jueves, 30 de julio de 2015

EL REY RANA



En aquellos remotos tiempos, en que bastaba desear una cosa para tenerla, vivía un rey que tenía unas hijas lindísimas, especialmente la menor, la cual era tan hermosa que hasta el sol, que tantas cosas había visto, se maravillaba cada vez que sus rayos se posaban en el rostro de la muchacha.

Junto al palacio real extendíase un bosque grande y oscuro, y en él, bajo un viejo tilo, fluía un manantial. En las horas de más calor, la princesita solía ir al bosque y sentarse a la orilla de la fuente. Cuando se aburría, poníase a jugar con una pelota de oro, arrojándola al aire y recogiéndola, con la mano, al caer; era su juguete favorito.

Ocurrió una vez que la pelota, en lugar de caer en la manita que la niña tenía levantada, hízolo en el suelo y, rodando, fue a parar dentro del agua. La princesita la siguió con la mirada, pero la pelota desapareció, pues el manantial era tan profundo, tan profundo, que no se podía ver su fondo. La niña se echó a llorar; y lo hacía cada vez más fuerte, sin poder consolarse, cuando, en medio de sus lamentaciones, oyó una voz que decía:

-“¿Qué te ocurre, princesita? ¡Lloras como para ablandar las piedras!”-

La niña miró en torno suyo, buscando la procedencia de aquella voz, y descubrió una rana que asomaba su gruesa y fea cabezota por la superficie del agua.

-“¡Ah!, ¿eres tú, viejo chapoteador?”- dijo, -“pues lloro por mi pelota de oro, que se me cayó en la fuente.”-

-“Cálmate y no llores más,” replicó la rana, “yo puedo arreglarlo. Pero, ¿qué me darás si te devuelvo tu juguete?”-

-“Lo que quieras, mi buena rana”- respondió la niña -“mis vestidos, mis perlas y piedras preciosas; hasta la corona de oro que llevo”- Mas la rana contestó: -“No me interesan tus vestidos, ni tus perlas y piedras preciosas, ni tu corona de oro; pero si estás dispuesta a quererme, si me aceptas por tu amiga y compañera de juegos; si dejas que me siente a la mesa a tu lado y coma de tu platito de oro y beba de tu vasito y duerma en tu camita; si me prometes todo esto, bajaré al fondo y te traeré la pelota de oro”-  -“¡Oh, sí!”- exclamó ella -“te prometo cuanto quieras con tal que me devuelvas la pelota”- Mas pensaba para sus adentros: ¡Qué tonterías se le ocurren a este animalejo! Tiene que estarse en el agua con sus semejantes, croa que te croa. ¿Cómo puede ser compañera de las personas?

Obtenida la promesa, la rana se zambulló en el agua, y al poco rato volvió a salir, nadando a grandes zancadas, con la pelota en la boca. Soltola en la hierba, y la princesita, loca de alegría al ver nuevamente su hermoso juguete, lo recogió y echó a correr con él. -“¡Aguarda, aguarda!”- gritole la rana -“llévame contigo; no puedo alcanzarte; no puedo correr tanto como tú”- Pero de nada le sirvió desgañitarse y gritar ‘cro cro’ con todas sus fuerzas. La niña, sin atender a sus gritos, seguía corriendo hacia el palacio, y no tardó en olvidarse de la pobre rana, la cual no tuvo más remedio que volver a zambullirse en su charca.

Al día siguiente, estando la princesita a la mesa junto con el Rey y todos los cortesanos, comiendo en su platito de oro, he aquí que plis, plas, plis, plas se oyó que algo subía fatigosamente las escaleras de mármol de palacio y, una vez arriba, llamaba a la puerta: -“¡Princesita, la menor de las princesitas, ábreme!”- Ella corrió a la puerta para ver quién llamaba y, al abrir, encontrase con la rana allí plantada. Cerró de un portazo y volviese a la mesa, llena de zozobra. Al observar el Rey cómo le latía el corazón, le dijo: -“Hija mía, ¿de qué tienes miedo? ¿Acaso hay a la puerta algún gigante que quiere llevarte?”- - “No”- respondió ella -“no es un gigante, sino una rana asquerosa.”- -“Y ¿qué quiere de ti esa rana?”-  -“¡Ay, padre querido! Ayer estaba en el bosque jugando junto a la fuente, y se me cayó al agua la pelota de oro. Y mientras yo lloraba, la rana me la trajo. Yo le prometí, pues me lo exigió, que sería mi compañera; pero jamás pensé que pudiese alejarse de su charca. Ahora está ahí afuera y quiere entrar”- Entretanto, llamaron por segunda vez y se oyó una voz que decía:

-“¡Princesita, la más niña, Ábreme! ¿No sabes lo que Ayer me dijiste Junto a la fresca fuente? ¡Princesita, la más niña, Ábreme!”-

Dijo entonces el Rey -“Lo que prometiste debes cumplirlo. Ve y ábrele la puerta”- La niña fue a abrir, y la rana saltó dentro y la siguió hasta su silla. Al sentarse la princesa, la rana se plantó ante sus pies y le gritó: -“¡Súbeme a tu silla!”- La princesita vacilaba, pero el Rey le ordenó que lo hiciese. De la silla, el animalito quiso pasar a la mesa, y, ya acomodado en ella, dijo: “Ahora acércame tu platito de oro para que podamos comer juntas”- La niña la complació, pero veíase a las claras que obedecía a regañadientes. La rana engullía muy a gusto, mientras a la princesa se le atragantaban todos los bocados. Finalmente, dijo la bestezuela: -“¡Ay! Estoy ahíta y me siento cansada; llévame a tu cuartito y arregla tu camita de seda: dormiremos juntas”- La princesita se echó a llorar; le repugnaba aquel bicho frío, que ni siquiera se atrevía a tocar; y he aquí que ahora se empeñaba en dormir en su cama. Pero el Rey, enojado, le dijo: “No debes despreciar a quien te ayudó cuando te encontrabas necesitada”- Cogióla, pues, con dos dedos, llevóla arriba y la depositó en un rincón. Mas cuando ya se había acostado, acercóse la rana a saltitos y exclamó: -“Estoy cansada y quiero dormir tan bien como tú; conque súbeme a tu cama, o se lo diré a tu padre”- La princesita acabó la paciencia, cogió a la rana del suelo y, con toda su fuerza, la arrojó contra la pared: -“¡Ahora descansarás, asquerosa!”-

Pero en cuanto la rana cayó al suelo, dejó de ser rana, y convirtióse en un príncipe, un apuesto príncipe de bellos ojos y dulce mirada. Y el Rey lo aceptó como compañero y esposo de su hija. Contóle entonces que una bruja malvada lo había encantado, y que nadie sino ella podía desencantarlo y sacarlo de la charca; díjole que al día siguiente se marcharían a su reino. Durmiéron se, y a la mañana, al despertarlos el sol, llegó una carroza tirada por ocho caballos blancos, adornados con penachos de blancas plumas de avestruz y cadenas de oro. Detrás iba, de pie, el criado del joven Rey, el fiel Enrique. Este leal servidor había sentido tal pena al ver a su señor transformado en rana, que se mandó colocar tres aros de hierro en tomo al corazón para evitar que le estallase de dolor y de tristeza. La carroza debía conducir al joven Rey a su reino. El fiel Enrique acomodó en ella a la pareja y volvió a montar en el pescante posterior; no cabía en sí de gozo por la liberación de su señor.

Cuando ya habían recorrido una parte del camino, oyó el príncipe un estallido a su espalda, como si algo se rompiese. Volviéndose, dijo:

-“¡Enrique, que el coche estalla!”- -“No, no es el coche lo que falla, Es un aro de mi corazón, Que ha estado lleno de aflicción Mientras viviste en la fontana Convertido en rana”-

Por segunda y tercera vez oyóse aquel chasquido durante el camino, y siempre creyó el príncipe que la carroza se rompía; pero no eran sino los aros que saltaban del corazón del fiel Enrique al ver a su amo redimido y feliz.

lunes, 27 de julio de 2015

EL ESPÍRITU DEL AGUA



Una noche, en un antiguo palacio de Japón rodeado de un gran jardín, un hombre se tumbó en la terraza a tomar el aire porque hacía mucho calor y no podía dormir.

Por fin concilió el sueño, pero al rato oyó unos pasos ligeros y se despertó. Junto a él había un hombrecillo de menos de un metro de estatura que se acurrucó a su lado y le miró durante unos instantes.

El hombre no se movió, fingiendo que seguía dormido, y el hombrecillo extendió una mano y empezó a tocarle la cara. Tenía los dedos fríos como los de un cadáver y además estaban resbaladizos y mojados.

"Debe ser el espíritu de un muerto que viene a por mi", pensó el hombre, aterrorizado. Pero por suerte el hombrecillo se levantó y se marchó lentamente, siguiendo el sendero que llevaba al viejo lago.

El hombre le vio desaparecer en silencio y después corrió a llamar a su mujer y a sus hijos, que fueron con antorchas y se pusieron a buscar al hombrecillo. Sin embargo, por mucho que se esforzaron, no lograron encontrarle.

La noche siguiente, el hombre y sus hijos montaron guardia. Quería ver si el pequeño personaje aparecía de nuevo, y sobre todo quería saber quién era y de donde venía.

Su hijo mayor que era muy fuerte, y no tenía miedo, se tumbó en la terraza con una cuerda gruesa junto a él y esperó, fingiendo que dormía, pero manteniendo un ojo abierto y el otro cerrado.

Sin embargo, después de medianoche se quedó dormido de verdad, casi sin darse cuenta, y no se despertó hasta que algo frío le rozó la cara: eran lo gélidos dedos del hombrecillo que le tocaban con delicadeza. Entonces el hombre se puso en pie, atrapó al intruso y le ató a la barandilla antes de que pudiese decir ni media palabra.

Luego llamó a los demás, que llegaron con las antorchas en la mano, y por fin se descubrió que el prisionero era un viejo bajito y tan pálido que daba miedo, con aspecto enfermo, vestido con un larga túnica amarilla mojada que goteaba, como si acabara de salir del agua.

Le hicieron un montón de preguntas, pero él les miraba extrañado y no respondía.

Al final, sin embargo, preguntó:

-“¿Podríais traerme un cubo de agua, por favor?”-

Aunque no entendían para qué lo quería, se lo llevaron y el hombrecillo primero se puso a mirar el reflejo de su cara en el agua, y después se tiró de cabeza al cubo, derramando el agua.

Del viejo no se encontró ni rastro. Parecía que se hubiera disuelto en el líquido y lo único que flotaba en el agua era la cuerda.

Al final todos entendieron en el misterioso visitante nocturno debía ser un espíritu del agua que de vez en cuando daba un paseo por el jardín.

Luego se llevaron el cubo y lo vaciaron en el lago, entre algas y hierbas acuáticas, y del hombrecillo no se oyó nunca más.

sábado, 25 de julio de 2015

EL ÁRBOL DE LOS ZAPATOS



Juan y María miraban a su padre que cavaba en el jardín. Era un trabajo muy pesado. Después de una gran palada, se incorporó, enjugándose la frente.

-“Mira, papá ha encontrado una bota vieja”- dijo María.

-“¿Qué vas a hacer con ella?”- quiso saber Juan.

-“Se podría enterrar aquí mismo”- sugirió el señor Martín –“Dicen que si se pone un zapato viejo debajo de un cerezo crece mucho mejor”- María se rió.

-“¿Qué es lo que crecerá? ¿La bota?”-

-“Bueno, si crece, tendremos bota asada para comer”-

Y la enterró. Ya entrada la primavera, un viento fuerte derribó el cerezo y el señor Martín fue a recoger las ramas caídas. Vio que había una planta nueva en aquel lugar. Sin embargo, no la arrancó, porque quería ver qué era. Consultó todos sus libros de jardinería, pero no encontró nada que se le pareciera.

-“Jamás vi una planta como ésta”- les dijo a Juan y a María.

Era una planta bastante interesante, así que la dejaron crecer, a pesar de que acabó por ahogar los retoños del cerezo caído. Crecía muy bien; a la primavera siguiente, era casi un arbolito. En otoño, aparecieron unos frutos grisáceos. Eran muy raros: estaban llenos de bultos y tenían una forma muy curiosa.

-“Ese fruto me recuerda algo”- dijo la señora Martín. Entonces se dio cuenta de lo que era. –“¡Parecen botas! ¡Sí, son como unos pares de botas colgadas de los talones!”-

-“¡Es verdad! Parecen botas”- dijo Juan asombrado, tocando el fruto.

-“¿Has dicho botas?”- preguntó la señora Gómez, asomándose.

-“¡Sí, crecen botas!”-

-“Pedrito ya es grande y necesitará botas”- dijo la señora Gómez. –“¿Puedo acercarme a mirarlas?”-

-“Claro que sí. Pasa y míralas con tus propios ojos”-

La señora Gómez se acercó, con el bebé en brazos. Lo puso junto al árbol. Juan y María acercaron un par de frutos a sus pies.

-“Aún no están maduras”- dijo Juan. –“Volveremos mañana para ver si han crecido un poco más”-

La señora Gómez volvió al día siguiente, con su bebé, pero la fruta era aún demasiado pequeña. Al final de la semana, sin embargo, comenzó a madurar, tomando un brillante color marrón.

Un día descubrieron un par que parecía justo el número de Pedrito. María las bajó y la señora Gómez se las puso a su hijo. Le quedaban muy bien y Pedrito comenzó a caminar por el jardín.

Juan y María se lo contaron a sus padres, y el señor Martín decidió que todos los que necesitaran botas para sus hijos podían venir a recogerlas del árbol.

Pronto todo el pueblo se enteró del asombroso árbol de los zapatos y muchas mujeres vinieron al jardín, con sus niños pequeños. Algunas alzaban a los bebés para poder calzarles los zapatos y ver si les iban bien. Otras los levantaban cabeza abajo para medir la fruta con sus pies. Juan y María recogieron las que sobraban y las colocaron sobre el césped, ordenándolas por pares. Las madres que habían llegado tarde se sentaron con sus niños. Juan y María iban de aquí para allá, probando las botas, hasta que todos los niños tuvieron las suyas. Al final del día, el árbol estaba pelado.

Una de las madres, la señora Blanco, llevó a sus trillizos y consiguió zapatos para los tres. AI llegar a casa, se los mostró a su marido y le dijo:

-“Los traje gratis, del árbol del señor Martín. Mira, la cáscara es dura como el cuero, pero por dentro son muy suaves. ¿No es estupendo?”-

El señor Blanco contempló detenidamente los pies de sus hijos.

-“Quítales los zapatos”- dijo, al fin. –“Tengo una idea y la pondré en práctica en cuanto pueda”-

Al año siguiente, el árbol produjo frutos más grandes; pero como a los niños también les habían crecido los pies, todos encontraron zapatos de su número.

Así, año tras año, la fruta en forma de zapato crecía lo mismo que los pies de los niños.

Un buen día apareció un gran cartel en casa del señor Blanco, que ponía, con grandes letras marrones: CALZADOS BLANCO, S.A.

-“Anda el señor Blanco con mucho misterio plantando cosas en su huerto”- dijo el señor Martín a su familia. –“Por fin lo entiendo. Plantó todos los zapatos que les dimos a sus hijos durante estos años y ahora tiene muchos árboles, el muy zorro”-

-“Dicen que se hará rico con ellos”- exclamó la señora Martín con amargura.

En verdad, parecía que el señor Blanco se iba a hacer muy rico. Ese otoño contrató a tres mujeres para que le recolectaran los zapatos de los árboles y los clasificaran por números. Luego envolvían los zapatos en papel de seda y los guardaban en cajas para enviarlos a la ciudad, donde los venderían a buen precio.

Al mirar por la ventana, el señor Martín vio al señor Blanco que pasaba en un coche elegantísimo.

-“Nunca pensé en ganar dinero con mi árbol”- le comentó a su mujer.

-“No sirves para los negocios, querido”- dijo la señora Martín, cariñosamente. -“De todos modos, me alegro de que todos los niños del pueblo puedan tener zapatos gratis”-

Un día, Juan y María paseaban por el campo, junto al huerto del señor Blanco. Este había construido un muro muy alto para que no entrara la gente. Sin embargo, de pronto asomó por encima del muro la cabeza de un niño. Era Pepe, un amigo de Juan y María. Con gran esfuerzo había escalado el muro.

-“Hola, Pepe”- dijo Juan. –“¿Qué hacías en el jardín del señor Blanco?”-

El niño, que saltó ante ellos, sonrió.

-“Ya verás…”- dijo, recogiendo frutos de zapato hasta que tuvo los brazos llenos.

-“Son del huerto. Los arrojé por encima del muro. Se los llevaré a mi abuelita, que me va a hacer otro pastel de zapato”-

-“¿Un pastel?”- preguntó María. –“No se me había ocurrido. ¿Y está bueno?”-

-“Verás…, la cáscara es un poco dura. Pero si cocinas lo de dentro, con mucho azúcar, está muy rico. Mi abuelita hace unos pasteles estupendos con los zapatos. Ven a probarlos, si quieres”-

Juan y María ayudaron a Pepe a llevar los frutos a su abuela, y todos comieron un trozo de pastel. Era dulce y muy rico, tenía un sabor más fuerte que las manzanas y muy raro. A Juan y a María les gustó muchísimo. Al llegar a casa, recogieron algunas frutas que quedaban en el árbol de los zapatos.

-“Las pondremos en el horno”- dijo María. -“El año pasado aprendí a hacer manzanas asadas”-

María y Juan asaron los zapatos, rellenándolos con pasas de uva. Cuando sus padres volvieron de trabajar, se los sirvieron, con nata. Al señor y a la señora Martín les gustaron tanto como a los niños. Al terminar, el señor Martín dijo riendo:

-“¡Vaya! Tengo una idea magnífica y la pondré en práctica”-

Al día siguiente, fue al pueblo en su viejo coche, con el maletero lleno de cajas de frutos de zapato. Se detuvo en la feria y habló con un vendedor. Entonces comenzó a descargar el coche. El vendedor escribió algo en un gran cartel y lo colgó en su puesto.

Pronto se juntó una muchedumbre.

-“¡Miren!”-

-“Frutos de zapato a 5 monedas el kilo”-

-“Yo pagué 500 monedas por un par para mi hijo”- dijo una mujer. Alzó a su niño y les enseñó las frutas que llevaba puestas. –“Miren, por éstas pagué 500 monedas en la zapatería. ¡Y aquí las venden a 5!”-

-“¡Sólo cinco monedas!”- gritaba el vendedor. –“Hay que pelarlos y comer la pulpa, que es deliciosa. ¡Son muy buenos para hacer pasteles!”-

-“Nunca más volveré a comprarlos en la zapatería”- dijo otra mujer.

Al final del día, el vendedor se sentía muy contento. El señor Martin le había regalado los frutos y ahora tenía la cartera llena de dinero.

A la mañana siguiente, el señor Martín volvió al pueblo y leyó en los carteles de las zapaterías: “Zapatos Naturales Blanco crecen como sus niños”. Y debajo habían puesto unos carteles nuevos que decían: ‘Grandes rebajas, 5 monedas el par!”

Después de esto, todo el mundo se puso contento: los niños del pueblo seguían consiguiendo zapatos gratis del árbol de la familia Martín, y a la gente de la ciudad no les importaba pagar 5 monedas por un par en la zapatería. Y todos los que querían podían comer la fruta. El único que no estaba contento era el señor Blanco; aún vendía algunos zapatos, pero ganaba menos dinero que antes.

El señor Martín le preguntó a su mujer:

-“¿Crees que estuve mal con el señor Blanco?”-

-“Me parece que no. Después de todo, la fruta es para comerla ¿verdad?”-

-“Y además”- añadió María –“¿No fue lo que dijiste al enterrar aquella bota vieja? ¿Te acuerdas? Nos prometiste que cenaríamos botas asadas”-

miércoles, 22 de julio de 2015

LA LIEBRE Y LA TORTUGA



La liebre siempre se reía de la tortuga, porque era muy lenta. –“¡Je, ¡el En realidad, no sé por qué te molestas en moverte”- le dijo.

-“Bueno”- contestó la tortuga, -“Es verdad que soy lenta, pero siempre llego al final”-

-“Si quieres hacemos una carrera”-

-“Debes estar bromeando”- dijo la liebre, despreciativa. –“Pero si insistes, no tengo inconveniente en hacerte una demostración”-

Era un caluroso día de sol y todos los animales fueron a ver la Gran Carrera. El topo levantó la bandera y dijo: -“Uno, dos, tres… ¡Ya!”-

La liebre salió corriendo, y la tortuga se quedó atrás, tosiendo en una nube de polvo. Cuando echó a andar, la liebre ya se había perdido de vista.

Pero cuál no fue su horror al ver desde lejos cómo la tortuga le había adelantado y se arrastraba sobre la línea de meta. ¡Había ganado la tortuga! Desde lo alto de la colina, la liebre podía oír las aclamaciones y los aplausos.

-“No es justo”- gimió la liebre. –“Has hecho trampa. Todo el mundo sabe que corro más que tú”-

-“¡Oh!”- dijo la tortuga, volviéndose para mirarla. –“Pero ya te dije que yo siempre llego. Despacio pero seguro”-

-“No tiene nada que hacer”- dijeron los saltamontes. La tortuga está perdida.

-“¡Je, je! ¡Esa estúpida tortuga!”- pensó la liebre, volviéndose
 -“¿Para qué voy a correr? Mejor descanso un rato”-

Así pues, se tumbó al sol y se quedó dormida, soñando con los premios y medallas que iba a conseguir.

La tortuga siguió toda la mañana avanzando muy despacio. La mayoría de los animales, aburridos, se fueron a casa. Pero la tortuga continuó avanzando. A mediodía pasó ¡unto a la liebre, que dormía al lado del camino. Ella siguió pasito a paso.

Finalmente, la liebre se despertó y estiró las piernas. El sol se estaba poniendo. Miró hacia atrás y se rió:

-“¡Je, ¡el ¡Ni rastro de esa tonta tortuga!”- Con un gran salto, salió corriendo en dirección a la meta para recoger su premio.

Pero cuál no fue su horror al ver desde lejos cómo la tortuga le había adelantado y se arrastraba sobre la línea de meta. ¡Había ganado la tortuga! Desde lo alto de la colina, la liebre podía oír las aclamaciones y los aplausos.

-“No es justo”- gimió la liebre. –“Has hecho trampa. Todo el mundo sabe que corro más que tú”-

-“¡Oh!”- dijo la tortuga, volviéndose para mirarla. –“Pero ya te dije que yo siempre llego. Despacio pero seguro”-

lunes, 20 de julio de 2015

LA PIEDRA



Mi padre era ingeniero en la región lagunera y tenía muchas obras en construcción. Estaba construyendo la casa de un ranchero muy rico en la colonia Nuevo Torreón y vi como llegó ese señor a su casa en construcción y se hizo de palabras con el peón del albañil. El ranchero se dejó llevar por la cólera y agarró una piedra y se la tiró al peón, pero no le pegó.

Este peón tomó la piedra y la guardó. Pensó: -“Ya llegará el día en que yo pueda devolverle esta piedra a ese ricachón, sin miedo al poder que tiene ahora”-

Con el tiempo, el agricultor perdió su cosecha de algodón y trigo, y quedó reducido a la miseria.

Un día pasó frente a la casa del peón de albañil y se dispuso a arrojarle la piedra que con tanto celo guardó para su venganza.

Pero dominando su coraje, se dijo: -“Ahora estoy convencido que no se debe de responder al mal con el mal. El ranchero fue rico y poderoso y ahora está más pobre que yo. Por eso no debo de tirarle la misma piedra”-

Y al decir esto, dejó caer la piedra, y prefirió darle un pedazo de pan, al que creyó su enemigo.

viernes, 17 de julio de 2015

LOS HONGOS



Un día, doña Catalina la mamá de Carlita, mando a su hija al bosque para que buscara hongos para la comida de su padre.

Después de un rato Carlita regresó gritando:

-“Mira mamá, que hermosos hongos he encontrado hoy, son todos de un rojo escarlata y parece que están cubiertos de perlas”-

Luego le dijo: -“También había unos pequeñitos y de color gris, como los que tu trajiste el otro día, pero me parecieron tan raquíticos que no los quise traer”-

Su mamá le dijo: -“Ay hija, estos hongos rojos que parece que traen perlas son venenosos y quien los come muere, mientras que los de color gris y raquíticos que tú has despreciado son los mejores. Lo mismo sucede con muchas cosas de este mundo hija. Hay virtudes modestas que permanecen escondidas y que son las mejores y no aquellas virtudes brillantes que son la admiración de los necios. Es necesario que estés atenta para que no te dejes seducir, por todo aquello que te puede llevar al pecado”-

martes, 14 de julio de 2015

LA CUERDA



Una vez vi en mi pueblo una gran discusión.

Dos niños, Luis y Roberto, se encontraron una cuerda vieja en la calle. Y comenzaron a discutir por la posesión de aquella insignificancia alterando con sus gritos a toda la cuadra.

Luis tenía agarrada la cuerda por un extremo y Roberto por el otro y ambos se esforzaban a fuerza de tirones, ser el dueño de la cuerda.

Tantas veces tiraron y con tal fuerza que la cuerda se rompió, y los dos niños, al mismo tiempo rodaron por el fango.

Y al pasar yo por el lugar les dije:

-“Esto es lo que sucede por las personas que discuten. Comienzan haciendo un gran ruido y se entregan a una discusión violenta por una cosa de nada, ¿Y al fin para que? Lo único que consiguen es cubrirse de vergüenza de la misma manera que ustedes y terminan en el fango”-

domingo, 5 de julio de 2015

BOBBY Y BETTY



Era otoño, y Bobby y Betty estaban rastrillando hojas. Bobby llevaba un rastrillo largo, y Betty una cesta.

Cuando la cesta estaba llena, la pusieron en la nueva carretilla de Bobby, y la empujaron. Bobby echó la cabeza para atrás y empezó a hacer cabriolas. “Soy Prince”, dijo.

Prince era el caballo grande del abuelo. “Yo soy Nellie”, dijo Betty. Nellie era el pequeño caballo de montar del abuelo. ¡Qué bien lo pasaron! Por fin acabaron de recoger todas las hojas.

Betty dejó su cesta. Mamá los estaba llamando. Había invitado a sus amigos a tomar el té, y les había prometido que podían ayudar.

Bobby llevó muy cuidadosamente una taza para cada invitado.

Betty también quería ayudar, así que mamá le dejó que llevara una fuente con pastelitos helados. “¡Menudos ayudantes tan buenos tienes!”, dijo todo el mundo.

Historias de Bobby y Betty Bobby es un niño muy alegre y muy fuerte. Betty es su hermana pequeña.

Tiene una carita sonriente y feliz, como Bobby, pero por lo demás no se parecen en nada.

Bobby tiene el pelo oscuro y los ojos marrones, mientras que Betty tiene la piel clara y el pelo rubio.

Bobby tiene siete años y medio y Betty solo seis.

Bobby está muy orgulloso de su hermana pequeña, y dice que ella es capaz de jugar casi tan bien como un niño. Bobby y Betty lo pasan genial juntos.

¿Te gustaría escuchar algunas de sus historias?

Todas las mañanas Bobby y Betty compiten para ver quién se viste antes. Una mañana, cuando Bobby se despertó, fue a levantarse. Entonces, se quedó muy quieto en la cama.

Quería escuchar y ver si Betty estaba también despierta.

Quizás pudiera vestirse antes de que ella se despertara. Entonces, se sentó sin hacer ruido, pero Betty ya estaba despierta, ¡y se levantaron corriendo los dos a la vez! ¡Menuda prisa se dieron! Bobby se estaba atando los cordones y Betty se estaba cepillando los dientes cuando escucharon un ruido raro en la puerta.

¿Qué podía ser? Betty dejó el cepillo y corrió para descubrirlo. Adivinad quién estaba ahí, moviendo la colita de alegría.

¡Era Laddy, su perro! “¡Oh!”, dijo Bobby. “¿También quieres que te lavemos la cara?” Entonces llegó mamá. “Lo veis”, dijo, “él sabía que ya era hora de que os levantarais”.

Betty corrió hacia mamá para que le abrochara el último botón. “Has ganado, Bobby”, dijo. Y tiró de las orejas de Laddy. “Pero habría ganado yo, si no te hubiera dejado entrar, perro travieso”, dijo.

A Bobby y a Betty les encantaba jugar a profes. “Jo”, dijo Betty, “una clase de uno es muy muy pequeña. Me encantaría que hubiera alguien más, Bobby”. Bobby estaba en la ventana. “Date la vuelta tres veces y tu deseo se cumplirá”, dijo. Betty corrió hacia la ventana. Ruth y Jimmie subían por el camino. Betty salió corriendo a su encuentro. “¿Os podéis quedar toda la tarde?”, les preguntó. Ruth respondió que sí.

“Ahora podemos jugar a profes”, dijo Bobby. “Y tú puedes ser la profesora, Ruth”, añadió Betty.

Gustaría conocer la historia de la fiesta del sexto cumpleaños de Betty? Por supuesto, Ruth y Jimmie estaban invitados, y Alice, Jean, Fred y Tommy. A las dos en punto Betty estaba en el recibidor, esperando para abrir la puerta. ¿Quién llegaría primero? Se preguntaba si las invitaciones se habrían perdido en el correo.

Parecían tan pequeñitas en ese buzón tan grande… Bobby también estaba muy emocionado, pero intentaba fingir que no. Él tuvo una fiesta cuando cumplió cinco años, así que, sabía cómo iba a ser.

Por fin había llegado todo el mundo y Betty pudo abrir sus regalos.

Lo pasaron de maravilla, casi como en Navidades. ¡Y qué rápido pasó el tiempo! Parecía que acababan de empezar a jugar cuando mamá los llamó para comer la tarta. Ruth contó las velas. Una, dos, tres, cuatro, cinco, seis. “Sí”, dijo Betty. “Papá dice que son cinco dedos y un pulgar”.

Finalmente, los niños comieron y la fiesta se acabó. Betty estaba un poco triste. Bobby le dijo: “No te preocupes. Tendrás otro cumpleaños el año que viene”.

“¡Vivaaa! ¡Vivaaa! ¡Vivaaa!” Betty y Bobby daban palmas y bailaban por la habitación. ¿A que no adivinas por qué estaban tan contentos? Era por una carta que mamá les había leído del tío Bob.

El tío Bob era su tío más joven y simpático, y conocía los mejores juegos e historias. El nombre de Bobby era por él.

Había estado viajando, pero ya iba a volver a casa. No podían esperar para verlo. “¿Cuándo vendrá, mamá?”, preguntó Bobby. “El miércoles”, dijo mamá.

Era lunes por la mañana. Betty deseó poder saltarse el martes de esa semana. Mamá continuó leyendo. “Escuchad lo que dice el tío Bob: He estado tanto tiempo fuera, que supongo que Bobs y Betsy ya están muy mayores, pero espero que no sean demasiado mayores para que les gusten los regalos que les he comprado”. El miércoles se levantaron muy pronto y fueron corriendo a desayunar.

No se lo podían creer. ¡El tío Bob ya estaba allí! Y tenía una gran caja para cada uno. Una muñeca y unos platos verdes y blancos para Betty, y una pelota de béisbol, un tren y un arco con flechas para Bobby. ¡Era estupendo que el tío Bob hubiera vuelto! Y lo mejor de todo, pronto vieron que traía mejores historias que nunca.