miércoles, 20 de agosto de 2014

EL BURRO QUE SE HIZO LARGO



Cuentan que una vez había unos muchachos bien traviesos que se juntaban todas las tardes a jugar en un solar con un burro que tenía el papá de uno de ellos.

Era un burro bien mansito que se dejaba que lo montaran. Cada vez que esos chamacos lo montaban, el burro brincaba de gusto. Es que era muy juguetón también. 

Pero no siempre las cosas tienen un final feliz. Resulta que el burro como que empezó a cansarse de que esos muchachos se le treparan de a montón. Y es que cada vez eran más los que se le subían al espinazo.

Por eso el burro comenzó a dar como relinchidos, pues le dolía el lomo de tantos güercos encima de él. Primero eran como tres, luego venía otro, otro y otros más, hasta que lo montaban como diez o más.

Una tarde, el burro, ya harto de tanto juego brusco de esos malcriados, empezó a crecer y a crecer, y los muy tontos creyeron que eso era más divertido porque así se podían subir más en él.

Pero el burro creció tanto que de repente hasta le empezaron a salir cuernos y la cabeza se le puso bien fea. También empezó a apestar bastante, como a azufre.

Resulta que el Diablo se había metido en el burro y comenzó a hacer de las suyas. Los muchachos ni cuenta se daban porque traían un merequetengue con el burro en sus juegos.

Pero ya cuando el burro era tan largo pero tan largo, incluso comenzó a balbucear cosas horribles, y fue entonces cuando los chamacos se percataron de que era el Diablo. Corrieron despavoridos.

El burro los siguió y los siguió. Ellos se metieron a la casa de uno y cerraron la puerta, pero el burro la rascaba, rebuznando como demonio, hasta que tumbó la puerta y se metió.

Era tanto el miedo de esos güercos que no les quedó de otra que hincarse y ponerse a rezar.

Pasó mucho rato hasta que, después de tanta oración, el burro se empezó a encoger y volvió a su tamaño normal. Desde entonces, esos muchachos se portaron bien y jamás volvieron a molestar al animal.

viernes, 15 de agosto de 2014

EL BUEN HUMOR



Mi padre me dejó en herencia el mejor bien que se pueda imaginar: el buen humor. Y, ¿quién era mi padre? Claro que nada tiene esto que ver con el humor. Era vivaracho y corpulento, gordo y rechoncho, y tanto su exterior como su interior estaban en total contradicción con su oficio. Y, ¿cuál era su oficio, su posición en la sociedad? Si esto tuviera que escribirse e imprimirse al principio de un libro, es probable que muchos lectores lo dejaran de lado, diciendo: «Todo esto parece muy penoso; son temas de los que prefiero no oír hablar». Y, sin embargo, mi padre no fue verdugo ni ejecutor de la justicia, antes al contrario, su profesión lo situó a la cabeza de los personajes más conspicuos de la ciudad, y allí estaba en su pleno derecho, pues aquél era su verdadero puesto. Tenía que ir siempre delante: del obispo, de los príncipes de la sangre...; sí, señor, iba siempre delante, pues era cochero de las pompas fúnebres.

Bueno, pues ya lo saben. Y una cosa puedo decir en toda verdad: cuando veían a mi padre sentado allá arriba en el carruaje de la muerte, envuelto en su larga capa blanquinegra, cubierta la cabeza con el tricornio ribeteado de negro, por debajo del cual asomaba su cara rolliza, redonda y sonriente como aquella con la que representan al sol, no había manera de pensar en el luto ni en la tumba. Aquella cara decía: «No se preocupen. A lo mejor no es tan malo como lo pintan».

Pues bien, de él he heredado mi buen humor y la costumbre de visitar con frecuencia el cementerio. Esto resulta muy agradable, con tal de ir allí con un espíritu alegre, y otra cosa, todavía: me llevo siempre el periódico, como él hacía también.

Ya no soy tan joven como antes, no tengo mujer ni hijos, ni tampoco biblioteca, pero, como ya he dicho, compro el periódico, y con él me basta; es el mejor de los periódicos, el que leía también mi padre. Resulta muy útil para muchas cosas, y además trae todo lo que hay que saber: quién predica en las iglesias, y quién lo hace en los libros nuevos; dónde se encuentran casas, criados, ropas y alimentos; quién efectúa «liquidaciones», y quién se marcha. Y luego, uno se entera de tantos actos caritativos y de tantos versos ingenuos que no hacen daño a nadie, anuncios matrimoniales, citas que uno acepta o no, y todo de manera tan sencilla y natural. Se puede vivir muy bien y muy felizmente, y dejar que lo entierren a uno, cuando se tiene el «Noticiero»; al llegar al final de la vida se tiene tantísimo papel, que uno puede tenderse encima si no le parece apropiado descansar sobre virutas y aserrín.

El «Noticiero» y el cementerio son y han sido siempre las formas de ejercicio que más han hablado a mi espíritu, mis balnearios preferidos para conservar el buen humor.

Ahora bien, por el periódico puede pasear cualquiera; pero vengan conmigo al cementerio. Vamos allá cuando el sol brilla y los árboles están verdes; paseémonos entonces por entre las tumbas, Cada una de ellas es como un libro cerrado con el lomo hacia arriba; puede leerse el título, que dice lo que la obra contiene, y, sin embargo, nada dice; pero yo conozco el intríngulis, lo sé por mi padre y por mí mismo. Lo tengo en mi libro funerario, un libro que me he compuesto yo mismo para mi servicio y gusto. En él están todos juntos y aún algunos más.
Ya estamos en el cementerio.

Detrás de una reja pintada de blanco, donde antaño crecía un rosal -hoy no está, pero unos tallos de siempreviva de la sepultura contigua han extendido hasta aquí sus dedos, y más vale esto que nada-, reposa un hombre muy desgraciado, y, no obstante, en vida tuvo un buen pasar, como suele decirse, o sea, que no le faltaba su buena rentecita y aún algo más, pero se tomaba el mundo, en todo caso, el Arte, demasiado a pecho. Si una noche iba al teatro dispuesto a disfrutar con toda su alma, se ponía frenético sólo porque el tramoyista iluminaba demasiado la cara de la luna, o porque las bambalinas colgaban delante de los bastidores en vez de hacerlo por detrás, o porque salía una palmera en un paisaje de Dinamarca, un cacto en el Tirol o hayas en el norte de Noruega. ¿Acaso tiene eso la menor importancia? ¿Quién repara en estas cosas? Es la comedia lo que debe causaros placer. Tan pronto el público aplaudía demasiado, como no aplaudía bastante.

-Esta leña está húmeda -decía-, no quemará esta noche.

Y luego se volvía a ver qué gente había, y notaba que se reían a deshora, en ocasiones en que la risa no venía a cuento, y el hombre se encolerizaba y sufría. No podía soportarlo, y era un desgraciado. Y helo aquí: hoy reposa en su tumba.

Aquí yace un hombre feliz, o sea, un hombre muy distinguido, de alta cuna; y ésta fue su dicha, ya que, por lo demás, nunca habría sido nadie; pero en la Naturaleza está todo tan bien dispuesto y ordenado, que da gusto pensar en ello. Iba siempre con bordados por delante y por detrás, y ocupaba su sitio en los salones, como se coloca un costoso cordón de campanilla bordado en perlas, que tiene siempre detrás otro cordón bueno y recio que hace el servicio. También él llevaba detrás un buen cordón, un hombre de paja encargado de efectuar el servicio. Todo está tan bien dispuesto, que a uno no pueden por menos que alegrársele las pajarillas.

Descansa aquí -¡esto sí que es triste!-, descansa aquí un hombre que se pasó sesenta y siete años reflexionando sobre la manera de tener una buena ocurrencia. Vivió sólo para esto, y al cabo le vino la idea, verdaderamente buena a su juicio, y le dio una alegría tal, que se murió de ella, con lo que nadie pudo aprovecharse, pues a nadie la comunicó. Y mucho me temo que por causa de aquella buena idea no encuentre reposo en la tumba; pues suponiendo que no se trate de una ocurrencia de esas que sólo pueden decirse a la hora del desayuno - pues de otro modo no producen efecto -, y de que él, como buen difunto, y según es general creencia, sólo puede aparecerse a medianoche, resulta que no siendo la ocurrencia adecuada para dicha hora, nadie se ríe, y el hombre tiene que volverse a la sepultura con su buena idea. Es una tumba realmente triste.

Aquí reposa una mujer codiciosa. En vida se levantaba por la noche a maullar para hacer creer a los vecinos que tenía gatos; ¡hasta tanto llegaba su avaricia!

Aquí yace una señorita de buena familia; se moría por lucir la voz en las veladas de sociedad, y entonces cantaba una canción italiana que decía: «Mi manca la voce!» («¡Me falta la voz!»). Es la única verdad que dijo en su vida.

Yace aquí una doncella de otro cuño. Cuando el canario del corazón empieza a cantar, la razón se tapa los oídos con los dedos. La hermosa doncella entró en la gloria del matrimonio... Es ésta una historia de todos los días, y muy bien contada además. ¡Dejemos en paz a los muertos!

Aquí reposa una viuda, que tenía miel en los labios y bilis en el corazón. Visitaba las familias a la caza de los defectos del prójimo, de igual manera que en días pretéritos el «amigo policía» iba de un lado a otro en busca de una placa de cloaca que no estaba en su sitio.

Tenemos aquí un panteón de familia. Todos los miembros de ella estaban tan concordes en sus opiniones, que aun cuando el mundo entero y el periódico dijesen: «Es así», si el benjamín de la casa decía, al llegar de la escuela: «Pues yo lo he oído de otro modo», su afirmación era la única fidedigna, pues el chico era miembro de la familia. Y no había duda: si el gallo del corral acertaba a cantar a media noche, era señal de que rompía el alba, por más que el vigilante y todos los relojes de la ciudad se empeñasen en decir que era medianoche.

El gran Goethe cierra su Fausto con estas palabras: «Puede continuarse», Lo mismo podríamos decir de nuestro paseo por el cementerio. Yo voy allí con frecuencia; cuando alguno de mis amigos, o de mis no amigos se pasa de la raya conmigo, me voy allí, busco un buen trozo de césped y se lo consagro, a él o a ella, a quien sea que quiero enterrar, y lo entierro enseguida; y allí se están muertitos e impotentes hasta que resucitan, nuevitos y mejores. Su vida y sus acciones, miradas desde mi atalaya, las escribo en mi libro funerario. Y así debieran proceder todas las personas; no tendrían que encolerizarse cuando alguien les juega una mala pasada, sino enterrarlo enseguida, conservar el buen humor y el «Noticiero», este periódico escrito por el pueblo mismo, aunque a veces inspirado por otros.

martes, 5 de agosto de 2014

EL LEON Y EL DELFÍN



Una vez un león que paseaba por una playa tranquila vio asomar fuera del agua la cabeza de un delfín.

Acordándose de que era el rey de los anímales acuáticos lo llamó y le propuso una alianza:

–Nos conviene que nos ayudemos– le dijo. -Tú eres el rey de los animales marinos y yo de los terrestres-

El delfín aceptó encantado y el pacto quedó sellado.

Cierto día el león, que desde hacía bastante tiempo estaba en guerra con un toro salvaje, pidió ayuda al delfín. El pez trató de salir del agua pero no pudo. El león se puso furioso y lo acusó de traición.

–Te equivocas. No es a mí a quien debes culpar sino a la naturaleza. Ella fue quien me hizo animal de agua y no de tierra-

Debemos hacer amigos entre los que pueden estar a nuestro lado.

lunes, 4 de agosto de 2014

LA SIRENITA



En el fondo del más azul de los océanos había un maravilloso palacio en el cual habitaba el Rey del Mar, un viejo y sabio tritón que tenía una abundante barba blanca. Vivía en esta espléndida mansión de coral multicolor y de conchas preciosas, junto a sus hijas, cinco bellísimas sirenas.

La Sirenita, la más joven, además de ser la más bella poseía una voz maravillosa; cuando cantaba acompañándose con el arpa, los peces acudían de todas partes para escucharla, las conchas se abrían, mostrando sus perlas, y las medusas al oírla dejaban de flotar.

La pequeña sirena casi siempre estaba cantando, y cada vez que lo hacía levantaba la vista buscando la débil luz del sol, que a duras penas se filtraba a través de las aguas profundas.

-¡Oh! ¡Cuánto me gustaría salir a la superficie para ver por fin el cielo que todos dicen que es tan bonito, y escuchar la voz de los hombres y oler el perfume de las flores!-

-Todavía eres demasiado joven- respondió la abuela. -Dentro de unos años, cuando tengas quince, el rey te dará permiso para subir a la superficie, como a tus hermanas-

La Sirenita soñaba con el mundo de los hombres, el cual conocía a través de los relatos de sus hermanas, a quienes interrogaba durante horas para satisfacer su inagotable curiosidad cada vez que volvían de la superficie. En este tiempo, mientras esperaba salir a la superficie para conocer el universo ignorado, se ocupaba de su maravilloso jardín adornado con flores marítimas. Los caballitos de mar le hacían compañía y los delfines se le acercaban para jugar con ella; únicamente las estrellas de mar, quisquillosas, no respondían a su llamada.

Por fin llegó el cumpleaños tan esperado y, durante toda la noche precedente, no consiguió dormir. A la mañana siguiente el padre la llamó y, al acariciarle sus largos y rubios cabellos, vio esculpida en su hombro una hermosísima flor.

-¡Bien, ya puedes salir a respirar el aire y ver el cielo! ¡Pero recuerda que el mundo de arriba no es el nuestro, sólo podemos admirarlo! Somos hijos del mar y no tenemos alma como los hombres. Sé prudente y no te acerques a ellos. ¡Sólo te traerían desgracias!-

Apenas su padre terminó de hablar, La Sirenita le dio un beso y se dirigió hacia la superficie, deslizándose ligera. Se sentía tan veloz que ni siquiera los peces conseguían alcanzarla. De repente emergió del agua. ¡Qué fascinante! Veía por primera vez el cielo azul y las primeras estrellas centelleantes al anochecer. El sol, que ya se había puesto en el horizonte, había dejado sobre las olas un reflejo dorado que se diluía lentamente. Las gaviotas revoloteaban por encima de La Sirenita y dejaban oír sus alegres graznidos de bienvenida.

-¡Qué hermoso es todo!- exclamó feliz, dando palmadas.

Pero su asombro y admiración aumentaron todavía: una nave se acercaba despacio al escollo donde estaba La Sirenita. Los marinos echaron el ancla, y la nave, así amarrada, se balanceó sobre la superficie del mar en calma. La Sirenita escuchaba sus voces y comentarios. “¡Cómo me gustaría hablar con ellos!”, pensó. Pero al decirlo, miró su larga cola cimbreante, que tenía en lugar de piernas, y se sintió acongojada: -“¡Jamás seré como ellos!”-

A bordo parecía que todos estuviesen poseídos por una extraña animación y, al cabo de poco, la noche se llenó de vítores: -“¡Viva nuestro capitán! ¡Vivan sus veinte años!”- La pequeña sirena, atónita y extasiada, había descubierto mientras tanto al joven al que iba dirigido todo aquel alborozo. Alto, moreno, de porte real, sonreía feliz. La Sirenita no podía dejar de mirarlo y una extraña sensación de alegría y sufrimiento al mismo tiempo, que nunca había sentido con anterioridad, le oprimió el corazón.

La fiesta seguía a bordo, pero el mar se encrespaba cada vez más. La Sirenita se dio cuenta en seguida del peligro que corrían aquellos hombres: un viento helado y repentino agitó las olas, el cielo entintado de negro se desgarró con relámpagos amenazantes y una terrible borrasca sorprendió a la nave desprevenida.

-¡Cuidado! ¡El mar…!- en vano la Sirenita gritó y gritó.

Pero sus gritos, silenciados por el rumor del viento, no fueron oídos, y las olas, cada vez más altas, sacudieron con fuerza la nave. Después, bajo los gritos desesperados de los marineros, la arboladura y las velas se abatieron sobre cubierta, y con un siniestro fragor el barco se hundió. La Sirenita, que momentos antes había visto cómo el joven capitán caía al mar, se puso a nadar para socorrerlo. Lo buscó inútilmente durante mucho rato entre las olas gigantescas. Había casi renunciado, cuando de improviso, milagrosamente, lo vio sobre la cresta blanca de una ola cercana y, de golpe, lo tuvo en sus brazos.

El joven estaba inconsciente, mientras la Sirenita, nadando con todas sus fuerzas, lo sostenía para rescatarlo de una muerte segura. Lo sostuvo hasta que la tempestad amainó. Al alba, que despuntaba sobre un mar todavía lívido, la Sirenita se sintió feliz al acercarse a tierra y poder depositar el cuerpo del joven sobre la arena de la playa. Al no poder andar, permaneció mucho tiempo a su lado con la cola lamiendo el agua, frotando las manos del joven y dándole calor con su cuerpo.

Hasta que un murmullo de voces que se aproximaban la obligaron a buscar refugio en el mar.

-¡Corran! ¡Corran!- gritaba una dama de forma atolondrada -¡Hay un hombre en la playa! ¡Está vivo! ¡Pobrecito…! ¡Ha sido la tormenta…! ¡Llevémoslo al castillo! ¡No! ¡No! Es mejor pedir ayuda…-

La primera cosa que vio el joven al recobrar el conocimiento, fue el hermoso semblante de la más joven de las tres damas.

-¡Gracias por haberme salvado!- le susurró a la bella desconocida.

La Sirenita, desde el agua, vio que el hombre al que había salvado se dirigía hacia el castillo, ignorante de que fuese ella, y no la otra, quien lo había salvado.

Pausadamente nadó hacia el mar abierto; sabía que, en aquella playa, detrás suyo, había dejado algo de lo que nunca hubiera querido separarse. ¡Oh! ¡Qué maravillosas habían sido las horas transcurridas durante la tormenta teniendo al joven entre sus brazos!

Cuando llegó a la mansión paterna, la Sirenita empezó su relato, pero de pronto sintió un nudo en la garganta y, echándose a llorar, se refugió en su habitación. Días y más días permaneció encerrada sin querer ver a nadie, rehusando incluso hasta los alimentos. Sabía que su amor por el joven capitán era un amor sin esperanza, porque ella, la Sirenita, nunca podría casarse con un hombre.

Sólo la Hechicera de los Abismos podía socorrerla. Pero, ¿a qué precio? A pesar de todo decidió consultarla.

-¡…por consiguiente, quieres deshacerte de tu cola de pez! Y supongo que querrás dos piernas. ¡De acuerdo! Pero deberás sufrir atrozmente y, cada vez que pongas los pies en el suelo sentirás un terrible dolor-

-¡No me importa- respondió la Sirenita con lágrimas en los ojos -a condición de que pueda volver con él!-

-¡No he terminado todavía!- dijo la vieja. -¡Deberás darme tu hermosa voz y te quedarás muda para siempre! Pero recuerda: si el hombre que amas se casa con otra, tu cuerpo desaparecerá en el agua como la espuma de una ola-

-¡Acepto! -dijo por último la Sirenita y, sin dudar un instante, le pidió el frasco que contenía la poción prodigiosa. Se dirigió a la playa y, en las proximidades de su mansión, emergió a la superficie; se arrastró a duras penas por la orilla y se bebió la pócima de la hechicera.

Inmediatamente, un fuerte dolor le hizo perder el conocimiento y cuando volvió en sí, vio a su lado, como entre brumas, aquel semblante tan querido sonriéndole. El príncipe allí la encontró y, recordando que también él fue un náufrago, cubrió tiernamente con su capa aquel cuerpo que el mar había traído.

-No temas- le dijo de repente. -Estás a salvo. ¿De dónde vienes?-

Pero la Sirenita, a la que la bruja dejó muda, no pudo responderle.
-Te llevaré al castillo y te curaré-

Durante los días siguientes, para la Sirenita empezó una nueva vida: llevaba maravillosos vestidos y acompañaba al príncipe en sus paseos. Una noche fue invitada al baile que daba la corte, pero tal y como había predicho la bruja, cada paso, cada movimiento de las piernas le producía atroces dolores como premio de poder vivir junto a su amado. Aunque no pudiese responder con palabras a las atenciones del príncipe, éste le tenía afecto y la colmaba de gentilezas. Sin embargo, el joven tenía en su corazón a la desconocida dama que había visto cuando fue rescatado después del naufragio.

Desde entonces no la había visto más porque, después de ser salvado, la desconocida dama tuvo que partir de inmediato a su país. Cuando estaba con la Sirenita, el príncipe le profesaba a ésta un sincero afecto, pero no desaparecía la otra de su pensamiento. Y la pequeña sirena, que se daba cuenta de que no era ella la predilecta del joven, sufría aún más. Por las noches, la Sirenita dejaba a escondidas el castillo para ir a llorar junto a la playa.

Pero el destino le reservaba otra sorpresa. Un día, desde lo alto del torreón del castillo, fue avistada una gran nave que se acercaba al puerto, y el príncipe decidió ir a recibirla acompañado de la Sirenita.

La desconocida que el príncipe llevaba en el corazón bajó del barco y, al verla, el joven corrió feliz a su encuentro. La Sirenita, petrificada, sintió un agudo dolor en el corazón. En aquel momento supo que perdería a su príncipe para siempre. La desconocida dama fue pedida en matrimonio por el príncipe enamorado, y la dama lo aceptó con agrado, puesto que ella también estaba enamorada. Al cabo de unos días de celebrarse la boda, los esposos fueron invitados a hacer un viaje por mar en la gran nave que estaba amarrada todavía en el puerto. La Sirenita también subió a bordo con ellos, y el viaje dio comienzo.

Al caer la noche, la Sirenita, angustiada por haber perdido para siempre a su amado, subió a cubierta. Recordando la profecía de la hechicera, estaba dispuesta a sacrificar su vida y a desaparecer en el mar. Procedente del mar, escuchó la llamada de sus hermanas:

-¡Sirenita! ¡Sirenita! ¡Somos nosotras, tus hermanas! ¡Mira! ¿Ves este puñal? Es un puñal mágico que hemos obtenido de la bruja a cambio de nuestros cabellos. ¡Tómalo y, antes de que amanezca, mata al príncipe! Si lo haces, podrás volver a ser una sirenita como antes y olvidarás todas tus penas-

Como en un sueño, la Sirenita, sujetando el puñal, se dirigió hacia el camarote de los esposos. Más cuando vio el semblante del príncipe durmiendo, le dio un beso furtivo y subió de nuevo a cubierta. Cuando ya amanecía, arrojó el arma al mar, dirigió una última mirada al mundo que dejaba y se lanzó entre las olas, dispuesta a desaparecer y volverse espuma.

Cuando el sol despuntaba en el horizonte, lanzó un rayo amarillento sobre el mar y, la Sirenita, desde las aguas heladas, se volvió para ver la luz por última vez. Pero de improviso, como por encanto, una fuerza misteriosa la arrancó del agua y la transportó hacia lo más alto del cielo. Las nubes se teñían de rosa y el mar rugía con la primera brisa de la mañana, cuando la pequeña sirena oyó cuchichear en medio de un sonido de campanillas:

-¡Sirenita! ¡Sirenita! ¡Ven con nosotras!-

-¿Quiénes son?- murmuró la muchacha, dándose cuenta de que había recobrado la voz. -¿Dónde están?-

-Estás con nosotras en el cielo. Somos las hadas del viento. No tenemos alma como los hombres, pero es nuestro deber ayudar a quienes hayan demostrado buena voluntad hacia ellos-

La Sirenita, conmovida, miró hacia abajo, hacia el mar en el que navegaba el barco del príncipe, y notó que los ojos se le llenaban de lágrimas, mientras las hadas le susurraban:

-¡Fíjate! Las flores de la tierra esperan que nuestras lágrimas se transformen en rocío de la mañana. ¡Ven con nosotras! Volemos hacia los países cálidos, donde el aire mata a los hombres, para llevar ahí un viento fresco. Por donde pasemos llevaremos socorros y consuelos, y cuando hayamos hecho el bien durante trescientos años, recibiremos un alma inmortal y podremos participar de la eterna felicidad de los hombres -le decían.

-¡Tú has hecho con tu corazón los mismos esfuerzos que nosotras, has sufrido y salido victoriosa de tus pruebas y te has elevado hasta el mundo de los espíritus del aire, donde no depende más que de ti conquistar un alma inmortal por tus buenas acciones! -le dijeron.

Y la Sirenita, levantando los brazos al cielo, lloró por primera vez.

Oyéronse de nuevo en el buque los cantos de alegría: vio al Príncipe y a su linda esposa mirar con melancolía la espuma juguetona de las olas. La Sirenita, en estado invisible, abrazó a la esposa del Príncipe, envió una sonrisa al esposo, y en seguida subió con las demás hijas del viento envuelta en una nube color de rosa que se elevó hasta el cielo.

sábado, 2 de agosto de 2014

NEGRÓN Y TIN, EL MAGO CHISPITA



Siempre que había tormenta, los animales del Bosque Encantado corrían asustados a esconderse, temerosos de los brillantes rayos y los aterradores truenos.

Sin embargo, un día la tormenta apareció tan rápido, que a casi ninguno le dio tiempo a llegar a su escondite, y cuando más asustados estaban, algunos vieron aparecer de entre los árboles una pequeña lucecita donde poco antes había caído un rayo. La pequeña lucecita saltaba y gritaba llena de alegría y emoción, y todos corrieron a ver quién podía ser el loco que se alegraba en medio de una tormenta.

Así conocieron al primero de los magos chispitas, que eran unos seres diminutos que brillaban intensamente por todas partas, como si se hubieran tragado una estrella.

Tin, que así se llamaba aquel mago chispita, resultó ser muy simpático y alegre, y cuando todos le preguntaron cómo podía estar tan alegre un día de tan feroz tormenta, respondió sorprendido:

-¿Pero cómo no voy a estar alegre, si acabo de escaparme después de dos mil años?-

Entonces contó a todos cómo el brujo Negrón había secuestrado a todos los magos chispitas hacía miles de años, y los había encerrado en unas grandes y negras nubes, donde les obligaba a trabajar como sus esclavos. Era casi imposible escapar de aquella prisión, pero de vez en cuando, algunas nubes chocaban, y con el golpe se rompían pedacitos de nube por los que un mago chispita podía escapar.

Cada vez que uno escapaba, lo hacía tan rápido que su estela de luz se convertía en un rayo que iluminaba el cielo, y poco después el brujo Negrón, cuando descubría la huida, gritaba furioso y golpeaba las nubes. Sus gritos tenían muchísima rabia, y por eso los truenos retumbaban tan fuerte en el cielo.

Emocionados con la historia de Tin, aquellos animales nunca más volvieron a tener miedo de las tormentas y los truenos.

En su lugar, cuando el cielo comenzaba a cubrirse de nubes negras, todos se reunían en la gran roca, para desde allí observar mejor la tormenta, y poder aplaudir y vitorear cada vez que un pequeño mago chispita conseguía escapar de las garras de Negrón, y burlarse y abuchear al brujo con cada uno de sus rabiosos truenos de protesta.

viernes, 1 de agosto de 2014

CAMINANDO HACIA LA LIBERFTAD



Qué oprimido me siento cuando me pongo a pensar en los días largos que me esperan para salir de la esclavitud en que me he metido, tratando de salir adelante con todas las cosas que me he impuesto, para obtener lo que me va a servir para caminar libremente pensando sólo en distraerme sin que nada me ate, así las penas y pesares se alejarán de mí y por fin podré reír y cantar y ser feliz sin tener ninguna obligación que me quite el sueño. -¿No crees, Franco, que esto será muy bueno para mí cuando me llegue este gran día?-

—Pues no creo– le contestó Franco, -porque esto no es así, ya que lo que verdaderamente te ata son otras cosas que no te dejan ser feliz-
Tavo, al escucharlo, con un gesto poco amigable, le dijo:
— Anda, tú qué sabes, por eso te veo siempre con cara de aburrido.
—Será tu parecer porque yo jamás me aburro– le contestó Franco, –como se ve que no tomas en cuenta las cosas que hago, porque no conoces el verdadero valor que éstas significan-
— Bueno –le respondió Tavo–, para mí la diversión es lo más importante, porque esto es lo único que no te esclaviza.
— Pero Dios no te ha dado dones sólo para que te diviertas, ¿no crees? Piensa, porque esto no es así –le volvió a decir Franco.
Tavo, insistiendo en pensar en forma muy egoísta, le contestó:
— Realmente, yo sí quisiera hacer lo que me venga en gana y poder gozar libremente del sol, de los paseos o quedarme en casa disfrutando de un rico helado y viendo películas, o sencillamente dormir sin pensar que tengo que levantarme temprano porque tengo obligaciones que cumplir. ¿Acaso esto no es libertad de hacer lo que a uno le venga en gana?
— Bueno –le contestó Franco–, el hombre es libre desde el momento que Dios lo dejó a su libre albedrío, dándole la facultad de ver lo que era bueno y malo para él, pero lamentablemente, muchos escogen lo que no les conviene para su alma y terminan por hacer abuso de la libertad. Y no quisiera que a ti te suceda esto.
¿Por qué, pues, no aprendes a discernir lo que va a ser bueno para ti?
— La verdad no me interesa –le dijo Tavo–, mejor no me hago problemas, hablemos de otra cosa. ¿Qué te parece si damos un paseo y mañana vengo a recogerte temprano para ir a pescar?
— Estupendo –le contestó Franco–, la pesca a mí siempre me ha fascinado.
Y mientras hablaban y se ponían de acuerdo, se despidieron. Al día siguiente, como era de esperar, Tavo, con una gran sonrisa, se presentó en la casa de Franco. Cuando lo vio, le dijo:
— Vamos, apúrate pues no deseo que mi domingo termine ni termine nuestra juventud, felizmente aún somos muy jóvenes para gozar de lo que queramos.
— Ah, eso sí, ¿y qué hay si no vamos?, –le dijo Franco–, pensando en analizar lo que le contestaba.
— ¿Qué hablas?, –le dijo Tavo–, o acaso estás delirando, pues apúrate y vamos si no quieres verme apesadumbrado y aburrido.
Franco, viendo su desesperación por escapar de sus reprimidas emociones, le contestó:
— Cálmate, amigo, sólo bromeaba.
Y sonriendo, le dijo:
— Ya, coge tu mochila y vamos.
Y así lo hicieron; en el camino Tavo, saltando y cantando con una alegría momentánea, dijo:
— Esta es la única libertad que yo aprecio en mi vida, porque así uno se olvida de las preocupaciones, de los tormentos y de los malos momentos, que aparecen cuando menos se espera.
— Y te entiendo –le dijo Franco–, sólo que no tomas en cuenta que hay situaciones mayormente apreciadas, que conducen a que uno pueda vivir también con alegría y con libertad y no precisamente es la diversión. Y no creo que esto lo tomes en cuenta, porque lo que predomina en ti egoístamente, es sólo divertirte aunque por ello otros se perjudiquen.
— ¿Se perjudiquen?, –le contestó Tavo–. ¿Y por qué se habrían de perjudicar por mis diversiones? La verdad que no te entiendo, creo que estás hablando ya demasiadas tonterías.
Franco le dijo:
— Te voy a poner un ejemplo; qué pasaría si alguien que necesita urgentemente que lo saques de un apuro, justamente, cuando te vas a ir de paseo, ¿qué le dirías?

Tavo le contestó:
— ¿No te parece que ese sería su problema? ¿Por qué, pues, perjudicarme precisamente con lo que más me gusta, la diversión? Pues no dejaría la libertad de poder elegir lo que me agrada por nadie.
Franco le respondió:
— Qué egoísmo tan grande el tuyo, de pensar solamente en tu persona sin que nada te importe. ¿No te das cuenta, acaso, que hay circunstancias en que tenemos que escoger lo que es prioridad? Pero claro, cómo te vas a dar cuenta de esto, si el egoísmo es el que te mantiene adormecida la conciencia para que no puedas actuar reflexivamente.
— Y si así fuera –le contestó Tavo–, ¿qué puedo hacer? Aunque no quisiera escuchar nada que vaya en contra de mis propios intereses, porque estaría alejándome de la libertad que compraría a cualquier precio.
— Sí sé que lo harías –le dijo Franco–, pero la libertad de la cual te hablo, no se puede comprar porque viene como una gracia del cielo, ¿comprendes? Todo en la vida tiene sus pros y sus contras, y la diversión sana también es buena porque no sólo alegra sino ayuda a liberar tensiones, pero si sólo se piensa en ella, esto no ayuda a que uno madure.
— Y si esto es así, ¿cuándo seré libre? ¿Será que tengo que recapacitar con otro juicio?
Franco le dijo:
— Así es, y cuando eso te suceda dejarás ya de estar atado a tus deseos y a tus múltiples apegos. ¿Te das cuenta por qué no puedes ser libre, si en tu interior llevas esta cautividad que no deja que te muestres tal como eres? Porque podrás viajar y conocer el mundo entero y ganar dinero a manos llenas, contar con muchas amistades, tener grandes paseos y diversiones, pero no serás libre mientras te ames a ti mismo y a donde vayas te acompañará siempre la tristeza, porque habrá un vacío en ti que no lo podrás llenar con nada, a no ser que dejes el egoísmo a un lado para que puedan aparecer en tu corazón actitudes más amorosas y fraternales, sólo así podrás llenar el vacío que veo en tus ojos porque vivirás no tanto para sí mismo sino también para los demás. ¿Y sabes? Es el amor que transforma al hombre dándole la libertad de poder actuar sin apegos, tal como lo hace el ego, que no sabe otra cosa que amarse a sí mismo aunque viva encadenado a sus propias pasiones. ¿Comprendes ahora lo que te digo? Porque tú eres bastante egocéntrico.
— Bueno –le dijo Tavo–, después de todo lo que me has dicho creo que lo soy, es más, ya me estoy sintiendo un poco mal y quien sabe esto sea lo que me tiene viviendo con muchos pesares. ¿Y cómo hacer, entonces, para que sea cada vez más libre de mí mismo?
Franco le contestó:
— Tendrás que meditar mucho para que comiences a vivir libremente y no bajo el yugo de tu propia concupiscencia. Cuando esto te suceda, habrás abierto la puerta de tu corazón que te conducirá con libertad para poder actuar con benevolencia y equidad. Mira, llegamos, el sol ilumina el mar y en la orilla hay gaviotas que caminan libremente.
— Sí –le dijo Tavo–, y son muchas.
Y mientras hablaban vieron a unos jóvenes que se disponían a pescar, de repente uno de ellos resbaló y se torció el tobillo. Tavo, al mirar alrededor de donde se encontraba el joven tirado y boca abajo, no pensó dos veces en auxiliarlo, igualmente lo hizo Franco. Y en tanto se demoraban buscando un centro hospitalario cercano al lugar donde se encontraban se pasó el tiempo, pero lograron encontrarlo y el joven fue atendido de inmediato, y viendo que ya era tarde para continuar con lo planeado decidieron regresar a sus hogares.
— Pero no importa –dijo Tavo muy complacido–, porque hemos hecho una buena acción.

Y continuó:— ¿Sabes, Franco? No he tenido la alegría de poder gozar del día pescando como me gusta. Pero acabo de conocer una alegría diferente que no se va de mi alma. ¿Será que ésta viene por haber ayudado al joven? Porque no sólo me he sentido alegre sino que ya no siento nada que me oprima por dentro, y percibo algo así como una especie de liberación. ¿Será ésta la libertad de la cual me hablas?
—Así es– le respondió Franco–, ¿y sabes por qué te ha sucedido esto?
— ¿Y cómo saberlo?, si me falta todavía ver más claro.
— Sí, lo sé –le dijo Franco–, pero te he hecho esta pregunta para que pongas más atención en lo que te voy a explicar. Lo que te ha sucedido, es que como has empezado a liberarte del ego que te ha tenido esclavizado y sometido a sus caprichos, al salir de ti lo que pudo actuar en tu ser fue tu esencia, la cual es espiritual y por eso pudiste actuar libremente sin que nada te oprima. Ahora vivirás liviano y sin carga alguna.
Tavo le respondió:
—Sí, y esto debe ser verdad porque me siento con más vida y también ligero, como que una pesada carga se ha desprendido de mí-
—Así es– le volvió a decir Franco, -y dentro de muy poco tu libertad interior te hará vivir con alegría constante, y tus penas y pesares se alejarán por siempre ya de ti-
Tavo, al escucharlo, le dijo:
—Si es así, entonces, creo que también dentro de muy poco me estará llegando el gran día de la liberación y por fin seré libre y feliz. Gracias amigo, lo que has hecho por mí no tiene precio-
—Si para eso estoy– le dijo Franco, -y lo hago con mucho cariño-
Tavo le dijo:
—¿Sabes, Franco? Aunque deje de verte, siempre te tendré presente en mi corazón-

—Y yo también, amigo– le contestó Franco.
Y lo abrazó con mucho afecto.