martes, 15 de septiembre de 2015

JUAN BOTAS



Había una vez, en un tiempo y lugar lejanos, un hombre que contaba con tres vástagos: Pedro, Pablo y Juan. Éste último, el menor de todos, se le conocía como “Botas”. La familia era pobre, y es por ello que el padre había animado a todos sus hijos que se buscasen el pan en otra tierra más próspera y esperanzadora. No muy lejos de su hogar se hallaba el Palacio Real, y quien allí reinaba tenía unos problemas que resolver. En primer lugar, un gigantesco roble había crecido afuera del palacio, cubriendo de oscuridad todas las estancias, pues no había ventana que el roble no tapase. Asimismo, el Rey no disponía de agua, ya que había prometido un tiempo atrás construir un pozo que finalmente no pudo erigir. Cuanto más se talaba el roble, más fuerte crecía. Cuanto más se afanaba en excavar el pozo, antes se encontraba con la roca viva. La recompensa que el Rey había ofrecido, a la princesa y medio reino, era cuanto menos suculenta.

Como no, los tres humildes hermanos se lanzaron a intentar cumplir los designios del Rey, allí donde tantos hombres del reino habían fracasado. El padre de ellos estaba encantando, pues aunque sabía que la tarea sería harto complicada, al menos conocerían mundo y podrían acabar en manos de un buen maestro. No se habían alejado mucho de su hogar, cuando oyeron ruidos de hachazo y talla, colina arriba cerca de un abeto. Juan “Botas”, el menor y más inquieto de todos, prestó atención.

-“Ahora me pregunto qué es aquello que se está tallando allá arriba”- dijo Juan.

-“Vaya, siempre tienes que ser el más listo”- dijeron Pedro y Pablo a la vez -“¿Qué de raro hay en escuchar a un leñador trabajando en una colina?”-

-“Ya. Aun así, quisiera echar un vistazo”-  espetó Juan antes de marcharse.

-“Ve, hermanito. Todavía te queda mucho por aprender. Eres tan inocente…”- comentaron sus hermanos.

Juan, que hacía caso omiso a ese tipo de comentarios, subió y subió por la ladera, guiado por el ruido. Y… ¡¿a que no sabéis qué descubrió?! Un hacha que por sí sola estaba talando el tronco de un abeto.

-“¡Buenos días!”- saludó Juan –“¿Está usted sola aquí talando?”-

-“Efectivamente. Aquí me detuve a talar y dar hachazos. Estaba esperándote”- le respondió el hacha.

-“Vaya, vaya. Pues aquí me tiene”- dijo Juan, inmediatamente antes de agarrarla por el mango y guardar el hacha en su fardo”.

Así fue como, de vuelta con sus hermanos mayores, éstos se burlaron y rieron de “Botas”.

-“Venga, hermanito, ¿qué viste tan interesante en lo alto de la colina?”-

-“Bah, una simple hacha”- respondió Juan.

Los tres hermanos prosiguieron su camino. Más adelante, tras arribar a unas estribaciones de roca un tanto escarpada, se detuvieron al sonido de algo que cavaba y hacía pala.

-“Ahora me pregunto”- dijo, como no, Juan “Botas –“¿qué será aquél ruido de excavación que se escucha encima de aquellas rocas?”-

-“¡Qué raro! ¡Juan “Botas” maravillado por algo!”- se mofaron sus hermanos. Como si nunca hubieses escuchado el taladrar de un pájaro carpintero.

-“Bueno, bueno, no creo que pierda nada por echar un vistazo, y así me quedaré contento”-

Juan inició una escalada por la roca, al tiempo que sus hermanos mayores reían y hacían bromas de su pobre hermanito. Subió y subió, hasta alcanzar la cima. Y, ¿qué creéis que vio allá en lo alto?

-“¡Buenos días!”- saludó Juan muy amablemente –“Así que está usted sola, aquí, cavando y haciendo hoyo”-

-“Así es –respondió la pala –“Y no llevó poco tiempo, pues te estaba esperando haciendo lo que mejor sé”-

-“Aquí me tiene”- dijo Juan, justo al tiempo que agarraba a la pala por el mango y la guardaba en su fardo.

De vuelta con sus hermanos, éstos no reprimieron preguntarle qué había visto. Juan comentó que tan sólo era una pala lo que habían escuchado. Más tranquilos, siguieron sus andanzas los hermanos, hasta llegar a las proximidades de un arroyo. Sedientos, decidieron detenerse para echarse un trago.

Juan dijo: -“Me pregunto, por esta vez, de dónde aparece toda esta agua”-

-¡Cómo no! Juan “Botas” preguntándose algo – rieron sus hermanos – Pues nosotros nos preguntamos si hay algo de razón en tu cabeza, o estás completamente loco. Hermanito, ¿es que todavía no sabes cómo brota el agua de un manantial a la tierra?

-“Por supuesto. Pero me causa curiosidad conocer el origen de este arroyo en particular”-

Juan se lanzó a la aventura ignorando los gritos de sus hermanos. Ascendió y ascendió, siguiendo el curso del arroyo, observando cómo éste se hacía cada vez más pequeño, hasta convertirse en un hilillo y, ¿de dónde imagináis que brotaba? Pues, ni más ni menos, de una nuez grande.

-“¡Buenos días!”- saludó Juan, con la alegría que lo caracterizaba –“¿Así que usted yace aquí y se lanza hacia abajo sola?”-

-“Así es”- contestó la nuez –“y mucho ha fluido mientras te esperaba”-

-“Aquí estoy, pues”- comentó Juan, mientras bloqueaba el manantial sobre la nuez con un parche de musgo, para evitar que el agua se agotase. Al tiempo, agarró la nuez y la incorporó a su fardo.

Regresando con sus hermanos, éstos dudaron de lo que Juan hubiese visto, hasta el punto de hacer nuevas chanzas al respecto. Poco le importaba a Juan “Botas”, pues al fin y al cabo había visto satisfecha su inquietud.

Continuando su camino, en poco tiempo alcanzaron el Palacio Real. Como por todo el reino se había extendido el rumor de la recompensa, muchos eran los que lo habían intentado en vano. Además, por culpa de ello, el roble había vuelto a crecer más fuerte y vigoroso que nunca, y la oscuridad se cernía más inmensa. El Rey, consciente de todo esto, había impuesto un castigo a quien lo probase sin conseguirlo: arrancarle ambas orejas y enviarlo a una isla desierta.

Pedro y Pablo, los hermanos mayores, arrogantes, muy seguros estaban de poder conseguir tal hazaña. Así fue como Pedro probó el primero, por ser el mayor. Al igual que había sucedido con todos los aspirantes anteriores, por cada esquirla retirada, dos nuevas crecían. De esta manera Pedro no pudo evitar el horroroso castigo…

Llegado el turno de Pablo, más de lo mismo volvió a ocurrir. Por consiguiente, no pudo escapar de las garras de los Guardias Reales, quienes dieron buena cuenta de su intento fallido deportándolo a la isla. Con más saña recortaron, de hecho, las orejas de Pablo, pues el Rey sabía que debía haber aprendido la lección de su propio hermano mayor.

Casi sin pretenderlo, el turno de Juan había llegado. El Rey, consciente de que era el menor de los hermanos, le espetó:

-“¿De verdad osa intentarlo, después de ver lo que le ha ocurrido a sus hermanos mayores? No le quepa duda que la sanción será la más dura de todas si usted erra”-

-“Lo sé. Pero prefiero probar primero”- dijo Juan decididamente, mientras sacaba su hacha del fardo y la empuñaba con osadía. –“¡A talar!”-  le dijo “Botas” a ésta. Y el hacha taló sin detenerse y con agresividad, haciendo saltar por los aires astillas y restos, hasta que el roble cayó redondo.

Era el turno de la pala, la cual Juan empuñó desde el fardo y sacó a relucir.

-“¡A cavar se ha dicho!”- Y la pala comenzó a cavar más y más, como si el mundo fuese a acabarse, retirando tierra y roca allá por donde pasaba, hasta que un pozo hermoso e inmenso surgió del suelo.

Juan pulió su gran obra a su gusto y semejanza, y fue entonces cuando llegó el momento de hacer uso de la nuez. Colocó a ésta en una esquina del pozo creado y retiró el parche de musgo que en su momento puso.

-“¡A fluir!”- gritó Juan, y en menos de un instante el agua empezó a correr del agujero al pozo, en forma de arroyo, con tal velocidad y caudal que en muy poco tiempo estaba rebosante.

Todo quedaba hecho y solucionado para el Rey, pues la luz retornó al castillo y disponía de un pozo de agua infinita. Extasiado de felicidad el monarca, recompensó a Juan con la mitad de su reino y con la princesa, tal y como había prometido.

Y suerte que Pedro y Pablo, los hermanos mayores, habían perdido sus orejas, pues, de lo contrario, habrían tenido que escuchar con dolor cómo su hermano menor, Juan “Botas”, se había convertido en el mayor héroe del reino. Al fin y al cabo, no estaba tan loco como ellos pensaban, y su forma de maravillarse por todo había servido de algo…

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