Un rey que había llegado a ser rey
siendo aún muy joven, andaba enamorado de la hija de uno de los guardas que
cuidaban de las tierras que pertenecían al palacio.
Este guarda tenía su casa dentro de los
límites de los jardines de palacio y por eso el rey acostumbraba a pasear por
ellos con la esperanza de encontrarse con la muchacha que él quería, pero nunca
conseguía verla a solas y tenía que conformarse con contemplarla, a ella y a
sus dos hermanas, por entre los pocos huecos que dejaba el tupido seto que rodeaba
la casa.
Así pasaban los días y el espíritu del
rey oscilaba entre la ansiedad y la melancolía.
Una de las veces en que entretenía el
tiempo mirando a través del seto, vio que las tres hijas del guarda estaban a
la puerta de su casa cosiendo tranquilamente.
Entonces el rey aguzó el oído y pudo
escuchar esta conversación:
-Ay, cuánto me gustaría poder casarme
con un joven guapo que tuviera el oficio de panadero, porque así tendría el pan
asegurado para mí y para mis hijos durante toda la vida -eso lo dijo la mayor
de las hermanas.
-Pues a mí -dijo la mediana- me
gustaría casarme con un cocinero joven y guapo, porque entonces tendría pan y
comida para toda la vida.
Y entonces oyó decir a la pequeña, que
era a la que él amaba:
-Pues yo no quiero ninguno de esos dos
maridos, porque yo lo que quisiera es casarme con el rey -y lo decía a
sabiendas de que eso era imposible.
Y el rey que lo oyó, rodeó el seto tras
el que las observaba, se presentó delante de las muchachas y les dijo:
-He escuchado vuestros tres deseos y,
cuando queráis, yo me ocupo de que se celebren esas tres bodas en el palacio.
Tú -dijo dirigiéndose a la mayor- te casarás con mi panadero; tú -dijo
dirigiéndose a la mediana- te casarás con mi cocinero; y tú -añadió dirigiéndose
a la pequeña- te casarás conmigo, porque yo soy el rey y tú eres la elegida de
mi corazón.
Las tres hijas del guarda, aunque le
encontraban muy guapo y apuesto, pensaron que era uno de los servidores del rey
y se rieron de él, pero entonces llegó el padre, que reconoció al rey, y las
tres comprendieron que era cierto lo que había dicho.
Así que se casaron muy alegres y
contentas las tres.
Pero al poco tiempo, la envidia empezó
a hacer nido en el corazón de las dos hermanas mayores, hasta el punto de que
acabaron odiando a muerte a la más pequeña por esta causa.
Pasó el tiempo y, a punto de cumplirse
el año desde el día de la boda, la reina dio a luz a un niño. Las hermanas,
cuya envidia no había hecho sino crecer, aprovecharon un descuido, le robaron
al niño, lo pusieron en un cestillo y lo echaron al río con la esperanza de que
se ahogase. En su lugar, presentaron al rey una canastilla hermosamente
adornada, con un cachorro de perro recién nacido
envuelto en su interior, y le dijeron al rey que lo había parido su hermana.
El rey, aunque la amaba mucho, se llevó
un disgusto tan grande que decidió repudiarla, pero sus consejeros le
convencieron de que no lo hiciera, pues no sabían lo que aquello significaba.
De modo que el rey decidió esperar y se reconcilió con la reina.
Entretanto, el cestillo en el que
habían puesto al niño navegó por el río a lo largo del valle hasta que quedó
varado en un remanso y allí fue donde lo encontró uno de los guardas del rey
que vivían más alejados de palacio. Y como este guarda estaba deseando tener un
hijo, pues su esposa era estéril, lo recogió y lo llevó a su casa, donde la
mujer lo recibió con enorme alegría y acordaron criarlo sin decir a nadie cómo
lo habían encontrado.
Y sucedió que la reina quedó nuevamente
embarazada.
Las hermanas, que la odiaban aún más
porque su plan no había salido como esperaban, resolvieron volver a hacer lo
mismo, confiando en que esta vez su plan sí que daría resultado, y cambiaron al
niño por un cachorro de gato recién nacido y se lo presentaron al rey. El rey,
esta vez, sí que se puso furioso y quería matar a la reina, pero los consejeros
le dijeron de nuevo que no lo hiciera, pues la naturaleza se manifestaba a
veces de manera extraordinaria y aquel nuevo suceso les parecía aún más misterioso
que el anterior, por lo que se hacía necesario esperar, al menos una vez más,
antes de decidir que la reina era culpable. Y el rey lo aceptó a regañadientes.
Las hermanas, como la vez anterior,
habían echado al niño al mismo río en un cestillo y este cestillo fue el que se
encontró el mismo guarda, que le pareció un regalo del cielo y se apresuró a
llevárselo a su mujer para que lo criara también, pues de este modo ya habían
conseguido dos hijos.
La reina quedó nuevamente embarazada y,
un año más tarde, dio a luz a una niña. A las hermanas les faltó tiempo para
hacer con la criatura lo mismo que con sus hermanitos, pero no habiendo
encontrado cachorro ni de perro ni de gato, pusieron en la canastilla un pedazo
de corcho untado en sangre y echaron a la niña al río en otro cestillo. Y
sucedió que el mismo guarda volvió a encontrarlo y, al ver que esta vez era una
niña, se volvió loco de contento y se apresuró a llevárselo a su mujer para que
la criara.
Entretanto, el rey, que ya no quiso oír
a sus consejeros, mandó hacer una jaula de hierro, encerró en ella a la reina y
ordenó que durante el día colgasen la jaula a la puerta del palacio para que,
todos los que entraran o salieran de él, hicieran burla de ella y le echasen
comida como a los animales, y a la noche la guardaran en las caballerizas.
Pasó el tiempo y los niños fueron
creciendo en el hogar del guarda que los recogió y ni él ni su mujer dijeron
nunca nada a nadie sobre el origen de los niños, de forma que todos los que los
conocían los tenían por sus hijos naturales. Pero un día murió el guarda y la
guardesa hubo de mudarse a una casa más alejada y más pequeña, en la linde del
bosque, que era también del rey. Y cuando la niña cumplió quince años murió la
guardesa y los niños quedaron huérfanos. Entonces ella tomó las riendas de la
casa y la organizaba y mantenía mientras los hermanos sacaban dinero, de la
caza unas veces, otras veces de jornal, para mantenerse los tres.
Hasta que, un día, una vieja se acercó
a la casa y estuvo hablando con la niña, mientras los hermanos se encontraban
fuera, y al término de la conversación le dijo:
-No seréis felices mientras no tengáis
estas tres cosas: al agua amarilla, el pájaro que habla y el árbol que canta.
La niña quedó preocupada y confusa y
cuando volvieron sus hermanos les contó lo que le había dicho la vieja.
Entonces el mayor le contó que ellos también habían encontrado a una vieja que
estuvo hablando con ellos y al final les entregó un espejo y un cuchillo
advirtiéndoles que, cuando el espejo se empañara o el cuchillo se manchara de
sangre, querría decir que su dueño se encontraba en gran peligro.
Conque el mayor decidió ir a buscar las
tres cosas que dijo la vieja y, antes de ponerse en camino, entregó el cuchillo
a sus hermanos y se metió en el bosque.
Después de mucho caminar, vio a un
ermitaño a la puerta de su ermita y decidió preguntarle si sabía dónde se
encontraban el agua amarilla, el pájaro que habla y el árbol que canta. El
ermitaño le contestó que sí lo sabía, pero que todos los que buscaban estas
tres cosas quedaban encantados y no volvían jamás.
El hermano mayor le contestó que él
estaba decidido a conseguirlas y entonces el ermitaño le dio una bola con estas
instrucciones: que cuando viera que el camino iba cuesta abajo, la dejara
rodar, que se detendría sola ante un monte, que subiera ese monte y que nunca
volviera la cara atrás.
El muchacho cogió la bola y, cuando vio
que el camino descendía, hizo lo que el ermitaño le había dicho y empezó a
subir el monte, pero a mitad de la subida oyó unas voces que le llamaban,
volvió la cara y se quedó convertido en piedra.
Los otros dos hermanos estaban
pendientes del cuchillo y, de pronto, vieron que éste se llenaba de sangre.
Entonces dijo el segundo hermano: -Esto
es que mi hermano mayor está en peligro, así que voy en su auxilio.
Entregó su espejo a su hermana y se
marchó por el bosque.
Después de mucho caminar, encontró la
ermita y preguntó al ermitaño lo mismo que su hermano y el ermitaño le entregó
otra bola y le dio las instrucciones, pero al muchacho le sucedió exactamente
igual que a su hermano y quedó también convertido en piedra.
La hermana, que estaba mirándose en el
espejo, vio de pronto cómo éste se empañaba y se ponía turbio y comprendió que
su segundo hermano también se hallaba en peligro, por lo que resolvió ponerse
en marcha y se internó en el bosque.
Cuando llegó a la ermita, preguntó al
ermitaño:
-¿Ha visto usted pasar por aquí a dos
mozos con tales y tales señas?
Y dijo el ermitaño:
-¿Dos mozos que iban buscando el agua
amarilla?
-Ésos son -contestó ella.
-Pues a los dos les dije lo que te digo
a ti, que tomes esta bola y, cuando veas que el camino va cuesta abajo, eches a
rodar la bola, que se parará sola ante un monte; entonces sube a lo alto sin
volver la cara, porque en lo más alto del monte está el pájaro que habla y,
cuando le pongas la mano encima, ya podrás mirar atrás sin peligro.
Entonces ella le pidió una bola y
también un poco de tela para taparse los oídos y echó a andar y fue haciendo
todo lo que le decía el ermitaño. Como se había tapado los oídos con los
pedacitos de tela no oyó las voces que la llamaban, y así llegó a lo alto del
monte, donde vio un pájaro y le puso la mano encima; entonces el pájaro habló:
-¡Una mujer me tenía que coger! -dijo.
Y la muchacha le acarició dulcemente y
le habló con mimos y después le preguntó por el agua amarilla y el árbol que
canta y el pájaro, satisfecho, le explicó dónde se hallaban y también le
explicó que si regaba con agua amarilla las piedras en que se habían convertido
sus hermanos, los desencantaría.
La muchacha cortó una rama del árbol
que canta, llenó un cantarillo que llevaba con el agua amarilla, humedeció la
rama en él y con ella roció las piedras y desencantó a sus hermanos. Entonces
se volvieron tan contentos a su casa, donde plantaron la rama del árbol. Y la
rama prendió y empezó a crecer y de cada hoja nueva que brotaba salían cantos
como si el árbol estuviera lleno de avecillas.
Al otro día, los dos hermanos fueron de
caza, para buscarse el sustento, y se encontraron con el rey, pero no le
reconocieron porque nunca le habían visto, de tan aislados como habían vivido.
Así que departieron con el rey y éste
encontró tan agradables a los muchachos que los invitó a comer.
Ellos se lo agradecieron de todo
corazón, pero le dijeron que no podían dejar a su hermana sola, y entonces dijo
el rey:
-Pues que se venga ella también.
Y fueron a buscarla y luego a comer con
el rey. Al entrar en el palacio vieron a una mujer en una jaula que les causó
lástima, pero por prudencia no quisieron preguntar nada. Después de comer, el
rey les enseñó el palacio y los jardines y, cuando se despidieron, suplicaron
al rey que accediese a ir a comer con ellos a su casa, para corresponderle de
alguna manera, a lo que el rey accedió de buena gana. Y al salir de palacio
vieron de nuevo a la mujer en la jaula y se les encogió el corazón.
Así que regresaron a su casa, empezaron
a pensar qué le darían de comer al rey y estaban discutiendo entre ellos cuando
oyeron al pájaro que habla que decía:
-Ponedle pepinos rellenos de perlas.
-¿Qué dices? -replicaron ellos,
atónitos.
-Ponedle pepinos rellenos de perlas.
-¿Y dónde vamos a encontrar nosotros
unas perlas? -respondieron ellos.
Y les dijo el pájaro:
-Al pie del árbol que canta hallaréis
una arqueta llena de perlas.
La buscaron y, efectivamente, allí
estaba.
Conque, al día siguiente, llegó el rey,
acompañado por alguno de sus consejeros como tenía por costumbre.
Se sentaron todos a la mesa que los
hermanos habían preparado con todo esmero y la muchacha sirvió de primer
plato los pepinos. El rey partió uno y, al ver las perlas, dijo en voz alta,
mostrándolo a sus consejeros:
-¿Dónde se ha visto comer pepinos con
perlas?
Y el pájaro que habla dijo entonces:
-¿Y dónde se ha visto que una mujer
pueda parir un perro, un gato y un corcho?
Y todos se quedaron admirados al
escuchar esto; y dijo el rey:
-¿Pues qué sino eso fue lo que parió la
reina?
Y volvió a hablar el pájaro:
-A los tres muchachos que tienes
delante.
La muchacha, que oyó esto, le dijo al
pájaro:
-¿Es que la guardesa no era nuestra
madre?
Y el pájaro contestó:
- Vuestra madre verdadera es la
mujer que está en una jaula, que es la reina; y las hermanas de la reina, por
envidia de verla mejor casada que ellas, os cambiaron a cada uno por una cría
de perro, una de gato y un pedazo de corcho y a vosotros os arrojaron al río en
un cestillo.
Entonces el rey se levantó, y con él
sus consejeros, llenos de asombro por lo que acababan de saber, y el rey abrazó
a los hermanos con gran alegría de saber que sus tres hijos vivían y mandó a
sus consejeros a palacio inmediatamente para que descolgaran a la reina y le
anunciaran que volvía con sus hijos, por lo que esperaba su perdón. Y por las
mismas, encargó que prendieran a las hermanas y las encerraran en la misma
jaula donde la reina había estado. Y dicho esto, abrazó de nuevo a sus hijos
con lágrimas en los ojos y volvieron todos a palacio, donde fueron felices como
la vieja les había predicho.
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