Por los lentos ríos amazónicos navega
un barco fantasma, en misteriosos tratos con la sombra, pues siempre se lo ha
encontrado de noche.
Está extrañamente iluminado por luces
rojas, tal si en su interior hubiese un incendio. Está extrañamente equipado de
mesas que son en realidad enormes tortugas, de hamacas que son grandes
anacondas, de bateles que son caimanes gigantescos.
Sus tripulantes son bufeos vueltos
hombres. A tales peces obesos, llamados también delfines, nadie los pesca y
menos los come.
En Europa, el delfín es plato de reyes.
En la selva amazónica, se los puede ver nadar en fila, por decenas, en ríos y
lagunas, apareciendo y desapareciendo uno tras otro, tan rítmica como
plácidamente, junto a las canoas de los pescadores. Ninguno osaría arponear a
un bufeo, porque es pez mágico.
De noche vuélvase hombre y en la ciudad
de Iquitos ha concurrido alguna vez a los bailes, requebrando y enamorando a
las hermosas. Diose el caso de que una muchacha, entretenida hasta la madrugada
por su galán, vio con pavor que se convertía en bufeo.
Pudo ocurrir también que el pez mismo
fuera atraído por la hermosa hasta el punto en que se olvidó su condición.
Corrientemente, esos visitantes suelen irse de las reuniones antes de que raye
el alba. Sabese de su peculiaridad porque muchos los han seguido y vieron que,
en vez de llegar a casa alguna, fuéronse al río y entraron a las aguas,
recobrando su forma de peces.
El barco fantasma está, pues, tripulado
por bufeos. Un indio del alto Ucayali vio a la misteriosa nave no hace mucho,
según cuentan en Pucallpa y sus contornos. Sucedió que tal indígena,
perteneciente a la tribu de los shipibos, estaba cruzando el río en una canoa
cargada de plátanos, ya oscurecido. A medio río distinguió un pequeño barco que
le pareció ser de los que acostumbradamente navegan por esas aguas.
Llamáronlo desde el barco a voces,
ofreciéndole compra de los plátanos y como le daban buen precio, vendió todo el
cargamento. El barco era chato, el shipibo limitóse a alcanzar los racimos y ni
sospechó qué clase de nave era.
Pero no bien había alejado a su canoa
unas brazas, oyó que del interior del barco salía un gran rumor y luego vio con
espanto que la armazón entera se inclinaba hacia delante y hundía, iluminando
desde dentro las aguas, de modo que dejó una estela rojiza unos instantes,
hasta que todo se confundió con la sombría profundidad.
De ser barco igual que todos, los
tripulantes se habrían arrojado al agua, tratando de salvarse del hundimiento.
Ninguno lo hizo. Era el barco fantasma.
El indio shipibo, bogando a todo remo,
llegó a la orilla del río y allí se fue derecho a su choza, metiéndose bajo su
toldo. Por los plátanos le habían dado billetes y moneda dura. Al siguiente
día, vio el producto del encantamiento. Los billetes eran pedazos de piel de
anaconda y las monedas, escamas de pescado. La llegada de la noche habría de
proporcionarle una sorpresa más. Los billetes y las monedas de plata, lo eran
de nuevo.
Así es que el shipibo estuvo pasando en
los bares y bodegas de Pucallpa, durante varias noches, el dinero mágico
procedente del barco fantasma.
Sale el barco desde las más hondas
profundidades, de un mundo subacuático en el cual hay ciudades, gentes, toda
una vida como la que se desenvuelve a flor de tierra. Salvo que esa es una
existencia encantada.
En el silencio de la noche, aguzando el
oído, puede escucharse que algo resuena en el fondo de las aguas, como voces,
como gritos, como campanas…
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