martes, 26 de mayo de 2015

LA VENGANZA DE LOS CERVATILLOS



Mucho tiempo atrás, cuando el Ciervo y el Lobo eran amigos, en las tierras que están más allá del Río Puerco, no lejos donde se encuentra el pueblo de Laguna, vivían dos vecinas.

Una era Mamá Cierva con sus dos cervatillos, y la otra era Mamá Loba con sus dos lobeznos.

Vivían en lindas casas de adobe, como las que viven las personas hoy, y también vivían como personas en todo sentido.

Las dos eran buenas amigas y ninguna pensaba en ir a la montaña a buscar leña o a buscar la raíz jabonosa del amole sin invitar a la otra a acompañarla.

Un día, la Loba fue hasta la casa de la Cierva y le preguntó:

-“Amiga Pi-hli-oh, ¿por qué no vamos hoy a buscar leña y amole, que mañana tengo que lavar?”-

-“De acuerdo, amiga Káhr-hli-oh”- contestó la Cierva. -“No estoy ocupada, y hay comida en la casa para que mis hijos coman mientras no esté. ¡Tu-kwai, vayamos!”-

Y salieron juntas cruzando las planicies hacia las colinas hasta que llegaron al sitio donde solían aguardar la una a la otra.

Recogieron leña y la ataron en paquetes para llevarla a sus hogares cargadas en sus espaldas y extrajeron el amole. Luego, la Loba se sentó bajo un árbol de cedro y exclamó:

-“¡Uf, qué cansada estoy! Siéntate, amiga Cierva, y apoya tu cabeza en mi regazo así descansamos un rato”-

-“Yo no estoy cansada”- replicó la Cierva.

-“Pero descansemos un poco”- pidió la Loba.

La Cierva, por no ser descortés, se sentó y apoyó su cabeza en el regazo de su amiga.

Pero repentinamente, la Loba se inclinó y mordió a la Cierva confiada en el cuello y la mató.
Era la primera vez en el mundo que un amigo traicionaba a otro, y a partir de ese hecho se gestó la traición como se la conoce.

La Loba le sacó la piel a la Cierva y cortó un poco de su carne para llevarla a su casa junto con la leña y el amole.

Antes de llegar, se detuvo en la casa de la Cierva y le dejó a los cervatillos un poco de la carne de su madre, diciéndoles:

-“Amigos Cervatillos, no teman, coman. Su madre se encontró con unos familiares y fue a visitarlos. Esta noche no volverá”-

Los Cervatillos estaban hambrientos, y en cuanto la Loba se fue, encendieron un gran fuego y pusieron la carne a cocinar.

Pero repentinamente, la carne comenzó a chisporrotear y a sisear, y el Cervatillo que la estaba cocinando, escuchó gritar:

-“¡Cuidado, cuidado! ¡Esta es tu madre!”-

Se asustó mucho y llamó a su hermano para que oyera, y las mismas palabras salieron de la carne.

-“¡La malvada vieja Loba ha matado a nuestra nana!”- gritaron, y sacando la carne del fuego, la apartaron y entre lágrimas, se fueron a dormir.

A la mañana siguiente, la Loba volvió a la montaña para buscar el resto de la carne que había dejado, y cuando partió, sus Lobeznos fueron a la casa de los Cervatillos a jugar, como solían hacer. Luego de jugar un rato, los Lobeznos dijeron:

-“Pi-u-wi-deh, ¿por qué tienen esos bellas manchas en su piel, por qué sus párpados son rojos, por qué nosotros somos tan feos?”-

-“Ah”- dijeron los Cervatillos, “es porque cuando éramos niños, como ustedes, nuestra madre nos puso en una habitación con mucho humo y por eso nos manchamos”-

-“Ah, amigos Cervatillos, ¿pueden hacernos esas manchas, para que seamos bellos como ustedes?”-
Los Cervatillos, deseosos de vengar a su madre, encendieron un gran fuego con mazorcas de maíz y tiraron hierbas para que hiciera mucho humo.

Luego, encerrando a los Lobeznos dentro de la habitación, sellaron las puertas y ventanas con barro y colocaron una piedra chata sobre la salida de la chimenea. Bajaron del techo y, tomados de las manos, corrieron hacia el sur tan rápido como pudieron.

Luego de mucho andar, se toparon con un Coyote. Iba y venía con una pata sobre su rostro, aullando por un terrible dolor de muela. Los Cervatillos le dijeron, muy cortésmente:
-“¡Ah-bú, pobrecito! Anciano amigo, lo sentimos por tu dolor de muelas, pero una vieja Loba nos persigue y no nos podemos quedar. Si viene por aquí preguntando por nosotros, no le digas nada, ¿de acuerdo?”-

-“In-dah, amigos Cervatillos, no le diré nada”- y comenzó a aullar nuevamente lleno de dolor.

Cuando la Loba llegó a su casa con el resto de la carne, no encontró a sus Lobeznos. Fue a la casa de la Cierva y la encontró toda cerrada y sellada.

Y cuando descorrió la puerta, allí vio a sus Lobeznos muertos por el humo. Al verlos, la vieja Loba explotó de ira y juró perseguir a los Cervatillos y comerlos sin piedad.

Enseguida encontró sus huellas que se dirigían hacia el sur y comenzó a seguir su rastro a toda prisa.

Al poco tiempo se encontró con el Coyote, quien aún seguía yendo y viniendo y aullando tan fuerte que podía oírselo a más de un kilómetro. Sin importarle su dolor, comenzó a gruñirle ferozmente:

-“¡Dime, anciano! ¿Has visto a dos Cervatillos corriendo por aquí?”-

El Coyote no le prestó atención y siguió caminando con una pata sobre su boca, gimiendo:

-“¡M-mm-pah! ¡M-mm-pah!”

Nuevamente le preguntó lo mismo, con gran irritación, pero la única respuesta que escuchó fue sus aullidos y gemidos. La Loba enfureció aún más, y mostrando sus dientes, le dijo:

-“No me importa tu “¡M-mm-pah! ¡M-mm-pah!”. Dime si has visto a esos Cervatillos, ¡o te comeré en este mismo momento!”

-“¿Cervatillos? ¿Cervatillos?”- gruñó el Coyote. -“He estado soportando este dolor de muelas desde el comienzo del mundo. ¿Crees que me pueden importar un par de Cervatillos? Vete, no me molestes”-

Y la Loba, quien a cada momento estaba más enfurecida, siguió buscando por allí hasta que encontró el rastro de los Cervatillos y lo siguió yendo tan rápido como podía.

Para ese momento, los Cervatillos habían llegado hasta donde dos niños jugaban k'wah-t'hím con sus arcos y flechas, y les dijeron:

-“Amigos niños, si una vieja Loba viene por aquí y les pregunta si nos han visto, por favor, no les digan”-
Los niños prometieron que no dirían nada y los Cervatillos siguieron corriendo. Pero la Loba corría más rápido que ellos, y muy pronto llegó hasta donde estaban los niños y les gritó bruscamente:

-“¡Oigan, niños! ¿Han visto dos Cervatillos corriendo por aquí?”-

Pero los niños no le prestaron atención, y siguieron jugando su juego y peleando entre ellos:

-“¡Mi flecha está más cerca del blanco!”-

-“¡No, la mía está más cerca!”-

-“¡No, la mía!”-

La Loba volvió a repetir su pregunta, otra vez, sin conseguir respuesta, hasta que gritó encolerizada:

-“¡Pequeños pillos! ¡Contéstenme sobre esos Cervatillos o me los comeré!”-

Y los niños voltearon y le contestaron:

-“Hemos estado aquí todo el día, jugando k'wah-t'hím, no cazando Cervatillos. Sigue tu camino y no nos molestes”-

La Loba había perdido mucho tiempo haciéndoles preguntas a los niños e intentando encontrar el rastro nuevamente. Pero luego comenzó a correr más rápido que nunca.

En ese momento, los Cervatillos llegaban a la orilla del Río Grande, donde estaba P'ah-chah-hlú-hli, el Castor, trabajando fuerte para cortar un árbol con sus dientes. Y le dijeron muy amablemente:

“Amigo Viejo-Cruzador-del-Agua, ¿nos podrías llevar hasta la otra orilla del río?”-

El Castor los cargó en su espalda y los llevó hasta la otra orilla. Luego de agradecerle, le pidieron que no le dijera a la Loba que los había visto.

Les prometió que no lo haría y volvió a su trabajo. Los Cervatillos corrieron más y más, a través de las planicies hasta que llegaron a una gran colina negra de lava que se erige solitaria en el valle al sureste de Tomé.

-“¡Mira!”- dijo uno de los Cervatillos. -“Este debe ser el lugar que nuestra madre nos contó, donde viven los Verdaderos de nuestro pueblo. Vamos a mirar”-

Y cuando llegaron a la cima de la colina, hallaron una puerta de entrada en la roca sólida. Golpearon y la puerta se abrió. Una voz los llamó:

-“¡Entren!”-

Bajaron por la escalera hacia una gran habitación subterránea. Allí hallaron a los Verdaderos del pueblo Ciervo, quienes le dieron la bienvenida y los alimentaron.
Luego de que contaran su historia, los Verdaderos le dijeron:

-“No teman, amigos, nosotros nos encargaremos”-Y el jefe guerrero escogió cincuenta Ciervos jóvenes y fuertes para su ejército.

Para ese momento, la Loba había llegado al rió donde encontró al Castor trabajando duro, y le pregunto mientras cortaba un árbol:

-“Anciano, ¿has visto a dos Cervatillos por aquí?”-

Pero el Castor la ignoró y siguió royendo el árbol, cortando mientras decía:

-“¡Ah-u-mah! ¡Ah-u-mah!”-

La Loba estaba enfurecida y rugió:

-“Yo no te dije “¡Ah-u-mah! ¡Ah-u-mah!”. Te pregunto si has visto a dos Cervatillos”-
El Castor le contestó:

-“He estado royendo árboles junto al río desde que he nacido y no he tenido tiempo para detenerme a pensar en Cervatillos”-

La Loba, llena de ira, corrió por la orilla del río, hasta que se detuvo y le dijo:

-“Anciano, si me cruzas por el río, te pagaré, pero si te rehúsas, te comeré”-

-“Está bien, pero espera a que termine de cortar este árbol y te cruzaré”- y la hizo esperar.
Luego saltó al agua y la subió a su cuello y comenzó a cruzarla por el río. Pero en cuanto llegaron a la parte profunda, el Castor nadó hasta el fondo y se quedó allí tanto tiempo como pudo aguantar.

-“¡Ah!”- gritó la Loba cuando salió a la superficie.

El Castor subió a tomar una bocanada de aire y volvió a sumergirse. Y siguió haciéndolo hasta que la Loba casi se ahogó. Pero consiguió tomarse de su cuello y no lo soltó por nada del mundo.

Cuando llegaron a la orilla, la Loba estaba tan enojada que no le quería pagar al Castor por haberla cruzado, y desde ese día, ningún Castor accede a transportar a un Lobo a través del río.

Luego, la Loba encontró el rastro de los Cervatillos y los siguió hasta la colina. Cuando golpeó la puerta, una voz desde adentro preguntó:

-“¿Quién es?”-

-“La Loba”- contestó tan amablemente como podía, conteniendo su furia.

-“Puedes entrar”- le dijo la voz.

Y al oír su nombre, los cincuenta jóvenes guerreros Ciervos, quienes habían estado afilando sus cuernos, se prepararon para recibirla. La puerta se abrió y ella bajó por a escalera. Pero en cuanto puso un pie en el último escalón, todos los Ciervos gritaron:

-“¡Miren que pata!”- porque aunque el Ciervo es más grande que el Lobo, tiene patas más pequeñas.

Al oír esto, sintió mucha vergüenza y retiró su pata. Pero su ira era más fuerte y bajó nuevamente. Pero cada vez los Ciervos se reían de ella y le gritaban y ella se retiraba.

Finalmente hicieron silencio y ella bajó la escalera. Y luego de contar su historia, los ancianos Ciervos dijeron:

-“Este es un caso difícil, no debemos juzgarlo a la ligera. Vamos a hacer un trato. Que traigan la sopa y comeremos todos juntos. Y si puedes tomar toda la sopa sin derramar una sola gota, te entregaremos los Cervatillos”-

-“Ah, eso va a ser fácil”- se dijo la Loba. -“Voy a ser muy cuidadosa”- y en voz alta dijo: 

-“Vamos a comer”-

Trajeron un gran tazón de sopa, y cada uno tomó un poco de pan indio y lo enrolló como una cuchara para meterlo en la sopa. La vieja Loba era muy cuidadosa, y casi había terminado de tomar su sopa sin derramar una sola gota.

Pero cuando estaba por tomar el último sorbo, repentinamente aparecieron los Cervatillos en la habitación contigua, y al verlo, derramó la sopa sobre su regazo.

-“¡La derramó!”- gritaron los Ciervos, y los cincuenta guerreros se echaron encima de ella y la despedazaron con sus cuernos afilados.

Ese fue el fin de la Loba traicionera.

Y desde ese día, los Lobos y los Ciervos han sido enemigos, y el Lobo le teme un poco al Ciervo. 

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