Mucho tiempo
atrás, cuando el Ciervo y el Lobo eran amigos, en las tierras que están más
allá del Río Puerco, no lejos donde se encuentra el pueblo de Laguna, vivían
dos vecinas.
Una era Mamá
Cierva con sus dos cervatillos, y la otra era Mamá Loba con sus dos lobeznos.
Vivían en
lindas casas de adobe, como las que viven las personas hoy, y también vivían
como personas en todo sentido.
Las dos eran
buenas amigas y ninguna pensaba en ir a la montaña a buscar leña o a buscar la
raíz jabonosa del amole sin invitar a la otra a acompañarla.
Un día, la
Loba fue hasta la casa de la Cierva y le preguntó:
-“Amiga Pi-hli-oh, ¿por qué no vamos hoy a
buscar leña y amole, que mañana tengo que lavar?”-
-“De
acuerdo, amiga Káhr-hli-oh”-
contestó la Cierva. -“No estoy ocupada, y hay comida en la casa para
que mis hijos coman mientras no esté. ¡Tu-kwai,
vayamos!”-
Y salieron
juntas cruzando las planicies hacia las colinas hasta que llegaron al sitio
donde solían aguardar la una a la otra.
Recogieron
leña y la ataron en paquetes para llevarla a sus hogares cargadas en sus
espaldas y extrajeron el amole. Luego, la Loba se sentó bajo un árbol
de cedro y exclamó:
-“¡Uf, qué
cansada estoy! Siéntate, amiga Cierva, y apoya tu cabeza en mi regazo así
descansamos un rato”-
-“Yo no estoy
cansada”- replicó la Cierva.
-“Pero
descansemos un poco”- pidió la Loba.
La Cierva,
por no ser descortés, se sentó y apoyó su cabeza en el regazo de su amiga.
Pero
repentinamente, la Loba se inclinó y mordió a la Cierva confiada
en el cuello y la mató.
Era la
primera vez en el mundo que un amigo traicionaba a otro, y a partir de ese
hecho se gestó la traición como se la conoce.
La Loba le
sacó la piel a la Cierva y cortó un poco de su carne para llevarla a
su casa junto con la leña y el amole.
Antes de
llegar, se detuvo en la casa de la Cierva y le dejó a los cervatillos
un poco de la carne de su madre, diciéndoles:
-“Amigos
Cervatillos, no teman, coman. Su madre se encontró con unos familiares y fue a
visitarlos. Esta noche no volverá”-
Los
Cervatillos estaban hambrientos, y en cuanto la Loba se fue,
encendieron un gran fuego y pusieron la carne a cocinar.
Pero
repentinamente, la carne comenzó a chisporrotear y a sisear, y el Cervatillo
que la estaba cocinando, escuchó gritar:
-“¡Cuidado,
cuidado! ¡Esta es tu madre!”-
Se asustó
mucho y llamó a su hermano para que oyera, y las mismas palabras salieron de la
carne.
-“¡La malvada
vieja Loba ha matado a nuestra nana!”-
gritaron, y sacando la carne del fuego, la apartaron y entre lágrimas, se
fueron a dormir.
A la mañana
siguiente, la Loba volvió a la montaña para buscar el resto de la
carne que había dejado, y cuando partió, sus Lobeznos fueron a la casa de los
Cervatillos a jugar, como solían hacer. Luego de jugar un rato, los Lobeznos
dijeron:
-“Pi-u-wi-deh, ¿por qué tienen esos
bellas manchas en su piel, por qué sus párpados son rojos, por qué nosotros
somos tan feos?”-
-“Ah”-
dijeron los Cervatillos, “es porque cuando éramos niños, como ustedes, nuestra
madre nos puso en una habitación con mucho humo y por eso nos manchamos”-
-“Ah, amigos
Cervatillos, ¿pueden hacernos esas manchas, para que seamos bellos como
ustedes?”-
Los
Cervatillos, deseosos de vengar a su madre, encendieron un gran fuego con
mazorcas de maíz y tiraron hierbas para que hiciera mucho humo.
Luego,
encerrando a los Lobeznos dentro de la habitación, sellaron las puertas y
ventanas con barro y colocaron una piedra chata sobre la salida de la chimenea.
Bajaron del techo y, tomados de las manos, corrieron hacia el sur tan rápido
como pudieron.
Luego de
mucho andar, se toparon con un Coyote. Iba y venía con una pata sobre su
rostro, aullando por un terrible dolor de muela. Los Cervatillos le dijeron,
muy cortésmente:
-“¡Ah-bú, pobrecito! Anciano amigo, lo
sentimos por tu dolor de muelas, pero una vieja Loba nos persigue y no nos
podemos quedar. Si viene por aquí preguntando por nosotros, no le digas nada,
¿de acuerdo?”-
-“In-dah, amigos Cervatillos, no le
diré nada”- y comenzó a aullar nuevamente lleno de dolor.
Cuando la
Loba llegó a su casa con el resto de la carne, no encontró a sus Lobeznos.
Fue a la casa de la Cierva y la encontró toda cerrada y sellada.
Y cuando
descorrió la puerta, allí vio a sus Lobeznos muertos por el humo. Al verlos, la
vieja Loba explotó de ira y juró perseguir a los Cervatillos y comerlos sin
piedad.
Enseguida
encontró sus huellas que se dirigían hacia el sur y comenzó a seguir su rastro
a toda prisa.
Al poco
tiempo se encontró con el Coyote, quien aún seguía yendo y viniendo y aullando
tan fuerte que podía oírselo a más de un kilómetro. Sin importarle su dolor,
comenzó a gruñirle ferozmente:
-“¡Dime,
anciano! ¿Has visto a dos Cervatillos corriendo por aquí?”-
El Coyote no
le prestó atención y siguió caminando con una pata sobre su boca, gimiendo:
-“¡M-mm-pah! ¡M-mm-pah!”
Nuevamente
le preguntó lo mismo, con gran irritación, pero la única respuesta que escuchó
fue sus aullidos y gemidos. La Loba enfureció aún más, y mostrando
sus dientes, le dijo:
-“No me
importa tu “¡M-mm-pah! ¡M-mm-pah!”. Dime si has visto a esos
Cervatillos, ¡o te comeré en este mismo momento!”
-“¿Cervatillos?
¿Cervatillos?”- gruñó el Coyote. -“He estado soportando este dolor de muelas
desde el comienzo del mundo. ¿Crees que me pueden importar un par de Cervatillos?
Vete, no me molestes”-
Y la
Loba, quien a cada momento estaba más enfurecida, siguió buscando por allí
hasta que encontró el rastro de los Cervatillos y lo siguió yendo tan rápido
como podía.
Para ese
momento, los Cervatillos habían llegado hasta donde dos niños jugaban k'wah-t'hím con sus arcos
y flechas, y les dijeron:
-“Amigos
niños, si una vieja Loba viene por aquí y les pregunta si nos han visto, por
favor, no les digan”-
Los niños
prometieron que no dirían nada y los Cervatillos siguieron corriendo. Pero la
Loba corría más rápido que ellos, y muy pronto llegó hasta donde estaban
los niños y les gritó bruscamente:
-“¡Oigan,
niños! ¿Han visto dos Cervatillos corriendo por aquí?”-
Pero los
niños no le prestaron atención, y siguieron jugando su juego y peleando entre
ellos:
-“¡Mi flecha
está más cerca del blanco!”-
-“¡No, la mía
está más cerca!”-
-“¡No, la
mía!”-
La Loba volvió
a repetir su pregunta, otra vez, sin conseguir respuesta, hasta que gritó
encolerizada:
-“¡Pequeños
pillos! ¡Contéstenme sobre esos Cervatillos o me los comeré!”-
Y los niños
voltearon y le contestaron:
-“Hemos
estado aquí todo el día, jugando k'wah-t'hím,
no cazando Cervatillos. Sigue tu camino y no nos molestes”-
La Loba había
perdido mucho tiempo haciéndoles preguntas a los niños e intentando encontrar
el rastro nuevamente. Pero luego comenzó a correr más rápido que nunca.
En ese
momento, los Cervatillos llegaban a la orilla del Río Grande, donde estaba P'ah-chah-hlú-hli, el Castor,
trabajando fuerte para cortar un árbol con sus dientes. Y le dijeron muy
amablemente:
“Amigo
Viejo-Cruzador-del-Agua, ¿nos podrías llevar hasta la otra orilla del río?”-
El Castor
los cargó en su espalda y los llevó hasta la otra orilla. Luego de agradecerle,
le pidieron que no le dijera a la Loba que los había visto.
Les prometió
que no lo haría y volvió a su trabajo. Los Cervatillos corrieron más y más, a
través de las planicies hasta que llegaron a una gran colina negra de lava que
se erige solitaria en el valle al sureste de Tomé.
-“¡Mira!”-
dijo uno de los Cervatillos. -“Este debe ser el lugar que nuestra madre nos
contó, donde viven los Verdaderos de nuestro pueblo. Vamos a mirar”-
Y cuando
llegaron a la cima de la colina, hallaron una puerta de entrada en la roca
sólida. Golpearon y la puerta se abrió. Una voz los llamó:
-“¡Entren!”-
Bajaron por
la escalera hacia una gran habitación subterránea. Allí hallaron a los
Verdaderos del pueblo Ciervo, quienes le dieron la bienvenida y los
alimentaron.
Luego de que
contaran su historia, los Verdaderos le dijeron:
-“No
teman, amigos, nosotros nos encargaremos”-Y el jefe guerrero escogió cincuenta Ciervos jóvenes y fuertes para su
ejército.
Para ese momento, la Loba había llegado al rió donde encontró
al Castor trabajando duro, y le pregunto mientras cortaba un árbol:
-“Anciano, ¿has visto a dos Cervatillos
por aquí?”-
Pero el
Castor la ignoró y siguió royendo el árbol, cortando mientras decía:
-“¡Ah-u-mah! ¡Ah-u-mah!”-
La Loba estaba
enfurecida y rugió:
-“Yo no te
dije “¡Ah-u-mah! ¡Ah-u-mah!”. Te pregunto si has visto a dos Cervatillos”-
El Castor le contestó:
-“He estado royendo árboles junto al río desde que he nacido y no he
tenido tiempo para detenerme a pensar en Cervatillos”-
La Loba,
llena de ira, corrió por la orilla del río, hasta que se detuvo y le dijo:
-“Anciano, si
me cruzas por el río, te pagaré, pero si te rehúsas, te comeré”-
-“Está bien,
pero espera a que termine de cortar este árbol y te cruzaré”- y la hizo
esperar.
Luego saltó
al agua y la subió a su cuello y comenzó a cruzarla por el río. Pero en cuanto
llegaron a la parte profunda, el Castor nadó hasta el fondo y se quedó allí
tanto tiempo como pudo aguantar.
-“¡Ah!”-
gritó la Loba cuando salió a la superficie.
El Castor
subió a tomar una bocanada de aire y volvió a sumergirse. Y siguió haciéndolo
hasta que la Loba casi se ahogó. Pero consiguió tomarse de su cuello
y no lo soltó por nada del mundo.
Cuando
llegaron a la orilla, la Loba estaba tan enojada que no le quería
pagar al Castor por haberla cruzado, y desde ese día, ningún Castor accede a
transportar a un Lobo a través del río.
Luego, la
Loba encontró el rastro de los Cervatillos y los siguió hasta la colina.
Cuando golpeó la puerta, una voz desde adentro preguntó:
-“¿Quién
es?”-
-“La Loba”-
contestó tan amablemente como podía, conteniendo su furia.
-“Puedes
entrar”- le dijo la voz.
Y al oír su
nombre, los cincuenta jóvenes guerreros Ciervos, quienes habían estado afilando
sus cuernos, se prepararon para recibirla. La puerta se abrió y ella bajó por a
escalera. Pero en cuanto puso un pie en el último escalón, todos los Ciervos
gritaron:
-“¡Miren que
pata!”- porque aunque el Ciervo es más grande que el Lobo, tiene patas más
pequeñas.
Al oír esto,
sintió mucha vergüenza y retiró su pata. Pero su ira era más fuerte y bajó
nuevamente. Pero cada vez los Ciervos se reían de ella y le gritaban y ella se
retiraba.
Finalmente
hicieron silencio y ella bajó la escalera. Y luego de contar su historia, los
ancianos Ciervos dijeron:
-“Este es un
caso difícil, no debemos juzgarlo a la ligera. Vamos a hacer un trato. Que
traigan la sopa y comeremos todos juntos. Y si puedes tomar toda la sopa sin
derramar una sola gota, te entregaremos los Cervatillos”-
-“Ah, eso va
a ser fácil”- se dijo la Loba. -“Voy a ser muy cuidadosa”- y en voz
alta dijo:
-“Vamos a comer”-
Trajeron un
gran tazón de sopa, y cada uno tomó un poco de pan indio y lo enrolló como una
cuchara para meterlo en la sopa. La vieja Loba era muy cuidadosa, y casi había
terminado de tomar su sopa sin derramar una sola gota.
Pero cuando
estaba por tomar el último sorbo, repentinamente aparecieron los Cervatillos en
la habitación contigua, y al verlo, derramó la sopa sobre su regazo.
-“¡La
derramó!”- gritaron los Ciervos, y los cincuenta guerreros se echaron encima de
ella y la despedazaron con sus cuernos afilados.
Ese fue el
fin de la Loba traicionera.
Y desde ese
día, los Lobos y los Ciervos han sido enemigos, y el Lobo le teme un poco al Ciervo.
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