sábado, 2 de mayo de 2015

LOS DOS MONOS



Los niños corrían y brincaban entrelazándose, con las cometas siguiendo sus movimientos, mientras reían alborotadamente tratando de cortarse mutuamente los hilos de las cometas. 

Un niño de unos seis años estaba sentado junto a su tata, un monje vestido con hábitos de color marrón.

Observaban a la cometa del niño elevarse cada vez más en el cielo. Sostenida por el viento, estaba tan alta, que parecía que no se movía. Sin dejar de mirar a la cometa, el niño dijo:

-“Cuéntame un cuento, tata”-

El monje sonrió entre dientes.

-“Una historia antigua, pues”-

-“Un padre le dijo a su hijo”- empezó el monje: -“Voy a morir pronto, hijo mío. Llévate mi oro a tu casa. Es tuyo. Pero recuerda que no has de fiarte de nadie. Ni siquiera de tu esposa”- El padre confiaba en que su hijo, Sonam, tendría presente su consejo y comprendería cómo se estilan las cosas en el mundo.

Pero Sonam tenía un gran amigo, de nombre Tamchu. De niños habían ido a la escuela juntos, y por las tardes habían jugado al juego del volante con el pie. Tamchu vivía en la aldea próxima con su mujer y sus dos hijos pequeños.

Un día Sonam decidió salir de peregrinaje al monasterio santo y pensó: -“Cuando mi padre estaba vivo, me dijo que no me fiara de nadie”-. Pero cuando pensó en su amigo Tamchu, no podía admitir que estas palabras debieran aplicarse también a éste. No a Tamchu. Así pues, llevó sus dos bolsas de pepitas de oro a casa de su amigo y le dijo: -"Tamchu, por favor, guárdame el oro mientras esté fuera. Este es el oro que mi padre me dio al morir"-

Tamchu dijo: -"Oh, sí, naturalmente. Guardaré tu oro con mucho cuidado, y cuando vuelvas de tu peregrinaje, aquí lo encontrarás. No tienes por qué preocuparte. Somos buenos amigos"-

-“Así”- continuó el monje, -“pasó un año y Sonam volvió de su peregrinaje. Fue a casa de Tamchu y le pidió a su amigo: ¿Puedes devolverme mi oro, Tamchu?”-

-“¡Oh, lo siento muchísimo, Sonam!, ¡Qué desgracia, qué desgracia! ¡El oro se ha convertido en arena!”-, contestó Tamchu, mirando a su amigo con cara de estar muy asombrado. Pero Sonam, mientras su amigo le contaba este singular acontecimiento, no pareció sorprendido y, después de unos minutos de silencio, dijo: -“Está bien, Tamchu, no te preocupes; hiciste todo lo que pudiste para vigilar mi oro”-

Los dos hombres comieron juntos y pareció como si la pérdida del oro hubiera sido olvidada por completo. Al atardecer, Sonam dijo a su amigo: -“Tamchu, me gustaría cuidar de tus hijos durante unos meses, ya que no tengo familia propia. Me gustaría darles buena comida y buena ropa. Serían muy felices en mi casa”-

-“¡Muy buena idea, Sonam!”-, dijo Tamchu, quien pensó: Aunque ha perdido todo su oro a mis manos, quiere cuidar de mis hijos. Ciertamente, es muy buena persona. Y así, añadió: 

-“Desde luego, Sonam. Llévate a mis hijos todo el tiempo que quieras”-

Sonam se llevó a los niños a su casa y los cuidó muy bien. Pero compró dos monos pequeños y les puso los nombres de los niños. Durante los días que siguieron, adiestró a los monos para que cuando él llamase –“¡Tendxin, ven aquí!”- el mono mayor corriera hacia él, y que cuando llamase –“¡Thupten, ven aquí!”- el mono más joven fuera hacia él. Los monos comprendieron muy bien y aprendieron muy rápido.

Cuando Tamchu fue a ver a sus hijos, Sonam mostró un triste semblante a su amigo: -“¡Oh lo siento muchísimo, Tamchu!”- dijo –“¡Qué desgracia!, ¡qué desgracia! ¡Tus hijos se han convertido en monos!”-

Tamchu quedó agobiado y llamó a sus hijos por sus nombres. Al instante, aparecieron los dos monitos y corrieron hacia él. Cogieron de la mano a Tamchu y bailaron a su alrededor como si fuesen chiquillos. Tamchu quedó muy apenado y preguntó a su amigo: -“Sonam, ¿qué podemos hacer?¿Cómo podemos hacer que estos monos se conviertan de nuevo en mis hijos?”-

Sonam estuvo pensativo unos instantes y luego le dijo a su amigo:

-“Eso es fácil, pero para ello necesitamos mucho oro”-

-“¿Cuánto oro bastaría?”- preguntó Tamchu.

-“Unas dos bolsas de pepitas de oro, por lo menos”-

-“Tan pronto como pueda traeré las bolsas de oro”- dijo Tamchu, que salió corriendo hacia su casa.

Más tarde, volvió y le dio el oro a su amigo. Sonam lo cogió y le dijo a Tamchu que esperase mientras él subía al piso de arriba. Al cabo de unos momentos, volvió a bajar.

-“Ahí tienes, Tamchu. He transformado de nuevo a los monos en seres humanos, en tus hijos”-

Tamchu estuvo encantado de recobrar a sus hijos, pero miró con empacho a Sonam. Pero enseguida, los dos amigos no pudieron romper a reír”.

Al terminar esta historia, el propio monje rompió a reír al ver cómo el hilo de la cometa de su sobrino había sido cortado mientras éste escuchaba el relato.

Ambos contemplaron a la cometa flotar sobre el valle de Lhasa y volar hacia los dorados tejados del Potala.

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