¿Qué tenía aquel misterioso, viejo, feo y grande baúl que se quedó en el mesón del Manglito?
Los habitantes de ese barrio de La Paz y que vivían allá a principios del siglo pasado, cuentan que en un terreno de la playa del Manglito existió un pequeño mesón, propiedad de doña Cuca Martínez, abuela de un pescador muy conocido en años recientes llamado Cipriano. A dicho mesón llegaban los arrieros que viajaban de La Paz a los minerales del Triunfo y San Antonio, llevando artículos de primera necesidad para las gentes de aquellos lugares y de regreso traían los minerales procesados en las minas.
Uno de esos arrieros llamado Juan Pablo Cruz, ya tenía más de diez años haciendo los viajes de ida y vuelta entre los pueblos mineros y la capital del estado, era dueño de una recua de cuatro mulas y dos burros con los que efectuaba su trabajo de carga.
Un día los vecinos del mesón vieron llegar muy de mañana a Juan Pablo quien además de traer los bultos acostumbrados traía un gran baúl muy grande y viejo, que estaba cerrado con un candado todo oxidado.
El cuarto donde se hospedaba el arriero cada vez que llegaba al barrio, quedaba al fondo del terreno del mesón, descargó el mineral de las mulas y los burros y bajó el gran baúl, metiéndolo en la habitación.
No faltó algún vecino curioso, que cuando Juan Pablo regresaba hacia el Triunfo, se asomaba por la ventana para ver el baúl y vio que de él salía una pequeña mujer que a veces vestía de blanco y otras veces vestía de negro.
Llegó el día en que el arriero ya no regresó a La Paz y doña Cuca para evitar problemas mandó tapias la puerta de la habitación del fondo de su mesón, con unas tablas clavadas al marco de la puerta. Pasó el tiempo, varios años y el arriero no regresó, por lo que la dueña del mesón decidió rentar de nuevo la habitación.
En eso, llegó procedente de Guaymas Sonora, un pescador que venía con todo y panga y pidió permiso para quedarse a pescar en la playa del barrio del Manglito, este pescador era exactamente igual que Juan Pablo el arriero, quien lo recordaba podía jurar que eran gemelos.
Doña Cuca le rentó el cuarto que estaba al fondo de su mesón a lo que el panguero desclavo las tablas que cerraban la puerta de entrada al cuarto, al entrar el pescador no vio ninguno de los muebles que la dueña del mesón le dijo que tenía esa habitación, solo había un gran baúl grande y feo en el centro de la habitación que estaba cerrado con un gran candado todo oxidado.
Con las tablas con las que estaba cerrada la puerta de entrada, el panguero construyó una masa, una cama y una silla. Puso el baúl en un rincón y ya por la noche se acostó a dormir. El panguero siempre usaba una mascada blanca, enredada al cuello igual a la que usaba el arriero.
Ya por la noche cuando su sueño era muy profundo, de repente se despertó porque estaba sufriendo un ataque, solo alcanzó a ver un pequeño bulto vestido de negro, del cual salían dos manos que apretaban con fuerza las puntas de la mascada. Luchó de manera desesperada y por fin se aflojó la mascada que le apretaba el cuello. Se levantó como pudo y sacó el viejo baúl al patio.
Muy de madrugada salió al patio, tomo el baúl y lo subió a su panga, encendió el motor fuera de borda y se encaminó a medio canal entre el malecón y el Mogote. Aventó el baúl al mar y regresó a la playa. Dejó su panga varada en la arena y se encaminó a la parroquia de nuestra Señora de Guadalupe, la que estaba apenas en construcción y entró a rezar un rosario.
Ese mismo día el panguero desapareció igual que el arriero, y del baúl nadie volvió a saber nada de él.
Los habitantes de ese barrio de La Paz y que vivían allá a principios del siglo pasado, cuentan que en un terreno de la playa del Manglito existió un pequeño mesón, propiedad de doña Cuca Martínez, abuela de un pescador muy conocido en años recientes llamado Cipriano. A dicho mesón llegaban los arrieros que viajaban de La Paz a los minerales del Triunfo y San Antonio, llevando artículos de primera necesidad para las gentes de aquellos lugares y de regreso traían los minerales procesados en las minas.
Uno de esos arrieros llamado Juan Pablo Cruz, ya tenía más de diez años haciendo los viajes de ida y vuelta entre los pueblos mineros y la capital del estado, era dueño de una recua de cuatro mulas y dos burros con los que efectuaba su trabajo de carga.
Un día los vecinos del mesón vieron llegar muy de mañana a Juan Pablo quien además de traer los bultos acostumbrados traía un gran baúl muy grande y viejo, que estaba cerrado con un candado todo oxidado.
El cuarto donde se hospedaba el arriero cada vez que llegaba al barrio, quedaba al fondo del terreno del mesón, descargó el mineral de las mulas y los burros y bajó el gran baúl, metiéndolo en la habitación.
No faltó algún vecino curioso, que cuando Juan Pablo regresaba hacia el Triunfo, se asomaba por la ventana para ver el baúl y vio que de él salía una pequeña mujer que a veces vestía de blanco y otras veces vestía de negro.
Llegó el día en que el arriero ya no regresó a La Paz y doña Cuca para evitar problemas mandó tapias la puerta de la habitación del fondo de su mesón, con unas tablas clavadas al marco de la puerta. Pasó el tiempo, varios años y el arriero no regresó, por lo que la dueña del mesón decidió rentar de nuevo la habitación.
En eso, llegó procedente de Guaymas Sonora, un pescador que venía con todo y panga y pidió permiso para quedarse a pescar en la playa del barrio del Manglito, este pescador era exactamente igual que Juan Pablo el arriero, quien lo recordaba podía jurar que eran gemelos.
Doña Cuca le rentó el cuarto que estaba al fondo de su mesón a lo que el panguero desclavo las tablas que cerraban la puerta de entrada al cuarto, al entrar el pescador no vio ninguno de los muebles que la dueña del mesón le dijo que tenía esa habitación, solo había un gran baúl grande y feo en el centro de la habitación que estaba cerrado con un gran candado todo oxidado.
Con las tablas con las que estaba cerrada la puerta de entrada, el panguero construyó una masa, una cama y una silla. Puso el baúl en un rincón y ya por la noche se acostó a dormir. El panguero siempre usaba una mascada blanca, enredada al cuello igual a la que usaba el arriero.
Ya por la noche cuando su sueño era muy profundo, de repente se despertó porque estaba sufriendo un ataque, solo alcanzó a ver un pequeño bulto vestido de negro, del cual salían dos manos que apretaban con fuerza las puntas de la mascada. Luchó de manera desesperada y por fin se aflojó la mascada que le apretaba el cuello. Se levantó como pudo y sacó el viejo baúl al patio.
Muy de madrugada salió al patio, tomo el baúl y lo subió a su panga, encendió el motor fuera de borda y se encaminó a medio canal entre el malecón y el Mogote. Aventó el baúl al mar y regresó a la playa. Dejó su panga varada en la arena y se encaminó a la parroquia de nuestra Señora de Guadalupe, la que estaba apenas en construcción y entró a rezar un rosario.
Ese mismo día el panguero desapareció igual que el arriero, y del baúl nadie volvió a saber nada de él.
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