miércoles, 4 de junio de 2014

EL RATÓN DEL CAMPO Y EL RATÓN DE LA CIUDAD



El ratón de campo procuraba agasajar lo mejor posible a su primo de la ciudad. Había reunido un cúmulo de sus golosinas más refinadas -nueces, guisantes, cebada y restos de queso- Y preparado una blanda cama de lana de oveja en el sitio más seguro de su agujero.

Y ambos, en realidad, pasaban momentos muy agradables, retozando en los campos y jugando al escondite en el bosque. Pero, mientras tanto, el ratón de campo se moría de curiosidad por conocer la vida de la ciudad.

-¿Por qué no vienes conmigo y la ves tú mismo? -dijo, por fin, su amigo.

La invitación fue aceptada en el acto.

Ambos partieron y, a su debido tiempo, llegaron a la espléndida mansión en que vivía el ratón de la ciudad.

-Hemos llegado en el momento oportuno -dijo-. Huelo que se está preparando un banquete. Esta noche tendremos una gran fiesta.

Su hociquillo se contraía de excitación.

Y por cierto que fue un gran festín. Ambos ratones se ocultaron debajo de un armario de la cocina y pudieron salir corriendo a atrapar innumerables bocados delicados, como nunca jamás los había gustado el ratón de campo.

¡Cómo los engulló éste! Se había puesto casi tan redondo como una bola, cuando el banquete estuvo preparado para servirse.

Por fin, llegaron los invitados, y se abrieron de par en par las puertas del salón de banquetes. Los ratones se dieron prisa en acudir, para recoger las sabrosas migajas que caían de la mesa. Pero cuando cruzaban el pasillo, acudieron velozmente dos ágiles perros Y se lanzaron sobre ellos.

-¡Sígueme! ¡Pronto! -dijo el ratón de la ciudad, y ambos se metieron debajo de un arcón donde había un agujero.

Llegaron a tiempo. El tibio aliento del primero de los perros envolvía ya al ratón de campo, cuando éste llegó a la boca del agujero, y lo hizo tiritar de espanto.

-La casa es maravillosa, primo, y me has dado una comida espléndida. Pero, si no tienes inconveniente, volveré a mi casa en el campo. La vida de la ciudad resulta demasiado agitada -dijo el ratón de campo.

Y se marchó, con toda, la velocidad que le permitían sus patitas grises.

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