Un herrero de una pequeña ciudad había
hurtado un caballo. 
El dueño halló el caballo en el establo
del herrero y le hizo buscar con un guardia municipal. 
Fue arrestado el herrero y conducido
delante de un magistrado. El magistrado le condenó a ser ahorcado.
Entonces se agitó la gente de la
ciudad, porque no había más que un solo herrero en la ciudad. Nombraron una
delegación, y la delegación fue a ver al magistrado. Uno de ellos dijo al
magistrado:
—No tenemos más que este herrero en
toda la ciudad, y nos es indispensable. 
Pero tenemos tres sastres en la ciudad.
Podemos perder a uno de estos sastres. Alguno ha de ser ahorcado, esto es
claro. 
Por consiguiente, háganos Vd. el favor
de ahorcar a uno de los sastres.


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