pasó Jesús entre las regiones de Samaria y Galilea.
Y llegó a una aldea,
donde le salieron al encuentro diez hombres enfermos de lepra,
los cuales se quedaron lejos de él gritando:
-Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros.
Cuando Jesús los vio, les dijo:
-Vayan a presentarse a los sacerdotes.
Y mientras iban,
quedaron limpios de su enfermedad.
Uno de ellos, al verse limpio,
regresó alabando a Dios a grandes voces,
Y se arrodilló delante de Jesús,
Inclinándose hasta el suelo para darle las gracias.
Este hombre era de Samaria.
Jesús le dijo:
-¿Acaso no eran diez los que quedaron limpios de su enfermedad?
¿Dónde están los otros nueve?
¿Únicamente este extranjero ha vuelto para alabar a Dios?
Y le dijo al hombre:
-Levántate y vete, por tu fe tu has sanado.
Lc. 17 11-19
Se levantó muy temprano, después de ducharse y rasurarse, se vistió con calma. Su esposa le preparó un desayuno ligero, mientras sus hijos se arreglaban para ir a la escuela. Esta mañana, era lunes, el primer día del mes, el doctor Alonso Benton, médico cirujano general, no saldría a correr como todas las mañanas, se haría cargo de la Dirección General, del Hospital Regional del Noroeste. La mañana estaba fresca y el día prometía estar despejado. Antes de salir hacia el hospital se despidió de su familia, tomo su portafolio y fue al garaje a recoger su auto. Todavía no daban las siete de la mañana cuando Alonso llegó hasta su oficina de la dirección del conjunto hospitalario. Ya lo esperaban su secretaria, el administrador del nosocomio y el jefe de médicos del Hospital Regional.
El hospital estaba conformado por dos edificios de cuatro plantas cada uno, separados por un gran jardín. En el edificio que daba frente a la avenida de la ciudad, se encontraban los estacionamientos, los consultorios de atención al público, todos son de medicina externa y las oficinas administrativas incluida la dirección del hospital.
En el edificio de la parte trasera se encontraban los pabellones de camas, quirófanos, sala de urgencias médicas, salas pre-operatorias y de recuperación.
El doctor Alonso Benton entró a la antesala de su oficina y de inmediato su secretaria la señora Serena Salas lo saludó dándole su nombre y lo condujo a la oficina particular del director. Le mostró la oficina, la cual estaba amueblada con sobriedad y le informó que ya lo esperaban el jefe del cuerpo médico, el doctor Carlos Alberto Rizo y el administrador del hospital, el licenciado Saúl Oma Curiel.
–Hágalos pasar- le dijo el doctor Benton a su secretaria manteniéndose de pie.
La secretaria salió por el doctor Rizo y el licenciado Curiel, Alonso los invitó a sentarse frente a él mientras la señora Serena se mantuvo de pie por un lado del director. El primero en hablar fue el jefe de los servicios médicos quien de inmediato le informó.
-Nuestro hospital cuenta con dos edificios como pudo ver, los dos tienen cuatro plantas. En esta planta, además de las oficinas de la dirección y las administrativas, se encuentran una sala de juntas y los consultorios de medicina general.
-Muchas gracias doctor Rizo y usted licenciado Curiel, platíqueme como se encuentra la administración del hospital-
-Gracias doctor, yo cuento con toda una red computarizada, cuya central es la base de la administración del hospital. Ahí me llega toda la información de cada uno de los consultorios y de cada uno de los pabellones de hospitalización, de la jefatura de médicos y enfermeras, de las actividades y necesidades de cada rincón del hospital. Aquí le presento los documentos y el CD que guardan el estado financiero hasta esta mañana a las seis horas, como podrá ver, todas las mañanas cuando usted llegue a su oficina, encontrará la información diaria del estado financiero de la institución-
-Bueno, les voy a pedir que se retiren y regresen a las ocho de la mañana haciéndose acompañar por la jefa de enfermeras para iniciar un recorrido por los dos edificios y conocer personalmente a cada uno de los consultorios de medicina externa y cada uno de los pabellones de hospitalización. Permítanme tener una plática personal con la señora Salas-
Tanto el doctor Rizo como el licenciado Curiel se retiraron y se quedaron el doctor Alonso y la señora Serena solos en la oficina. El director invitó a su secretaria a sentarse frente a él y empezó a darle indicaciones acerca de las necesidades que él iba a tener, para que ella lo auxiliara en el desempeño de su función como Director General del Hospital Regional del Noroeste.
La señora Salas, estuvo tomando nota, tanto en su libreta de taquigrafía como en su laptop particular.
A las ocho en punto se presentaron el doctor Rizo y el licenciado Curiel acompañados con la enfermera Margarita Vera, quien es la jefa de todas las enfermeras del hospital. Se la presentaron al doctor Alonso, quien al saludarla quedó satisfecho por la presencia de Margarita.
Iniciaron su recorrido por las tres principales oficinas que mantenían en operación óptima a la institución, empezando por la jefatura médica, luego la administrativa y finalmente la jefatura de enfermeras. Después continuaron el recorrido por todos los consultorios, piso por piso del primer edificio, donde el director fue conociendo a cada doctor, a cada recepcionista, a cada persona que trabajaba en este edificio. A la una de la tarde se retiraron a comer en la cafetería. Luego el director se retiró a descansar media hora en el cubículo que él tenía designado junto a su oficina para los días en que él estaría de guardia. Se despidió del jefe de médicos, por el administrador y por la jefa de enfermeras de la institución. Les pidió que les avisaran al médico residente y a la subjefa de enfermeras del área de hospitalización se presentaran con él para que lo acompañaran en su recorrido por el edificio de hospitalización.
Mientras el doctor Benton descansaba, se puso a recordar su vida profesional que había llevado hasta ese momento. No recordaba ya en cuantas cirugías tuvo participación directa como cirujano, o como ayudante de otros doctores de distintas especialidades médicas. Él, había hecho sus estudios en la Universidad Autónoma de México, luego hizo algunos post-grados en hospitales de Rochester, Houston y la Jolla Estados Unidos.
Era un enamorado de su profesión, su único problema con las enfermedades, siempre fue con el SIDA, ya que su hermano murió en sus brazos, diez años antes víctima de este flagelo mundial y él se culpó por esta muerte, ya que con sus conocimientos médicos y toda su experiencia no pudo salvarlo de tan terrible muerte.
Esta enfermedad se desarrolla como consecuencia de la destrucción progresiva del sistema inmunitario de las defensas del organismo, producida por un virus descubierto en 1983 y denominado Virus de la Inmunodeficiencia Humana VIH. La definen alguna de estas afecciones: ciertas infecciones, procesos tumorales, estados de desnutrición severa o una afectación importante de la inmunidad.
La palabra SIDA proviene de las iniciales de Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida, que consiste en la incapacidad del sistema inmunitario para hacer frente a las infecciones y otros procesos patológicos. El SIDA no es consecuencia de un trastorno hereditario, sino como resultado de la exposición a una infección por el VIH, que facilita el desarrollo de nuevas infecciones oportunistas, tumores y otros procesos. Este virus permanece latente y destruye un cierto tipo de linfocitos, células encargadas de la defensa del sistema inmunitario del organismo.
Con menor frecuencia se han descrito casos de transmisión del VIH en el medio sanitario de pacientes a personal asistencial y viceversa, y en otras circunstancias en donde se puedan poner en contacto, a través de diversos fluidos corporales, sangre, semen u otros, una persona infectada y otra sana; pero la importancia de estos modos de transmisión del virus es escasa desde el punto de vista numérico.
A las dos y media de la tarde, el doctor Alonso ya estaba listo cuando tocaron a la puerta de su cubículo, abrió y ahí estaban el doctor Rizo y la enfermera Vera, quienes le presentaron al doctor Toribio Lepe, médico residente del área hospitalaria, y a la subjefe de enfermeras Xóchitl Tarín, supervisora de todas las enfermeras que asistían a los pabellones del área de camas de la institución.
El doctor Benton les pidió, a los dos, al jefe médico residente y a la enfermera jefa que le permitieran hacer el recorrido por el edificio hospitalario, ya que les llevaría toda la tarde recorrer todos los pabellones, piso por piso y calculaba terminar a las nueve de la noche. Durante el recorrido pensaba hacerles preguntas a los pacientes encamados acerca de los servicios hospitalarios recibidos. Tenía como proyecto hacer de ese hospital el mejor de toda la parte norteña del país.
Platicó con los choferes de las ambulancias. Y así transcurrió toda la tarde, revisando cada lugar del segundo edificio, cada habitación, cada uno de los servicios, platicando con los doctores, con las enfermeras, con los pacientes.
Ya pasaban de las ocho de la noche, cuando llegaron al último pabellón que le faltaba visitar. El destino es incomprensible, nunca imaginó que esa noche visitaría al final el pabellón de los enfermos terminales, los que padecían el VIH y que se encontraban en la antesala de la muerte, los enfermos de SIDA.
Antes de entrar, le preguntó al doctor Lepe y a la enfermera Tarín cuántos pacientes estaban encamados en ese pabellón, a lo que le informaron que eran diez enfermos de SIDA y que según los análisis y los últimos estudios que les hicieron a esos diez enfermos, el cuerpo médico que los evaluó esa misma mañana, no les dieron más de cuarenta y ocho horas de vida.
En eso sintió la presencia de alguien que se encontraba detrás suyo, abrió los ojos, volteó y vio la presencia de un enfermero que estaba detrás de él.
Era un enfermero de unos treinta y dos años de edad, con una mirada profunda de unos ojos acerados pero que lo veía muy dulcemente. Su cara se le hizo muy conocida, pero no recordaba donde la había visto, el pelo era largo lo que normalmente no se usa en el trabajo de los enfermeros, las facciones eran suaves y con una voz muy tranquila le dijo al médico:
-Perdone doctor, lo veo un poco mal, por lo que le suplico, que no entre en la sala, deme la oportunidad de hacerles una última revisión y en unos momentos saldré a informarle el estado de salud de cada uno de ellos-
Entró el enfermero y se puso en medio de ellos, al momento uno le dijo con voz suplicante: -Maestro, ten compasión de nosotros-
A lo que el enfermero les dijo con una voz muy dulce:
-Déjenme darles una pastilla que los hará dormir toda la noche, mañana a primera hora, cuando se despierten preséntese en la oficina del director del hospital, el doctor Alonso Benton y díganle que yo los envié-
Abrió un frasco que tenía diez pastillas y las repartió entre cada uno de los enfermos, les acercó un vaso de agua, los enfermos terminales la tomaron y de inmediato cayeron en un suave sueño.
El enfermero salió al pasillo, donde se encontraban los dos médicos y la subjefa de las enfermeras del edificio de hospitalización y lo escucharon atentamente quien les informó que les había dado una pastilla que los haría dormir y descansar de sus sufrimientos.
Los dos médicos y la enfermera bajaron en el elevador a la primer planta del edificio, en la puerta se despidió el doctor Alonso Benton de sus compañeros, pidiéndoles que al día siguiente le informaran a su llegada al hospital a las siete de la mañana, era tan grande el dolor que sentía por el SIDA y se veía tan pequeño que decidió irse a descansar.
Alonso llegó a su oficina, recogió su portafolio y salió para su casa. Esa noche tuvo un sueño muy tranquilo, no pudo definir el porqué durmió a pierna suelta.
Al día siguiente, a las seis de la mañana, momento en que hacían la visita diaria, el cuerpo de enfermeras del cuarto piso del edificio de hospitalización llegaron al pabellón para revisar a los enfermos de SIDA, fue una gran sorpresa para todas ver que los diez enfermos terminales estaban sentados en sus camas platicando entre ellos. La más sorprendida fue la enfermera Xóchitl Tarín quien de inmediato tomó el intercomunicador para llamar al primer piso y preguntó por el doctor Toribio Lepe. Cuando el médico contestó le pidió subiera de inmediato al cuarto piso para que checara a los diez enfermos de VIH. El doctor subió rápidamente en el elevador, auscultó a los enfermos y los vio totalmente sanos. Preguntó por el enfermero de la noche anterior, quien quedó a cargo de los enfermos, pero nadie le supo decir donde estaba, es más, nadie lo conocía, él no trabajaba en el hospital.
Los enfermos le pidieron al doctor Lepe que los llevara a la oficina del director del hospital, porque así se los pidió el enfermero de la noche anterior. Los pacientes se prepararon para asistir a la oficina del director y estar a las siete en punto como se los pidió el enfermero, que les dio la pastilla con la cual durmieron perfectamente.
Todos salieron para allá y al llegar a la planta baja, uno de los enfermos se regresó al pabellón, sin decirles nada.
Al llegar a la habitación se encontró con el enfermero de la noche anterior, éste le preguntó: -¿Porque regresaste? anoche te pedí que fueras hoy, a la oficina del director-
El enfermo, al ver que estaba curado, regresó alabando a Dios en voz alta y se postró a los pies pies del enfermero y le dijo:
-No se quien eres, pero muchas gracias por haberte compadecido de mi-
El enfermero con una voz muy dulce le dijo: -Levántate y vete, tu si, ya estas sano-
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