viernes, 3 de junio de 2016

LA PULSERA EN EL TOBILLO



Se dice, entre lo que se dice, que en una ciudad había tres hermanas, hijas del mismo padre, pero no de la misma madre, que vivían juntas hilando lino para ganarse la vida. Y las tres eran como lunas; pero la más pequeña era la más hermosa y la más dulce y la más encantadora y la más diestra de manos, pues ella sola hilaba más que sus dos hermanas reunidas, y lo que hilaba estaba mejor y sin defecto por lo general. Lo cual daba envidia a sus dos hermanas, que no eran de la misma madre.

Un día fue ella al zoco, y con el dinero que había ahorrado de la venta de su lino se compró un búcaro pequeño de alabastro, que era de su gusto, a fin de tenerlo delante con una flor dentro cuando hilara el lino. Pero no bien regresó a casa con su búcaro en la mano, sus dos hermanas se burlaron de ella y de su compra, tildándola de derrochadora y de extravagante. Y muy conmovida y muy avergonzada, no supo ella qué decir, y para consolarse cogió una rosa y la puso en el búcaro. Y se sentó ante su búcaro y ante su rosa y se puso a hilar su lino.

Y he aquí que el búcaro de alabastro que había comprado la joven hilandera era un búcaro mágico. Y cuando su dueña quería comer, él le proporcionaba manjares deliciosos, y cuando ella quería vestirse, él la satisfacía. Pero la joven, temerosa de que le tuviesen más envidia todavía sus hermanas, que no eran de la misma madre, se guardó bien de revelarles las virtudes de su búcaro de alabastro. Y en presencia de ellas aparentaba que vivía como ellas y vestía como ellas, y aún más modestamente. Pero cuando salían sus hermanas se encerraba completamente sola en su cuarto, ponía delante de ella su búcaro de alabastro, lo acariciaba dulcemente, y le decía: "¡Oh bucarito mío! ¡Oh bucarito mío! ¡Hoy quiero tal y cuál cosa!" Y al punto el búcaro de alabastro le proporcionaba cuantas ropas hermosas y golosinas había pedido ella. Y a solas consigo misma, la joven se vestía con trajes de seda y oro, se adornaba con alhajas, se ponía sortijas en todos los dedos, pulseras en las muñecas y en los tobillos y comía golosinas deliciosas. Tras de lo cual el búcaro de alabastro hacía desaparecer todo. Y la joven lo cogía de nuevo, e iba a hilar su lino en presencia de sus hermanas, poniéndose delante el búcaro con su rosa. Y de tal suerte vivió cierto espacio de tiempo, pobre ante sus envidiosas hermanas y rica ante sí misma.

Un día, entre los días, el rey de la ciudad, con motivo de su cumpleaños, dió en su palacio grandes festejos, a los cuales fueron invitados todos los habitantes. Y las tres jóvenes también fueron invitadas. Y las dos hermanas mayores se ataviaron con lo mejor que tenían y dijeron a su hermana pequeña: "Tú te quedarás para guardar la casa". Pero, en cuanto se marcharon ellas, la joven fue a su cuarto, y dijo a su búcaro de alabastro: "¡Oh bucarito mío! esta noche quiero de ti un traje de seda verde, una veste de seda roja y un manto de seda blanca, todo de lo más rico y más bonito que tengas, y hermosas sortijas para mis dedos, y pulseras de turquesas para mis muñecas, y pulseras de diamantes para mis tobillos. Y dame también todo lo preciso para que yo sea la más bella en palacio esta tarde". Y tuvo cuanto había pedido. Y se atavió, y se presentó en el palacio del rey, y entró en el harén, donde había festejos aparte reservados para las mujeres. Y apareció como la luna en medio de las estrellas. Y no la reconoció radie, ni siquiera sus hermanas, de tanto como realzaba su belleza natural el esplendor de su indumentaria. Y todas las mujeres iban a extasiarse ante ella, y la miraban con ojos húmedos. Y ella recibía sus homenajes como una reina, con dulzura y amabilidad, de modo que conquistó todos los corazones y dejó entusiasmadas a todas las mujeres.

Pero cuando la fiesta tocaba a su fin, la joven, sin querer que sus hermanas regresasen a casa antes que ella, aprovechó el momento en que atraían toda la atención las cantarinas, para deslizarse fuera del harén y salir del palacio. Mas, en su precipitación por huir, dejó caer, al correr, una de las pulseras de diamantes de sus tobillos en la pila a ras de tierra que servía de abrevadero a los caballos del rey. Y no advirtió la pérdida de su pulsera de tobillo, y volvió a casa, donde llegó antes que sus hermanas. 

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