miércoles, 20 de mayo de 2015

Y LAS HORMIGAS EMPUJARON EL CIELO



Había una vez un joven indio llamado Kahp-tu-ú-yu, Joven Tallo de Maíz, que habitaba en una de las aldeas al este de las montañas Manzano.

No solo era un gran cazador y un valiente guerrero en las incursiones contra los Comanches, sino también un gran hechicero. Los Verdaderos le habían concedido el poder de las nubes.

Cuando Kahp-tu-ú-yu lo deseaba, una viva lluvia caía sobre los secos campos que hacía que la tierra se regocijara de su verdor.

Nadie más que él podía hacer que el agua cayera desde el cielo.

Su padre era Viejo Bastón Negro, y su madre, Mujer Maíz, y sus dos hermanas, Doncella Maíz Azul y Doncella Maíz Amarillo.

Kahp-tu-ú-yu tenía un amigo de su misma edad.

Y, como suele ocurrir, este amigo era en realidad un traicionero brujo, aunque Kahp-tu-ú-yu jamás habría pensado nada malo de él.

Los dos jóvenes solían ir a la montaña a buscar leña, y siempre llevaban sus arcos y flechas por si se presentaba la ocasión de cazar algún antílope o ciervo, o cualquier otro animal que se cruzaran.

Un día, el traicionero amigo le propuso a Kahp-tu-ú-yu:

-“Amigo, ¿por qué no vamos mañana a buscar leña y a cazar?”-

Y acordaron en ir. Al día siguiente partieron antes del amanecer y fueron al sitio donde recogían leña. Allí vieron una manada de ciervos que se dividieron en dos grupos. Kahp-tu-ú-yu siguió a la parte de la manada que se dirigía hacia el noroeste, y su amigo a la que se marchó hacia el suroeste.

Luego de mucho perseguirlos, Kahp-tu-ú-yu consiguió matar un ciervo con sus veloces flechas, y cargó al animal sobre sus anchas espaldas al sitio donde se habían separado. Luego de un tiempo, llegó su amigo, cansado y sudoroso con las manos vacías; y al ver el ciervo que había cazado su amigo, lo invadieron los celos.

-“Ven, amigo”- le dijo Kahp-tu-ú-yu, -“que entre los hermanos es dado compartir todo. Toma una parte de este ciervo, cocínalo y cómelo. Llévatelo a tu casa como si lo hubieras matado tú mismo”-

-“Gracias”- le contestó fríamente, como quien no quiere la cosa, pero lo rechazó.

Cuando ya habían juntado suficiente leña y atado con tiras de cuero en paquetes sobre sus espaldas, emprendieron la vuelta a sus casas, Kahp-tu-ú-yu cargando el ciervo encima de la pila de leños.

Sus hermanas lo recibieron con alegría, elogiando sus virtudes como cazador, mientras que su amigo se marchaba a su casa con gran descontento.

Muchas otras veces, cuando los dos fueron a cazar a la montaña, les sucedió lo mismo. Cada vez Kahp-tu-ú-yu mataba un ciervo, y cada vez su amigo volvía con las manos vacías, rechazando los ofrecimientos de compartir la carne como hermanos. Y cada día, se volvía más celoso y sombrío.

Una vez más invitó a Kahp-tu-ú-yu a cazar, pero esta vez lo hacía con un propósito maligno. Y lo mismo volvió a ocurrir. Y nuevamente su amigo rechazó el ofrecimiento de Kahp-tu-ú-yu. Luego de permanecer sentado durante mucho tiempo sin decir palabras, le dijo:

-“Amigo Kahp-tu-ú-yu, ahora me probarás ser tu mejor amigo, porque no estoy tan seguro de que lo seas”-
-“De acuerdo”, le contestó Kahp-tu-ú-yu. Si hay algún modo de probártelo, lo haré felizmente, porque soy tu verdadero amigo”-

-“Entonces vamos a jugar un juego, y con eso veremos”-

-“Muy bien, pero, ¿a qué podemos jugar?, porque aquí no tenemos ninguno”-

Cerca de ellos había un árbol de pino quebrado, con una gran rama saliendo de su tronco torcido, y el amigo dijo:

-“Podemos jugar a la carrera de gallos. Aunque no tengamos caballos, podemos montar esta rama de pino. Yo montaré primero y luego tú”-

Entonces subió la gran rama saliente del pino como si fuera un caballo, y lo montó, inclinándose al suelo como si fuera a recoger una gallina.

-“Ahora te toca a ti”- dijo desmontando.

Kahp-tu-ú-yu subió al árbol y montó la rama movediza. Pero el traicionero amigo había hechizado el árbol, y repentinamente comenzó a crecer hasta el cielo, elevándose junto con Kahp-tu-ú-yu.

-“¡Nos hacemos esto el uno al otro!”- se burló el falso amigo, mientras el árbol salía disparado hacia el cielo.

Y llevándose la leña y el ciervo que Kahp-tu-ú-yu había matado, regresó a la aldea.

Cuando las hermanas de Kahp-tu-ú-yu lo vieron, le preguntaron:

-“¿Dónde está nuestro hermano?”-

-“En verdad no sé. Él se dirigió al noroeste y yo al suroeste. Lo estuve esperando durante mucho tiempo en el lugar de encuentro, pero no regresó. De seguro que volverá pronto. Tomen parte de este ciervo que cacé, ya que entre hermanos se debe compartir todo”-

Pero las hermanas no quisieron lo que les ofrecía, y tristemente se marcharon a su casa.
El tiempo pasó, y aún no había noticias de Kahp-tu-ú-yu. Sus hermanas y sus padres lo lloraban constantemente, y toda la aldea estaba triste por su ausencia. Pronto los cultivos en los campos comenzaron a amarillear y los arroyos a secarse.

Los animales andaban con paso cansado, ya que Kahp-tu-ú-yu tenía el poder de las nubes, y estando ausente, ya no llovía. Al poco tiempo todo el verdor pereció, y los animales cayeron muertos a la tierra polvorienta, y las personas desgarbadas que salían a calentarse al sol, morían en el acto. Finalmente, el anciano padre le dijo a sus hijas:

-“Hijas, preparen comida porque nuevamente saldremos a buscar a su hermano”-

Las muchachas hicieron tortas de maíz azul para el viaje, y cuatro días más tarde, partieron. Viejo Bastón Negro se marchó cojeando hacia el sur, su esposa hacia el este, la hija mayor hacia norte y la menor hacia el oeste.

Durante muchos kilómetros anduvieron, hasta que finalmente, Doncella Maíz Azul, que se dirigía hacia el norte, escuchó una lejana y apenas perceptible canción. El canto era tan débil que pensó que se trataba de su imaginación. Pero se detuvo a oírla, y muy suavemente, pudo entender lo que decía:

Tó-ai-fú-ni-hlú-hlim,
Eng-k'hai k'háhm;
I-eh-búri-kún-hli-oh,
Ing-k'hai k'háhm.
Ah-i-ái, ah-hi-ái,
Aim!
Viejo Bastón Negro
Se llama mi padre
Mujer Maíz
Se llama mi madre
Ah-i-ái, ah-hi-ái,
Aim!

Cuando Doncella Maíz Azul oyó lo que decía la canción, corrió hasta donde estaba su hermana y le dijo:

-“¡Hermana, creo que nuestro hermano está prisionero en alguna parte! ¡Escucha!”-

Entre sollozos, se pusieron a escuchar. Nuevamente la canción apareció flotando hacia ellos, tan suave y tan triste que las hizo llorar, como aún llora hoy día cuando algún anciano con canas se pone a rememorar la lastimosa canción de Kahp-tu-ú-yu.

-“¡No hay dudas, es nuestro hermano!”- gritaron, y salieron corriendo a buscar a sus padres.

Y cuando estuvieron juntos, oyeron nuevamente la triste canción.

-“¡Mi hijo!”, dijo entre lágrimas la anciana madre. “¿En qué clase de prisión te mantienen cautivo? Es cierto que tú padre es Viejo Bastón Negro, y que yo, Mujer Maíz, soy tu madre ¿Pero por qué cantas así?”-

Los cuatro comenzaron a seguir el rastro del canto, hasta que llegaron a un pino tan alto como el cielo. Pero no conseguían ver a Kahp-tu-ú-yu, ni él alcanzaba a oír sus gritos. Allí, en el suelo, estaba su arco y sus flechas, con su cuerda y sus plumas carcomidas por el paso del tiempo. Y allí estaba su atado de leña, atados con tiras de cuero, preparadas para ser cargadas a su casa. Pero a pesar de buscar por doquier, no hallaron otro rastro de Kahp-tu-ú-yu, y retornaron con el corazón apesadumbrado a su casa.

Sucedió que P'ah-whá-yu-ú-deh, Pequeña Hormiga Negra, emprendió un viaje por el pino embrujado hasta llegar a la punta que tocaba el cielo. Cuando encontró a Kahp-tu-ú-yu prisionero, Pequeña Hormiga Negra, sorprendido, le preguntó:

-“Gran Kah-báy-deh, Hombre de Poder, ¿cómo es que te encuentras aquí, cuando tu pueblo está sufriendo y muriendo por la falta de lluvia, quedando ya pocos que aguardan por tu vuelta? ¿Estás en las alturas por tu propia voluntad?”-

-“No”- gimió Kahp-tu-ú-yu. -“Estoy aquí por los celos de aquel al que consideraba mi hermano, con quien compartía mi labor y mi comida, aquel cuya consideraba mi casa. Él es la causa, porque estaba celoso y me embrujó confinándome aquí. Y ahora, estoy muriendo de hambre”-

-“Si eso es cierto”, dijo Pequeña Hormiga Negra, “te ayudaré”-

Y bajó a la tierra tan rápido como pudo. Cuando llegó, envió a un pregonero para que avisara a toda su nación y a todos los de In-tun, las Enormes Hormigas Rojas. Muy pronto, los ejércitos de las Pequeñas Hormigas Negras y los de las Enormes Hormigas Rojas se reunieron al pie del pino y sostuvieron un consejo. Fumaron la hierba sagrada y deliberaron sobre lo que debían hacer.

-“Ustedes, Enormes Hormigas Rojas, son más fuertes que nosotros, que somos pequeños”, dijo el Jefe Guerrero de las Pequeñas Hormigas Negras, “y por esa razón, deben ir a la punta del árbol para ponerse a trabajar”-

-“¡In-dah, no!”, dijo el Jefe Guerrero de las Enormes Hormigas Rojas. “Si creen que somos más fuertes, debemos quedarnos en el pie de árbol, donde podremos trabajar más, y ustedes vayan a la cima”-

Así se acordó y los jefes prepararon sus ejércitos. Pero primero las Pequeñas Hormigas Negras tomaron la cáscara de una bellota y mezclaron harina de maíz, agua y miel, y la subieron por el árbol. Eran tantas que cubrían todo el tronco hasta la cima.

Cuando Kahp-tu-ú-yu los vio, se entristeció y pensó:

-“¿De qué me puede servir tan poquito, yo que estoy muriendo de hambre y sed?”-

-“No pienses así”- le dijo el Jefe Guerrero de las Pequeñas Hormigas Negras, quien leyó su pensamiento. -“Nadie debería pensar así. Esto te alcanzará, y más aún, sobrará”-

Así fue, porque cuando Kahp-tu-ú-yu había comido hasta saciarse, la cáscara de bellota aún seguía llena. Luego las hormigas llevaron la bellota al suelo y volvieron.

-“Ahora, amigo”- le dijo el Jefe, -“haremos lo mejor que podamos. Pero tú debes cerrar tus ojos hasta que diga ¡ahw!”-

Kahp-tu-ú-yu cerró sus ojos y el Jefe envió señales a los que estaban a los pies del árbol. Y las Pequeñas Hormigas Negras arriba pusieron sus pies contra el cielo y empujaron con toda sus fuerzas a la punta del pino. Y las Enormes Hormigas Rojas en el suelo tomaron el tronco y tiraron de él con todas sus fuerzas. Y el primero tirón enterró al gran árbol un cuarto de su altura debajo de la tierra.

-“¡Ahw!”- gritó el Jefe de las Pequeñas Hormigas Negras, y Kahp-tu-ú-yu abrió sus ojos, pero no pudo ver nada.

-“Cierra los ojos otra vez”- dijo el Jefe.

Nuevamente las Pequeñas Hormigas Negras empujaron con toda su fuerza contra el cielo y las Enormes Hormigas Rojas tiraron con todas sus fuerzas hacia abajo, y el pino se enterró otro cuarto del su altura debajo de la tierra.

-“¡Ahw!”- gritó el Jefe, y cuando Kahp-tu-ú-yu abrió los ojos, desde aquella altura, pudo ver toda la tierra.

Nuevamente cerró los ojos. Una vez más empujaron y tiraron, y solo un cuarto del pino quedó por encima de la superficie. Ahora Kahp-tu-ú-yu podía ver más de cerca la tierra, los campos cubiertos de animales muertos, y su propio pueblo agonizando.

Una vez más las Pequeñas Hormigas Negras empujaron y las Enormes Hormigas Rojas tiraron, y esta vez el árbol se enterró por completo debajo de la tierra, y Kahp-tu-ú-yu quedó sentado en la tierra. Rápidamente confeccionó un arco y unas flechas y mató un ciervo gordo, dividiéndolo entre las Hormigas Negras y las Hormigas Rojas, a manera de agradecimiento por su ayuda.

Luego se arregló sus ropas, ya que había estado cuatro años prisionero en el árbol y vestía en harapos. Haciéndose una flauta de la corteza de un árbol joven, tocó y cantó a medida que regresaba a su hogar:

Kahp-tu-ú-yu tú-mah-kui,
Nah-chúr kwé-shay-tin,
Nah-shúr kwé-shay-tin;
Kahp-tu-ú-yu tú-mah-kui!
Kahp-tu-ú-yu ha vuelto a vivir
Está regresando a su hogar
Soplando el amarillo y el azul
¡Kahp-tu-ú-yu ha vuelto a vivir!

Mientras caminaba y cantaba, las olvidadas nubes se posaron por encima de él, y una plácida lluvia comenzó a caer, y todo comenzó a reverdecer. Pero la lluvia solo caía allí donde su voz llegaba, y más allá todo seguía muerto y seco. Cuando llegó a donde el terreno húmedo acababa, comenzó a cantar y a tocar la flauta otra vez. Y nuevamente la lluvia comenzó a caer hasta donde alcanzaba ser oída su voz. Esta vez, el Niño Loco, que vagaba en las afueras de la agonizante aldea, vio la tormenta lejana y oyó la canción. Corrió a contarle a los padres de Kahp-tu-ú-yu, pero nadie le creía a un loco, y lo ignoraron.

Cuando el Niño Loco salió de la aldea otra vez, la lluvia cayó sobre él y sus fuerzas se renovaron, y volvió corriendo para contarles. Entonces las hermanas salieron de la casa y vieron la lluvia y oyeron la canción; y lloraron de alegría, y le dijeron a sus padres que se levantaran y salieran a recibirlo. Pero la pobre gente del pueblo estaba sumamente débil y no se podían levantar; así que fueron solas. Cuando lo vieron, cayeron a sus pies, llorando. Pero Kahp-tu-ú-yu las levantó y las bendijo, y le dio una mazorca de maíz azul a Doncella Maíz Azul, y una mazorca de maíz amarilla a Doncella Maíz Amarilla, y las llevó a su casa.

Mientras cantaba, la lluvia comenzó a caer sobre el pueblo. Y cuando tocó las caras pálidas de los muertos, se sentaron y abrieron sus bocas para beber. Y los moribundos se arrastraron fuera de sus casas para beber, y recobraron sus fuerzas. Y los campos marchitos reverdecieron otra vez.

-“Hermanitas, denos de comer”-

Pero ellas preguntaron: “¿Qué? Porque te has ido durante cuatro años, y hemos plantado, pero nada ha crecido. Hoy nos hemos comido el último grano”.

-“No, hermanitas”- le contestó. -“No se debe pensar así. Busquen en las despensas, si no hay algo allí”-
-“Pero si hemos buscado y buscado y revuelto todo sin hallar nada”-

-“Aún así, miren otra vez”-

Cuando abrieron la puerta, la despensa estaba repleta, del suelo al techo, con maíz, y el otro cuarto estaba repleto de trigo. Lloraron de alegría, y de inmediato comenzaron a cocinar el maíz azul, porque estaban famélicos.

El dulce aroma del maíz asándose llegó a los vecinos hambrientos, quienes se amontonaban en la puerta y pedían:

-“¡Oh, Kahp-tu-ú-yu, danos al menos un grano de maíz, y luego nos iremos a nuestras casas a morir en paz!”-

Pero Kahp-tu-ú-yu entregó a cada uno una mazorca y les dijo:

-“Padres, hermanos, vayan cada uno a sus casas, porque allí encontrarán tanto maíz como aquí”-

Fueron y comprobaron que era cierto. Todos comenzaron a cocinar y a comer maíz, y los muertos en todas las casas se levantaron y recobraron su vitalidad, y toda la aldea cantó y bailó.

Desde ese momento las lluvias abundaron nuevamente, porque aquel con el poder de las nubes estaba de regreso nuevamente. En primavera plantaron, y en otoño la cosecha fue tan abundante que el pueblo no pudo almacenarlo, y los excedentes fueron traídos a Shi-eh-whíb-bak, Isleta, donde pudieron disfrutarlo.

En cuanto al traicionero amigo, murió de vergüenza en su casa, por no atreverse a salir, y nadie lloró por él.

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