viernes, 19 de junio de 2015

EL HOMBRE QUE NO DESCANSABA LOS DOMINGOS



Había una vez, en un pueblo al sur de Isleta, en una de sus antiguas colonias, llamada P'ah-que-tú-ai, el Pueblo Arcoíris, abandonado hace ya tiempo, dos hombres que eran grandes amigos. Habían comenzado su vida con perspectivas similares. Se habían casado jóvenes y se habían establecido en el mismo pueblo. Pero aunque eran amigos, sus personalidades eran muy distintas. Uno tenía un corazón bueno, y el otro era malvado. El bueno siempre descansaba el domingo, mientras que el otro trabajaba todos los días. El bueno tenía mejor suerte que el malo, lo que despertaba los celos de éste último. Un día, el malo le preguntó:

-“Amigo, dime una cosa. ¿Por qué es que tú tienes más éxito que yo?”-

-“Tal vez”, le contestó el bueno, “sea porque yo descanso el domingo y trabajo duro el resto de la semana, mientras tú trabajas todos los días”-

El tiempo pasó y los dos hombres acumularon riquezas, teniendo muchos criados, ganado y adornos. El bueno permitía que sus criados descansaran el domingo, pero el malo hacía trabajar a los suyos todos los días, y no les concedía siquiera tiempo para fumar. El bueno prosperó y acumuló más riquezas, tuvo más criados, más ganado y más adornos que el malo, quien cada día estaba más celoso de su amigo. Finalmente el malo le dijo al bueno:
-“Amigo, tú dices que tienes mejor suerte porque descansas el domingo, pero te apostaré que yo tengo razón en no descansar ese día”-

-“No”- respondió el bueno, -“yo te apuesto que tengo razón en que se deben descansar el domingo”-

-“Entonces te apuesto todo mi ganado contra el tuyo, mis tierras contra tus tierras, y todo lo que tengo, excepto mi esposa. Mañana estate listo a la madrugada, que iremos a la calle a preguntarle a los primeros tres hombres quién de los dos tiene razón. Y el que obtenga la razón de la mayoría, será el ganador y se quedará con todo lo que es del otro”-

El bueno estuvo de acuerdo, porque un indio no puede rechazar un desafío, y a la mañana siguiente los dos hombres salieron a la calle. Al poco tiempo encontraron a un hombre y le preguntaron:

-“Amigo, queremos tu opinión. ¿Quién de nosotros tiene razón, el que descansa el domingo y permite que también lo hagan sus criados o el que no lo hace?”-

Resulta que esta persona no era un hombre, sino un demonio que se paseaba con forma humana, y rápidamente contestó:

-“Sin duda tiene razón el que no descansa el domingo”- y siguió su camino.

-“¡Ah!”, exclamó el malo, “el primer voto es para mí”-

Caminaron un poco y muy pronto se toparon con otro hombre, al que le preguntaron lo mismo. Pero era el mismo demonio, y repitió su respuesta.

-“¡Es segundo voto es también para mí!”- exclamó el malo.

Luego, se cruzaron a un tercer hombre, y le preguntaron lo mismo, y éste contestó lo mismo, ya que era el mismo demonio en otro cuerpo.

-“¡Aja!”, festejó el malo. “¡Soy el ganador! Bájate de ese burro, que me pertenece y también su cría, ya que todo lo que te pertenecía ahora es mío, como acordamos”-

El bueno bajó del burro con lágrimas en sus ojos, porque pensaba en su esposa, y le dijo al malo:

-“Amigo, ahora que has ganado todo lo mío, volverás a tu casa, pero yo no lo haré. Dile a mi mujer que me iré al siguiente pueblo a buscar trabajo, y que no volveré hasta no haber ganado todo lo que perdí en esta apuesta. Dile que no esté triste”-

Se dieron la mano y partieron, el malo montando hacia su hogar rebosante de alegría, y el bueno a pie, caminando por la arena, hacia Isleta, el pueblo más grande y rico de todo el territorio.

En el camino lo sorprendió la noche, y divisando una casa abandonada en medio del campo, se apresuró para refugiarse de la fría noche. Una parte del techo aún se sostenía en la casa, junto al fogón y la chimenea, y el bueno comenzó a confeccionarse una cama para descansar. Resulta que esa casa era el sitio de las reuniones nocturnas de todos los demonios del territorio. Y antes de que el bueno se fuera dormir, oyó fuertes ruidos de los demonios acercándose. Se asustó mucho y corrió a esconderse subiendo por la chimenea y permaneciendo en el travesaño.

De un momento los demonios comenzaron a llegar solos o en parejas. Y finalmente llegó el demonio más viejo, el mismo que le había hecho la trampa en la apuesta. Convocó el inicio de la reunión, y le preguntó a cada uno cuales habían sido sus avances. Un demonio joven se paró y dijo:

-“El siguiente pueblo es el más grande y rico de toda la nación. Hace tres semanas todo el pueblo y todos los pueblos a la vera del río han estado tratando de deshacer lo que yo hice, sin conseguirlo. Hace tres semanas llegué a ese río y pensé que lindo sería hacerlo desaparecer para que el pueblo maldijera si sus dioses no les enviaban las lluvias. Así que coloqué una gran piedra en la naciente del río y contuve las aguas. Y desde ese día el agua ya no corre, y el pueblo intenta en vano descorrer la piedra, mientras ellos y sus animales se mueren de sed. Ahora maldecirán a sus dioses y nos servirán, o perecerán como los animales”-

-“¡Muy bien!”, dijo el demonio viejo, frotando sus manos. “Has hecho bien. Pero dime, ¿hay alguna manera de descorrer esa piedra?”-

-“Hay solo una manera”, dijo el demonio joven, “y se requiere tan solo la fuerza de un hombre, pero nunca se les ocurriría cómo hacerlo. Si tomaran un palo largo, afilado como una espada, se pararan encima de la piedra, y la golpearan primero en el costado este, luego en el oeste, en el norte y en el sur, el agua saldría con tanta presión que arrojaría la piedra hacia la orilla y el río jamás podría ser detenido nuevamente”-

-“¿Esa es la única manera?”, dijo el demonio viejo, “entonces has hecho bien, porque jamás se les ocurrirá intentar eso. Ahora, que cuente el siguiente”-

Luego, otro demonio joven se paró y contó lo siguiente:

-“Yo también he hecho lo mío. En un pueblo del otro lado de la montaña hice que la hija del hombre más rico enfermara en su cama, y nunca mejorará. Todos los hombres medicinas han tratado en vano de curarla. Ella también será nuestra”-

-“¡Bien!”, dijo el demonio viejo. “¿Acaso no hay manera de que se cure?”-

-“Sí, solo existe una manera, pero nunca se les ocurrirá. Si alguien la llevara hasta la puerta mientras el sol está saliendo, y la sostuvieran de manera que los primeros rayos tocaran su cabeza, se recobraría de inmediato, y nunca podría enfermar nuevamente”-

-“Tienes razón”, dijo el demonio viejo, “a nadie se le ocurrirá hacer eso”-

Un gallo cantó, y el demonio viejo dijo:

-“Tienen el camino”, queriendo decir, “concluye la reunión”-

Todos los demonios se apresuraron a irse, y una vez que se marcharon, el hombre bueno se deslizó por la chimenea, muerto de miedo, y emprendió su camino hacia Isleta. Cuando llegó, encontró al pueblo sumidos en grandes problemas por la falta de agua. Los cultivos estaban echándose a perder y sus animales muriendo de sed.

-“Veo que estos demonios decían la verdad sobre lo que hicieron”, pensó el bueno. “Probablemente también sea verdad sobre como deshacer sus maldades. Lo intentaré aunque falle”-

Fue a buscar al Cacique y le preguntó cómo lo recompensarían si conseguía hacer fluir nuevamente el río. El Cacique llamó a los jefes principales y se reunieron en consejo, y acordaron que si el extraño conseguía hacer fluir el río, se le concedería lo que pidiese.

-“Lo haré si me dan la mitad de las riquezas de todo el pueblo”-

Estuvieron de acuerdo, y le preguntaron cuántos hombres precisaría para hacerlo.

-“No necesito ningún hombre. Solo denme un palo fuerte del largo de mi brazo y un caballo”-

Le dieron lo que pedía y solo se dirigió al río. Subió a la piedra, golpeó con todo el palo en su costado este y en el oeste, en el norte y en el sur, y saltó rápidamente hacia la orilla. En ese instante el agua comenzó a fluir tan fuerte como nunca lo había hecho. Todas las personas y animales se amontonaron junto al río y bebieron, recuperando sus fuerzas. Volvieron a regar los campos, y los cultivos casi muertos reverdecieron. Cuando el bueno volvió al pueblo, la mitad de los granos, del dinero, de los vestidos y adornos del pueblo estaban apilados en una gran montaña esperando para llevárselos. Y la mitad de los caballos, ganado y ovejas aguardaban reunidos en grandes manadas. Era tanto que tuvo que contratar a muchos hombres para llevárselo todo a su hogar, y sin duda era mucho más de lo que había tenido antes. Encargó a un hombre para que comandara la caravana, y que lo esperaran en determinado punto del camino. Él, llevándose un caballo, montó hasta el otro pueblo a ver la hija enferma del hombre rico. Llegando al anochecer, se detuvo en la casa de una anciana. Mientras él comía, ella le contó cuán triste estaba la aldea, ya que la muchacha, que tan buena era con todos, estaba muriendo.

-“Yo puedo curarla”- dijo.

-“In-dah”, dijo la anciana. “Todos los hombres medicina han intentado en vano. ¿Qué podrías hacer tú?”-

-“Yo puedo curarla”- insistió él.

Finalmente la anciana fue a la casa del hombre rico y le dijo que había un extraño que aseguraba que podía curar a su hija. El hombre rico le contestó:

-“Ve a decirle que venga inmediatamente”- y la anciana lo hizo.

Cuando el bueno llegó, el hombre rico le preguntó:

-“¿Eres tú el que dice que puede curar a mi hija?”-

-“Yo soy”-

-“¿Por cuánto la curarías?”-

-“¿Qué me podrías dar?”-

-“La mitad de lo que tengo”, dijo el hombre rico, “lo que es mucho”-

-“Muy bien, prepárense para mañana, porque vendré antes del amanecer”-

Cuando el negro de la noche comenzó a ponerse azul, el bueno apareció y sacó a la muchacha enferma de su cama. La llevó a la puerta, en el momento en que salía el sol y sus rayos tocaron su cabeza gacha. E instantáneamente estuvo completamente recuperada, tan fuerte y bella como siempre.

Ese mismo día, el padre de la muchacha dividió sus riquezas en dos y le dio su parte al bueno, quien nuevamente tuvo que contratar a varios hombres para que la transportaran con carretas. En el sitio acordado, lo esperaba el encargado con lo que le habían pagado en Isleta. Y poniendo todas sus riquezas juntas, las manadas de animales, las carretas llenas de maíz y vestidos y adornos, emprendieron el camino a su casa, enviando un mensajero a caballo para que se adelantara y le contara a su esposa.

Cuando el malo vio todos los caballos dirigiéndose a la casa de su amigo, corrió a ver de qué se trataba. Y allí estaba el bueno con toda su riqueza recuperada. Lleno de envidia, le preguntó de dónde había sacado todo esto, y el bueno le contó lo que le había sucedido.

-“Entonces”, dijo el malo, “yo también iré a esa casa abandonada; tal vez oiga algo”-

Así que salió con el burro que le había ganado en la apuesta a su amigo hasta que llegó a la casa en medio del campo y se escondió en la chimenea.

A la noche, los demonios se reunieron, y los dos demonios jóvenes le informaron al viejo lo que había sucedido con el río y con la muchacha enferma, y que ninguno de los dos podrían ser embrujados otra vez.

-“Alguien debe habernos escuchado anoche”, dijo el demonio viejo, muy enojado. “Inspeccionen la casa”-

En poco tiempo encontraron al malo en la chimenea, suponiendo que había sido él quien había deshecho sus brujerías, lo arrastraron sin piedad allí a donde moran los demonios.

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