viernes, 3 de octubre de 2014

LA NIÑA TRISTE



No obstante, su vida era difícil y ajetreada. Nunca le alcanzaba el tiempo para algo más que trabajar.

Aunque siempre era la misma rutina, al final del día el tiempo simplemente se le escurría como los días calurosos de verano al entrar el otoño seguido por el invierno.

Todas las semanas eran lo mismo, de su casa al trabajo, del trabajo al café de la esquina, del café de la esquina al trabajo y del trabajo, finalmente, a su casa.

Eran los fines de semana cuando podía tomar una siesta de dos horas para respirar tranquilamente y relajarse antes de comenzar el papeleo que tenía que revisar y tener listo para el lunes.

Un día, mientras iba de regreso a su casa, desde la oscuridad de la noche se le cruzó por el camino una Niña que llevaba un osito de peluche apretado en su bracito junto al corazón.

La pequeña no llevaba zapatos y su vestidito, ya gastado, tenia hoyitos en las bolsitas que lo decoraban.

El joven hombre, sorprendido por la casualidad, no supo qué hacer ante la presencia de la niña. Jamás había visto a alguien caminar las calles a altas horas de la noche.

Calladamente la observó, sin hacer el más mínimo ruido para no asustarla, mientras mil cosas pasaban por su mente pero ni una que lo dejara conforme ante la presencia.

-¿Una Niña? ¿A esta hora de la noche? ¿Quizá esté perdida o fue abandonada?

No, nada tenía sentido. Nada. Nada. Quiso hablarle pero su boca era muda, ni una media palabra pudo pronunciar.

Siguió mirándola fijamente pero la pequeñita parecía ignorar la presencia del joven. Sin decir nada, la Niña siguió caminando aun con su osito en su brazo.

Cuando el joven giró para ver a donde se dirigía la Niñita, y para su sorpresa, la pequeña ya se había esfumado entre la noche.

Ni un ruido ni una sombra, simplemente la pequeña se había esfumado como el humo. Perplejo, perdido y paralizado quedó el joven ante lo ocurrido. Ni un ruido, ni una sombra. Nada.

Se iba adentrando más la noche y él seguía parado en el mismo lugar. El miedo empezó a apoderarse de todo su cuerpo; el sudor frio le corría por la espalda y su respiración era cada vez más rápida. Sus manos empezaron a sudar incontrolablemente y su boca era un desierto.

Duró un momento en el mismo lugar tratando de recuperar la calma. Consiguió parpadear varias veces y finalmente dar unos cuantos pasos. Respiró profundamente y cerró sus ojos.

Poco a poco fue recuperándose del congelamiento. Dio unos cuantos pasos más. Aun sentía miedo, pero se reafirmó y caminó hacia la oscuridad de la noche donde pensó que la Niña podría haber ido.

Las calles se hacían más y más oscuras. Había un silencio panti onezco que volvería loco a cualquiera, pero no al joven. El seguía caminando, con miedo pero firme en su decisión de seguir los pasos de la Niña.

-Pero, si aquí no hay nadie.- pensó.

Se detuvo y miró hacia los lados. Nada. No había nada por ningún lugar.

-¿Y si fue una alucinación mía?- se pregunto.

En ese momento, entre las sombras, una figura pequeña hacía su presencia. El joven dio unos pasos hacia atrás, tratando de mantener su balance. La figura se detuvo a una corta distancia de él y lentamente iba levantando su cabecita volviéndose hacia donde el joven estaba parado.

Era ella, La Niñita, y aun mantenía su osito apretado en su brazo.

Él respiró profundamente dejando salir un sonido ahogado. Su corazón empezó a latir más fuerte, interrumpiendo la música del silencio muerto. BOOM, BOOM, BOOM, BOOM… La pequeña se percató del sonido que se estrellaba en el pecho del joven.

-¿Por qué tienes miedo?- le pregunto la pequeña.

Con una voz temblorosa que apenas se podía escuchar le contestó, -yo… yo… yo no te…tengo mi…miedo.- Trató de controlarse lográndolo poco a poco, y de la nada la luz de la calle se prendió.

La Niña lo veía sin parpadear. Sus ojos eran profundos, profundos como el mar. Había un brillo muy peculiar en ellos.

Un brillo que no reflejaba felicidad sino una profunda tristeza que ni el mismo joven podía descifrar. La Niña bajó la mirada lentamente.

-¿Escuchas eso?-

Él la miró abrumado por la pregunta. La noche era una tumba, pues no había ruido alguno que el joven pudiera percatar.

-Vienen por mí. ¿Escuchas los pasos? Ya vienen por mí.-

El joven no sabía que responder. Aun no lograba escuchar lo que la Niña sí.

-Ya están a punto de llegar. ¿Quieres conocerlos? Son mi familia.-

-¿Tu familia?- pregunto dudoso.

-Sí, mi familia ya viene. Por fin nos vamos de aquí.-

-¿Y… y a dónde se van?-

-A un lugar donde tú no puedes venir… aun.-

-Pero, si yo no me quiero ir. Yo vivo aquí y aquí tengo mi casa y mi trabajo. No necesito de ir a ningún otro lugar.-

-Sabes, algún día te iras de aquí dejando todo: tú casa, tú trabajo, todo…-

-¿Cómo lo sabes?-

-Sólo te puedo decir que lo sé… mira, ya llegaron por mí.-

El joven giró, y, ahí estaban, dos figuras pequeñas igual que la niña. Se acercaban poco a poco hacia la Niña con una sonría.

El brillo de triste que antes gobernaba en los ojos de la pequeña se borró completamente de su mirada profunda como el mar.

-¡Por fin llegaron! Los estaba esperando. Es hora de irnos.-

-¿Pero, a donde van? Son muy pequeños para andar solos por las calles. ¿Y sus papas?-

-Ellos nos esperan allá a donde vamos.- respondió uno de los niños.

El joven estaba completamente perdido. No lograba entender nada de lo que había sucedido esa noche. Todo era confuso.

Cerró los ojos para ver si podía, de esa forma, concentrarse mejor. Nada.

Abrió los ojos y para su sorpresa ya no había nada ni nadie. La luz de la calle se había apagado y sólo quedaba la luz de la luna. Los tres niños se habían marchado entre las sombras de la noche. Ni un rastro de ellos. Nada. Sólo quedo, ahí, tirado en el suelo el osito que la Niña apretaba en su brazo.

El joven se acercó y lo recogió lentamente. Lo miro por varios minutos y lo guardó en su saco. Cerró sus ojos nuevamente y respiro profundo, más profundo de lo normal.

Abrió sus ojos y vio una claridad. Asustado, se levantó de un brinco. Estaba en su casa tomando su siesta de dos horas las cuales se habían alargado a tres.

-Pero… como es que… pero… yo… es domingo.-

Caminó hacia la ventana. El sol ya iba bajando para dejar que la luna se encargara de la noche.

-Ya veo, todo fue un sueño.-

Se dio la vuelta dirigiéndose hacia su portafolio que había dejado en el sillón. Antes de tomarlo, se percato de que había algo detrás.

Lo levantó lentamente y en ese mismo instante lo dejo caer haciendo retumbar el piso. Su corazón empezó a latir con fuerza. BOOM, BOOM, BOOM…

Y con una sonrisa, de oreja a oreja, se encontraba el osito sentado en el sillón.


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