Había una vez un joven indio llamado Kahp-tu-ú-yu, Joven Tallo de
Maíz, que habitaba en una de las aldeas al este de las montañas Manzano.
No solo era un gran
cazador y un valiente guerrero en las incursiones contra los Comanches, sino
también un gran hechicero. Los Verdaderos le habían concedido el poder de las
nubes.
Cuando Kahp-tu-ú-yu lo deseaba, una
viva lluvia caía sobre los secos campos que hacía que la tierra se regocijara
de su verdor.
Nadie más que él
podía hacer que el agua cayera desde el cielo.
Su padre era Viejo
Bastón Negro, y su madre, Mujer Maíz, y sus dos hermanas, Doncella Maíz Azul y
Doncella Maíz Amarillo.
Kahp-tu-ú-yu tenía un amigo de su misma edad.
Y, como suele
ocurrir, este amigo era en realidad un traicionero brujo, aunque Kahp-tu-ú-yu jamás habría
pensado nada malo de él.
Los dos jóvenes
solían ir a la montaña a buscar leña, y siempre llevaban sus arcos y flechas
por si se presentaba la ocasión de cazar algún antílope o ciervo, o cualquier
otro animal que se cruzaran.
Un día, el
traicionero amigo le propuso a Kahp-tu-ú-yu:
-“Amigo, ¿por qué no
vamos mañana a buscar leña y a cazar?”-
Y acordaron en ir.
Al día siguiente partieron antes del amanecer y fueron al sitio donde recogían
leña. Allí vieron una manada de ciervos que se dividieron en dos grupos. Kahp-tu-ú-yu siguió a la parte de la manada que se dirigía hacia el noroeste, y
su amigo a la que se marchó hacia el suroeste.
Luego de mucho
perseguirlos, Kahp-tu-ú-yu consiguió
matar un ciervo con sus veloces flechas, y cargó al animal sobre sus anchas
espaldas al sitio donde se habían separado. Luego de un tiempo, llegó su amigo,
cansado y sudoroso con las manos vacías; y al ver el ciervo que había cazado su
amigo, lo invadieron los celos.
-“Ven, amigo”- le
dijo Kahp-tu-ú-yu, -“que
entre los hermanos es dado compartir todo. Toma una parte de este ciervo,
cocínalo y cómelo. Llévatelo a tu casa como si lo hubieras matado tú mismo”-
-“Gracias”- le
contestó fríamente, como quien no quiere la cosa, pero lo rechazó.
Cuando ya habían
juntado suficiente leña y atado con tiras de cuero en paquetes sobre sus
espaldas, emprendieron la vuelta a sus casas, Kahp-tu-ú-yu cargando el ciervo encima de la pila de leños.
Sus hermanas lo
recibieron con alegría, elogiando sus virtudes como cazador, mientras que su
amigo se marchaba a su casa con gran descontento.
Muchas otras veces,
cuando los dos fueron a cazar a la montaña, les sucedió lo mismo. Cada vez Kahp-tu-ú-yu mataba un ciervo, y cada vez su amigo volvía con las manos vacías,
rechazando los ofrecimientos de compartir la carne como hermanos. Y cada día,
se volvía más celoso y sombrío.
Una vez más invitó
a Kahp-tu-ú-yu a cazar, pero esta vez lo hacía
con un propósito maligno. Y lo mismo volvió a ocurrir. Y nuevamente su amigo
rechazó el ofrecimiento de Kahp-tu-ú-yu.
Luego de permanecer sentado durante mucho tiempo sin decir palabras, le dijo:
-“Amigo Kahp-tu-ú-yu, ahora me probarás ser
tu mejor amigo, porque no estoy tan seguro de que lo seas”-
-“De acuerdo”, le
contestó Kahp-tu-ú-yu. Si hay algún modo de probártelo, lo
haré felizmente, porque soy tu verdadero amigo”-
-“Entonces vamos a
jugar un juego, y con eso veremos”-
-“Muy bien, pero, ¿a
qué podemos jugar?, porque aquí no tenemos ninguno”-
Cerca de ellos
había un árbol de pino quebrado, con una gran rama saliendo de su tronco
torcido, y el amigo dijo:
-“Podemos jugar a
la carrera de gallos. Aunque no tengamos caballos, podemos montar esta rama de
pino. Yo montaré primero y luego tú”-
Entonces subió la
gran rama saliente del pino como si fuera un caballo, y lo montó, inclinándose
al suelo como si fuera a recoger una gallina.
-“Ahora te toca a
ti”- dijo desmontando.
Kahp-tu-ú-yu subió al árbol y montó la rama movediza. Pero el traicionero amigo
había hechizado el árbol, y repentinamente comenzó a crecer hasta el cielo,
elevándose junto con Kahp-tu-ú-yu.
-“¡Nos hacemos esto
el uno al otro!”- se burló el falso amigo, mientras el árbol salía disparado
hacia el cielo.
Y llevándose la
leña y el ciervo que Kahp-tu-ú-yu había matado,
regresó a la aldea.
Cuando las hermanas
de Kahp-tu-ú-yu lo
vieron, le preguntaron:
-“¿Dónde está nuestro
hermano?”-
-“En verdad no sé. Él
se dirigió al noroeste y yo al suroeste. Lo estuve esperando durante mucho
tiempo en el lugar de encuentro, pero no regresó. De seguro que volverá pronto.
Tomen parte de este ciervo que cacé, ya que entre hermanos se debe compartir
todo”-
Pero las hermanas
no quisieron lo que les ofrecía, y tristemente se marcharon a su casa.
El tiempo pasó, y aún
no había noticias de Kahp-tu-ú-yu. Sus hermanas y sus
padres lo lloraban constantemente, y toda la aldea estaba triste por su
ausencia. Pronto los cultivos en los campos comenzaron a amarillear y los
arroyos a secarse.
Los animales andaban
con paso cansado, ya que Kahp-tu-ú-yu tenía
el poder de las nubes, y estando ausente, ya no llovía. Al poco tiempo todo el
verdor pereció, y los animales cayeron muertos a la tierra polvorienta, y las
personas desgarbadas que salían a calentarse al sol, morían en el acto.
Finalmente, el anciano padre le dijo a sus hijas:
-“Hijas, preparen
comida porque nuevamente saldremos a buscar a su hermano”-
Las muchachas
hicieron tortas de maíz azul para el viaje, y cuatro días más tarde, partieron.
Viejo Bastón Negro se marchó cojeando hacia el sur, su esposa hacia el este, la
hija mayor hacia norte y la menor hacia el oeste.
Durante muchos
kilómetros anduvieron, hasta que finalmente, Doncella Maíz Azul, que se dirigía
hacia el norte, escuchó una lejana y apenas perceptible canción. El canto era
tan débil que pensó que se trataba de su imaginación. Pero se detuvo a oírla, y
muy suavemente, pudo entender lo que decía:
Tó-ai-fú-ni-hlú-hlim,
Eng-k'hai k'háhm;
I-eh-búri-kún-hli-oh,
Ing-k'hai k'háhm.
Ah-i-ái, ah-hi-ái,
Aim!
Eng-k'hai k'háhm;
I-eh-búri-kún-hli-oh,
Ing-k'hai k'háhm.
Ah-i-ái, ah-hi-ái,
Aim!
Viejo
Bastón Negro
Se llama
mi padre
Mujer
Maíz
Se llama
mi madre
Ah-i-ái, ah-hi-ái,
Aim!
Aim!
Cuando Doncella
Maíz Azul oyó lo que decía la canción, corrió hasta donde estaba su hermana y
le dijo:
-“¡Hermana, creo
que nuestro hermano está prisionero en alguna parte! ¡Escucha!”-
Entre sollozos, se
pusieron a escuchar. Nuevamente la canción apareció flotando hacia ellos, tan
suave y tan triste que las hizo llorar, como aún llora hoy día cuando algún
anciano con canas se pone a rememorar la lastimosa canción de Kahp-tu-ú-yu.
-“¡No hay dudas, es
nuestro hermano!”- gritaron, y salieron corriendo a buscar a sus padres.
Y cuando estuvieron
juntos, oyeron nuevamente la triste canción.
-“¡Mi hijo!”, dijo
entre lágrimas la anciana madre. “¿En qué clase de prisión te mantienen
cautivo? Es cierto que tú padre es Viejo Bastón Negro, y que yo, Mujer Maíz,
soy tu madre ¿Pero por qué cantas así?”-
Los cuatro comenzaron
a seguir el rastro del canto, hasta que llegaron a un pino tan alto como el
cielo. Pero no conseguían ver a Kahp-tu-ú-yu,
ni él alcanzaba a oír sus gritos. Allí, en el suelo, estaba su arco y sus
flechas, con su cuerda y sus plumas carcomidas por el paso del tiempo. Y allí
estaba su atado de leña, atados con tiras de cuero, preparadas para ser
cargadas a su casa. Pero a pesar de buscar por doquier, no hallaron otro rastro
de Kahp-tu-ú-yu, y
retornaron con el corazón apesadumbrado a su casa.
Sucedió que P'ah-whá-yu-ú-deh, Pequeña Hormiga Negra, emprendió un viaje por el pino embrujado hasta
llegar a la punta que tocaba el cielo. Cuando encontró a Kahp-tu-ú-yu prisionero, Pequeña
Hormiga Negra, sorprendido, le preguntó:
-“Gran Kah-báy-deh, Hombre de Poder, ¿cómo
es que te encuentras aquí, cuando tu pueblo está sufriendo y muriendo por la
falta de lluvia, quedando ya pocos que aguardan por tu vuelta? ¿Estás en las
alturas por tu propia voluntad?”-
-“No”- gimió Kahp-tu-ú-yu. -“Estoy aquí por los celos de aquel al que consideraba mi hermano, con
quien compartía mi labor y mi comida, aquel cuya consideraba mi casa. Él es la
causa, porque estaba celoso y me embrujó confinándome aquí. Y ahora, estoy
muriendo de hambre”-
-“Si eso es
cierto”, dijo Pequeña Hormiga Negra, “te ayudaré”-
Y bajó a la tierra
tan rápido como pudo. Cuando llegó, envió a un pregonero para que avisara a
toda su nación y a todos los de In-tun,
las Enormes Hormigas Rojas. Muy pronto, los ejércitos de las Pequeñas Hormigas
Negras y los de las Enormes Hormigas Rojas se reunieron al pie del pino y
sostuvieron un consejo. Fumaron la hierba sagrada y deliberaron sobre lo que
debían hacer.
-“Ustedes, Enormes
Hormigas Rojas, son más fuertes que nosotros, que somos pequeños”, dijo el Jefe
Guerrero de las Pequeñas Hormigas Negras, “y por esa razón, deben ir a la punta
del árbol para ponerse a trabajar”-
-“¡In-dah, no!”, dijo el Jefe Guerrero
de las Enormes Hormigas Rojas. “Si creen que somos más fuertes, debemos
quedarnos en el pie de árbol, donde podremos trabajar más, y ustedes vayan a la
cima”-
Así se acordó y los
jefes prepararon sus ejércitos. Pero primero las Pequeñas Hormigas Negras
tomaron la cáscara de una bellota y mezclaron harina de maíz, agua y miel, y la
subieron por el árbol. Eran tantas que cubrían todo el tronco hasta la cima.
Cuando Kahp-tu-ú-yu los vio, se entristeció y pensó:
-“¿De qué me puede
servir tan poquito, yo que estoy muriendo de hambre y sed?”-
-“No pienses así”-
le dijo el Jefe Guerrero de las Pequeñas Hormigas Negras, quien leyó su
pensamiento. -“Nadie debería pensar así. Esto te alcanzará, y más aún,
sobrará”-
Así fue, porque
cuando Kahp-tu-ú-yu había comido hasta saciarse, la
cáscara de bellota aún seguía llena. Luego las hormigas llevaron la bellota al
suelo y volvieron.
-“Ahora, amigo”- le
dijo el Jefe, -“haremos lo mejor que podamos. Pero tú debes cerrar tus ojos
hasta que diga ¡ahw!”-
Kahp-tu-ú-yu cerró sus ojos y el Jefe envió señales a los que estaban a los
pies del árbol. Y las Pequeñas Hormigas Negras arriba pusieron sus pies contra
el cielo y empujaron con toda sus fuerzas a la punta del pino. Y las Enormes
Hormigas Rojas en el suelo tomaron el tronco y tiraron de él con todas sus
fuerzas. Y el primero tirón enterró al gran árbol un cuarto de su altura debajo
de la tierra.
-“¡Ahw!”- gritó el Jefe de las
Pequeñas Hormigas Negras, y Kahp-tu-ú-yu abrió sus ojos,
pero no pudo ver nada.
-“Cierra los ojos
otra vez”- dijo el Jefe.
Nuevamente las
Pequeñas Hormigas Negras empujaron con toda su fuerza contra el cielo y las
Enormes Hormigas Rojas tiraron con todas sus fuerzas hacia abajo, y el pino se
enterró otro cuarto del su altura debajo de la tierra.
-“¡Ahw!”- gritó el Jefe, y cuando Kahp-tu-ú-yu abrió los ojos,
desde aquella altura, pudo ver toda la tierra.
Nuevamente cerró los
ojos. Una vez más empujaron y tiraron, y solo un cuarto del pino quedó por
encima de la superficie. Ahora Kahp-tu-ú-yu
podía ver más de cerca la tierra, los campos cubiertos de animales
muertos, y su propio pueblo agonizando.
Una vez más las
Pequeñas Hormigas Negras empujaron y las Enormes Hormigas Rojas tiraron, y esta
vez el árbol se enterró por completo debajo de la tierra, y Kahp-tu-ú-yu quedó sentado en la
tierra. Rápidamente confeccionó un arco y unas flechas y mató un ciervo gordo,
dividiéndolo entre las Hormigas Negras y las Hormigas Rojas, a manera de
agradecimiento por su ayuda.
Luego se arregló sus
ropas, ya que había estado cuatro años prisionero en el árbol y vestía en
harapos. Haciéndose una flauta de la corteza de un árbol joven, tocó y cantó a
medida que regresaba a su hogar:
Kahp-tu-ú-yu tú-mah-kui,
Nah-chúr kwé-shay-tin,
Nah-shúr kwé-shay-tin;
Kahp-tu-ú-yu tú-mah-kui!
Nah-chúr kwé-shay-tin,
Nah-shúr kwé-shay-tin;
Kahp-tu-ú-yu tú-mah-kui!
Kahp-tu-ú-yu ha vuelto a vivir
Está regresando a su hogar
Soplando el amarillo y el azul
¡Kahp-tu-ú-yu ha
vuelto a vivir!
Mientras caminaba y cantaba, las
olvidadas nubes se posaron por encima de él, y una plácida lluvia comenzó a
caer, y todo comenzó a reverdecer. Pero la lluvia solo caía allí donde su voz
llegaba, y más allá todo seguía muerto y seco. Cuando llegó a donde el terreno
húmedo acababa, comenzó a cantar y a tocar la flauta otra vez. Y nuevamente la
lluvia comenzó a caer hasta donde alcanzaba ser oída su voz. Esta vez, el Niño
Loco, que vagaba en las afueras de la agonizante aldea, vio la tormenta lejana
y oyó la canción. Corrió a contarle a los padres de Kahp-tu-ú-yu, pero nadie le creía a un loco, y lo ignoraron.
Cuando el Niño Loco salió de la aldea
otra vez, la lluvia cayó sobre él y sus fuerzas se renovaron, y volvió
corriendo para contarles. Entonces las hermanas salieron de la casa y vieron la
lluvia y oyeron la canción; y lloraron de alegría, y le dijeron a sus padres
que se levantaran y salieran a recibirlo. Pero la pobre gente del pueblo estaba
sumamente débil y no se podían levantar; así que fueron solas. Cuando lo
vieron, cayeron a sus pies, llorando. Pero Kahp-tu-ú-yu las levantó y
las bendijo, y le dio una mazorca de maíz azul a Doncella Maíz Azul, y una
mazorca de maíz amarilla a Doncella Maíz Amarilla, y las llevó a su casa.
Mientras cantaba, la lluvia comenzó a
caer sobre el pueblo. Y cuando tocó las caras pálidas de los muertos, se
sentaron y abrieron sus bocas para beber. Y los moribundos se arrastraron fuera
de sus casas para beber, y recobraron sus fuerzas. Y los campos marchitos
reverdecieron otra vez.
-“Hermanitas, denos de comer”-
Pero ellas preguntaron: “¿Qué? Porque
te has ido durante cuatro años, y hemos plantado, pero nada ha crecido. Hoy nos
hemos comido el último grano”.
-“No, hermanitas”- le contestó. -“No
se debe pensar así. Busquen en las despensas, si no hay algo allí”-
-“Pero si hemos buscado y buscado y
revuelto todo sin hallar nada”-
-“Aún así, miren otra vez”-
Cuando abrieron la puerta, la
despensa estaba repleta, del suelo al techo, con maíz, y el otro cuarto estaba
repleto de trigo. Lloraron de alegría, y de inmediato comenzaron a cocinar el
maíz azul, porque estaban famélicos.
El dulce aroma del maíz asándose
llegó a los vecinos hambrientos, quienes se amontonaban en la puerta y pedían:
-“¡Oh, Kahp-tu-ú-yu, danos al menos un grano de maíz, y luego nos iremos a nuestras casas a
morir en paz!”-
Pero Kahp-tu-ú-yu entregó a cada uno una mazorca y les dijo:
-“Padres, hermanos, vayan cada uno a
sus casas, porque allí encontrarán tanto maíz como aquí”-
Fueron y comprobaron que era cierto.
Todos comenzaron a cocinar y a comer maíz, y los muertos en todas las casas se
levantaron y recobraron su vitalidad, y toda la aldea cantó y bailó.
Desde ese momento las lluvias abundaron
nuevamente, porque aquel con el poder de las nubes estaba de regreso
nuevamente. En primavera plantaron, y en otoño la cosecha fue tan abundante que
el pueblo no pudo almacenarlo, y los excedentes fueron traídos a Shi-eh-whíb-bak, Isleta, donde
pudieron disfrutarlo.
En cuanto al traicionero amigo, murió
de vergüenza en su casa, por no atreverse a salir, y nadie lloró por él.
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