Su vida dependía del pequeño aeroplano que
volaba su comandante.
"¡Sólo espe-pero que
el comandante Capitán sepa a dónde v-va!", pensó.
El comandante Capitán no
tenía idea de a dónde iba.
Estaba intentando
desesperadamente evitar las enormes nubes que parecían precipitarse sobre él
desde el cielo.
-“¡Lo siento
por los choques, amigo! ¡Será mejor que volemos un poco más bajo!”- dijo el
comandante Capitán.
Los momentos
siguientes fueron una pesadilla para el rey. De repente se sumergieron en un
bosque de ramitas que se quebraban y de hojas que se desgajaban. El aire se
llenó con los zumbidos de los insectos que se dispersaban en todas direcciones.
Luego, la
avioneta se abalanzó sobre un estanque repleto de peces. Las alas casi rozaban
el agua.
-“¡Cuidado con
esas r-r-rocas!”- gritó el rey.
Volvieron a
subir, rugiendo, girando y metiéndose por todas las grietas y escondrijos del
jardín. Pero no encontraron ni rastro del castillo.
Al fin sonaron
las palabras que el rey anhelaba escuchar... –“¡Sujeta tu gorro!”- gritó el
comandante. –“¡Vamos a aterrizar!”-
Unos segundos
después el aparato empezó a dar saltos y se detuvo sobre el tejado de la caseta
del jardín.
-“No hay
na-nada que hacer”- farfulló el rey –“¡Hemos mirado por to-todas partes!”-
Pero el comandante
Capitán no se daba por vencido...
-“Conozco un lugar
en el que no hemos mirado”- dijo, señalando hacia abajo. –“¡C-c-cclaro!”- exclamó
el rey –“¡En la ca-ca-caseta! ¡Vamos!”-
Bajando por un
viejo canalón de desagüe llegaron hasta una ventana y miraron.
-“¡Por Júpiter,
Minuto, es tu castillo!”-
En efecto,
había un castillo en la caseta. Pero era de color rojo con torres relucientes y
banderas blancas.
-“N-no, me temo
que éste no es mi castillo”-
Subieron de
nuevo fatigosamente al tejado de la caseta.
-“Lo siento,
amigo”- dijo el comandante Capitán. –“Será mejor que regresemos. Empieza a
oscurecer”-
Peor aún,
comenzaba a llover.
La avioneta
despegó del tejado. A pesar de protegerse con sus anteojos, el comandante Capitán
no veía muy bien a dónde se dirigía.
De repente se
produjo un golpazo ensordecedor acompañado de un gran chillido. Plumas oscuras
volaron por el aire. Habían chocado con un enorme pájaro negro.
-“El ala de
estribor está rota”- gritó el piloto. –“Pero creo que podremos seguir volando”-
-“Eso espero”-
balbuceo el rey.
Subieron y
subieron. Ambos estaban empapados, cuando por fin penetraron por la ventana y
se posaron sanos y salvos en el ático. Un poco más allá había una muchedumbre
que vitoreaba y aplaudía. El comandante Capitán saltó de la avioneta y se
acercó a grandes zancadas para cerciorarse de lo que ocurría.
-“¡Hola,
Alberto!”- gritó.
-“¿A qué vienen
todos esos aplausos?”-
-“Son para el rey”- aclaró el Alberto. –“¡Ha ganado el concurso de la casa más bonita!
Pero no le encontramos por ningún sitio”-
El comandante
Capitán corrió para ayudar a salir del avión al rey. –“Ven, muchacho”- exclamó
el piloto excitado. –“Tengo una sorpresa para ti”-
El rey no podía
dar crédito a lo que veía. ¡Justo delante de él se erguía un brillante castillo
rojo con sus torres relucientes y sus banderas blancas!
El rey se quedó
sin habla. La entrega del premio terminó y la muchedumbre se marchó a esperar
el segundo premio, sin que él hubiera llegado a enterarse de lo que ocurría.
Agitó la mano hacia el comandante en señal de despedida y entró para
inspeccionar su reluciente casa nueva.
Pero por dentro
era exactamente igual que su viejo castillo. Pensaba...
-"¡Qué
e-e-e-extraño! ¡Este es mi viejo castillo!”-
-"N-n-no
creo que n-ne-cesite ningún libro de aventuras después de todo e-esto. Sólo un
largo descanso”-
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