lunes, 28 de septiembre de 2015

POMPITA Y PIRULO



Una húmeda y soleada mañana, Pompita, la estrella de mar, se despertó temprano en su casa del fondo del Lago del Coral. Después de sacudir su vestido para desprenderse de algún langostino, dijo a su hermanito:

-“¡Venga, Pirulo, no me digas que lo has olvidado!”-

Pirulo se desperezó y bostezó, frotándose los ojos, y dijo:

-“¿Olvidado, el qué?”-

-“Pues la feria”- dijo Pompita.

-“Hoy llega a Arrecife de los Naufragios la feria itinerante del mar”-

-“¡Córcholis!”- dijo Pirulo, y saltó de su cama en forma de concha.

-“Vaya desorden”- dijo su madre muy enfadada al entrar en la habitación. –“¡Las sandalias llenas de arena, los calcetines con piedras y arenques en las zapatillas! ¡Ordenadlo enseguida!”-

-“Pero, mamá, es que hoy es…”-

-“Nada de peros. No saldréis hasta no haber arreglado vuestra habitación”-

-“No llegaremos a tiempo”-  dijo Pompita.

-“El vuelo sale dentro de cinco minutos”-

-“¡Esto está mucho mejor!”- dijo su madre al volver  -“Ahora ya podéis ir a la feria, y aquí tenéis un poco más de dinerito para vuestros gastos”-

-“¡Gracias, mamá!”-

Y corrieron hacia el aeropuerto.

Nada más llegar, vieron a un pez volador que se disponía a despegar. Pompita se acercó a una medusa que estaba empleada allí y le preguntó:

-“Disculpe, ¿cuándo sale el próximo pez volador para la feria?”-

-“Lo siento”-  dijo la medusa –“pero ése era nuestro último vuelo de hoy”-

Pirulo se sentó y rompió a llorar.

“-Ay, Pompita, ahora sí que no podremos ir a la feria”-
-“No llores. Encontraremos una solución”- En aquel momento apareció una cara amiga por detrás de una roca.

-“Casi no puedo creer lo que veo; vas a inundar el océano con tantas lágrimas. Anda, dile a Mirta por qué lloras. ¿No será porque te asusta volar…?”-

Pirulo dejó de sollozar y se echó a reír ruidosamente.

-“¿Siempre hablas de esa forma tan graciosa e íntima?”-  preguntó.

-“Pues sí, desde pequeñita, no lo puedo remediar”-

-“Lo que pasa es que hemos perdido el último pez volador que salía para la feria”- dijo Pompita.

-“¿Podrías tú ayudarnos?”-

A Mirta le encantaba poder ayudarles. –“Hala, subid a bordo, que esta buena tortuga os llevará a la feria. Como no nos demos prisa, nos perderemos la función. Agarraos bien y ¡andando!”- Mirta despegó del fondo del mar y partió para la feria en Arrecife de los Naufragios.

-“iOlé!”- exclamó Pirulo. –“¡Esto es mejor que montar en una noria!”-

-“¡Mira ahí abajo!”- gritó Pompita. –“¡Es la feria!”-

Mirta aterrizó sana y salva y, después de darle las gracias, Pompita y Pirulo penetraron en el mundo mágico de la feria.

Vieron a los cangrejos-autos de choque, al tiburón-tren fantasma, la noria gigante de la anguila y el teatro de títeres del caracol marino.

Primero subieron a los tentáculos del pulpo, que les hizo girar a tal velocidad que tuvieron que agarrarse muy fuerte para no caer.

Luego se apuntaron a la carrera de caballitos de mar y cabalgaron con las demás estrellas por el fondo del mar. Eso fue lo más divertido.

Con lo que les quedaba del dinero que les había dado su madre, Pirulo se puso a tirar al blanco, y aunque al principio no acertó, por fin logró derribar un erizo de mar. –“IHurra!”- gritaron todos. ¡Pirulo había ganado una hermosa carpa dorada!

Entonces Pompita se dirigió hacia la salida, donde encontraron a Mirta esperándoles. –“Os habéis quedado sin dinero, se hace tarde, y aquí me tenéis esperándoos. Tenéis que estar en casa para la hora de la merienda, conque arriba, ¡os llevaré gratis!”-
Había sido un día inolvidable.

Al llegar a casa, Pompita y Pirulo se despidieron de Mirta. Corrieron a contarle a su madre todo lo que habían visto y hecho en la feria.

Y su madre se puso muy contenta al ver la preciosa carpa dorada que le habían traído como regalo.

miércoles, 23 de septiembre de 2015

LAS TRES CALVAS



Martín nos había invitado a mí y a los demás chicos a su fiesta de cumpleaños.

Mi mamá me dijo:

-“Te cortaré el pelo antes de la fiesta”-

-“¡No me lo cortes demasiado!”-

-“Es que lo llevas demasiado largo”- dijo mi mamá, mientras seguía cortando.

Al mirarme al espejo, comprobé que me lo había cortado demasiado. ¡Y me había dejado tres calvas!

-“Ahora no me divertiré en la fiesta de Martín”- pensé.

Me tapé las calvas con mi sombrero vaquero y salí a jugar.

-“¿Por qué llevas tu sombrero vaquero?”- preguntó José.

-“Porque me da la gana”-

-“Pero si hace calor”- dijo Diana –“Te sudará la cabeza”-

-“Es bueno que la cabeza sude. La humedad hace que el pelo crezca más deprisa, ¿no?”-

-“Vamos a comprarle un regalo a Martín”- dijo Diana –“Vente con nosotros”-

Entre mí pensaba… “Puede que no vaya a la fiesta de Martín ahora que tengo que ponerme el sombrero vaquero para taparme las tres calvas.”

Todos mis amigos se habían reunido en la tienda y compraban regalos para Martín.

-“¿Por qué llevas puesto ese sombrero vaquero?”- me preguntó el hombre de detrás del mostrador.

-“Para que le sude la cabeza”- respondió Diana.

-“El sudor hace que el pelo crezca más deprisa”- dijeron José y Diana.

“Tengo buenos amigos. Siempre dicen la frase más oportuna”, pensé complacido.

Hasta me puse el sombrero vaquero para ir a la escuela.

-“¿Por qué no te quitas el sombrero?”- preguntó mi maestra.

-“No puedo”- respondí.

También me puse el sombrero vaquero para sentarme a cenar. –“Quítate el sombrero”- dijo mi papá.

Papá tiene una gran calva. La miré y pensé que no podía explicarse mi proceder, porque a él ya no puede crecerle el pelo. Después de cenar me fui a mi habitación, cerré la puerta con llave y me miré al espejo para ver si me había crecido el pelo. Pero no. “Si duermo con el sombrero puesto”, pensé, “la cabeza me sudará toda la noche y me crecerá el pelo”. A la mañana siguiente lo primero que hice fue mirarme al espejo, y aún tenía las tres calvas.

José y Diana vinieron a casa. –“¿Estás listo para ir- a la fiesta?”- Sí, vamos. “Pero no voy a divertirme”, pensé.

-“¿Vas a llevar ese sombrero vaquero?”- preguntó Diana.

-“¡Sí!”-

No estaba nada convencido. Nadie se presenta a una fiesta de cumpleaños luciendo tres calvas.

Fuimos caminando a casa de Martín con nuestros regalos y… mis tres calvas.

Llamamos a la puerta y nos abrió la madre de Martín; parecía muy enfadada.

-“Ya están todos aquí y Martín se niega a salir de su habitación”-

Subí las escaleras y entré en la habitación de mi amigo. Martín estaba mirándose en el espejo y llorando a lágrima viva.

-“¿No piensas asistir a tu fiesta?”- pregunté.

-“No”- dijo Martín –“Me encuentro raro”-

Martín llevaba puesto su mejor traje y a mí me pareció que tenía muy buen aspecto.

-“A mí no me pareces raro”-

-“Mi madre me ha cortado el pelo y me ha dejado tres calvas”- dijo Martín.

Me acerqué a él y vi que, efectivamente, ¡Martín tenía tres calvas! La madre de Martín era como la mía. ¡Le había rapado demasiado!

Solté una carcajada, me quité el sombrero vaquero y le mostré a Martín las tres calvas mías.

-“Feliz cumpleaños, Martín”- dije. ¡Y él también se echó a reír!

Así que bajamos luciendo nuestras respectivas calvas y no paramos de divertirnos en toda la tarde. La fiesta resultó completa.

martes, 22 de septiembre de 2015

EL GIGANTE DE LOS CABELLOS LARGOS



Hace muchos, muchísimos años ya no se sabe cuántos, vivía en Ecuador un campesino que había ahorrado algo de dinero y se compró un trozo de tierra para cultivarla.

-“¿Cómo es posible que un campo tan grande cueste tan poco?”- preguntó su mujer cuando le enseño su nueva propiedad –“Seguro que aquí hay gato encerrado”-

Pero el campesino respondió:

-“Nada de eso. Es una buena tierra y ahora es nuestra y sólo nuestra”-

-“¿Vuestra? ¡Mía, querrás decir, gusano inmundo!”- gritó a sus espaldas una voz atronadora.

Marido y mujer se giraron asustados y vieron a pocos pasos a un gigante de cabellos largos, el más feo que jamás hubiera rozado las nubes: tenía brasas en lugar de ojos, la nariz roja y llega de verrugas, dos matojos en marañados por cejas, y unas inmensas orejas puntiagudas que se agitaban al viento.

-“¡Salid de mi tierra!”- gritó de nuevo el gigante moviendo los brazos como si fueran las aspas de un molino.

-“¿Qué has dicho?”- preguntó el campesino con un hilo de voz.

-“Este campo es mío. Lo heredé de mi padre”- insistió el gigante.

-“¿No estarás hablando en serio? ¡Lo he comprado y pagado, así que es mío!”- exclamó el campesino, furioso.

-“¡Que te he dicho que no!¡Es mío, mío y mío!”- gritó el gigante, y levantó uno de sus colosales pies con la intención de aplastar el hombrecillo como si fuera el caparazón de un caracol.

Entonces la campesina dio un paso adelante, se subió ligeramente la falda para hacer una elegante reverencia y con una dulce sonrisa en los labios, dijo:

-“¡Por caridad, señor, no lo haga! En este mundo siempre hay una forma de ponerse de acuerdo”-

El gigante se quedó con el pie en el aire y agitó una oreja para escuchar mejor.
Nadie le había llamado nunca “señor” y por lo que se refería a las reverencias y las sonrisas, en su vida había visto muy pocas. Por eso plantó el pie en el suelo, se rascó la cabeza y al final preguntó:

-“¿Qué quieres decir, insignificante piojo? Venga, habla o te despedazaré”-

-“Mire señor, esta tierra llena de piedras y malas hierbas seguro que no te da ningún fruto, pero nosotros podríamos cultivarla para ti y darte la mitad de los beneficios: así nosotros haremos todo el esfuerzo y para ti todo serán ventajas”-

-“Estoy de acuerdo”- dijo el gigante. –“Estoy muy, pero que muy de acuerdo. Pero con una condición: yo me quedaré con todo lo que salga de la tierra y vosotros con lo que crece bajo ella. ¿Adiós, pequeños, y que se os dé bien!”-

Y se marchó riéndose, a pasos tan largos que en un instante desapareció tras las montañas.

-“¡Pues vaya idea has tenido! se quejó el campesino. Nosotros labramos la tierra, la cavamos, la sembramos, la regamos, y a cambio recibimos un montón de raíces. Mujer, creo que no ha sido muy buena idea”-

-“Yo creo que sí ha sido una gran idea, cabeza de chorlito. Está tan vacía que si la golpeara, sonaría mejor que un tambor. ¿Es que no has pensado que podríamos plantar patatas y quedarnos con la mejor parte?”-

Así pues, marido y mujer labraron y sembraron la tierra, y en el momento de la cosecha llegó el gigante para pedir su mitad.

Pero cuando descubrió que sólo le tocaba un motón de hojas, mientras que el campesino y su mujer se habían quedado con las patatas que crecieron bajo la tierra, montó en cólera con la fuerza de dos gigantes juntos.

-“¡Ladrones!¡Embaucadores!”- gritaba.

-“Un trato es un trato! Toma tus hojas y vete”- dijo el campesino.

Y mientras el gigante de cabellos largos se alejaba furioso, la campesina le gritó:

-“¿La próxima vez qué quieres? ¿Lo que está encima o lo que está bajo tierra?”-

-“¡No me liéis más!¡Obviamente, quiero las raíces!”- respondió el gigante, y desapareció tras el horizonte.

-“Ahora sembraré frijoles”- dijo el campesino frotándose las manos, y así lo hizo.

Cuando el gigante regresó, el campo estaba todo verde y los frijoles, listos para ser recogidos.

-“¡Vamos allá!- dijo el campesino –“¡Para nosotros los frijoles y para ti las raíces!”-

 -“Maldito seas, me has engañado de nuevo!”- vocifero el gigante, pisoteado el suelo de rabia –“¡Te haré papilla!”-

-“Ni lo sueñes-dijo tranquilamente el campesino. Un trato es un trato y debe respetarse”-

-“De acuerdo, gusano inmundo, has ganado. Pero ahora lo haremos a mi modo o tendrás problemas. Sembrarás cebada y cuando esté alta, empezaremos a segarla juntos en partes opuestas del campo. Luego cada uno se quedará con los que haya recogido”-

Desesperado, el campesino se lo contó a su mujer:

-“¡Esta vez no hay salida! Con esos brazos tan largos, segará la cebada en un momento y a nosotros nos quedarán cuatro manojos de espigas”-

Pero la campesina tenía en la cabeza más ideas que pelos, y no tardó mucho en encontrar la solución.

-“Nos las apañaremos, ya verás”- dijo. –“Siembra sorgo en la mitad derecha del campo y cebada en la mitad izquierda. Las dos plantas se parecen, pero el tallo del sorgo es tan leñoso que es casi imposible romperlo. Cuando el gigante de cabellos largos vuelva, debes arreglártelas para que empiece a segar por la derecha. ¡Te aseguro que tendrá que pararse a afilar la hoja de la guadaña más de una vez”-

Cuando llegó la época de la siega, llegó el gigante con una guadaña enorme al hombro y un gran saco para meter la cebada.

-“¿Estás listo?- preguntó el campesino. Tú por la derecha y yo por la izquierda. Veremos quien termina antes”- y empezaron a segar.

La pequeña guadaña del campesino subía y bajaba, ligera como el viento, y la campesina se apresuraba a recoger las espigas cortadas y las ataba en gavillas. En cambio, el gigante chorreaba de sudor y murmuraba:

-“¡Esta cebada parece de hierro!”-

A cada momento debía pararse a afilar la guadaña y cuando se dio cuenta de que el campesino había terminado, mientras que él solo estaba empezando, montó en cólera y se marchó maldiciendo a los hombres, que en vez de aire respiran engaños y en lugar de pan comen mentiras.

Desde ese día no apareció más por allí y durante muchos años la pareja de campesino les contó a sus hijos y nietos la historia del gigante de cabellos largos.
Y cada vez que la contaba, el campesino decía:

-“¡Fue una suerte que el gigante no tuviera una mujer tan inteligente como la mía!”-

martes, 15 de septiembre de 2015

JUAN BOTAS



Había una vez, en un tiempo y lugar lejanos, un hombre que contaba con tres vástagos: Pedro, Pablo y Juan. Éste último, el menor de todos, se le conocía como “Botas”. La familia era pobre, y es por ello que el padre había animado a todos sus hijos que se buscasen el pan en otra tierra más próspera y esperanzadora. No muy lejos de su hogar se hallaba el Palacio Real, y quien allí reinaba tenía unos problemas que resolver. En primer lugar, un gigantesco roble había crecido afuera del palacio, cubriendo de oscuridad todas las estancias, pues no había ventana que el roble no tapase. Asimismo, el Rey no disponía de agua, ya que había prometido un tiempo atrás construir un pozo que finalmente no pudo erigir. Cuanto más se talaba el roble, más fuerte crecía. Cuanto más se afanaba en excavar el pozo, antes se encontraba con la roca viva. La recompensa que el Rey había ofrecido, a la princesa y medio reino, era cuanto menos suculenta.

Como no, los tres humildes hermanos se lanzaron a intentar cumplir los designios del Rey, allí donde tantos hombres del reino habían fracasado. El padre de ellos estaba encantando, pues aunque sabía que la tarea sería harto complicada, al menos conocerían mundo y podrían acabar en manos de un buen maestro. No se habían alejado mucho de su hogar, cuando oyeron ruidos de hachazo y talla, colina arriba cerca de un abeto. Juan “Botas”, el menor y más inquieto de todos, prestó atención.

-“Ahora me pregunto qué es aquello que se está tallando allá arriba”- dijo Juan.

-“Vaya, siempre tienes que ser el más listo”- dijeron Pedro y Pablo a la vez -“¿Qué de raro hay en escuchar a un leñador trabajando en una colina?”-

-“Ya. Aun así, quisiera echar un vistazo”-  espetó Juan antes de marcharse.

-“Ve, hermanito. Todavía te queda mucho por aprender. Eres tan inocente…”- comentaron sus hermanos.

Juan, que hacía caso omiso a ese tipo de comentarios, subió y subió por la ladera, guiado por el ruido. Y… ¡¿a que no sabéis qué descubrió?! Un hacha que por sí sola estaba talando el tronco de un abeto.

-“¡Buenos días!”- saludó Juan –“¿Está usted sola aquí talando?”-

-“Efectivamente. Aquí me detuve a talar y dar hachazos. Estaba esperándote”- le respondió el hacha.

-“Vaya, vaya. Pues aquí me tiene”- dijo Juan, inmediatamente antes de agarrarla por el mango y guardar el hacha en su fardo”.

Así fue como, de vuelta con sus hermanos mayores, éstos se burlaron y rieron de “Botas”.

-“Venga, hermanito, ¿qué viste tan interesante en lo alto de la colina?”-

-“Bah, una simple hacha”- respondió Juan.

Los tres hermanos prosiguieron su camino. Más adelante, tras arribar a unas estribaciones de roca un tanto escarpada, se detuvieron al sonido de algo que cavaba y hacía pala.

-“Ahora me pregunto”- dijo, como no, Juan “Botas –“¿qué será aquél ruido de excavación que se escucha encima de aquellas rocas?”-

-“¡Qué raro! ¡Juan “Botas” maravillado por algo!”- se mofaron sus hermanos. Como si nunca hubieses escuchado el taladrar de un pájaro carpintero.

-“Bueno, bueno, no creo que pierda nada por echar un vistazo, y así me quedaré contento”-

Juan inició una escalada por la roca, al tiempo que sus hermanos mayores reían y hacían bromas de su pobre hermanito. Subió y subió, hasta alcanzar la cima. Y, ¿qué creéis que vio allá en lo alto?

-“¡Buenos días!”- saludó Juan muy amablemente –“Así que está usted sola, aquí, cavando y haciendo hoyo”-

-“Así es –respondió la pala –“Y no llevó poco tiempo, pues te estaba esperando haciendo lo que mejor sé”-

-“Aquí me tiene”- dijo Juan, justo al tiempo que agarraba a la pala por el mango y la guardaba en su fardo.

De vuelta con sus hermanos, éstos no reprimieron preguntarle qué había visto. Juan comentó que tan sólo era una pala lo que habían escuchado. Más tranquilos, siguieron sus andanzas los hermanos, hasta llegar a las proximidades de un arroyo. Sedientos, decidieron detenerse para echarse un trago.

Juan dijo: -“Me pregunto, por esta vez, de dónde aparece toda esta agua”-

-¡Cómo no! Juan “Botas” preguntándose algo – rieron sus hermanos – Pues nosotros nos preguntamos si hay algo de razón en tu cabeza, o estás completamente loco. Hermanito, ¿es que todavía no sabes cómo brota el agua de un manantial a la tierra?

-“Por supuesto. Pero me causa curiosidad conocer el origen de este arroyo en particular”-

Juan se lanzó a la aventura ignorando los gritos de sus hermanos. Ascendió y ascendió, siguiendo el curso del arroyo, observando cómo éste se hacía cada vez más pequeño, hasta convertirse en un hilillo y, ¿de dónde imagináis que brotaba? Pues, ni más ni menos, de una nuez grande.

-“¡Buenos días!”- saludó Juan, con la alegría que lo caracterizaba –“¿Así que usted yace aquí y se lanza hacia abajo sola?”-

-“Así es”- contestó la nuez –“y mucho ha fluido mientras te esperaba”-

-“Aquí estoy, pues”- comentó Juan, mientras bloqueaba el manantial sobre la nuez con un parche de musgo, para evitar que el agua se agotase. Al tiempo, agarró la nuez y la incorporó a su fardo.

Regresando con sus hermanos, éstos dudaron de lo que Juan hubiese visto, hasta el punto de hacer nuevas chanzas al respecto. Poco le importaba a Juan “Botas”, pues al fin y al cabo había visto satisfecha su inquietud.

Continuando su camino, en poco tiempo alcanzaron el Palacio Real. Como por todo el reino se había extendido el rumor de la recompensa, muchos eran los que lo habían intentado en vano. Además, por culpa de ello, el roble había vuelto a crecer más fuerte y vigoroso que nunca, y la oscuridad se cernía más inmensa. El Rey, consciente de todo esto, había impuesto un castigo a quien lo probase sin conseguirlo: arrancarle ambas orejas y enviarlo a una isla desierta.

Pedro y Pablo, los hermanos mayores, arrogantes, muy seguros estaban de poder conseguir tal hazaña. Así fue como Pedro probó el primero, por ser el mayor. Al igual que había sucedido con todos los aspirantes anteriores, por cada esquirla retirada, dos nuevas crecían. De esta manera Pedro no pudo evitar el horroroso castigo…

Llegado el turno de Pablo, más de lo mismo volvió a ocurrir. Por consiguiente, no pudo escapar de las garras de los Guardias Reales, quienes dieron buena cuenta de su intento fallido deportándolo a la isla. Con más saña recortaron, de hecho, las orejas de Pablo, pues el Rey sabía que debía haber aprendido la lección de su propio hermano mayor.

Casi sin pretenderlo, el turno de Juan había llegado. El Rey, consciente de que era el menor de los hermanos, le espetó:

-“¿De verdad osa intentarlo, después de ver lo que le ha ocurrido a sus hermanos mayores? No le quepa duda que la sanción será la más dura de todas si usted erra”-

-“Lo sé. Pero prefiero probar primero”- dijo Juan decididamente, mientras sacaba su hacha del fardo y la empuñaba con osadía. –“¡A talar!”-  le dijo “Botas” a ésta. Y el hacha taló sin detenerse y con agresividad, haciendo saltar por los aires astillas y restos, hasta que el roble cayó redondo.

Era el turno de la pala, la cual Juan empuñó desde el fardo y sacó a relucir.

-“¡A cavar se ha dicho!”- Y la pala comenzó a cavar más y más, como si el mundo fuese a acabarse, retirando tierra y roca allá por donde pasaba, hasta que un pozo hermoso e inmenso surgió del suelo.

Juan pulió su gran obra a su gusto y semejanza, y fue entonces cuando llegó el momento de hacer uso de la nuez. Colocó a ésta en una esquina del pozo creado y retiró el parche de musgo que en su momento puso.

-“¡A fluir!”- gritó Juan, y en menos de un instante el agua empezó a correr del agujero al pozo, en forma de arroyo, con tal velocidad y caudal que en muy poco tiempo estaba rebosante.

Todo quedaba hecho y solucionado para el Rey, pues la luz retornó al castillo y disponía de un pozo de agua infinita. Extasiado de felicidad el monarca, recompensó a Juan con la mitad de su reino y con la princesa, tal y como había prometido.

Y suerte que Pedro y Pablo, los hermanos mayores, habían perdido sus orejas, pues, de lo contrario, habrían tenido que escuchar con dolor cómo su hermano menor, Juan “Botas”, se había convertido en el mayor héroe del reino. Al fin y al cabo, no estaba tan loco como ellos pensaban, y su forma de maravillarse por todo había servido de algo…

viernes, 11 de septiembre de 2015

EL OSO QUE NUNCA SE ENFADABA



Había una vez un Gran Oso Pardo Marrón que vivía en un árbol hueco al borde de un bosque. El Gran Oso Pardo le tenía mucho cariño a su casa, porque era un gran hueco agradable, lo suficiente alto como para salir a la puerta sin tener que agacharse, y con mucho espacio dentro. En el verano, cuando el bosque era verde y fresco, él no usaba mucho su casa. Pero cuando llegaba el invierno y los días se hacían oscuros y fríos, y los bosques estaban blancos por la nieve, entonces al Gran Oso Pardo marrón le gustaba estar dentro de su casa. Entonces, para el invierno, él la había hecho cálida y acogedora. En una esquina tenía una jarra de miel, que las abejas que trabajaban en las rosas silvestres habían hecho para él. Y en otra esquina tenía una suave cama de hojas secas y suave helecho donde se podía enroscar en un día oscuro y tomar una larga, larga siesta. El Gran Oso Pardo Marrón cuidaba muy bien su casa y la mantenía muy limpia y ordenada. Cada mañana barría y limpiaba el polvo de la jarra de miel y nada estaba nunca fuera de su sitio. Era un viejo oso de buen corazón y nunca se enfadaba, como suelen hacer la mayoría de los osos. Y como era tan simpático le gustaba a todo el mundo y venían a menudo a verle.

Pero había una pequeña Coneja Blanca que venía más a menudo que los demás. Ella decía que le gustaba sentarse en la casa del Gran Oso Pardo porque siempre estaba tan limpia y ordenada. La pequeña Coneja Blanca tenía su propia casa, pero de alguna manera, nunca conseguía mantenerla ordenada. Decía que era porque sus hijos eran muy traviesos pero, cualquiera que fuera la razón, ¡su casa estaba siempre en un estado pésimo! El Gran Oso Pardo era siempre muy educado con la pequeña Coneja Blanca en cualquier momento que viniese a visitarle. Siempre cogía su sombrero y chal y le daba su mejor silla cerca del fuego, para que pudiese estar muy cómoda mientras le contaba sus problemas. Entonces la pequeña Coneja Blanca le contaría como a Gazapito, el más joven, nunca le importaba ella, y como su hijo mayor, Cola de Algodón, se había escapado de casa el día anterior y todavía no había vuelto, y muchos otros problemas más además. Ella siempre le explicaba como ella intentaba cumplir sus deberes con sus hijos, cuan a menudo había encerrado a Gazapito en el cuarto oscuro, y cuántas veces había azotado a Cola de Algodón.

Entonces el Gran Oso Pardo intentaba enseñarle cómo él pensaba que se debía criar a los niños traviesos. Y puesto que era un oso con tan buen corazón, y no sabía como enfadarse, le dijo que no encerrase al pequeño Gazapito en el cuarto oscuro y que nunca azotase al pobre Cola de Algodón; él estaba seguro de que sólo si ella era muy amable, los niños serían seguramente buenos. Pequeña Coneja Blanca siempre hizo cualquier cosa que él la dijese, pues ella pensaba que el Gran Oso Pardo era muy sabio y lo sabía todo. Cada día los conejitos crecían más traviesos, y aun así ella no perdió fe en lo que el Gran Oso Pardo había dicho. Incluso llamó un día a Cola de Algodón y le dijo que si alguna vez le pasaba algo a ella, él tendría que llevar a todos sus pequeños hermanos y hermanas a la casa del Gran Oso Pardo, porque para ella el oso era tan sabio y tan amable que seguro que cuidaría de ellos y lo haría bien.

Entonces, no mucho después de esto, pasó que la pequeña Coneja Blanca se fue dentro del bosque para encontrar algo de comer para sus hijos. Estuvo fuera durante mucho tiempo, y los bebés lloraron por que ella volviese a casa. Pero la pobre pequeña Coneja Blanca no pudo volver a casa: se había quedado atrapada en una trampa y un niño pequeño llegó para llevársela como mascota. Entonces por fin, cuando los conejos bebé tuvieron tanta hambre que no podían soportarlo ya más, Cola de Algodón recordó lo que su madre le había dicho y reunió a sus pequeños hermanos y hermanas a su alrededor y les dijo:

“Pequeña Coneja Blanca no volverá nunca más con nosotros. Se ha perdido. Y si nos quedamos aquí solos nos moriremos de hambre, por lo que tenemos que hacer lo que nuestra madre dijo. Debemos ir al Gran Oso Pardo y pedirle que cuide de nosotros. Él es muy amable y sabio, y lo hará bien. Yo le preguntaré porque soy el mayor y vosotros debéis hacer lo que yo diga.” todos haremos lo que tú digas”, respondieron los pequeños conejos. Entonces Cola de Algodón les dijo lo que debían hacer. Ese mismo día se pusieron todos sus mejores ropas y fueron a través del bosque hasta la casa del Gran Oso Pardo. Cuando habían llagado cerca de la casa, vieron al Gran Oso Pardo de pie en la entrada. Él se sorprendió de ver a tantos pequeños conejos viniendo a través del bosque, pero todavía se sorprendió más al verlos parar delante de su casa.

“Pequeña Coneja Blanca, nuestra madre, está perdida”, dijo Cola de Algodón en voz muy alta y __, pues intentaba ser muy educado,

“y nunca más volverá con nosotros”.

“¡Nunca más volverá con nosotros! Lloraron todos los pequeños conejos, sujetando sus pañuelos sobre sus ojos, como Cola de Algodón les había dicho que hiciesen”

“Oh querido”, dijo el Gran Oso Pardo, muy afectado

“¡eso son muy malas noticias!”

Yo tenía cariño a tu madre. Ella venía a verme a menudo.”

“y antes de que se marchase”, continuó Cola de Algodón,

“nos dijo que si algo le pasase a ella, nosotros teníamos que venir aquí y pedirle que cuidase de nosotros porque usted es muy sabio y muy amable, y nunca se enfada”.

“¡Es muy sabio y muy amable y nunca se enfada!” repitieron todos los pequeños conejos detrás de sus pañuelos.

“Bien, bien” dijo el Gran Oso Pardo,

“dejadme ver. ¿Entonces eso es lo que dijo vuestra madre?”

“Sí, si usted es tan amble”, respondió Cola de Algodón educadamente, y

“¡Sí, por favor!” hicieron eco todos sus pequeños hermanos y hermanas. Ahora para decir la verdad, el Gran Oso Pardo no deseaba mucho hacerse cargo de todos los pequeños bebés de la Pequeña Coneja Blanca porque eran muchos y todos parecían tener mucha hambre. Pero cuando pusieron sus pañuelos sobre sus ojos y parecieron tan tristes, él no los pudo dejar marchar porque era un oso con tan buen corazón.

“¿Prometen ser buenos chicos y hacer siempre lo que yo os diga?” preguntó.

“Sí, por su puesto” respondió Cola de Algodón.

“¡Sí, por su puesto!” lloraron todos los pequeños conejos. Así, al final el Gran Oso Pardo les dejó pasar dentro de su casa y empezó a cuidar de ellos, y al principio todo fue bastante bien. El Gran Oso Pardo Marrón simplemente cuidó tan bien de todos los pequeños conejos como de su propia casa. Les lavaba la cara a todos cada mañana, y les cepillaba su pelaje de la manera correcta. También arreglaba todas sus ropas e incluso consiguió libros para ellos y empezó a enseñarles las letras. Por un tiempo los pequeños conejos fueron muy buenos e hicieron cualquier cosa que él les dijese que hicieran, porque al principio, verás, estaban un poco asustados del Gran Oso Pardo. Pero después de un tiempo en que vieron que el tenía tan buen corazón que realmente no sabía como enfadarse, ellos se cansaron de ser buenos.

Entonces, una mañana, cuando el Gran Oso Pardo Marrón había salido a pasear, Cola de Algodón tiró sus libros y llamó a sus pequeños hermanos y hermanas a su alrededor.

“No vamos a leer más”, dijo.

“El Gran Oso Pardo se ha ido y no sabrá lo que estamos haciendo. ¡Vamos a divertirnos hasta que vuelva! Los pequeños conejos estaban listos para tirar sus libros.

“¿Y qué haremos?” preguntaron.

“¡Comámonos su miel!” respondió Cola de Algodón. Y así lo hicieron, ¡hasta la última gota de miel! Entonces saltaron en su cama y la dejaron toda revuelta, y fueron tan traviesos como lo puede ser un conejo. Cuando el Gran Oso Pardo volvió a casa, se lamentó mucho de ver lo que habían hecho pero no les regaño mucho, porque era un oso con corazón amable y no sabía como enfadarse. Únicamente, cuando llegó la siguiente mañana, se dijo a sí mismo:

“me quedaré hoy en casa y miraré lo que hacen estos conejos traviesos”. Y mientras que él estuvo mirando a los conejos ellos se portaron bien. Pero después de un rato, estaba muy cansado y y se tumbó para echarse una siesta. Entonces, de la misma manera que lo había hecho antes, Cola de Algodón reunió a sus hermanos a su alrededor, y les dijo en voz baja:

“No nos portemos bien más. El Gran Oso Pardo no sabe como enfadarse, y nunca nos va a regañar demasiado”. Por supuesto, todos los pequeños conejos pensaron que sería muy agradable no ser buenos nunca más.

“¿Y qué haremos ahora?” preguntaron.

“Vamos a molestarle y a ver si le podemos despertar”, respondió Cola de Algodón. Y así lo hicieron todos los pequeños conejitos solo pensaron en molestar al Gran Oso Pardo. Saltaron arriba y abajo en su espalda, y algunos de ellos le tiraron de las orejas, y uno de Ellos incluso le hizo cosquillas en la nariz con una paja; cada uno de ellos empezaron a ver como de traviesos podían ser. Pueden estar seguros de que el Gran Oso Pardo no tuvo una larga siesta. Pero cuando se despertó no les regañó en absoluto. En vez de eso, cogió su sombrero y su bastón y después de que les dijo adiós salió de la casa, y aunque los pequeños conejitos lo esperaron durante mucho, mucho tiempo, el Gran Oso Pardo no volvió. Entonces Cola de Algodón y todos los otros pequeños conejitos se arrepintieron mucho de lo que habían hecho, porque todos tenían cariño al Gran Oso Pardo marrón. Una vez más, Cola de Algodón llamó a todos los otros a su alrededor.

“Yo soy el mayor”, dijo,

“Saldré a buscar al Gran Oso Pardo y traerlo de vuelta a casa”. Los pequeños conejitos se alegraron mucho de esto”.

“¡Sí!” lloraron,

“¿y qué haremos nosotros?”

“Vosotros debéis venir también y ayudarme”, respondió Cola de Algodón.

Así todos los pequeños conejitos salieron y buscaron al Gran Oso Pardo. ¿Y donde pensáis que lo encontraron? Se había quedado también atrapado en una trampa y no se pudo liberar. Entonces los pequeños conejitos se arrepintieron aun más, porque recordaron lo bueno que había sido con ellos. Pero Cola de Algodón habló el primero porque era el mayor.

“Lo sentimos porque fuimos muy traviesos y te hicimos salir de casa, Gran Oso Pardo”, dijo.

“pero te ayudaremos ahora pues te queremos porque has sido muy bueno con nosotros y no te sabes enfadar”.

“Por supuesto que te ayudaremos”, dijeron todos los pequeños conejitos.

Entonces cada uno sujetó al que tenía delante de él y Cola de Algodón agarró la trampa, y todos juntos tiraron y tiraron. Y eran tantos y tiraron tan fuerte, que al final la trampa se aflojó y el Gran Oso Pardo marrón quedó libre. Entonces todos volvieron a casa juntos, y cuando llegaron allí, ¡quién vería allí de pie en la puerta sino a la propia pequeña Coneja Blanca! Ella se había escapado de su pequeño hijo y había vuelto para cuidar de sus propios bebés otra vez. ¡Y quizás no lo creeréis pero el Gran Oso Pardo marrón estuvo muy contento de ello!