jueves, 5 de junio de 2008

LOS OFICIOS DE MELESIO MUERTERO


Todos Santos es un pueblo pequeño y tranquilo, aún no ha sido tocado por los avances tecnológicos. A la orilla de la población queda un terreno que se llamaba “La Parota”, en este lugar se acomodó el Cementerio y paradójicamente sus habitantes, personas sencillas, que sienten una especial aversión por la muerte y todo lo que a ella se refiere, se acercan poco a Él. Con el tiempo la gente se olvidó del nombre del lugar y, por su ubicación, lo llaman “El Camposanto”.
Entre los vecinos se destacaba don Aparicio Muertero, un viudo de notable carácter; la muerte de la esposa se había producido a raíz de un accidente, resbaló por las escalinatas de la iglesia a la salida de misa. Era un hombre emprendedor y entusiasta que, merced a su visión comercial y a un total desprecio por las supersticiones populares, instaló una casa de pompas fúnebres. No fueron pocos los sufrimientos que la ocupación de don Aparicio Muertero le acarreó a su hijo Melesio. El muchacho, huérfano de madre desde muy pequeño, estaba rodeado por una realidad absolutamente tétrica. Acompañaba a su padre a todos los servicios al que éste debía asistir y convivía con cadáveres, féretros y coronas. Los chicos lo hacían objeto de bromas crueles y le colgaban los apodos, que siempre acostumbran en la población y eran los más tétricos del humor negro. Cada vez que lo cruzaban escondían la mano tras la espalda y fabricaban con el meñique y el pulgar una suerte de cuerno protector. En los años de la escuela primaria la maestra se vio forzada a obligar a los alumnos a sentarse con él; durante la secundaria resultó el único ocupante del último banco, así creció, en soledad y sin amigos.
Con la muerte de don Aparicio, Melesio, que nunca había pensado dedicarse a otra cosa que no fuera la funeraria, debió hacerse cargo de la empresa. Al no contar con competidores en el ramo se ocupaba de los servicios locales y de los de las poblaciones vecinas como Pescadero, Elías Calles que, debido al aumento demográfico, con el tiempo terminaron aún más, llenando “El Camposanto”.
En cierta ocasión la Funeraria de Melesio Muertero fue requerida para el sepelio de un ranchero que vivía en el ejido de Melitón Albañez, y que se suicidó, todo se desarrollaba con normalidad hasta que frente a la fosa en la que sería depositado el cajón estalló el escándalo. El sacerdote Pedro Pérez aseguraba haber asistido en calidad de simple vecino y se negaba a darle cristiana sepultura alegando que "Sólo DIOS puede conducir a los hombres a su Descanso Eterno". Sollozos, ruegos y pedidos de la familia parecían fortalecer la terminante negativa, no hubo forma de convencerlo y el ranchero debió ser enterrado sin recibir la bendición y sin que una plegaria sacerdotal se elevara por su alma.
Luego de mucho cavilar, Melesio llegó a la conclusión de que en “El Camposanto” él cumplía las funciones de DIOS, ya que se ocupaba de llevar a los hombres al lugar de su Eterno Descanso.
Pasó noches enteras rumiando la idea, el sol lo veía amanecer temprano sin que hubiese conseguido resolver la duda, no lograba que la nueva concepción que había adquirido de su actividad lo dejase satisfecho, algo no cerraba. Un dos de noviembre, día de muertos y que amaneció caluroso, húmedo y estallante dio con la respuesta. El cura en su Homilía contra el suicidio había dicho además que "Únicamente DIOS da la vida"; no sólo se había referido al monopolio divino sobre la muerte sino que también lo aplicaba al de la vida, rubro que él no explotaba… aún. Decidió que en su nombre estaba cifrado ese destino: Melesio Muertero ayuda a traer la vida.
Con su visión mercantilista y carácter dinámico dispuso que era el momento de crear la primera clínica maternal junto a “El Camposanto”, adonde todas las mujeres de la comunidad y de las localidades cercanas concurrirían para que nacieran sus vástagos.
Cumplió con su nuevo objetivo. Ahora “El Camposanto” estaba orgulloso de los avances, ya nadie tenía que viajar hasta La Paz ni debía esperar a que la comadrona fuera a su casa para que sus hijos llegaran al mundo. Él ya no era el muchacho al que los demás despreciaban por su entorno mortuorio, ahora las vecinas del pueblo le agradecían los progresos, era un personaje de los más estimados.
En las tardes calurosas de siesta obligada se solía escuchar la voz gangosa que, en un destartalado vehículo, recorría las calles de tierra repitiendo desde la bocina del parlante: “Llegue al mundo y márchese de él, con los servicios que le brinda MUERTERO: Maternidad y Funeraria. Excelencia en nacimientos y velatorios”.
La vida Todo Santeña transcurría calmada y lenta, como distraída. Nadie prestó atención a Melesio que se iba volviendo taciturno, ensimismado, con la mirada lejana. Empezó a usar barba, se quedó calvo y canoso, y adoptó movimientos pausados, andaba por las veredas disparejas de las zonas más alejadas hablando con los niños, los ancianos. Fue el tiempo en que muy de cuando en cuando comenzó a decir que él era Dios, antes había guardado el secreto para sí. Más tarde llegó a hacerlo con asiduidad y hasta hubo quien con una sonrisa velada lo llamó "MI SEÑOR".
A partir del total convencimiento de su calidad de Ser Divino asistió a todos los servicios religiosos, ofrecidos por sus involuntarios clientes. Jamás cometió un error, con beatífica sonrisa y gestos patriarcales consolaba a los deudos o felicitaba a los padres orgullosos y alborozados según el caso. “DIOS ES PERFECTO”.
Nunca se casó ni se le conoció episodio sentimental alguno. Cuando alguien le hacía un comentario al respecto sonreía y si se hallaba en un período de locuacidad, generalmente posterior a una etapa de depresión que él llamaba de misticismo, Melesio aseguraba: “DIOS ES AMOR”.
En cierta oportunidad debió asistir a una misa que se celebraba por el descanso del alma del Delegado Político de la población que tenía cierto prestigio; el Sacerdote destacó las virtudes del muerto y aludiendo a su obediencia religiosa citó el pasaje del Génesis en el que Abraham le dice a Isaac: "Dios Proveerá el cordero para el sacrificio hijo mío". Esta frase golpeó durante días a Melesio que interpretó que estaba faltando a uno de sus deberes de Padre Omnipotente y se angustió por el sentimiento de culpa que le producía la certeza de fallar. En forma súbita, un Domingo de Pascua, su estado de ánimo cambió y recuperó el entusiasmo que siempre lo había caracterizado ante una nueva iniciativa. Llamó al Abogado y Notario de la población para comunicarle su decisión de inaugurar una carnicería. Se discutieron conveniencias y perjuicios de la idea, se calcularon una y mil veces costos, riesgos y ganancias y se trazaron los esbozos de las propuestas que fueron surgiendo.
Hubo quejas de los carniceros, pero lo solucionó contratándolos para que desarrollasen su labor en el nuevo proyecto que se disponía a iniciar. Cada uno de los rubros de la carnicería sería atendido por alguno de sus contratados, unos destazando las reses para la birria, otros los corderos para la barbacoa, quien las chivas para a tatema y unos más los pollos para los tacos. El negocio de Muertero crecía y sus habitantes disfrutaban de un bienestar al que nunca habían tenido acceso. Melesio aseveraba que por sobre todas las cosas: “DIOS ES JUSTO Y MISERICORDIOSO”.
Otra vez, estando Él (Dios) en misa al escuchar el evangelio de Juan donde en el versículo trece, Jesús le dice a la samaritana: -“Todos los que beben de esta agua, volverán a tener sed, pero el que beba el agua que yo le daré, nunca volverá a tener sed. Porque el agua que yo le daré brotará en él como un manantial de vida eterna”-
Entonces Melesio recordó que en la parte baja del valle de Todos Santos había un manantial en la huerta del Rinconcito, entonces subió a su camionetita un tinaco de doscientos litros y se fue a la huerta y lo llenó de agua del manantial, y se fue a su casa para llenar garrafones de diecinueve litros con esta agua, para vendérsela a la población como “Agua Viva” pues “DIOS ES EL TODOPODEROSO”
Llegó a dar sermones en la plaza, hacía penitencia caminando bajo el calor sin más abrigo que los shorts y los tenis que ahora usaba. Varias veces para dar ejemplo de sacrificio cumplió prolongados ayunos, y otras veces se preparó buenos pedazos de carne al carbón y los roció con el agua de su purificadora de agua. Su salud se deterioraba inexorablemente pero esta cuestión a él no le preocupaba, sabía que: “DIOS ES ETERNO”.
Vanos fueron los intentos de amigos y algunos vecinos para persuadirlo de su error. Cuando el hecho llegó a oídos del párroco amenazó con excomulgarlo por blasfemo pero todos los esfuerzos resultaron infructuosos. “ÉL ERA DIOS”.
En el pueblo imaginaron que si el cura no tomaba medidas drásticas en el caso era porque, en cierta forma, contribuía al pleno empleo de los carniceros, a la salud pública y de un modo un tanto sui géneris a la difusión de la Fe. Exhortaba a la gente a cumplir los Mandamientos y a no dejarse llevar por la codicia, la ira ni el odio.
El rumor se expandió a lo largo y a lo ancho del lugar, también a él le llegó pero no le dio crédito. Dios no muere a causa de males incurables. Fue inútil todo intento de someterlo a algún tratamiento, se opuso terminantemente. Trabajaba con ahínco en la búsqueda de nuevos negocios y continuaba con su habitual modo de vida, media jornada dedicada a los asuntos terrenales y el resto a la meditación, a posar su mano etérea y huesuda sobre la cabeza de los enfermos y a acrecentar el amor que había conseguido que el pueblo sintiera por él. Se creía compensado holgadamente por su soledad de tantos años, imaginaba que la vida oscura de su juventud era lo que lo hacía resplandecer aún más ante la gente y estaba seguro de que lo mismo ocurriría con las generaciones venideras.
Un Viernes Santo cayó ya desahuciado. Terco, se resistía a recibir atención médica. Cuando el padre Pedro Pérez se acercó para administrarle los últimos sacramentos lo rechazó, entre sus conceptos no figuraba “LA MUERTE DE DIOS”.
Permanecía con los ojos cerrados y respiraba en forma tan pausada que apenas se llegaba a percibir. Los vecinos de la casa de Muertero habían organizado visitas, novenas y aguardaban afuera orando, rodeaban la casa tomados de la mano y el murmullo llegaba hasta la habitación, Melesio los oía y pensaba que tanto amor merecía más de su bondad, por eso estaba deseoso de recuperarse pronto para retomar sus tareas. “DIOS NO ABANDONA A SU REBAÑO”.
Por momentos caía en cierto estado febril provocado por el mal que lo aquejaba, entonces soñaba con imágenes de muchas multitudes vitoreándolo le dibujaban una sonrisa absolutamente feliz en la cara demacrada y consumida. En más de una ocasión intentó levantarse para bendecirlos desde la ventana pero la falta de fuerzas se lo impidió.
Jamás estuvo solo, los médicos hacían guardia turnándose día y noche, aunque nunca lograron que aceptara un comprimido o una inyección para aliviar su sufrimiento. El cura pasaba la mayor parte del tiempo que sus obligaciones le permitían junto a Melesio, no perdía la esperanza de que, aunque fuese en el último instante, se arrepintiera de su sacrílega actitud.
Los días transcurrían perezosos, parecía una proyección en cámara lenta, todos vagaban como almas en pena por las calles polvorientas del pueblo esperando el milagro, deseaban creer en la eternidad de Melesio.
La habitación permanecía en la semipenumbra, los presentes estaban en silencio a la espera. Asombrados observaron que se sentaba en la cama y con expresión clara y despierta hacía señas al sacerdote para que se aproximase.
El padre Pedro Pérez se aprestó a ungirlo con los Santos Óleos y a escuchar su acto de contrición final, sentía una íntima felicidad para poder recuperar el alma de Melesio Muertero para DIOS. Le tomó las manos flacas y acercó su oído al rostro pálido, vio que sonreía y agradeció que la luz de la esperanza le hubiese abierto el corazón.
Melesio le apretó los dedos al padre Pérez, cerró los ojos y antes de expirar se convirtió en ATEO, MURIENDO EN SANTA PAZ.

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