Fue que nuestro
padre Adán estaba en el Paraíso, llevando, como es sabido, la regalada vida.
Toda fruta había: ya sea mangos, chirimoyas, naranjas, paltas o guayabas y
cuanta fruta se ve por el mundo.
Toda laya de
animales también había y todos se llevaban bien entre ellos y también con
nuestro padre. Y así que él no necesitaba más que estirar la mano para tener lo
que quería. Pero la condición de todo cristiano es descontentarse.
Y ahí está que
nuestro padre Adán le reclamó al Señor. No es cierto que le pidiera mujer
primero. Primero le pidió que quitara la noche. “Señor —le dijo—, quita la
sombra: no hagas noche; que todo sea solamente día”. Y el Señor le dijo: “¿Para
qué?”. Y nuestro padre le dijo: “Porque tengo miedo. No veo ni puedo caminar y
tengo miedo”.
Y entonces le
contestó el Señor: “La noche para dormir se ha hecho”. Y nuestro padre Adán
dijo: “Si estoy quieto, me parece que un animal me atacará aprovechando la
oscuridad”. “¡Ah! —dijo el Señor— eso me hace ver que tienes malos
pensamientos. Ni un animal se ha hecho para que ataque a otro”. “Así es, Señor,
pero tengo miedo en la sombra: haz sólo día, que todito brille con la luz”, le
rogó nuestro padre.
Y entonces
contestó el Señor: “Lo hecho está hecho, porque el Señor no deshace lo que ya
hizo”. Y después le dijo a nuestro padre: “Mira”, señalando para un lado. Y
nuestro padre vio un puma grande que, más grande que toditos, que se puso a
venirse bramando con una voz muy fea.
Y parecía que
quería comerse a nuestro padre. Abría la bocota al tiempo que caminaba. Y
nuestro padre estaba asustado viendo cómo venía contra él el puma. Y en eso ya
llegaba y ya lo pescaba, pero lo ve que se va deshaciendo, que pasa por encima
sin dañarlo nada y después se pierde en el aire.
Era, pues, un
puma de sombra. Y el Señor le dijo: “Ya ves, era pura sombra. Así es la noche.
No tengas miedo. El miedo hace cosas de sombra”. Y se fue sin hacerle caso a
nuestro padre. Pero como nuestro padre también no sabía hacer caso, aunque
indebidamente, siguió asustándose por la noche, y después le pegó su maña a los
animales. Y es así como se ven diablos, duendes y ánimas en pena y también
pumas y zorros y toda laya de fealdades entre la noche. Y las más de las veces
son meramente sombra, como el puma que le enseñó a nuestro padre el Señor. Pero
no acaba todavía la historia.
Fue que nuestro
padre Adán, por no saber hacer caso, siempre tenía miedo, como ya les he dicho,
y le pidió compañía al Señor.
Pero entonces le
dijo, para que se la diera: “Señor, a toditos le diste compañera, menos a mí”.
Y el Señor, como
era cierto que toditos tenían, menos él, tuvo que darle. Y así fue como la
mujer lo perdió, porque vino con el miedo y la noche…
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