lunes, 15 de diciembre de 2014

EL PÁJARO CARPINTERO



Estaban todas las aves del bosque reunidas un día debajo de un frondoso árbol, cuando de pronto escucharon un ruido, parecían martillazos, intrigadas salieron a curiosear. Vaya sorpresa, observaron a una pequeña ave, desconocida hasta entonces, la cual parada sobre el tronco de un árbol, martillaba con su pico insistentemente, el loro decidió acercársele y le pregunto:
-
¿Hola pequeño amigo que estas haciendo?-

Deteniendo por unos momentos su labor, el ave trabajadora le respondió: -¡Estoy construyendo un nido para mi familia amigo!-

El loro continuo la conversación: -¡Es muy extraño lo que haces, nosotros construimos los nidos sobre las ramas de los arboles!-

Soltando la risa, el ave trabajadora respondió: -¡Vaya error amigo, es por eso que se mojan cuando llueve y me imagino que también pasan mucho frío en las noches, amen del peligro que corren ya que estan expuestos a que alguna fiera del bosque les haga daño mientras duermen, yo en cambio duermo muy protegido en este nido y mis polluelos no pasan frío y no se mojan, comprendes las ventajas que tienen estos nidos!-

Sorprendido por aquellas palabras, el loro le propuso un trato: -¡Caramba amigo reconozco que tienes mucha razón, te propongo un trato, si me construyes un nido como el tuyo, estoy dispuesto a pagar lo que me pidas!-

El ave trabajadora aceptó el trato y le respondió: -¡Esta bien amigo loro, prometo entregarte este nido dentro de tres meses, para cuando comience el verano, mientras tanto deberás traerle comida a mi mujer y a mi hijo por el tiempo que yo este ausente lejos de casa trabajando!-

Contento el loro acepto las condiciones y la pequeña ave continuó trabajando.
Ansiosas las demás aves del bosque esperaban el regreso del loro, cuando este por fin llegó, la guacamaya se le acercó y le preguntó: -¿Oye primo que fue lo que hablaste con esa extraña ave?-

El loro respondió en voz alta para que los demás escucharan: -¡No se preocupen, es un ave amiga y muy trabajadora, esta construyendo un nido para su familia y ligué a un trato con él, prometió entregarme ese nido dentro de tres meses y a cambio me comprometí a alimentarle a su familia por el tiempo que este ausente trabajando en el bosque!-
La guacamaya exclamó: -¡Es un trato justo, veré si puedo hablar con él-

Pasaron unos días y ya la extraña ave había terminado de construir el nido y se encontraba cómodamente instalada con su pareja, en ese momento llegó hasta ellos la guacamaya y les preguntó: -¿Buenas tardes como estan por aquí, quisiera poder hablar con usted amigo, cuanto me cobra por construirme un nido como este?-

Saliendo por unos momentos del nido, la pequeña ave le respondió: -¡Eso depende del tipo de nido y del árbol en que lo quieras amigo, mientras más duro sea el árbol, más caro te costará el nido!-

La guacamaya se quedo pensando por unos momentos, entonces la pequeña ave le dijo: -¡Bueno hagamos una cosa, en vista de que he notado que eres una buena ave y haz venido en son de paz a mi casa, prometo construirte un nido, si a cambio te comprometes a venir todas las tardes a entretener con tu canto a mi hijo mientras yo este ausente!-

Complacida la guacamaya acepto el trato y regresando al bosque les contó a las demás aves lo sucedido.

Transcurrieron los meses y la pareja de extrañas aves tuvieron su cría, el loro les traía comida todos los días y en las tardes la guacamaya los entretenía con su alegre canto.

Muy lejos de aquel lugar, la pequeña ave trabajadora construía el nido para la guacamaya, pero el fuerte ruido atrajo hacia el lugar a un enorme gavilán quien parándose sobre una rama preguntó: -¿Se puede saber con que permiso el amigo esta construyendo un nido en este árbol?-

Sorprendido por la pregunta, la pequeña ave trabajadora respondió: -¡Bueno que yo sepa el bosque no tiene dueño y en todo caso el amigo debería preguntarle a la guacamaya quien me contrato?-

Al escuchar aquella respuesta el fiero gavilán exclamó: -¡Miren pues así que a usted lo contrato la guacamaya, que raro ella no me informo nada al respecto, bueno ya arreglaremos cuentas en su momento!-

El enorme gavilán continuo su vuelo vigilando el bosque mientras la pequeña ave continuo con su trabajo.

A los pocos minutos llegó a su lado el tucán y le dijo: -¡Escuche buen amigo tenga mucho cuidado con ese gavilán, es muy peligroso y de paso se cree el dueño del bosque!-
Al escuchar aquellas palabras de advertencia, la pequeña ave trabajadora tuvo más precaución y de vez en cuando quitaba los ojos del palo para mirar el cielo.

Transcurrido un mes termino de construir el nido y buscando a la guacamaya le hizo entrega de la nueva casa muy contenta esta le dio las gracias y dio por concluido el trato. Entonces la pequeña ave trabajadora regresó a su nido a dormir con su familia.

Al día siguiente el loro se presentó con la comida y la pequeña ave le dijo: -¡Escucha buen amigo, mañana salgo para el bosque a construir otro nido ya que se acerca el verano y debo cumplir con el trato que acordamos!-

Muy de mañana el ave trabajadora se marchó al bosque a construir el nuevo nido y sucedió que mientras trabajaba se le acercó el tucán con el cual había conversado días atrás, este le preguntó: -¿Oiga buen amigo cuanto me cobraría usted por construirme un nido asó como ese para mi familia, ya que no tengo casa, anoche el gavilán me destrozó la que tenía?- la pequeña ave le respondió: -¡Comprendo su angustia amigo y quisiera ayudarlo, le propongo un trato, después que construya este nido, me mudaré para acá con mi familia, entonces podría comenzar a construirle su nido, pero a cambio usted se debe comprometer a alimentar a mi familia mientras yo este trabajando!-
Contento el tucán acepto el trato y voló al bosque a informar a su familia mientras la pequeña ave continuó con su trabajo.

Pasaron unas semanas y por fin estuvo listo el nido, entonces la pequeña ave voló hasta el bosque en busca de su familia y ya lista la mudanza le entregó el antiguo nido al loro, quien muy contento aceptó la nueva casa.

Mientras la pequeña ave estuvo ausente, el enorme gavilán trató de destruir el nido, pero el valiente tucán en compañía de otras aves lo enfrentaron y lo hicieron retirar.

Al llegar la pequeña ave con su familia, fue informada de la situación, esa noche todas las aves del bosque durmieron cerca del nido para protegerlo del ataque del gavilán.

Al día siguiente las aves del bosque se reunieron en asamblea y decidieron que la lechuza se encargara de la vigilancia nocturna a cambio de comida y agua gratis todos los días.

En ese mismo momento también decidieron por unanimidad darle un nombre a la pequeña ave trabajadora, a partir de ese instante la llamarían pájaro carpintero, el cual se convirtió en el ave más querida y protegida del bosque, pues su trabajo y habilidad para construir nidos era insuperable y muchas aves contrataban sus servicios por lo que tenía trabajo todo el año.

jueves, 11 de diciembre de 2014

LA MATA DE ALBAHACA



Era una mujer que tenía tres hijas. Y tenían en el jardín una mata de albahaca y cada día salía una de las hermanas a regarla.

Un día salió a regar la mata de albahaca la hija mayor. Y cuando estaba regándola, pasó por allí el hijo del rey y le dijo:

-Señorita que riega la albahaca, ¿cuantas hojas tiene la mata?-

Y como no supo responder se fue el hijo del rey para su palacio.

Y al día siguiente pasó otra vez el hijo del rey por la casa y salió la hermana segunda a regar la albahaca, y él la hizo la misma pregunta:

-Señorita que riega la albahaca, ¿cuantas hojas tiene la mata?-

Tampoco supo responder y el hijo del rey se fue para su palacio.

El tercer día, cuando volvió el hijo del rey a pasar por la casa, la hermana menor pasó a regar la albahaca, y él le hizo las misma pregunta que a las otras:

-Señorita que riega la albahaca, ¿cuantas hojas tiene la mata?-
Y ella le respondió:

-Señorito aventurero, ¿cuántas estrellas tiene el cielo?-

Y como el hijo del rey no supo responder a esta pregunta, se fue a su palacio muy avergonzado.

Y entonces el hijo del rey como estaba muy avergonzado de ver que no habia podido responder a la pregunta de la hermana menor, se metió a encajero y salió a vender encajes a todas partes. Y llegó a la casa en donde vivían las tres hermanas y salieron a ver que vendía. Y la hermana menor escogió por fin una puntilla y le dijo al encajero:

-¿Cuánto quiere usted por esta puntilla?-

Y él le dijo:

-Por esta puntilla un beso-

Y ella le dio el beso y se quedó con la puntilla.

Y otro día volvió el hijo del rey como antes a la casa de las tres hermanas. Y salió la hermana mayor a regar la albahaca y él la preguntó otra vez:

-Señorita que riega la albahaca, ¿cuantas hojas tiene la mata?-

Y ella no supo que responder y él se fue para su palacio. Y al día siguiente volvió y salió la hermana segunda a regar la albahaca, y el hijo del rey la preguntó como antes:

-Señorita que riega la albahaca, ¿cuantas hojas tiene la mata?-

Y ella no supo que responder como la primera vez. Y vino otro día el hijo del rey y salió la hermana menor a regar la albahaca, y la preguntó como antes:

-Señorita que riega la albahaca, ¿cuantas hojas tiene la mata?-

Y ella le respondió como la primera vez:

-Señorito aventurero. ¿Cuántas estrellas tiene el cielo?-

Y a eso preguntó él:

-Y el beso del encajero. ¿Estuvo malo o estuvo bueno?-

Y como ella no supo responder se metió en la cama avergonzada.

Pero pocos días después se puso malo el hijo del rey y no había médico que lo pudiera curar. Y fue la hermana menor y se vistió de médico. Fue al palacio del rey de médico superior, mucho superior, y le dijo al rey:

-Yo vengo señor rey, a curar a su hijo-

Y la dejaron entrar y consultó con los otros médicos y dijo:

-Pa que sane el príncipe hay que meterle un nabo en el culo-

Conque bueno, que le metieron el nabo en el culo y el hijo se puso bueno.

Y cuando ya estaba bueno, salió el hijo del rey otra vez a paseo y pasó por la casa de las tres hermanas otra vez. Y salió como de costumbre la hermana mayor a regar la albahaca, y él la preguntó de nuevo:

-Señorita que riega la albahaca, ¿cuantas hojas tiene la mata?-

Y ella, como antes, no supo responder.

Y otro día salió la hermana segunda a regar la albahaca, y la hizo el hijo del rey la misma pregunta de siempre:

-Señorita que riega la albahaca, ¿Cuantas hojas tiene la mata?-

Y tampoco supo responder.

Y al tercer día, cuando pasó el hijo del rey por la casa, salió la hermana menor a regar la albahaca y él le preguntó como lo había hecho antes:

-Señorita que riega la albahaca, ¿Cuantas hojas tiene la mata?-

Y ella le respondió como antes:

-Señorito aventurero. ¿Cuántas estrellas tiene el cielo?-

Y entonces el hijo del rey creyó que iba a salirse con la suya como antes y la preguntó:

-Y el beso del encajero. ¿Estuvo malo o estuvo bueno?-

Pero se engaño el hijo del rey, porque apenas había preguntado eso de antes, cuando ella le preguntó:

-Y el nabo por el culo. ¿Estaba blando o estaba duro?-

Y entonces el hijo del rey comprendió que ella había sido la que le había metido el nabo por el culo. Y como estaba muy enamorado de ella y ella también estaba enamorada de él, enseguida se casaron.

jueves, 4 de diciembre de 2014

EL DELFÍN QUE PERDIÓ A SU MAMÁ



Un día estaba el delfincito nadando un poco triste por la superficie del mar, había perdido a su mamá, estaba buscándola por todos lados sin poderla encontrar. Por su lado pasó un pez muy largo, serio y con cara de buenazo, al verlo tan triste le preguntó qué le ocurría. El delfincito bebé le contó su pena y el pez Sabio le dijo que debía ir a buscar dónde terminaba el arco iris, que allí donde los colores se derritieran encontraría a su mamá.

Para allí empezó a nadar el delfincito bebé, mirando al cielo a ver si encontraba por algún lado una nubecita que le regalara una lluvia y un poco de sol para que se dibujara el arco iris que le devolviera a su mamá. Muy lejos descubrió una nubecita chiquitiiiiita, nadó, saltó, se sumergió, fue a toda velocidad. Cuando llegó, se encontró con una sola y triste nube que no tenía pensado llover ni llamar a sus otras amigas para hacerlo. En el acto se le acercó un pez gordo y con cara de oler algo sucio, y el delfincito le dijo:

-Antes que me preguntes que me pasa, te lo cuento: he perdido a mi mamááá...- dijo muy triste el bebé. El pez le dio unas palmitas en la espalda, diciéndole cómo podía encontrar el arco iris más rápidamente y así a su mamá. Debía seguir siempre las crestas de las olas. Así lo hizo el pequeñin, tanto rato que ya no daba más.

Cansado y decepcionado como estaba se dejó caer hasta el fondo del mar, recostándose en una cama de algas marinas de todos los colores, mirando sin ningún interés las preciosas plantas que adornaban aquel rincón del mar, todo era tan lindo allí que hasta parecía una selva acuática multicolor, solo quería descansar un poquito y hallar consuelo para su corazoncito.

Un cardumen de pececitos rayados negro y amarillo se acercaron a alegrarlo un poco, pero el se dio vuelta para no verlos, éstos llamaron a otros de muchos colores distintos, de todos los tamaños, formas, y grosores. El delfincito no pudo ahora negarse a mirarlos aunque fuera de reojo, pero enseguida recordó a su mamá y se tapó los ojitos para no ver mas nada.

Un pulpo muy señorial llegó moviendo sus tentáculos con un ritmo de baile antiguo, cuando descubrió al pequeño tan triste, le hizo cosquillas con un tentáculo, después con otro, al no ver ningún resultado, atacó de cosquillas con todos sus tentáculos, hasta que las risitas se oían bien lejos.

El pulpo escuchó seriamente toda la historia del arco iris, de las crestas de las olas, y le confesó al bebito que en realidad, el "Pez con Cara de Oler a algo Sucio", era el pez bromista, que los grandes ya saben que no hay que hacerle caso. El señor pulpo le aconsejó buscar las nubes bien grises y oscuras, oler el aire y no parar hasta encontrar a su mamá, que un día la encontrará.

Así hizo el delfincito, nadó por muchos mares, vio montones de peces distintos, peces que parecían tener una espada, o que parecían gallos, también vio caballitos de mar, de lejos vio pingüinos y una ballena. Tanto nadó, tantos mares recorrió, que ya no quedaba casi mas nada del delfincito bebé, se había convertido en un delfín grande y bello.

Una ostra grandiosa, cuando lo sintió a su lado le dijo que escuchara un secreto que tenía para el, era un secreto que se lo habían dicho hace mucho tiempo, que solo a un delfín bello como el podría contárselo. La ostra se abrió un poquitín para que la pudiera escuchar y el delfín puso su orejita.

Una sonrisa dibujó la cara del buscador de su mamá y salió a la superficie, con tanta alegría que dio un salto como de tres metros e hizo dos volteretas, en la bajada vislumbró una delfina algo más allá. Al salir a la superficie nadaron juntos un ratito, haciendo círculos, saltando uno por encima del otro, jugando a las escondidas, y todas esas cosas que hacen los delfines cuando están felices. Tan felices estaban que se enamoraron, y al cabo de un tiempo la delfina tenía una panza gordota con un delfincito en ella.

Una tarde, se había nublado todo el cielo, y empezó a llover, salió el sol un ratito y claro, se hizo un arco iris delante mismo del delfín, estaba tan sorprendido que le dijo a su delfina que iba a bucear allí abajo. El pobre delfín no sabía que iba a pasar, ¿Estaría su mamá?, ¿Se acordaría de el?, ¿Cómo estaría? Todo esto se preguntaba mientras iba cautelosamente hacia las profundidades del mar. Desde donde estaba logró ver una delfina viejita y bastante arrugada.

-¡Siiiii, es ella!- gritó corriendo a su encuentro.

Se dieron muchísimos besitos, y mimos, y la mamá le dijo que había crecido mucho, que ya era un delfín muy grande y bello.

-Mamá, tengo que contarte que vas a ser abuelita dentro de muy poquito, sube que te voy a mostrar a mi delfincita- le dijo muy feliz el delfín.

La delfina abuelita estaba muy contenta también, después de todos los besitos, de ver la pancita gordota, decidieron irse los tres a buscar un lugar donde pudieran vivir alegremente y hacer un lugar maravilloso para el futuro delfincito bebé.

miércoles, 3 de diciembre de 2014

EL PAJARITO PEREZOSO



Había una vez un pajarito simpático, pero muy, muy perezoso. Todos los días, a la hora de levantarse, había que estar llamándole mil veces hasta que por fin se levantaba; y cuando había que hacer alguna tarea, lo retrasaba todo hasta que ya casi no quedaba tiempo para hacerlo. 

Todos le advertían constantemente: 

- ¡eres un perezoso! No se puede estar siempre dejando todo para última hora...- 

- Bah, pero si no pasa nada- respondía el pajarito -Sólo tardo un poquito más que los demás en hacer las cosas-

Los pajarillos pasaron todo el verano volando y jugando, y cuando comenzó el otoño y empezó a sentirse el frío, todos comenzaron los preparativos para el gran viaje a un país más cálido. Pero nuestro pajarito, siempre perezoso, lo iba dejando todo para más adelante, seguro de que le daría tiempo a preparar el viaje. Hasta que un día, cuando se levantó, ya no quedaba nadie. 


Como todos los días, varios amigos habían tratado de despertarle, pero él había respondido medio dormido que ya se levantaría más tarde, y había seguido descansando durante mucho tiempo. Ese día tocaba comenzar el gran viaje, y las normas eran claras y conocidas por todos: todo debía estar preparado, porque eran miles de pájaros y no se podía esperar a nadie. Entonces el pajarillo, que no sabría hacer sólo aquel larguísimo viaje, comprendió que por ser tan perezoso le tocaría pasar solo aquel largo y frío invierno. 


Al principio estuvo llorando muchísimo rato, pero luego pensó que igual que había hecho las cosas muy mal, también podría hacerlas muy bien, y sin dejar tiempo a la pereza, se puso a preparar todo a conciencia para poder aguantar solito el frío del invierno. 


Primero buscó durante días el lugar más protegido del frío, y allí, entre unas rocas, construyó su nuevo nido, que reforzó con ramas, piedras y hojas; luego trabajó sin descanso para llenarlo de frutas y bayas, de forma que no le faltase comida para aguantar todo el invierno, y finalmente hasta creó una pequeña piscina dentro del nido para poder almacenar agua. Y cuando vio que el nido estaba perfectamente preparado, él mismo se entrenó para aguantar sin apenas comer ni beber agua, para poder permanecer en su nido sin salir durante todo el tiempo que durasen las nieves más severas. 

Y aunque parezca increíble, todos aquellos preparativos permitieron al pajarito sobrevivir al invierno. 

Eso sí, tuvo que sufrir muchísimo y no dejó ni un día de arrepentirse por haber sido tan perezoso. 

Así que, cuando al llegar la primavera sus antiguos amigos regresaron de su gran viaje, todos se alegraron sorprendidísimos de encontrar al pajarito vivo, y les parecía mentira que aquel pajarito holgazán y perezoso hubiera podido preparar aquel magnífico nido y resistir él solito. Y cuando comprobaron que ya no quedaba ni un poquitín de pereza en su pequeño cuerpo, y que se había convertido en el más previsor y trabajador de la colonia, todos estuvieron de acuerdo en encargarle la organización del gran viaje para el siguiente año. 

Y todo estuvo tan bien hecho y tan bien preparado, que hasta tuvieron tiempo para inventar un despertador especial, y ya nunca más ningún pajarito, por muy perezoso que fuera, tuvo que volver a pasar solo el invierno.

jueves, 27 de noviembre de 2014

EL JUEGO DE MARTINA



Cuando Martina tenía ocho años, tenía una vida como la de muchos chicos. Vivía con sus papás y dos hermanitos varones menores que ella. 

Era buena alumna y  tenía muchas amiguitas en el colegio. Su gran compinche fue siempre Valentina.

Pasaban casi todas las tardes jugando, en la casa de una,  o en la casa de otra y todos los días tomaban un helado juntas, sin importar el frío que  hiciera.

Martina  tenía muchos juguetes con los que siempre  jugaba, pero  uno siempre fue su preferido.

Se lo habían regalado sus papás cuando cumplió seis años, una especie de caja con forma de casita con cuatro muñequitos: un papá, una mamá y dos hijitos, tenía también una mesa, cuatro sillas, un sillón, un cuadrito y un perrito pequeño. Martina lo llamaba el juego de la familia y le daba un lugar de privilegio en su repisa, siempre estaba atenta a que no faltara nadie, que todo estuviera en orden y en el mismo lugar donde ella lo había dejado.

Si su mamá, al limpiar, corría algún muñequito de lugar, ella se enojaba y corría inmediatamente a ponerlo donde estaba.

Valentina, siempre fue traviesa, y a veces disfrutaba de hacer enojar a su amiga cambiándole las cosas de lugar. Sabía que a Martina, tan ordenada como era, no le gustaba.

Peleaban un poquito y luego siempre hacían las pases, como muy buenas amigas que eran.

Con el correr del tiempo, las cosas en la familia de Martina se fueron complicando, sus papás empezaron a pelear muy seguido y todos sufrían por ello.
 
A pesar de sus ocho pequeños años, nuestra amiguita se daba cuenta de que su papá y su mamá discutían demasiado  y que las cosas no eran como antes. Cuando ella era más chiquita no peleaban tanto, todo estaba empeorando.

Si sus hermanitos se asustaban por esa razón, ella, como hermana mayor, los consolaba y les decía que algún día todo mejoraría.

Como si  le permitiera mejorar la realidad,  ordenaba cada vez más seguido “la casita de la familia” el juego,  continuamente se fijaba si todo y todos estaban en su lugar.

A pesar de que Martina siempre trataba de prestar atención, en el colegio notaban que se distraía y la veían preocupada y triste.

Valentina la hacía reír a pesar de todo, nunca faltaba un chiste, una golosina, un abrazo que la hiciera sentir mejor y seguía con la costumbre de invitarla un heladito y de desarmarle los juegos para que se enojara un poquito.

El tiempo pasó y como la situación no mejoraba, los papás de Martina decidieron separarse.

Si bien les daba mucha pena hacerlo, consideraban que era mejor tomar esa decisión que pelearse como perro y gato todos los días, y así se lo explicaron a sus tres hijitos.

Muy enojada y más triste todavía, Martina se encerró en su habitación, empezó a llorar tirada en su camita, y cuando levantó la vista vio su cajita querida, ordenada como siempre. Como si el juego tuviera algo de culpa, lo sacó de la repisa y tiró sus piezas por toda la habitación. 

Por un tiempo largo no volvió a ordenarlo, su mamá había juntado todos los muñequitos pero no los había puesto exactamente en el orden que estaban antes. Martina se dio cuenta, pero no lo ordenó, no quiso.

Valentina la visitaba más que nunca y trataba, sin éxito, de hacerla reír. Ella también se dio cuenta de que el querido juego de su amiga no  tenía el orden de siempre y le preguntó qué le había pasado  y por qué no lo ordenaba.

-¡No quiero, no voy a hacerlo!- Contestó llorando Martina. -Ya no tiene sentido-

Ese juego se parecía a mi familia, y mi familia se desarmó también, ya no es igual.

Valentina trató de consolarla, pero no se le ocurrió mucho para decir, le invitó con un helado, pero tampoco esto dio resultado. Salió de la casa de su amiga pensando en cómo ayudarla, en cómo hacer para que recuperara la sonrisa. No sería fácil, pero tal vez, con el tiempo…

Y el tiempo pasó, y como  es lógico las cosas cambiaron y  mucho.

Martina  seguía viviendo con su mamá y sus hermanitos, pero su papá ya no estaba con ella todos los días.

Sin embargo, iba muy seguido a buscarlos al colegio. Empezaron a ir a tomar la leche juntos, a hablar solitos de cosas de las que antes no hablaban. Se dio cuenta que su papá no había dejado de ser su papá y no dejaría de serlo nunca. Ya no vivía con él, era cierto, pero cada vez que lo extrañaba lo llamaba y él a ella, y los fines de semana la llevaba a pasear y a veces a tomar helado con Valentina.

Si bien su mamá no estaba contenta, por lo menos estaba más tranquila y era cierto que en la casa ya no se escuchaban peleas.

De todas maneras, nada se comparaba a que todos estuviesen juntos, nada. Martina vivía ahora con tantos otros chicos, con sus papás separados.

Mientras tanto, el juego de la casita seguía  desordenado. Un muñequito por allá, otro por acá. Una pieza en un costado, otra en  otro.

No se veía igual que antes, lo mismo que su familia.

Martina tardó en acostumbrarse a su nueva vida, no  era fácil y tal vez  nunca lo fuera, pero el tiempo en muchas oportunidades es un buen amigo y nos ayuda a entender cosas que son difíciles de entender.

Así fue. Con el tiempo Martina pudo aceptar su nuevo modelo de familia. Entendió que si bien no vivían todos juntos, ella no había perdido a su papá y si bien no era lo que ella hubiera deseado, era su realidad y lo mejor para todos era aceptarla de la mejor manera posible.

Se dio cuenta que seguía contando con sus papás, que el amor que sentían por ella y sus hermanitos, no había cambiado en absoluto, que el hecho que, como pareja no se llevaran bien, no significaba que los quisieran menos,  eran cosas bien distintas.

Un día, solita en su habitación empezó a mirar su casita de la familia y sus muñequitos desordenados y pensó que era hora de hacer algo.

Se paró frente a la casita y sus habitantes, los ubicó como siempre, los miró un rato largo y se dio cuenta que ahora debía ordenarlo de otra manera. Y lo hizo.

Por extraño que pareciera, aquellos muñequitos, que ya no estaban todos juntos en la misma cajita, seguían pareciendo una familia, Martina los había ubicado de tal modo que si bien no estaban  uno junto al otro, tampoco estaban lejos y, sobretodo, seguían siendo piezas de un mismo juego.

Lo mismo pasó en el corazón de Martina, el tiempo y el amor de sus papás, de sus amigos y  de Valentina, le ayudó a ordenar las piezas de su familia en su corazón.

abía muy bien que ya no era lo mismo,  había crecido y había entendido muchas cosas, pero lo más importante que pudo entender fue que, aunque las cosas fueran diferentes, en su corazón, cada persona ocupaba el lugar que debía y, como en  su juego de la casita, todas las piezas estaban juntas y ordenadas.

Cuando Valentina volvió a visitarla, lo primero que hizo fue darse cuenta que el juego favorito de su amiga estaba ordenado de otra manera y sabía que no había sido la mamá.

Como queriendo jugarle una broma le dijo a su amiga

-¿Pero quién desordenó esto sin mi permiso? ¡Acá la única que te hace lío con las cosas soy yo!- Dijo con una sonrisa.

Martina miro a su amiga y  le contestó:

-Estaba desordenado, y ya no quedaba bien en la repisa como estaba antes, le di un nuevo orden. ¿No se ve del todo mal verdad?-

-¡Claro que no! ¡Lo hiciste bien amiga!- Contestó Valentina, le dio un abrazó y con una guiñadita de ojos le ofreció ir a tomar un helado. 

Esta vez, Martina dijo que si.

sábado, 22 de noviembre de 2014

LA REINA DE LAS ABEJAS



Dos príncipes, hijos de un rey, partieron un día en busca de aventuras y se entregaron a una vida disipada y licenciosa, por lo que no volvieron a aparecer por su casa. 

El hijo tercero, al que llamaban «El bobo», púsose en camino, en busca de sus hermanos. Cuando, por fin, los encontró, se burlaron de él. ¿Cómo pretendía, siendo tan simple, abrirse paso en el mundo cuando ellos, que eran mucho más inteligentes, no lo habían conseguido? 

Partieron los tres juntos y llegaron a un nido de hormigas. Los dos mayores querían destruirlo para divertirse viendo cómo los animalitos corrían azorados para poner a salvo los huevos; pero el menor dijo: 

-Dejen en paz a estos animalitos; no sufriré que los molesten- 

Siguieron andando hasta llegar a la orilla de un lago, en cuyas aguas nadaban muchísimos patos. Los dos hermanos querían cazar unos cuantos para asarlos, pero el menor se opuso: 

-Dejen en paz a estos animales; no sufriré que los molesten- 

Al fin llegaron a una colmena silvestre, instalada en un árbol, tan repleta de miel, que ésta fluía tronco abajo. Los dos mayores iban a encender fuego al pie del árbol para sofocar los insectos y poderse apoderar de la miel; pero «El bobo» los detuvo, repitiendo: 

-Dejen a estos animales en paz; no sufriré que los quemen- 

Al cabo llegaron los tres a un castillo en cuyas cuadras había unos caballos de piedra, pero ni un alma viviente; así, recorrieron todas las salas hasta que se encontraron frente a una puerta cerrada con tres cerrojos, pero que tenía en el centro una ventanilla por la que podía mirarse al interior. Veíase dentro un hombrecillo de cabello gris, sentado a una mesa. Lo llamaron una y dos veces, pero no los oía; a la tercera se levantó, descorrió los cerrojos y salió de la habitación. Sin pronunciar una sola palabra, los condujo a una mesa ricamente puesta, y después que hubieron comido y bebido, llevó a cada uno a un dormitorio separado. A la mañana siguiente se presentó el hombrecillo a llamar al mayor y lo llevó a una mesa de piedra, en la cual había escritos los tres trabajos que había que cumplir para desencantar el castillo. 

El primero decía: «En el bosque, entre el musgo, se hallan las mil perlas de la hija del Rey. Hay que recogerlas antes de la puesta del sol, en el bien entendido que si falta una sola, el que hubiere emprendido la búsqueda quedará convertido en piedra». Salió el mayor, y se pasó el día buscando; pero a la hora del ocaso no había reunido más allá de un centenar de perlas; y le sucedió lo que estaba escrito en la mesa: quedó convertido en piedra. Al día siguiente intentó el segundo la aventura, pero no tuvo mayor éxito que el mayor: encontró solamente doscientas perlas, y, a su vez, fue transformado en piedra. 

Finalmente, le tocó el turno a «El bobo», el cual salió a buscar entre el musgo. Pero, ¡qué difícil se hacía la búsqueda, y con qué lentitud se reunían las perlas! Se sentó sobre una piedra y se puso a llorar; de pronto se presentó la reina de las hormigas, a las que había salvado la vida, seguida de cinco mil de sus súbditos, y en un santiamén tuvieron los animalitos las perlas reunidas en un montón. 

El segundo trabajo era pescar del fondo del lago la llave del dormitorio de la princesa. Al llegar «El bobo» a la orilla, los patos que había salvado se le acercaron nadando, se sumergieron, y, al poco rato, volvieron a aparecer con la llave pedida. 
El tercero de los trabajos era el más difícil. De las tres hijas del Rey, que estaban dormidas, había que descubrir cuál era la más joven y hermosa, pero era el caso que las tres se parecían como tres gotas de agua, sin que se advirtiera la menor diferencia; se sabía sólo que, antes de dormirse, habían comido diferentes golosinas. La mayor, un terrón de azúcar; la segunda, un poco de jarabe, y la menor, una cucharada de miel. 

Compareció entonces la reina de las abejas, que «El bobo» había salvado del fuego, y exploró la boca de cada una, posándose, en último lugar, en la boca de la que se había comido la miel, con lo cual el príncipe pudo reconocer a la verdadera. Se desvaneció el hechizo; todos despertaron, y los petrificados recuperaron su forma humana. Y «El bobo» se casó con la princesita más joven y bella, y heredó el trono a la muerte de su suegro. Sus dos hermanos recibieron por esposas a las otras dos princesas.

sábado, 1 de noviembre de 2014

JUAN NIÑO, JUAN ADULTO



Juan se levantaba muy temprano todas las mañanas. No le costaba levantarse, el raído colchón no era nada cómodo y tampoco tardaba en salir, pues no se cambiaba de ropa, ni se sacaba ningún pijama y el desayuno era tan magro que apenas si demoraba en devorarlo.

Debía estar muy temprano en el subterráneo. Había que aprovechar la hora en la que todos iban a trabajar para poder obtener más dinero. Luego, vagar por las calles mendigando, robar algo de comer y volver al subterráneo para cuando los mismos rostros de la mañana, volviesen más cansados a sus casas.

A Juan no le gustaba su realidad, pero era la única que tenía. Juan quería vestir un guardapolvos blanco o mejor aún, un uniforme de colegio, con camisa y corbata.

Tenía sólo diez años, pero la madurez de una persona de cuarenta, porque la calle enseña y mucho y Juan había aprendido allí todo lo que su triste realidad le había enseñado. Juan sabía restar y sumar, porque era imprescindible contar cuánto dinero llevaba a su casa al fin del día. Juan sabía la hora, no porque nadie se la hubiese enseñado, sino porque la tuvo que aprender pues necesitaba saber conocer las horas “pico” para poder recaudar más dinero.

Juan corría mucho más que cualquier niño de su edad, pero sólo porque había aprendido a escapar cuando era necesario. Juan era un excelente malabarista, simplemente porque así se ganaba la vida en el subte. Con dos pelotitas de una goma muy descolorida y gastada, el niño hacía su número y luego por él pedía unas monedas. Juan sabía mucho más que cualquiera acerca de las personas, sólo porque había aprendido a observar a la gente mientras iba a su trabajo.

Cada rostro era una historia, cada mirada hablaba y decía mucho y el niño había aprendido a descifrar cada angustia, cada dolor, seguramente para sentir que no era el único que no tenía la vida que quería tener. Juan quería rebelarse, quería jugar, quería aprender aquellas cosas que sólo yendo al colegio aprendería, quería ser un niño como tantos otros. Debía esperar, no era el momento. Debía ayudar como podía a su madre y a sus hermanos, sabía que en ello no se le iba la vida, pero sí la niñez, aún así debía hacerlo.

Cierto día, sentado en el piso del vagón del subterráneo, escuchó a un niño y su madre que volvían del jardín zoológico. Quedó absorto mirando al pequeño que no encontraba las palabras para describir lo grandes que le habían parecido los elefantes o las altas que le habían parecido las jirafas.

-“Iré, como sea, lo haré, no me importa qué pase después”– Se dijo a si mismo.

La tarde siguiente se bajó en la estación correspondiente al zoológico, caminó hasta las grandes puertas que parecían estar dándole la bienvenida y preguntó el precio de la entrada. La mañana había sido buena, las personas se habían levantado generosas y el dinero que tenía le alcanzaba para pagar la entrada y comprar galletitas que seguramente devoraría antes de ofrecérsela a algún animal.

-“Niño, vete a mendigar a otra parte”– Le dijo uno de los vendedores de la boletería.

-“Está pagando su entrada, tiene derecho a pasar, déjalo”- Dijo el otro y con una sonrisa, le entregó a un muy ansioso Juan la entrada de cartón que parecía brillar en las manos del niño. Creyó estar en el paraíso. Sintió que veía el cielo por primera vez y que ese celeste, no era el mismo que se veía de su casa al subterráneo.

Lo mismo le pasó con los árboles, jamás le parecieron tan verdes y tan bellos. Caminaba tranquilo y por un momento se sintió casi uno más. Todo lo maravillaba. Nadie corría para alcanzar un vagón, nadie se apretujaba dentro de él. No tenía necesidad de hacer malabares con sus gastadas pelotas de goma.

Había aire, perfumes, risas y por primera vez en mucho tiempo, volvió a sentirse niño. Sabía que esa dicha terminaría no bien saliera del zoológico, sabía que el niño que era en ese momento quedaría en ese parque y volvería el adulto de diez años a rendir cuentas del dinero que esa noche, no llevaría al hogar.

No tuvo miedo a lo que le esperaba, lo único que lo angustió fue pensar que había sido egoísta y que había disfrutado de algo que sus hermanitos no. Al llegar a su hogar, la reacción de su padre no se hizo esperar. Los golpes fueron muchos, pero no le dolieron demasiado.

Esa tarde, Juan había aprendido algunas cosas más: Que el cielo puede ser más azul y los árboles más verdes de lo que creemos. Que hay un mundo donde los niños son niños y donde la alegría es posible. Que hay otra realidad y otra vida y que ese día él también había formado parte de ella. Que valía la pena soñar que en su futuro otras puertas tan grandes y bellas como las del zoológico se abrirían. Y por sobre todo y a pesar de todo, aprendió que seguía siendo un niño, que al menos esa tarde, nadie le había podido robar un trozo de su infancia.

martes, 28 de octubre de 2014

ÉRASE UNA VEZ



Erase una vez una viuda que tenía dos hijas. La mayor asemejaba a la madre en todo, tanto físicamente como en el carácter, quien veía a la madre veía a la hija. Las dos eran sumamente antipáticas y llenas de soberbia, a tal punto que nadie quería estar cerca de ellas, ni vivir junto a ellas.

La más joven por el contrario, tenía una dulzura increíble, y por la bondad del corazón, era el retrato de su padre, y era de una belleza incomparable que era difícil encontrar otra joven tan bella como ella. Naturalmente, como todos aman a sus semejantes, la madre tenia predilección por la mayor y sentía por la menor una aversión y repugnancia espantosa.

Le hacía comer en la cocina, y todos los quehaceres de la casa le tocaban a ella. Aparte de todo, esta pobre niña debía dar dos viajes a una fuente distante, de más de una milla y media a buscar agua y traer un gran cántaro lleno.

Un día mientras estaba en la fuente llenando su cántaro, se le acerca una pobre vieja, quién le rogó que le diera agua de beber. "Pero claro, abuelita, con mucho gusto." respondió la niña, "espere que le llene la jarra". Inmediatamente la limpió, la llenó con agua fresca y se la presentó, sosteniéndola en sus propias manos para que bebiera cómodamente y hasta saciarse. Cuando hubo bebido, la viejita le dijo: "Eres tan buena, y tan bella que por esto no puedo hacer menos que darte un regalo". Aquella era un hada que había tomado la forma de una vieja campesina para ver hasta donde llegaba la bondad de la jovencita. Y continuó."Te doy por regalo que por cada palabra que sale de tu boca brotará o una flor o una piedra preciosa".
 
La muchacha regresó a la casa con el cántaro lleno, algunos minutos más tarde; la madre estaba hecha una furia por el minúsculo retardo. "Mamá, ten paciencia, te pido perdón" dijo la hija toda humilde, y en tanto hablaba le salieron de la boca dos rosas, dos perlas y dos diamantes enormes. "Pero qué sucede aquí!!" dijo la madre estupefacta, "me equivoco o estás escupiendo perlas y diamantes!... Oh pero cómo, hija mía?..."

Era la primera vez en toda su vida que la llamaba así y en tono afectuoso. La niña contó ingenuamente todo lo que le había sucedido en la fuente; y mientras hablaba, brotaban los rubíes, topacios de sus labios. "Oh, qué fortuna!", dice la madre, "necesito enviar también a esta otra niña.

Mira, Cecchina, mira lo que sale de la boca de tu hermana cuando habla. Te gustaría tener también a ti este don?... Es necesario que solamente vayas a la fuente de agua y si una viejita te pide agua, dásela con mucha amabilidad." "¡No faltaba más, ir a la fuente ahora!" reclamó la otra. "¡Te digo que vayas ahora mismo!" Gritó la mamá.

Salió corriendo la muchacha, llevando consigo la más bella jarra de plata que había en la casa. ... Apenas había llegado a la fuente, apareció a una gran señora, vestida magníficamente, que le pide un poco de agua. Era la misma hada que había aparecido a su hermana; pero había tomado el aspecto y vestuario de una princesa, para ver hasta dónde llegaba la malacrianza de esa joven. "¡Pero claro" dice la soberbia, "que he venido aquí para darle de beber a usted! ...¡Seguro!...Para darle de beber a usted y no a otra persona!...Un momento, si tiene sed, la fuente está ahí!" "Tienes muy poca educación, muchacha..." dijo el hada sin inmutarse "Ya que eres tan maleducada te doy por regalo, que por cada palabra pronunciada saldrán de tu boca una rana o una serpiente".

Apenas la vio la madre a lo lejos, que le grita a plena voz: "¿Como te fue, Cecchina?" "¡No me molestes mamá!, replicó la muchacha; e inmediatamente escupió dos víboras y dos ranas Oh Dios, que veo!... la culpa debe ser toda de tu hermana!, me las pagará!" Y se movió para pegarle. Aquella pobre joven huyó del rencor y fue a refugiarse en el bosque cercano.

El hijo del Rey que regresaba de la caza la encontró en un sendero, y viéndola tan hermosa, le preguntó qué hacía en ese lugar tan sola, y porqué lloraba tanto. "Mi madre me ha sacado de la casa y me quería golpear" Respondió la joven. E hijo del Rey quien vio salir de aquella boca cinco o seis perlas y otros tantos brillantes, le rogó que le contara cómo era posible algo tan maravilloso. Y la muchacha le contó toda la historia de lo que le había sucedido.

El príncipe real se enamoro de inmediato de ella, y considerando que el don del hada era mas valioso que cualquier dote que ninguna de las damas del reino podrían tener, la llevo sin chistar a palacio y se casó con ella. La otra hermana, mientras tanto se hizo odiar por todos de tal manera, que su misma madre la sacó de la casa; y la desgraciada joven después de tratar de convencer a muchos de que la recibieran, todo en vano; se fue a morir al fin del bosque.