Los niños corrían y brincaban entrelazándose, con las cometas
siguiendo sus movimientos, mientras reían alborotadamente tratando de cortarse
mutuamente los hilos de las cometas.
Un niño de unos seis años estaba sentado
junto a su tata, un monje vestido con hábitos de color marrón.
Observaban a la cometa del niño elevarse cada vez más en el cielo.
Sostenida por el viento, estaba tan alta, que parecía que no se movía. Sin
dejar de mirar a la cometa, el niño dijo:
-“Cuéntame un cuento, tata”-
El monje sonrió entre dientes.
-“Una historia antigua, pues”-
-“Un padre le dijo a su hijo”- empezó el monje: -“Voy a morir
pronto, hijo mío. Llévate mi oro a tu casa. Es tuyo. Pero recuerda que no has
de fiarte de nadie. Ni siquiera de tu esposa”- El padre confiaba en que su
hijo, Sonam, tendría presente su consejo y comprendería cómo se estilan las
cosas en el mundo.
Pero Sonam tenía un gran amigo, de nombre Tamchu. De niños habían
ido a la escuela juntos, y por las tardes habían jugado al juego del volante
con el pie. Tamchu vivía en la aldea próxima con su mujer y sus dos hijos
pequeños.
Un día Sonam decidió salir de peregrinaje al monasterio santo y
pensó: -“Cuando mi padre estaba vivo, me dijo que no me fiara de nadie”-. Pero
cuando pensó en su amigo Tamchu, no podía admitir que estas palabras debieran
aplicarse también a éste. No a Tamchu. Así pues, llevó sus dos bolsas de
pepitas de oro a casa de su amigo y le dijo: -"Tamchu, por favor, guárdame el
oro mientras esté fuera. Este es el oro que mi padre me dio al morir"-
Tamchu dijo: -"Oh, sí, naturalmente. Guardaré tu oro con mucho
cuidado, y cuando vuelvas de tu peregrinaje, aquí lo encontrarás. No tienes por
qué preocuparte. Somos buenos amigos"-
-“Así”- continuó el monje, -“pasó un año y Sonam volvió de su
peregrinaje. Fue a casa de Tamchu y le pidió a su amigo: ¿Puedes devolverme mi
oro, Tamchu?”-
-“¡Oh, lo siento muchísimo, Sonam!, ¡Qué desgracia, qué desgracia!
¡El oro se ha convertido en arena!”-, contestó Tamchu, mirando a su amigo con
cara de estar muy asombrado. Pero Sonam, mientras su amigo le contaba este
singular acontecimiento, no pareció sorprendido y, después de unos minutos de
silencio, dijo: -“Está bien, Tamchu, no te preocupes; hiciste todo lo que
pudiste para vigilar mi oro”-
Los dos hombres comieron juntos y pareció como si la pérdida del
oro hubiera sido olvidada por completo. Al atardecer, Sonam dijo a su amigo: -“Tamchu,
me gustaría cuidar de tus hijos durante unos meses, ya que no tengo familia
propia. Me gustaría darles buena comida y buena ropa. Serían muy felices en mi
casa”-
-“¡Muy buena idea, Sonam!”-, dijo Tamchu, quien pensó: Aunque ha
perdido todo su oro a mis manos, quiere cuidar de mis hijos. Ciertamente, es
muy buena persona. Y así, añadió:
-“Desde luego, Sonam. Llévate a mis hijos
todo el tiempo que quieras”-
Sonam se llevó a los niños a su casa y los cuidó muy bien. Pero
compró dos monos pequeños y les puso los nombres de los niños. Durante los días
que siguieron, adiestró a los monos para que cuando él llamase –“¡Tendxin, ven
aquí!”- el mono mayor corriera hacia él, y que cuando llamase –“¡Thupten, ven
aquí!”- el mono más joven fuera hacia él. Los monos comprendieron muy bien y
aprendieron muy rápido.
Cuando Tamchu fue a ver a sus hijos, Sonam mostró un triste
semblante a su amigo: -“¡Oh lo siento muchísimo, Tamchu!”- dijo –“¡Qué
desgracia!, ¡qué desgracia! ¡Tus hijos se han convertido en monos!”-
Tamchu quedó agobiado y llamó a sus hijos por sus nombres. Al
instante, aparecieron los dos monitos y corrieron hacia él. Cogieron de la mano
a Tamchu y bailaron a su alrededor como si fuesen chiquillos. Tamchu quedó muy apenado
y preguntó a su amigo: -“Sonam, ¿qué podemos hacer?¿Cómo podemos hacer que
estos monos se conviertan de nuevo en mis hijos?”-
Sonam estuvo pensativo unos instantes y luego le dijo a su amigo:
-“Eso es fácil, pero para ello necesitamos mucho oro”-
-“¿Cuánto oro bastaría?”- preguntó Tamchu.
-“Unas dos bolsas de pepitas de oro, por lo menos”-
-“Tan pronto como pueda traeré las bolsas de oro”- dijo Tamchu,
que salió corriendo hacia su casa.
Más tarde, volvió y le dio el oro a su amigo. Sonam lo cogió y le
dijo a Tamchu que esperase mientras él subía al piso de arriba. Al cabo de unos
momentos, volvió a bajar.
-“Ahí tienes, Tamchu. He transformado de nuevo a los monos en
seres humanos, en tus hijos”-
Tamchu estuvo encantado de recobrar a sus hijos, pero miró con
empacho a Sonam. Pero enseguida, los dos amigos no pudieron romper a reír”.
Al terminar esta historia, el propio monje rompió a reír al ver
cómo el hilo de la cometa de su sobrino había sido cortado mientras éste
escuchaba el relato.
Ambos contemplaron a la cometa flotar sobre el valle de Lhasa y
volar hacia los dorados tejados del Potala.
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